16

«Bueno, ya está», pensó Bo cuando entró en su casa. Al menos eso esperaba. Casi todo. Abogados, seguro, contables, agentes inmobiliarios. Tantas entrevistas y tanto papeleo que le daba dolor de cabeza. Por no mencionar un par de agarradas con su padre.

«Todo saldado», volvió a pensar, aunque no acababa de decidir si eso le aliviaba o le deprimía.

Dejó la caja de embalaje que llevaba en las manos junto a la que había dejado poco antes al pie de la escalera. «Queda una más en el coche», pensó. Podía dejarla allí y sacarla más tarde.

Pero le pareció oír la voz de su abuela diciéndole que hay que acabar lo que uno empieza.

—De acuerdo, de acuerdo. —Se pasó la mano por el pelo sudado y se dispuso a salir otra vez.

«Una cerveza no me iría mal», pensó. Una cerveza, una ducha caliente, puede que algún programa del canal de deportes. Relajarse, un poco de descompresión. Cuando estaba abriendo el maletero para sacar la última caja, Reena llegó con su coche. Se olvidó por completo de su velada viendo un partido en calzoncillos.

—Hola. —Le pareció que estaba algo pálida y cansada, pero quizá fuera por la lluvia.

—Hola.

Tampoco llevaba gorra, y su pelo era un revoltijo de rizos castaños.

—¿Tienes un momento? —le preguntó a Reena—. ¿Quieres entrar?

Ella vaciló, y luego encogió ligeramente los hombros.

—Claro. ¿Necesitas que te eche una mano?

—No, ya está todo.

—No te has dejado ver mucho esta semana —comentó Reena.

—He tenido que trabajar entre reunión y reunión. Resulta que soy el albacea de las propiedades de mi abuela. Suena como si fuera una gran cosa, como si hubiera vivido nadando en dinero o algo así. Pero se trata más que nada de abogados y papeleo. Gracias —añadió cuando ella le abrió la puerta—. ¿Quieres un vino?

—Tanto como respirar.

—Espera, te traeré una toalla. —Dejó la caja junto a las otras y se fue por el pasillo hasta lo que Reena sabía que era un aseo.

La distribución de la casa era prácticamente idéntica a la suya. Pero Bo había añadido cosas que la hacían diferente. La cenefa y el suelo habían recuperado su color natural y estaban barnizados, y las paredes eran de un verde cálido e intenso que realzaba el tono a miel de la madera de haya. Había colgado una lámpara de estilo mission del alto techo.

A aquel pasillo le habría ido bien una alfombra, pensó. Algo antiguo y un poco gastado, lleno de carácter. Y seguramente le daría un acabado distinto a la mesita que había cerca de la puerta, donde había tirado las llaves.

Volvió con un par de toallas de color azul marino.

—Has hecho cosas muy bonitas para tu casa.

—¿Ah sí? —Miró a su alrededor mientras se restregaba el pelo con la toalla—. Buen comienzo.

—Muy buen comienzo —dijo ella pasando a la sala de estar. Los muebles necesitaban ayuda. Fundas, o mejor aún, cambiarlos. Y seguramente tenía la televisión más grande que Reena había visto dominando una pared. Pero las paredes estaban pintadas de un tono algo más oscuro de verde; el enmaderado era excelente. Y la pequeña chimenea estaba hecha de granito de color crema, enmarcada por más roble color miel con una repisa amplia y voluminosa.

—Uau, es precioso, Bo. De verdad. —Se acercó a la chimenea, pasó los dedos por la repisa. Había polvo, pero debajo la madera era como seda—. ¡Oh! ¡Y la ventana! —Estaba flanqueada por unos estantes, a juego con la madera de la cenefa—. Justo el tipo de detalle que necesita una habitación de este tamaño. Le da un aire muy acogedor.

—Gracias. Estaba pensando si poner unas puertas de cristal… granulado tal vez. Aún no lo he decidido. Pero ya lo estoy haciendo con los estantes empotrados que voy a poner en el comedor, así que quizá valga la pena que aquí las deje como están.

Estaba orgulloso de su trabajo, pero el entusiasmo de Reena lo animó.

—La cocina ya está terminada, si quieres verla…

—Sí. —Cuando salía, miró atrás para echar un último vistazo a la chimenea—. ¿Podrías hacer algo parecido en mi casa?

—Puedo hacer lo que tú quieras.

Ella le devolvió la toalla.

