14

El fuego se inició en el ático de una adorable casa de piedra arenisca de Bolton Hill. Aquel barrio de clase alta tenía parques pequeños y bonitos y árboles que bordeaban las calles.

Sus ocupantes habían perdido la segunda planta entera y buena parte del techo y algunas zonas aisladas del primer piso. El fuego se había iniciado a media mañana, entre semana, cuando no había nadie en casa.

Un vecino observador —o chismoso— vio el humo y las llamas y avisó a los bomberos.

Reena leyó los informes mientras iba al lugar de los hechos.

—No hay indicios de que se haya forzado la entrada. Los propietarios tenían un sistema de alarma. La asistenta tiene el código. El inspector de bomberos ha determinado que el punto de origen está en el ático. Periódicos, lo que quedaba de una caja de cerillas.

—Bonito barrio —comentó O’Donnell.

—Sí. Estuve mirando por aquí cuando buscaba casa. Pero siempre acababa volviendo a mi barrio de toda la vida.

—No hay nada malo en eso. He oído que tienes un vecino interesante.

Reena entrecerró los ojos al oírle.

—¿Y dónde has oído tú eso?

—A lo mejor tu padre le mencionó algo a John, y puede que John me mencionara algo a mí.

—Pues a lo mejor tendríais que hablar de cosas más interesantes que del chico de la casa de al lado.

—No tiene historial delictivo.

—¡No me digas que lo has comprobado! Por el amor de Dios.

—La seguridad ante todo. —O’Donnell le guiñó un ojo y aparcó en un sitio que había libre—. Una multa por exceso de velocidad hará unos seis meses.

—No me interesa. —Reena se apeó del coche y fue hasta el maletero para sacar su equipo de campo.

—Soltero, sin ningún matrimonio pasado.

O’Donnell, calla.

Él también cogió su equipo.

—Tiene licencia para ejercer su profesión en los condados de Baltimore y Prince George. El domicilio fiscal de su empresa está en el condado de Prince George. Es donde vive su socio. Tu amigo se mueve mucho. Cambia de domicilio cada seis u ocho meses.

—Eso es intrusión.

—Sí. —O’Donnell caminaba con paso ágil hacia la casa—. Así es más divertido. Verás, lo que este chico y su socio hacen es comprar edificios, casi siempre casas, las restauran y las vuelven a vender. Tu chico…

—No es mi chico.

—Tu chico se instala, trabaja desde dentro, adecenta el lugar, lo vende, compra otro, se instala. Por lo visto lleva haciendo lo mismo desde hace diez o doce años.

—Me alegro por él. Y ahora, si no te importa, podríamos concentrarnos en el trabajo.

Reena estudió el edificio, el ladrillo chamuscado, el ángulo en que se había desplomado el tejado. Hizo fotografías para el archivo.

—El informe dice que la ventana y la puerta del ático estaban abiertas.

—Un bonito sistema de ventilación —comentó O’Donnell—. Ahí arriba guardaban cosas, como tú. Ropa de fuera de temporada, objetos de decoración para fechas señaladas. Todo buen combustible.

—Sale la vecina —dijo Reena en voz baja, bajando la cámara—. Ya voy yo.

—Bueno, empieza. —O’Donnell cogió su maletín y se dirigió hacia la puerta.

—Señora. —Reena se sacó la placa del cinturón—. Detective Hale, de la Policía municipal de Baltimore, unidad de delitos incendiarios.

—Delitos incendiarios. Bueno, bueno. —Era una mujer menuda, con una piel oscura y cuidada como una sábana recién planchada.

—Mi compañero y yo estamos haciendo un seguimiento del incidente. ¿Es usted la señora Nichols? ¿Shari Nichols?

—Yo misma.

—Usted dio aviso a los bomberos.

—Sí. Estaba fuera, en la parte de atrás. Tengo un pequeño jardín. Y lo olí. Olí el humo.

