12

Mírala, sentada en un coche, fumando un Camel. La pequeña puta ha prosperado. Ahora va con el señor Traje Fino en un Mercedes. Uno como ese debe de costar el menos treinta de los grandes. Ya me gustaría a mí tener uno. O a lo mejor se lo mango. ¿No sería cojonudo? El señor Traje Fino sale, fardando con su abrigo de cachemira, y resulta que ya no hay coche.

Sería divertido.

Pero primero el juego consiste en espiar.

Cojo mis binoculares. La puta se deja las persianas sin bajar la mayoría de las veces. Seguro que le gusta que los tíos se masturben mientras la espían.

No hay putas como las católicas.

Están en la sala. Vaya, parece que hay jaleo. A lo mejor los tortolitos tienen una discusión. Tendría que haberme traído una cerveza. Es más divertido espiar con una cerveza fría.

Mírala. La carita sexy, el pequeño lunar, los labios carnosos. En vez de una cerveza, una erección.

Ahora entra en la habitación. Eso me gusta. ¡Quítate la ropa, nena! Venga, hazlo por papi.

¡Uau! ¡Menudo guantazo! Me parece que alguien está un poquito enfadado. A ver si le arrea otra vez. Venga, señorito Traje Fino, dale a esa puta otra vez. Los fans de la primera fila queremos verlo.

Señor, qué nenaza. ¿Y dejas que una tía te gane?

Me fumaré otro pitillo. Tengo que pensar. A lo mejor le doy una patada en el culo cuando salga. O le atizo hasta matarlo. Con una tubería o un bate. Y que se le llene su traje fino de sangre. Todos los dedos la señalarían a ella. Podrían señalarla a ella.

A ver cuánto dura en su bonito puesto de policía cuando sea sospechosa de asesinato.

Sería divertido. Y ella nunca sabría la verdad, ¿no?

El señorito Traje Fino ya sale, cojeando, como si se le hubieran puesto los huevos del tamaño de un melón. Qué risa. Le ha dado un buen rodillazo, sí, señor.

Y aún me estoy riendo cuando arranco para seguir al Mercedes.

Qué cochazo.

Y sonrío, sí, tengo una enorme sonrisa en la jeta, porque he tenido una idea mejor. Mejor, y muy divertida.

Necesito un poco de tiempo, pero es lo que tienen las cosas buenas. Tendré que dar un rodeo, conseguir el material. Pero que sea sencillo. Las cosas sencillas siempre salen mejor. Siempre a lo sencillo, ese es mi lema.

Y ya que estoy, mientras lo preparo todo me tomaré esa cerveza. Explosivos 101. Ella ya sabrá manejarlos. Seguro. Los de la unidad de delitos incendiarios son culo y mierda con los de explosivos. Ah, un artefacto cojonudo. Y sencillo. Niños, no intentéis hacer esto en vuestra casa.

Bueno, ya es muy tarde, muy, muy tarde. La muy zorra ya estará durmiendo, sólita. No hay mucho tráfico. Esta ciudad está muerta a las cuatro de la mañana. El culo del mundo. Y a él aquel sitio tan jodidamente encantador no le había dado más que problemas.

El señorito Traje Fino ya está en su apartamento fino, durmiendo con sus pelotas hinchadas. Sería divertido cargármelo. Tan fácil, tan suculento. Pero esto es mejor. Unos minutos con el de los treinta papeles y listos. Cerrado y preparado.

Y ahora me voy, y me alejo un poco con el coche. Ya que estoy, vale la pena que vea cómo empieza el espectáculo.

Me enciendo otro pitillo y espero a que empiecen los fuegos artificiales.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno.

¡Boom!

Mira cómo vuela. Mira cómo se quema.

Oh, sí, señor, un buen trabajo. Un trabajo de cojones. Y ahora todos los dedos van a señalar, porque el señorito Traje Fino se va a encargar de eso. Se aguantará sus pelotas hechas mierda y la señalará a ella.

Un buen trabajo.

Aunque lo del coche es una pena.

A las seis de la mañana, treinta minutos antes de que sonara el despertador, Reena se despertó cuando oyó que alguien aporreaba la puerta. Se obligó a levantarse de la cama e instintivamente se llevó los dedos al pómulo cuando notó el dolor.

Un dolor que se extendía hasta el oído, pensó con enfado. Los que son como Luke saben muy bien dónde apuntan.

Se puso una bata, evitando mirarse en el espejo que había sobre el vestidor, y salió sigilosamente de la habitación.