—Tendremos que hablar sobre tus tarifas.

—Te haré un descuento por enamoramiento.

—Sería una idiota si dijera que no. —Mientras iban hacia la cocina, Reena fue asomando la cabeza en las otras habitaciones—. Soy muy curiosa. ¿Esto qué será, una especie de salita para la televisión?

—Esa es la idea. Hay espacio para una pantalla grande. Estoy trabajando en el diseño.

—Y me imagino que estás utilizando el monstruo que tienes en la sala de estar para tomar medidas.

Él sonrió de forma espontánea.

—Ya que te pones a mirar la tele, que sea una tele de verdad.

—En casa yo tenía pensado utilizar este mismo espacio como biblioteca. Con muchas estanterías, colores cálidos, y a lo mejor instalo una de esas chimeneas de gas. Con sillones grandes y cómodos.

—Esa pared sería perfecta para la chimenea. —Y la señaló alzando el mentón—. Podrías poner un bonito asiento de ventana allí.

—Un asiento de ventana —pensó Reena—. ¿Cómo de enamorado estás?

—Iba a tomarme una cerveza y mirar el partido. Y entonces te vi.

—Muy enamorado. —Reena salió y echó un vistazo en el aseo. Baldosas nuevas, nuevos apliques. Luego venía el comedor, donde encontró más cosas en proceso de construcción—. Es mucho trabajo.

—Me gusta trabajar. Incluso si tengo que buscar tiempo entre cliente y cliente. El negocio va bien, así que estoy tardando más en acondicionar esta casa que la anterior. Pero me gusta este sitio Y además estás tú.

—Hum. —Reena no hizo ningún comentario y entró en la cocina—. Virgen santa, Bo. Es increíble. Como en una revista.

—Las cocinas son la parte más importante de una casa. —Abrió la puerta del cuartito para la lavadora y arrojó las toallas dentro—. Un punto decisivo para una venta. Normalmente es por donde empiezo las reformas.

En el suelo había puesto grandes baldosas de color teja del mismo color que las repisas, y había blanqueado los armarios. Algunos tenían puertas de cristal emplomado. Había instalado una barra y una ventana para que entrara la luz del patio. Los amplios alféizares eran de piedra y estaban pidiendo a gritos unos tiestos de plantas o hierbas.

—Te has esmerado mucho con los electrodomésticos. Sé lo que tengo yo en casa. Me encantaría tener una de esas parrillas empotradas.

—Puedo conseguirte una a buen precio. A precio de coste.

—Me encanta la iluminación. El estilo mission es perfecto.

Él dio un golpe en un interruptor y los ojos de Reena destellaron. De debajo de los armarios más altos también salía luz.

—Bonito detalle. Ahora tendré que envidiar tu cocina. Esta vitrina es preciosa. ¿Por qué no has puesto nada dentro?

—No tengo nada. Aunque me parece que ahora sí. Cosas de mi abuela. —Abrió la nevera y sacó una botella de vino blanco—. Me lo ha dejado todo a mí. Bueno, ha hecho un pequeño donativo a la iglesia, pero lo demás es mío. La casa. Todo.

—Y eso te entristece —dijo ella con suavidad.

—Un poco, supongo. Pero estoy agradecido. —Durante un momento, se limitó a sujetar la botella, apoyado contra la puerta de la nevera—. La casa está limpia. Cuando supere el sentimiento de culpa, la venderé.

—Tu abuela no querría que te sintieras culpable. No esperaba que te mudaras allí. Solo es una casa.

Bo cogió vasos y sirvió el vino.

—A eso iba. No necesita mucho trabajo. Me he ocupado de mantenerla en buen estado para mi abuela. He empezado a sacar cosas. Las cajas de la otra habitación. —Le entregó su vaso—. Sobre todo fotografías, algunas joyas y…

—Cosas importantes.

—Sí, son importantes. Tenía un par de dibujos que yo le hice de pequeño. Ya sabes, con casas cuadradas y tejados triangulares. Un gran sol amarillo. Y pájaros con forma de W.

—Te quería.

—Sí, lo sé. Mi padre ha decidido sentirse herido y ofendido porque no le ha dejado nada a él. En los últimos cinco o seis años la habrá visto como mucho un par de veces, y ahora se hace el ofendido. —Se interrumpió, meneó la cabeza—. Perdona.

—Las familias son complicadas. Si lo sabré yo. Tu abuela decidió por sí misma, Bo. Estaba en su derecho.