—¿Eso fue hacia las once de la mañana?

—Hacia las once y cuarto. Lo sé porque en esos momentos pensaba que solo faltaba una hora para que mi pequeña volviera del jardín de infancia, y entonces se me acabaría la tranquilidad. —Sonrió un poco—. Es un diablillo.

—¿Cuánto tiempo llevaba fuera cuando olió el humo?

—Oh, puede que una hora. Y volví adentro durante unos minutos porque había olvidado sacar el teléfono. El inspector de los bomberos ya me ha preguntado si vi a alguien. Y no, no vi a nadie.

La mujer miró a la casa de su vecino.

—Es una pena. Pero gracias a Dios no había nadie en casa y nadie ha resultado herido. Me he asustado de verdad. Y pensar que se podía haber propagado a mi casa…

Se pasó una mano por la garganta mientras miraba los ladrillos ennegrecidos.

—Los bomberos llegaron enseguida. Eso tranquiliza un poco.

—Sí, señora. Dice que no vio nada. Y oír, ¿oyó algo?

—Oí las alarmas antiincendios del interior de la casa. Al principio no me di cuenta, porque tenía puesta la música. Pero cuando olí el humo, miré a mí alrededor y vi que salía de la ventana del ático, y entonces me di cuenta de que las alarmas estaban sonando. Creo que dentro todo está hecho un desastre. A Ella no le va a gustar.

—¿Cómo dice?

—Ella Parker, la mujer que vive ahí. Le gusta tenerlo todo en su sitio. Tenemos la misma asistenta, aunque como ahora no trabajo, solo necesito a Annie una vez al mes. Ella es muy quisquillosa. Seguro que se sentirá tan molesta por el desorden como por el fuego. No suena muy amable, ¿verdad? —añadió Shari al cabo de un momento—. No pretendía parecer insensible.

—¿Se llevan bien usted y la señora Parker?

—Lo justo. —Reena notó el tono de reserva en su voz. Permaneció en silencio—. Actuamos educadamente pero sin ser amigas —añadió la mujer después de un largo silencio—. Mi segundo hijo juega con su hijo mayor de vez en cuando.

Cambió el peso de pie y pareció incómoda al ver que Reena se limitaba a asentir.

—¿De verdad cree que fue un incendio provocado?

—Aún no hemos determinado nada.

—Oh, señor. Creo que lo mejor será que lo diga. Ella y yo tuvimos unas palabras hace unas semanas. Dios. —Se frotó el cuello con una mano—. No quiero que la policía piense que he tenido nada que ver.

—¿Y por qué lo íbamos a pensar?

—Bueno, tuvimos unas palabras un tanto fuertes, y tenemos la misma asistenta, y nuestros hijos juegan juntos. Soy yo quien llamó al 911. Anoche lo hablé con mi marido y me dijo que me estaba buscando problemas. Pero no me lo puedo quitar de la cabeza.

—¿Por qué no me dice por qué discutieron?

—Por los chicos. Su Trevor y mi Malcolm. —Dejó escapar un suspiro—. Los pillé haciendo novillos hace tres semanas. Idiotas. Hacía un día agradable, así que decidí ir dando un paseo hasta la escuela para recoger a la pequeña, llevarla al parque, dejar que comiera un rato y liberara parte de esa energía que siempre tiene. Y allí estaban los dos, corriendo por la calle en dirección al parque. Bueno, pues el caso es que los seguí, les eché un buen rapapolvo y me los llevé de vuelta al colegio.

Reena se permitió una sonrisa. Una expresión de una mujer adulta a otra.

—Apuesto a que les sorprendió bastante verla.

—No tuvieron el sentido común de mantenerse fuera de la vista. Si piensas hacer novillos, al menos hazlo bien. —Meneó la cabeza—. Cuando Ella volvió de trabajar, fui a su casa con mi chico para decírselo. Y antes de que me diera cuenta se puso a decir que si era culpa de mi hijo, y que no tenía derecho a ponerle las manos encima al suyo.