Miró por la ventana y se sintió desconcertada. Se revolvió el pelo y abrió la puerta.

¿O’Donnell? ¿Capitán? ¿Hay algún problema?

—¿Te importa si entramos un momento?

En los ojos de O’Donnell Reena vio nubes de tormenta, que solo sirvieron para aumentar su confusión.

—Mi turno no empieza hasta las ocho.

—Tienes un bonito morado —dijo O’Donnell señalando su cara con el gesto—. Y parece que el ojo va por el mismo camino.

—He tenido un pequeño problema. ¿Todo esto es por el email que te he mandado? No había necesidad de darle tanta importancia.

—No he comprobado mi correo. Estamos aquí por un incidente en relación con Luke Chambers.

—Vaya, no me digas que ha presentado una queja porque le eché de mi casa. —Reena apartó una silla para sentarse, y el rubor que se abrió paso por el moretón era tanto de ira como de bochorno—. Habría preferido mantener esto en privado, pero te he mandado el email con las fotos por si se ponía pesado. Y veo que lo ha hecho.

—Detective Hale, tenemos que preguntarle dónde ha estado esta madrugada entre las tres y media y las cuatro.

—Estaba aquí. —Ahora sus ojos fueron hacia el capitán Brant—. He estado aquí toda la noche. ¿Qué ha pasado?

—Alguien ha quemado el coche de Chambers. Él insiste en que ha sido usted.

—¿Quemar su coche? ¿Está herido? Oh, Dios. —Se dejó caer sobre la silla—. ¿Está muy malherido?

—No estaba en el vehículo cuando se produjo el incendio.

—Vale. —Cerró los ojos—. Vale. No lo entiendo.

—Anoche el señor Chambers y usted tuvieron un altercado.

Ella miró a su capitán, y notó la presión de los nervios.

—Sí, durante el cual él me golpeó en la cara y me derribó. Luego me levantó de un tirón y me amenazó con hacerme más daño. Yo me protegí, golpeándole con fuerza en el mentón y clavándole la rodilla en la entrepierna. Y le dije que se fuera.

—¿Amenazó en algún momento al señor Chambers con un arma?

—Con una lámpara. —Reena se agarró con fuerza la bata—. La lámpara de mi dormitorio. La cogí y le dije que si no se iba estaba lista para otro asalto. Estaba furiosa. Por Dios, que me acababa de pegar. Y pesa por lo menos dieciocho kilos más que yo.

Pensar en aquello, el shock, el momento en que tuvo conciencia de que le había hecho daño, hizo que los músculos se crisparan bajo su piel. Tragó muy despacio, mientras sentía que la garganta le quemaba.

—Si hubiera intentado golpearme otra vez, me habría defendido por todos los medios. Pero no fue necesario, porque se fue. En cuanto cerré la puerta eché el cerrojo, tomé las fotografías con la cámara digital y envié un correo electrónico a mi compañero por si a Luke se le ocurría cambiar la historia y denunciarme.

—Un hombre le ataca en su casa y no informa.

—Exacto. Me ocupé personalmente, y esperaba que la cosa quedara ahí. No sé nada de su coche ni de ningún incendio.

El capitán se echó hacia atrás en su asiento.

—Él ha hecho varias declaraciones. Dice que él fue el agredido. Que estaba bebida y alterada porque le dijo que le iban a trasladar a Nueva York. Que cuando trataba de calmarle, de hacerla razonar, la golpeó sin querer.

Los nervios se convirtieron en indignación, mezclada con una buena dosis de desagrado. Volvió la mejilla amoratada.

—Mirad bien. ¿Es ese el aspecto que tiene cuando alguien te da un golpe sin querer? Pasó como he dicho. Sí, los dos habíamos bebido. Y yo no estaba borracha. Él estaba furioso porque le dije que no quería ir con él a Nueva York. Rompí con ese hijo de puta, y no, no le quemé su coche. No he salido de aquí desde que entré, aproximadamente a las diez de la noche.

—Intentaremos verificarlo —empezó a decir O’Donnell.

—Yo misma lo verificaré. —Ya no se aferraba con las manos al regazo; en ese instante se estaba agarrando a los brazos de la silla. Era la única forma de evitar que sus manos se convirtieran en puños por la rabia—. Hacia las once llamé a una amiga, porque no dejaba de compadecerme de mí misma y me dolía la cara y estaba muy enfadada. Un momento.