—Lo entiendo. —Bo se frotó la parte central de la frente con fuerza con los dedos—. Podría darle una parte cuando venda la casa, pero a mi abuela no le gustaría. Así que no lo haré. A mi tío y a mi primo les ha dejado muy poca cosa. Creo que ha dejado muy claro lo que pensaba. Bueno. —Descartó el tema—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te prepare algo de cena?

—¿Sabes cocinar?

—Un pequeño respiro que me tomé hace mucho… y, por una feliz coincidencia, descubrí que para las mujeres un hombre que cocina es como los preliminares en el sexo.

—No andas desencaminado, no. ¿Qué tienes?

Él sonrió.

—Ya se me ocurrirá algo. Y ya que estamos, ¿por qué no me dices por qué se te nota tan cansada?

—¿Se me nota cansada? —Dio un sorbito al vino mientras él abría la nevera—. Sí, supongo que sí. He tenido un día muy duro. ¿Quieres que te aburra contándotelo?

—Sí. —Encontró un par de pechugas de pollo, las puso en el microondas para descongelarlas y abrió el cajón de las verduras.

—Mi compañero y yo hemos estado trabajando en un caso. Un hotel de mala muerte en el sur de Baltimore. Una víctima. Mujer. Tenía la cabeza y buena parte del tronco… Perdona, me acabo de dar cuenta de que no es una conversación muy apropiada antes de comer.

—No pasa nada. Tengo el estómago fuerte.

—Digamos que estaba bastante quemada. Lo del fuego era para tratar de ocultar que la habían golpeado hasta matarla. Ni eso lo hizo bien. Está todo allí, como unos grandes focos.

Reena le contó los detalles, mientras él batía algo en un pequeño cuenco de acero inoxidable y luego lo echaba a la sartén.

—Tu trabajo es muy duro. Tener que ver todas esas cosas…

—Tienes que aprender a trazar una línea entre objetividad y compasión. Es difícil. El caso de DeWanna me ha afectado. Todos esos cosméticos amontonados en el lavabo, la comida que trataba de preparar. Lo quería, y el muy hijo de puta se molestó tanto al saber que volvía a estar embarazada como si solo fuera culpa de ella, que va y le destroza la cara con una sartén, la mata a golpes y luego se asusta y le prende fuego. Le prendió fuego a su pelo. Hay que ser muy insensible para hacer algo así.

Bo le sirvió más vino.

—¿Le cogisteis?

—No fue difícil. No es precisamente inteligente. Utilizó la tarjeta de crédito de ella… o lo intentó. Aunque nos descubrió. En cuanto entramos en aquel bar de mala muerte nos olió. Salió corriendo por la parte de atrás, derribó a mi compañero con un cubo de basura. Y yo que voy tras él, le estoy alcanzando, salto por encima de una reja. Estaba lloviendo a cántaros. Ni siquiera pensaba, me limitaba a actuar. Él no conocía la ciudad, así que se mete en un callejón sin salida. Y entonces se da la vuelta y me saca un cuchillo.

—Madre mía.

Ella meneó la cabeza.

—Tengo una pistola. Una pistola. Por Dios ¿qué pensaba ese hombre, que me asustaría y me iría corriendo? —Pero lo cierto es que una parte de ella habría querido hacerlo—. Ya he tenido que sacar mi arma otras veces, no muchas, aunque en realidad casi ni era necesario. En cambio esta vez… las manos me temblaban y tenía frío. Por dentro, no por la lluvia. Porque sabía que seguramente tendría que utilizarla. Nunca había tenido que disparar mi arma. Y tenía frío porque a lo mejor tenía que hacerlo. Porque sabía que podía hacerlo. Y hasta puede que quisiera hacerlo… tenía la imagen de lo que había hecho tan clara en mi mente… Tenía miedo. Es la primera vez que tengo miedo en mi trabajo. Ha sido una auténtica sorpresa para mí. Así que… —Respiró hondo, dio un sorbo a su vino—. No podías haber sido más oportuno cuando me has ofrecido el vino y la cena. Me siento mejor acompañada. Y esto no es algo que quiera comentar con mi familia. Les preocuparía demasiado.

A él también le preocupaba, pero sabía que no debía demostrarlo. Así que se limitó a decir la otra cosa que se le pasó por la cabeza.