Extendió las manos.

—Lo único que hice fue cogerle de la mano y llevarle al colegio, que es donde tenía que estar. A mí me gustaría que otra persona hiciera eso por mi hijo, ¿a usted no?

—Sí, la verdad es que sí. Pero la señora Parker estaba disgustada.

—Estaba hecha una furia. Así que yo también me revolví y le dije que la próxima vez que lo viera por la calle en horario de clases pasaría a su lado como si nada. Nos dijimos más cosas, claro, pero es solo para que se haga una idea.

—Es normal que estuviera usted enfadada —apuntó Reena—. Solo quería hacer lo correcto.

—Y como recompensa va y me dicen que me meta en mis asuntos. Si lo hubiera hecho, su estúpida casa se habría quemado hasta los cimientos. Desde ese día los chicos no han vuelto a jugar juntos. Yo lo siento, la verdad. Pero no puedo permitir que Male vaya por ahí a su antojo. Según me dijo, no era la primera vez que Trevor se ausentaba del colegio, y le aseguro que el chico estaba lo bastante asustado para decirme la verdad.

—¿Dice que Trevor hace novillos con frecuencia?

—Oh, demonios. No quiero buscarle más problemas a ese chico.

—Lo mejor para el chico y para todos será que conozcamos los hechos, señora Nichols. Cuantas más cosas pueda decirme, antes podremos solucionar todo esto.

—Bueno. Oh, bueno. Yo no sé nada, pero mi hijo dice que Trevor hace novillos de vez en cuando, y que ese día le convenció para que lo acompañara. No es excusa para que Male faltara a la escuela y le he castigado como merecía. Estas últimas tres semanas le he estado llevando al colegio cada mañana y por la tarde lo voy a recoger. No hay cosa que humille más a un niño de once años que tener que ir con su madre hasta la puerta del colegio.

—Mi madre lo hizo una vez con mi hermano. Tenía doce años. Y creo que aún no lo ha superado.

—Si quiere mi opinión, creo que los padres tendrían que hacer mejor su trabajo en vez de empeñarse tanto en ser amigos de sus hijos.

—¿Es eso lo que pasa con sus vecinos?

—Sé que soy un poco cotilla —replicó Shari—. Y que conste que no tengo nada en contra de los cotilleos. Yo solo digo que no veo disciplina en esa casa. Pero eso es solo mi opinión, y mi marido me dice que la doy con demasiada frecuencia. Trevor es un poco salvaje, pero es un buen chico. Yo solo quería decir que en estos momentos quizá no estoy en muy buenos términos con Ella, pero no le desearía algo así a nadie. Supongo que habrá sido un estúpido accidente. Combustión espontánea o algo así.

—Lo comprobaremos. Gracias por dedicarme su tiempo.

Reena entró en la casa y se quedó en el vestíbulo, empapándose del tono y la atmósfera reinante. El fuego no había llegado hasta allí, pero se olía el humo. Las labores de extinción habían provocado algunos desperfectos insignificantes. Había barro y hollín por el suelo y las escaleras.

Pero en ese momento entendía lo que había querido decir la vecina. Si mirabas más allá del desorden provocado por el incendio, todo se veía impecable. Muebles relucientes bajo la capa de ceniza, flores en los jarrones, cojines y cortinas con colores coordinados, y todo escogido para realzar el tono de las paredes y de los objetos decorativos.

Arriba se encontró con lo mismo. El dormitorio principal se había llevado la peor parte. Pintura desconchada, techos quemados, daños provocados por el agua y el fuego.

El edredón de la cama había ardido, así como las cortinas a juego. Las persianas de madera natural estaban quemadas.

Reena veía perfectamente la trayectoria que había seguido el fuego. Venía de las escaleras que bajaban del ático, y se había abierto paso por el suelo de madera y la alfombra antigua.