Se levantó y entró en su dormitorio.

—Gina, ponte una bata y sal un momento, ¿quieres? Es importante.

Cerró la puerta y volvió fuera.

—Gina Rivero… Rossi —se corrigió—. La mujer de Steve Rossi. Vino a casa. Le dije que no hacía falta, porque se acaban de casar, pero vino de todos modos con un montón de helado y estuvimos levantadas hasta…, no sé, hasta después de medianoche. Comiendo helado, despotricando sobre los hombres. Ella insistió en quedarse por si Luke volvía y trataba de entrar.

La puerta del dormitorio se abrió y Gina salió, despeinada e irritada.

—¿Qué pasa? Pero ¿vosotros sabéis qué hora es? —Y enfocó la mirada lo bastante para mirar a los dos hombres—. ¿Qué? ¿Reena?

—Gina, ya conoces a mi compañero, el detective O’Donnell, y el capitán Brant. Tienen que hacerte un par de preguntas. Prepararé un café.

Reena fue a la cocina, se apoyó en la encimera y respiró hondo. Tenía que pensar, y tenía que hacerlo como un poli que se está jugando el cuello. Aunque aún no acababa de entender que alguien hubiera prendido fuego al coche de Luke. ¿Cómo había pasado? ¿Por qué? ¿Por qué iba a elegir nadie a Luke? ¿Había sido una casualidad?

Se separó de la encimera y se obligó a seguir los pasos para preparar el café. Sacar el café de la nevera, molerlo. Poner un poco más para la cafetera, una pizca de sal.

Ella no tomaba café, pero tenía en casa por Luke. Cuando lo pensó, volvió a sentir un profundo disgusto. Había mimado y cuidado a aquel cabrón y ¿qué había conseguido a cambio? Un ojo morado y la posibilidad de que la sometieran a una investigación interna.

El café empezó a salir, y Reena se quedó mirando la jarra de cristal. Oyó que la voz de Gina se levantaba en la otra habitación. Indignada y ofendida.

—Seguro que el muy cerdo lo ha hecho personalmente. Para joderla. ¿Le han visto la cara?

Reena cogió unas tazas y sirvió mitad y mitad en una pequeña jarra blanca. Que hubiera una crisis no significaba que tuviera que dejar de ser hospitalaria, se recordó. Su madre le había inculcado ese tipo de cosas desde pequeña.

O’Donnell apareció en el umbral.

—Hale, ¿puedes venir, por favor?

Ella asintió, cogió la bandeja. Cuando la dejó en la mesa, vio que Gina aún tenía las mejillas encendidas por la indignación.

—Todo esto es rutinario —dijo, y tocó la mano de su amiga antes de servir el café—. Es el procedimiento. Tienen que preguntar.

—Pues en mi opinión es absurdo. Él te pegó. Y no es la primera vez.

—¿Ese individuo te había golpeado anteriormente?

Reena se tragó la vergüenza.

—Me había dado un bofetón. Una vez, y pensé que había sido un accidente, es lo que él me dijo. No lo sé. Fue durante una discusión… muy poco importante. Fue un momento y no pasó nada. Lo de anoche fue diferente.

—La señora Rossi ha corroborado su declaración. Si Chambers insiste, quizá habrá que informar a la Oficina de Asuntos Internos. —Brant meneó la cabeza antes de que Reena pudiera decir nada—. Pero ya se lo quitaré de la cabeza. —Cogió su café, se puso crema de leche—. ¿Sabe si hay alguien que quiera perjudicarle?

—No. —La voz estaba a punto de quebrársele. Asuntos Internos. Acababan de darle su placa de detective y estaba empezando a desempeñar el trabajo para el que la habían entrenado, el trabajo con el que llevaba soñando media vida—. No —volvió a decir, tratando de mantener la calma—. Acaban de ascenderle. Imagino que tuvo que superar a otros candidatos. Pero no me imagino a un broker quemándole el Mercedes.

—En Internet puedes encontrar páginas donde se explica cómo se hace —le recordó O’Donnell—. ¿Y sus clientes? ¿Te ha hablado alguna vez de algún cliente preocupado por su forma de llevar los negocios?

—No. Se quejaba del trabajo… porque llevaba demasiadas cosas y no le valoraban lo suficiente. Pero básicamente le gustaba alardear.

—¿Otra mujer?

Reena suspiró, deseó beber café. Al menos habría tenido algo que sujetar entre las manos.