—La gente normal no puede entender lo que tienes que aguantar en tu trabajo. No solo el estrés, que puede ser muy fuerte, o el peligro al que te expones. Sino el componente emocional. Lo que ves, cómo lo asimilas, cómo te afecta.

—Si decidí hacer este trabajo es porque tengo mis razones. Y lo que le ha pasado a DeWanna Johnson es una de ellas. Ya me siento mejor, gracias por dejarme hablar. Redactar un informe no tiene el mismo efecto catártico. ¿Te echo una mano con la cena?

—No, ya está. No quedaría muy romántico si te pongo a pelar patatas.

—¿No estarás tratando de seducirme?

—Se intenta.

—¿Cuánto tardas normalmente en ganarte a una chica?

—No tanto como contigo. Sobre todo si cuentas los trece años que llevo pensando en ti.

—Entonces yo creo que ya es suficiente. —Dejó su vaso y se levantó—. De todos modos seguro que querías dejar que el pollo se marinara durante un rato —añadió avanzando hacia él.

—Me parece que ahora me toca decir algo ocurrente. Pero me he quedado en blanco. —Le puso las manos en las caderas, deslizándolas suavemente por su cuerpo mientras la atraía hacia sí.

Agachó la cabeza y se detuvo cuando sus labios estaban a un suspiro de los de ella, sintiendo la respiración agitada de Reena.

Siguió mirándola a los ojos cuando ladeó la cabeza y le rozó el labio inferior con los dientes.

Y entonces la besó muy despacio.

Reena olía a lluvia, sabía a vino. Sus manos lo aferraron por los hombros y se deslizaron por su pelo y se agarraron a él cuando el cuerpo musculoso y bien formado de Bo se pegó al suyo. Este se movió sin pensar y giró ligeramente para que la espalda de ella quedara contra el mármol, mientras su boca exploraba la boca de ella. Los dientes de Reena apretaron la lengua de Bo, y eso lo puso a cien. Y emitió un sonido que estaba entre la risa y el gemido.

La visión de Bo se volvió borrosa.

Reena le sacó la camiseta de los pantalones con manos no muy seguras.

—Esto se te da muy bien —consiguió decir.

—No tanto como a ti, Reena. —Su boca recorrió la garganta de Reena y subió de nuevo hasta los labios.

—Quiero… vamos arriba.

Reena sentía que por dentro toda ella estaba abierta, anhelante, dispuesta. Debajo de la camiseta sus dedos se hundían con fuerza en el músculo. Quería sentir ese cuerpo sobre ella, su fuerza, su calor, su deseo.

—Me gusta el suelo. Podemos probarlo.

A Bo le pareció oír que su corazón martilleaba con fuerza e insistencia. Pero cuando se apartó lo suficiente de Reena para poder quitarle la chaqueta, se dio cuenta de que estaban llamando a la puerta.

—Oh, por los clavos de Cristo.

Reena apretó los dientes sobre su mandíbula.

—¿Esperas a alguien?

—No. A lo mejor… —Pero quien fuera llamaba cada vez con más insistencia—. Maldita sea. Espera, no te muevas. Respira solo si tienes que hacerlo. Pero no te muevas. —La cogió por los hombros—. Oh, Dios, mírate. Yo solo… tú espera, voy a matar a la persona que está llamando y enseguida podremos seguir. Solo será un momento.

—Tengo una pistola —sugirió ella.

Él rio con gesto doliente.

—Gracias, pero creo que me las arreglaré con las manos. No desaparezcas, no cambies de opinión. No hagas nada.

Ella le sonrió y se dio unos toquecitos en la zona del corazón. Era muy bueno en aquello, pensó. Excepcional. Un hombre que besaba así… y ya sabía que era muy bueno con las manos… potencialmente podía ser un amante increíble. Y, sin embargo, en ese instante en que tenía un momento para despejar el fuego de su cabeza, decidió que tal vez lo mejor era subir a la habitación.

Se echó el pelo hacia atrás y salió de la cocina para ver si Bo ya se había deshecho del intruso.

Y lo encontró en la puerta, abrazando a una pelirroja menudita. La mujer —la pelirroja que Reena había visto en el funeral— tenía la cabeza apoyada en su hombro y su cuerpo se sacudía por los sollozos.

—Me siento muy mal, Bo. No creí que pudiera sentirme tan mal. No sé qué hacer.

—No pasa nada. Ven. Deja que cierre la puerta.