Avanzó por el pasillo y encontró dos despachos. Más antigüedades, notó, más decoraciones cuidadosas.

La habitación del chico estaba al otro extremo del pasillo. Era grande y espaciosa, con decoración de tema futbolístico. Postores enmarcados, mucho blanco y negro con salpicaduras de rojo. Estanterías rigurosamente ordenadas. Nada de juguetes tirados por el suelo, ni montones de ropa sucia.

Reena cogió el archivo y comprobó la información. Luego sacó su móvil e hizo una llamada.

O’Donnell estaba trabajando las diferentes capas de escombros cuando ella subió con tiento por la escalera afectada.

—Es un detalle que vengas a ayudarme.

—Tenía que hacer algunas comprobaciones. —Levantó la vista y estudió el cielo—. La mayoría del fuego se dirigió hacia arriba. Han tenido suerte. Los desperfectos en el primer piso no son importantes. Y en la planta baja solo hay algo de suciedad por el agua y el humo.

—Por el momento no he encontrado nada que apunte al uso de un acelerante. Punto de origen en la esquina sudeste de la casa. —Y se lo indicó con el gesto, mientras ella tomaba más fotografías—. Se extendió al contrachapado y al aislamiento de detrás, subió hacia arriba y prendió el tejado.

Reena se acuclilló, removió unos escombros con unos guantes puestos y sacó lo que quedaba de una fotografía quemada.

—Fotografías. Un montón de fotografías; seguramente actuaron como acelerador.

—Sí, una bonita hoguera de fotos. El fuego sube, sale al exterior. Bolsas con cosas guardadas, con ropa, cajas con objetos decorativos. Todo esto debió de alimentarlo y ayudó a que siguiera escaleras abajo. Con el impulso del oxígeno que tenía, gracias a la ventana y la puerta, que estaban abiertas.

—¿Has buscado huellas? En la manilla de la puerta, el marco de la ventana.

—Te estaba esperando.

—He tenido una bonita charla con la vecina. ¿A que no adivinas a quién le gusta hacer novillos?

O’Donnell se echó hacia atrás y se puso en cuclillas.

—Tú dirás.

—El joven Trevor los ha hecho seis veces en los últimos tres meses. El día del incendio, llegó tarde, entre las once y las once y media. Llevaba una nota —añadió— donde se decía que había ido al médico.

Empezó a buscar huellas en la madera quemada del marco de la ventana.

—En la escuela llevan un registro con la información médica de los alumnos y logré que me dieran el nombre del médico de Trevor. No tenía cita ese día.

—En el informe tampoco pone nada de eso —señaló O’Donnell—. Los dos padres estuvieron en el trabajo hasta que se les avisó por el incendio.

—Aquí hay una huella de un pulgar. Es pequeña. Yo diría que es de un niño.

—Será mejor que tengamos una charla con los Parker.

Ella Parker era una mujer elegante de treinta y ocho años. Era vicepresidenta de marketing de una empresa local y se presentó en la comisaría con un maletín de Gucci. Su marido dirigía el departamento de compras de una empresa de investigación y desarrollo.

Él llevaba un Rolex y mocasines italianos.

Habían traído a Trevor con ellos, tal como se les había pedido. Era un niño menudo y enjuto de nueve años que llevaba unas zapatillas deportivas de doscientos dólares y expresión taciturna.

—Les agradecemos que hayan venido —empezó a decir O’Donnell.

—Si tienen alguna novedad queremos oírlo. —Ella dejó su maletín sobre la mesa que tenía delante—. Estamos arreglándolo con las compañías de seguros, y tenemos que volver lo antes posible a la casa para poder empezar las reparaciones.

—Entendido. Aunque ya hemos determinado la causa del fuego, aún hay algunas cuestiones pendientes.

—Supongo que habrán hablado con nuestra antigua asistenta.

—¿Antigua? —terció Reena.