—Hace unos cuatro meses que salimos, y que yo sepa ha sido de forma exclusiva. Salía con alguien antes de conocerme. Ah… Jennifer, no conozco su apellido. Según él, una bruja, por supuesto. Egoísta, exigente, quisquillosa. Me imagino que las mismas cosas que dirá ahora de mí. Creo que trabajaba en la banca. Siento no poder decirles más.

Enderezó los hombros, más serena.

—Creo que tendrían que registrar mi apartamento y el coche. Cuanto antes se aclare todo esto, mejor.

—Tienes derecho a un abogado del departamento.

—No necesito un abogado. Él me golpeó, yo le respondí. Y ya está.

Sí, ahí se acababa el asunto. No permitiría que una estupidez manchara su reputación o arruinara su carrera. No lo permitiría.

—Lo otro no tiene nada que ver conmigo. Cuanto antes lo demostremos antes podré volver al trabajo y antes podrá seguir esta investigación por otras vías.

—Siento todo esto, Hale.

Ella miró a su compañero y meneó la cabeza.

—No es culpa tuya. Ni del departamento, ni mía.

Reena se negó a sentirse avergonzada o insultada por tener que permitir que sus compañeros registraran su casa y sus cosas. Cuanto más concienzuda fuera aquella investigación no oficial, antes se acabaría todo aquello.

Cuando terminaron con el dormitorio, entró con Gina para vestirse.

—Esto es indignante. No sé cómo lo toleras.

—Quiero que mi historial siga limpio. No hay nada que encontrar. Así que podrán investigar por otras vías. —Pero estaba con su amiga, así que por un momento cerró los ojos, se llevó la mano al vientre—. Me siento un poco mareada.

—Oh, cielo. —Gina la abrazó con fuerza—. Esto es muy fuerte. Pero acabaran enseguida. Cinco minutos y ya habrán acabado.

—Eso es lo que trato de decirme a mí misma. —Pero incluso cinco minutos estando bajo sospecha eran demasiado—. Lo único que apunta hacia mí es que anoche Luke y yo nos peleamos. —Se aparto de su amiga y se puso un jersey—. Cuando pasan este tipo de cosas, siempre hay que comprobar al ex… sobre todo si resulta que es una poli de la unidad de delitos incendiarios. A veces la persona que enciende los fuegos es la misma que los investiga o que acude a apagarlos. Supongo que ya has oído historias sobre eso. —La voz le temblaba un poco—. Encienden un fuego para poder hacerse los héroes y apagarlos, o simplemente para vengarse de alguien.

—No es tu caso. Sé que tú no eres así.

—Pero podría pasar, Gina. —Se tapó los ojos y pestañeó al notar que el dolor de la mejilla volvía—. Si yo estuviera trabajando en este caso, investigaría bien a la ex que sabe perfectamente cómo iniciar un fuego en un coche.

—Muy bien. Y cuando la hubieras investigado a conciencia la descartarías. No solo porque nunca le haría daño a nadie y nunca utilizaría el fuego para vengarse de otra persona, ni siquiera del cabrón más grande del mundo. Sino porque descubrirías que ha pasado la noche en su casa, comiendo helado con su mejor amiga.

—También tendría que preguntarme si esa buena amiga estaría dispuesta a encubrirla. Por suerte, la amiga tiene un bombero por marido que sabe que contestó a una llamada de socorro y fue a socorrer a su amiga. Eso juega en mi favor. Y también el hecho de que Luke haya mentido sobre esto. —Se dio un suave toquecito con el dedo en la mejilla—. Que es otra cosa que él tendrá en su contra. Nadie que vea esto pensaría que ha sido un accidente. Hice fotografías para dejar constancia y, por suerte, tú no me hiciste caso y viniste para quedarte conmigo.

—Steve insistió tanto como yo. Quería venir él también, pero pensé que no te sentirías cómoda con un hombre cerca.

—No, no habría estado cómoda. —La sensación de vértigo que tenía en el estomago se aplacó cuando pensó con calma y estudió los hechos como haría frente a un caso—. Mi currículo esta limpio, Gina, y así seguirá.

Iba a coger el maquillaje, para disimular el moretón. Pero pensó: «¡Qué demonios!».

—Tengo que bajar y decírselo a mis padres. Lo oirán en las noticias. Prefiero que lo sepan por mí.

—Bajaré contigo.

—Tienes que volver a tu casa y prepararte para ir al trabajo.

—Llamaré y diré que estoy enferma.