—Es una estupidez. Soy una estúpida, pero no puedo evitarlo.

—No eres ninguna estúpida. Ven, Mandy… —Pero dejó la frase a medias cuando vio a Reena, y en su cara ella vio que se superponían diferentes emociones. Sorpresa, bochorno, disculpa, negación—. Ah… ah… bueno.

Mandy siguió llorando y llorando cuando miró a Reena, y entonces se apartó de Bo. Tan colorada como su pelo.

—Oh, Dios, lo siento. Lo siento. No sabía que estabas acompañado. Señor, qué idiota. Lo siento, me voy.

—No pasa nada. Yo ya me iba.

—No, por favor. Me iré yo. —Mandy se frotó sus mejillas húmedas con las manos—. Haced como si no hubiera venido. La parte más digna de mí no ha venido.

—No te preocupes. De verdad. Solo estaba echando un vistazo a la casa. Vivo aquí al lado. Reena Hale.

—Mandy… ¿Reena? —repitió—. Yo te conozco. —Suspiró, se limpió más lágrimas—. Vaya, en realidad no. Yo estuve en Maryland por la misma época que tú. Era la vecina de debajo de Josh Bolton. Un día coincidimos un momento, antes de que él… —Su voz se quebró, su rostro se deshizo por el dolor—. Oh, Dios, estoy hecha polvo.

—¿Conocías a Josh?

—Si. Sí. —Se llevó la mano a la boca y se meció—. Qué pequeño y terrible es el mundo, ¿verdad?

—A veces. De verdad, tengo que irme.

—Mandy, dame un minuto —empezó a decir Bo, pero Reena ya estaba meneando la cabeza y se dirigió hacia la puerta.

—No, no pasa nada. Ya nos veremos. —Y salió corriendo bajo la llovizna incesante.

—Lo siento, Bo. Tendría que haber llamado. Tendría que haber bebido hasta perder el sentido. Ve a buscarla.

Pero Bo sabía que el hechizo se había roto. Y había visto la cara de Reena cuando oyó el nombre de Josh Bolton. Más que de sorpresa, parecía de pesar.

—No pasa nada. Vamos a sentarnos.

Tal vez fuera el día, el vino, la lluvia, pero Reena llenó la bañera, se sirvió otro vaso de vino y se metió en ella. Y lloró. Lloró con el corazón, con la cabeza, con el vientre, y cuando las lágrimas se le acabaron, se sintió entumecida y mareada.

Se secó, se puso unos pantalones finos de franela y una camiseta de tirantes y luego bajó para prepararse una comida solitaria.

Su cocina parecía gris e inerte. Sola, pensó… se sentía completamente sola y vacía.

El vino y la lluvia, y seguramente también el llanto, hicieron que sintiera un incipiente dolor de cabeza. Así que, en vez de ponerse a cocinar, sacó uno de los paquetes de su madre y se calentó un poco de minestrone.

Pero lo dejó en la cocina y se sirvió más vino.

Era curioso cómo el dolor podía alcanzarte después de tantos años y clavarte sus garras con tanta fuerza. Ya rara vez pensaba en Josh, y cuando lo hacía era más bien con una punzada de pesar, no con aquel dolor tan terrible. Con tristeza por aquel chico que no llegó a adulto y con un amargo pesar.

Sus defensas estaban muy bajas, se dijo a sí misma mientras miraba la olla con la sopa. Había tenido un día duro y sentía una soledad tan intensa que era como un cuchillo en su corazón.

Miró por encima del hombro cuando oyó que llamaban a la puerta de atrás y dejó escapar un suspiro. Antes de abrir ya sabía que era Bo.

Volvía a tener el pelo mojado.

—Escucha, ¿puedo pasar un momento? Solo quería explicarte…

Ella se dio la vuelta y le dejó la puerta abierta.

—No tienes que darme explicaciones.

—Sí, en realidad sí, porque ha quedado como si… y no lo es. No. Mandy y yo somos amigos y no… bueno, antes sí, pero eso fue hace mucho tiempo. Reena… ¿quieres hacer el favor de mirarme?

Reena sabía que Bo se habría dado cuenta de que había estado llorando. No era una persona que se avergonzara de llorar, pero en aquellos momentos aquello la impacientaba, ella misma se impacientaba. Y Bo.

—He tenido un mal día. —Pero se volvió a mirarlo—. Han sido un cúmulo de cosas. Pero puedo sobrellevarlo. Me ha dado la impresión de que tu amiga ha tenido un día peor que el mío.