—La despedí ayer. No hay duda de que es la responsable. Nadie más tenía el código del sistema de alarma. Ya te dije que era un error —le comentó a su marido.

—Nos vino con muy buenas recomendaciones —le recordó él—. Y lleva seis años con nosotros. ¿Por qué razón iba a querer provocar un incendio en nuestra casa?

—La gente no necesita ninguna razón para hacer cosas malas. Las hacen y ya está. ¿Han hablado con ella? —preguntó en tono exigente.

—Lo haremos.

—No entiendo cómo no la pusieron la primera de la lista. O por qué nos han hecho venir a esta hora. ¿Tienen idea del tiempo, el estrés y la energía que hay que gastar cuando tienes un incendio en casa?

—Pues en realidad, sí —dijo Reena—. Y siento que tengan que pasar por esto.

—Varios objetos personales de miles de dólares han quedado destruidos, por no hablar de los daños en la casa. He tenido que cancelar citas y reorganizar totalmente mi agenda…

—Ella. —La voz de William Parker tenía tono de hastío, y a Reena le pareció que era algo habitual.

—Déjate de «Ella» —espetó la mujer—. Soy yo la que se está encargando de todo. Aunque claro, tú nunca… —Se interrumpió ella sola, levantó una mano—. Lo siento, estoy muy alterada.

—Es comprensible. ¿Puede decirnos con cuánta frecuencia sube al ático?

—Al menos una vez al mes. Y hacía que la asistenta lo limpiara regularmente.

—¿Señor Parker?

—Dos o tres veces al año, creo. Para subir o bajar trastos. La decoración de Navidad, ese tipo de cosas.

—¿Trevor?

—A Trevor no le dejamos subir al ático —terció Ella.

Reena captó la rápida mirada que el niño le lanzó a su madre antes de volver a clavar la vista en la mesa.

—Cuando yo era pequeña me gustaba jugar en el ático. —Reena habló con tono informal—. Siempre había cosas interesantes allí arriba.

—Ya he dicho que no le dejamos subir.

—Lo que a un niño se le permite y lo que hace no siempre es lo mismo. Según la información que tenemos, Trevor falta a veces a la escuela.

—Lo hizo una vez… y no le permito que juegue con el niño responsable de aquello. No creo que eso sea asunto suyo.

—Trevor no estaba en la escuela la mañana del incendio. ¿Verdad, Trevor?

—Pues claro que estaba. —La ira y la impaciencia le daban a su voz un tono cada vez más áspero—. Mi marido y yo lo fuimos a recoger cuando nos avisaron del incendio.

—Pero no llegaste al colegio hasta casi mediodía, ¿verdad, Trevor? Llegaste tarde. Con una nota que decía que habías ido al médico.

—Eso es ridículo.

—Señora Parker. —O’Donnell utilizó un tono de voz lento y paciente—. ¿Hay alguna razón que le impida contestar por sí mismo?

—Soy su madre, y no pienso consentir que la policía lo interrogue o lo intimide. Hemos sido víctimas de una desgracia y ahora pretenden hacer una acusación velada a mi hijo de nueve años. —Se puso en pie—. Ya he tenido bastante. Vamos, Trevor.

—Ella, cállate. Cierra la boca durante cinco jodidos minutos. —William la dejó de lado y se concentró en el niño—. Trevor, ¿has vuelto a hacer novillos?

El niño levantó un hombro, miró a la mesa. Pero Reena vio el destello de las lágrimas en sus ojos.

—¿Subiste al ático esa mañana, Trevor? —le preguntó con voz suave—. ¿Para jugar o curiosear un poco?

—No quiero que le interrogue —dijo Ella.

—Pero yo sí. —Su marido se puso de pie—. Si no eres capaz de llevar esto, sal de la habitación. Si Trevor tiene algo que decir, quiero saberlo.

—Como si te importara. Como si te importáramos ninguno de los dos. Estás demasiado ocupado tirándote a tu rubia de las tetas grandes para preocuparte por nosotros.