—Sí. Somos… amigos. —Reena vio que se metía las manos en los bolsillos, como hacen los hombres cuando se sienten terriblemente incómodos y no saben dónde meter las manos—. Y Mandy… está destrozada porque acaba de descubrir que su ex se va a casar. El muy cerdo. Perdona. El divorcio ha sido muy duro para ella, y no fue definitivo hasta hará unas dos semanas. Ha sido un golpe para ella.

Reena se apoyó contra la encimera, fue dando sorbos al vino y dejó que siguiera con su explicación. Y pensó, pobre chico, atrapado entre dos mujeres con el día tonto en una noche lluviosa y sofocante.

—Me estoy emborrachando un poco. ¿Quieres…?

—No, pero gracias. Reena…

—Para empezar, soy una buena observadora. No he interpretado la escenita de tu puerta como un encuentro entre amantes. La vi contigo en el funeral de tu abuela y me di perfecta cuenta de lo que es para ti.

—Solo somos…

—Familia —dijo ella interrumpiéndolo—. Es tu familia, Bo.

Parte de la tensión que había en el rostro de Bo se evaporó.

—Sí. Sí, es mi familia.

—Lo que he visto esta noche es una mujer profundamente afectada. Y me he imaginado que no le apetecía tener una extraña en medio. A mí no me habría gustado. En segundo lugar, si lo pensamos bien, esto te da más puntos porque demuestra que no eres tan egoísta como para echar a una amiga en apuros para poder echar un polvo conmigo. ¿Dónde está?

—Se ha dormido. No ha dejado de llorar, y al final la he metido en la cama. He visto que encendías la luz de la cocina y quería… quería darte una explicación.

—Y lo has hecho. No estoy enfadada. —Y es más, se dio cuenta de que, no solo no estaba enfadada, sino que ya no se sentía sola—. No soy una persona celosa y aún no hemos establecido ninguna norma. Ni siquiera sabemos si las habrá. Íbamos a echar un polvo, y no lo hemos hecho. —Alzó su vaso—. Ya encontraremos otro momento.

—No estás enfadada —dijo él asintiendo con el gesto—. Pero estás preocupada.

—No es por ti. —Reena cogió una cuchara para remover la sopa, para ocuparse con algo—. Al menos no es solo por ti —se corrigió—. Es el pasado. Un chico bueno y dulce que se murió.

—Josh. ¿Estabas liada con él?

—Fue el primero para mí en este mundo pequeño y terrible. —Pero ya no le quedaban más lágrimas, no, no tenía más lágrimas que derramar por él—. Es curioso, pero la noche que me viste en aquella fiesta, estuve con él. Me fui con él. Fue mi primera vez.

—Lo conocí.

La cuchara golpeó sonoramente contra la olla porque Reena volvió la cabeza bruscamente.

—¿Conocías a Josh?

—No. Pero coincidí con él un día. El día que murió. Fue el día que conocí a Mandy. Fue una cita a ciegas… una doble cita, con mi amigo Brad y una chica con la que estaba saliendo. Cuando pasamos a recogerla a su casa, Josh bajaba las escaleras. Dijo que iba a una boda.

—Oh, Dios. La boda de Bella. —Bueno, después de todo puede que sí le quedaran algunas lágrimas. Notaba cómo le escocían en los ojos—. La boda de mi hermana.

—Sí. No sabía ponerse bien la corbata. Y Mandy se la arregló.

Una lágrima se escapó y cayó en la sopa.

—Era un chico muy dulce.

—Y cambió mi vida.

Reena se secó las lágrimas, miró a Bo otra vez. Ahora sus ojos no tenían ese verde soñador, la miraban con intensidad.

—No entiendo.

—En aquella época yo salía mucho de juerga. Bueno ¿y quién no? Divagaba. Hacía planes para un futuro hipotético. Sí, algún día haré esto o aquello. Me pondré serio y arreglaré mis asuntos. Aquella mañana, después de salir con Mandy, fui a otra fiesta cuando la dejé en su casa, me levanté con una resaca de proporciones bíblicas. Desperté en el vertedero donde vivía. Y decidí ordenarlo un poco. Es lo que hacía cada seis meses más o menos, cuando ya no podía aguantar tanta suciedad. Y me dije que me pondría serio, pero es lo mismo que me decía a mí mismo cada seis meses. Entonces Brad vino a verme y me dijo lo del chico que habíamos conocido en el edificio de Mandy. Me dijo lo que le había pasado.