—Estoy tan ocupado tratando de aguantar en la misma casa que tú que no me he preocupado lo bastante por mi hijo.

—Cabrón, no he oído que negaras que me estás engañando con otra.

—¡Basta! ¡Basta! —Trevor se tapó los oídos—. ¡Dejad de gritar todo el tiempo! No quería hacerlo. No quería. Solo quería ver qué pasaba.

—Oh, Dios. Oh, Dios mío, Trevor. ¿Qué has hecho? No digas una palabra más. No permitiré que diga nada más —le dijo Ella a Reena—. Voy a llamar a mi abogado.

—Basta ya, Ella. —William puso una mano en el hombro de su hijo. Luego bajó la cabeza y la apoyó sobre la cabeza del niño—. Lo siento, chico. Tu madre y yo lo hemos complicado todo. Pero lo superaremos. Y tú también tienes que hacerlo. Dinos lo que pasó.

—Estaba enfadado. Estaba enfadado porque os estabais peleando otra vez y yo no quería ir al colegio. Y no fui.

Reena le pasó un pañuelo de papel.

—¿Y volviste a casa?

—Solo quería jugar en mi habitación y mirar la tele, pero…

—Estabas enfadado.

—Se van a divorciar.

—Oh, Trev. —William volvió a sentarse—. No es culpa tuya.

—Tú has destrozado la casa. Eso es lo que mamá dijo. Que la estabas destrozando, así que pensé que si había un incendio te quedarías para arreglarlo todo. Pero no quería hacerlo. Cogí cerillas y prendí las fotografías y los periódicos, y luego no pude apagarlo. Me dio miedo y salí corriendo. Tenía la nota porque la había escrito antes con el ordenador. Y me fui al colé.

—Todo esto es culpa tuya —escupió ella.

William le cogió la mano a su hijo.

—Claro, ¿por qué no? Tengo mucha parte de culpa. Pero superaremos esto, hijo. Es bueno que hayas dicho la verdad. Ya verás como todo va bien.

—Si la casa se hubiera quemado, no os divorciaríais. —Trevor hundió la cara en el pecho de su padre—. No te vayas.

Reena llegó tarde a casa, deprimida. No habría ningún final perfecto ni fácil para Trevor Parker. La terapia ayudaría, pero eso no haría que la familia volviera a estar unida. En opinión de Reena, aquello estaba cantado.

Había demasiadas parejas condenadas.

Por cada Fran y Jack, por cada Gib y Bianca, había parejas que fracasaban en el otro lado de la balanza, y normalmente superaban al número de las que salían adelante.

A lo mejor la casa de aquel niño no se había quemado de arriba abajo, pero desde luego estaba destrozada.

Aparcó delante de su nuevo hogar, bajó del coche y lo cerró.

Y vio a Bo sentado en los escalones de su casa, con una botella de cerveza.

Prácticamente no le hizo caso… todo en él parecía complicado y absorbente. Lo más fácil, pensó, será entrar en casa y cerrar la puerta. Y dejar fuera las dificultades de la jornada.

Pero el caso es que fue hasta donde estaba y se sentó junto a él.

Le cogió la cerveza y dio un buen trago.

—Como me digas que estabas sentado esperando a que volviera me vas a asustar.

—Entonces no te lo digo. Lo que puedo decir es que estaba disfrutando de una bonita tarde con una buena cerveza en la puerta de mi casa. ¿Un día difícil?

—Triste.

—¿Alguien se ha muerto?

—No. —Reena le devolvió la cerveza—. Y esa es una pregunta que me obliga a ver lo que ha pasado hoy con perspectiva. Muchas veces muere gente. Y si de un sitio no se puede volver es de la muerte.

—¿Cómo? ¿No creéis en la reencarnación? ¿Dónde está el karma?

Ella sonrió, y se sorprendió a sí misma.