—Pero no lo conocías.

—No, no lo conocía. Pero… —Dejó la frase a medias y meneó la cabeza, luchando visiblemente por encontrar una forma de hacer que lo entendiera—. Pero tenía mi edad, y estaba muerto. Acababa de conocerle, había visto a Mandy arreglarle la corbata y estaba muerto. Nunca tendría la oportunidad de enderezar su vida. Iba a una boda con su mejor traje y al momento siguiente…

—Ya no existía —susurró Reena.

—Su vida se acabó de repente y ¿qué estaba haciendo yo con la mía? Echarla a perder, como había hecho mí padre con la suya. —Hizo una pausa, exhaló un suspiro—. Así que fue un momento de epifanía para mí. En vez de pasarme la vida pensando en el futuro lejano, saqué una licencia de contratista. Convencí a Brad para que comprara una casa a medias conmigo. Un antro. Mi abuela me adelantó parte del dinero. En mi vida había trabajado tan duro como en aquella casa. Oh, Dios… todo esto suena estúpido y egoísta.

—No, no es verdad. Sigue.

—Bueno, pues el caso es que cada vez que me sentía enfadado o desmoralizado o me preguntaba cómo me había metido en aquel lío y tenía que trabajar diez o doce horas al día, pensaba en Josh, que él nunca tuvo esa oportunidad. Y pensaba en lo que podría conseguir si aguantaba. Puede que lo hubiera hecho de todos modos, no lo sé. Pero nunca le he olvidado.

Reena dejó el vino, removió la sopa.

—El destino es como una patada en el culo, ¿verdad?

—No quiero perder la oportunidad que tengo contigo, Reena.

—No has perdido nada. —Después de apagar el fogón, se volvió hacia él—. No es ninguna joya lo que tienes delante. Tengo un largo historial de relaciones breves o echadas a perder, desde Josh a ti. Valoraciones equivocadas, momentos equivocados o, simplemente, mala suerte.

—Me arriesgaré. —Se acercó y bajó la cabeza para besarla—. No puedo dejarla sola esta noche.

—No, ya lo sé. Esa es una de las razones por las que no has perdido nada. Toma, llévate un poco de sopa. Si despierta, no hay nada como el minestrone de mi madre para borrar las penas.

—Gracias. De verdad. —Con aire pensativo, Bo le pasó el pulgar sobre el lunar que tenía encima del labio—. ¿Por qué no te preparo la cena mañana?

Reena sacó un recipiente para la sopa y sus labios se curvaron.

—¿Por qué no?

La luz de la sala de estar de la casa de Bo aún estaba encendida cuando Reena se preparó para irse a dormir. ¿Estaría viendo su televisor gigante? Cediendo su cama a su amiga en un momento de necesidad.

Esperaba que compartieran un poquito de minestrone, un poquito de cariño.

Reena nunca había tenido un amigo masculino que hiciera eso por ella. Los hombres que había en su vida y no eran familia eran profesores, como John, compañeros y socios. O amantes.

Era interesante y diferente compartir una amistad con un hombre antes de llevártelo a la cama o dejar que él te llevara a ti.

Apagó la luz, cerró los ojos y se durmió esperando que el sueño suavizara los efectos de aquel día tan duro.

Su teléfono sonó justo antes de las tres de la mañana. Reena se puso en alerta enseguida, y encendió la luz antes de contestar. A pesar del trabajo que tenía, recibir llamadas en medio de la noche siempre hacía que se le pusiera el corazón en un puño. Lo primero que le venía a la cabeza era la familia, accidentes, la muerte de algún ser querido.

—Sí. ¿Diga?

—Tengo una sorpresa para ti.

Una parte de su cabeza reparó en el número que aparecía en el visor. No lo conocía. Otra se concentró en la voz. Una voz baja, algo ronca, de hombre.

—¿Qué? ¿A qué número llama?

—Tengo una gran sorpresa para ti. Muy pronto. Cuando la recibas, me estaré haciendo una paja, imaginándome tu boca en mi polla.

—Oh, vamos, hombre. Si quieres despertar a alguien con una llamada obscena, por lo menos no llames a una poli.

Y colgó, anotó el número y la hora de la llamada.

Luego apagó la luz y se acostó, y se olvidó de la llamada.