—Hoy no he tenido que enfrentarme a nadie que piense volver reencarnado en un perro. No era más que un niño que ha quemado su casa pensando que así mantendría unidos a sus padres.

—¿Está herido?

—Físicamente no.

—Algo es algo.

—Sí. Me dijiste que tus padres se divorciaron cuando eras pequeño.

—Sí. —Dio un trago a la cerveza, cuando Reena se la devolvió—. Fue… desagradable. Vale —dijo corrigiéndose cuando vio que ella se limitaba a mirarlo—, fue un infierno. No creo que te apetezca acabar de estropearte el día escuchando mis traumas de la infancia.

—Mis padres llevan casados treinta y siete años. A veces es como si fueran un solo cuerpo con dos cabezas. Discuten, pero nunca es algo desagradable, no sé si me entiendes.

—Oh, sí, claro.

—Casi diría que están pegados, pero ¿sabes? En realidad ellos son el pegamento. La solidez de su matrimonio intimida, porque los ves y no quieres conformarte con nada menos bueno.

—Podríamos empezar con una cena. Y ver adonde lleva.

—Podríamos. —Reena le cogió la botella otra vez, bebió con aire pensativo. Podía oler el jabón que Bo había usado, y algo más. Aceite de linaza, tal vez. Algo que utilizaba con la madera—. O podríamos entrar y follar como locos. Eso es lo que quieres, ¿no?

—Bueno, no estaría mal. —Dejó escapar un je je nervioso y estiró las piernas—. No puedo decir que no quiera porque… mira, soy un hombre. Y sí, follar como un loco contigo sería perfecto para mí. Llevo pensando en hacer el amor contigo unos siete diecisieteavos de mí vida.

Un bufido muy poco femenino brotó de sus labios.

—¿Siete diecisieteavos?

—He redondeado un poco la cifra, pero sí, lo he calculado. Así que si se hace realidad, para mí será algo grande. Por otra parte, he pasado siete diecisieteavas partes de mi vida pensando en hacer el amor contigo, así que esperar un poco más no me hará daño.

—Eres muy divertido, Bowen.

—Sí, puedo ser divertido. Y puedo ser serio, o astuto, o informal. Soy un hombre con diferentes facetas. Si quieres, podemos cenar y te enseño unas cuantas.

—Puede. Mi compañero te ha investigado.

—¿Investigarme?

Esta vez ella rio y estiró las piernas.

—Ha comprobado tus antecedentes.

—¡No jodas! —Más que insultado, parecía fascinado—. Uau. ¿Y he aprobado?

—Parece que sí. —Su frente se arrugó mientras lo estudiaba—. ¿Por qué no estás enfadado? Yo me enfadé.

—No sé. Creo que tiene su gracia. Creo que nunca me habían investigado.

—Tengo una familia numerosa, ruidosa, irritante y a menudo meticona y sobreprotectora. Son el centro de mi vida, incluso cuando no quiero que lo sean.

—Yo soy hijo único de una familia dividida. Siente mi dolor.

—No veo que sientas ningún dolor.

—No. Pero tampoco significa que tu familia me asuste. Solo quiero tocarte. —Le pasó una mano por el brazo, por el hombro, y le hizo volver la cara para mirarla a los ojos—. A lo mejor no eres lo que veo en mi cabeza, pero llevas mucho tiempo ahí. Solo quiero comprobarlo.

—Las relaciones no van conmigo. O, más exactamente, yo no voy con ellas. ¿Has pensado lo incómodo que puede ser que vivamos al lado si al final acabamos odiándonos?

—Uno de los dos tendría que irse. Pero mientras tanto… —Estiró el brazo hacia atrás para abrir la puerta, y dejó la botella vacía dentro—. ¿Quieres dar un paseo? He oído que hay un italiano muy bueno cerca de aquí. Podríamos comer algo.

—De acuerdo. —Apoyó las manos en las rodillas y deseó no estar equivocándose—. De acuerdo, vamos a dar un paseo.