—No, no lo hagas. —Se acercó y besó a Gina en la mejilla—. Gracias, amiga.

—Nunca me gustó ese imbécil. Me imagino que queda fatal que lo diga ahora. —Gina alzó el mentón, y sus ojos seguían llenos de rabia—. Pero no me gustaba, por muy guapo que fuera. Cada vez que abría la boca, solo sabía decir yo, yo, yo. Y era demasiado posesivo.

—¿Qué puedo decir? Si tienes razón, tienes razón. A mí me gustaba porque está como un tren, porque en la cama es genial y porque me necesitaba. Qué infantil… —Se encogió de hombros—. Superficial… como él.

—Tú no eres superficial. ¿Qué pasa, te ha lavado el cerebro?

—Puede. Pero lo superaré. —Dejó escapar un suspiro y se miró en el espejo. El moretón del ojo empezaba a subir de color—. Ahora tengo que hablar con mis padres. Qué divertido, ¿verdad?

Bianca se puso a batir los huevos en un cuenco con la furia concentrada de un boxeador de peso medio que se contiene para hacer creer a su adversario que está vencido.

—¿Por qué no está en la cárcel? —preguntó con tono indignado—. No, mejor, ¿por qué no está en el hospital? ¡Y tú! —Un chorreón de huevo saltó por los aires cuando giró el tenedor y apuntó con él a su hija—. ¿Cómo no viniste a decírselo a tu padre para que pudiera mandar a ese cerdo al hospital antes de que lo arrestaras?

—Mamá. Ya me he encargado de todo.

—Ya te has encargado. —Bianca siguió batiendo los huevos, que ya estaban más que listos—. ¡Que ya te has encargado! Bueno, Catarina, deja que te diga una cosa. Hay cosas que, por muy mayor que seas, siguen siendo asunto de tu padre.

—Dudo que papá hubiera ido a buscar a Luke para hacerle picadillo. Él…

—Te equivocas. —Gib habló con suavidad. Estaba de espaldas a ellas, mirando por la ventana—. En eso te equivocas.

—Papá. —No podía imaginarse a su padre, siempre tan sereno, persiguiendo a Luke y metiéndose en una pelea. Pero entonces se acordó de cuando se había enfrentado al señor Pastorelli años antes—. De acuerdo. —Reena se llevó las manos a las sienes, se echó el pelo hacia atrás—. De acuerdo. Pero, dejando aparte el honor de la familia, no me gustaría que detuvieran a papá por agresión.

—¿Tampoco querías que detuvieran a ese hijo de puta? —espetó su madre—. Eres demasiado blanda para ser policía.

—No estaba siendo blanda. Mamá, por favor.

—Bianca. —De nuevo la voz serena de Gib hizo que se hiciera el silencio. Pero esta vez el hombre se dio la vuelta y miró a su hija—. ¿Y qué estabas haciendo exactamente?

—Estaba siendo práctica, o eso pensaba. Eso esperaba. La verdad es que estaba anonadada. Hace meses que salgo con Luke y no había sabido interpretar ninguna de las señales. Ahora lo veo todo muy claro, pero cuando me golpeó, me quedé tan sorprendida… Si eso va a hacer que os sintáis mejor, creo que yo le he hecho más daño a él que él a mí. Va a ir cojo unos cuantos días.

—Menudo consuelo. —Bianca echó los huevos en un molde de metal—. Y ahora encima te busca problemas.

—Bueno, alguien le ha quemado el coche.

—Me gustaría llevarle un pastel.

—Mamá —dijo Reena reprendiéndola con una media sonrisa—. Que esto es muy serio. Alguien podía haber resultado herido. No me preocupa especialmente la investigación. Por suerte, Gina puede corroborar que estuve en casa toda la noche. Y no hay nada que pueda vincularme al fuego aparte de la pelea con Luke. Me sentiré mejor cuando descubran quién lo ha hecho, pero no estoy preocupada. Estoy triste —reconoció—. Y siento haber tenido que daros este disgusto.

—¿Te había pegado antes? —preguntó Gib.

Reena iba a decir que no, pero entonces trató de explicar la compleja realidad.

—Una vez, pero pensé que había sido un accidente —añadió enseguida cuando su madre se puso a renegar—. De verdad, pensé que había sido un accidente. Él estaba gesticulando con los brazos y yo me adelanté de repente y su mano me acertó en la mejilla. Parecía tan perplejo y horrorizado… ahora lo veo muy claro —repitió, y se levantó para coger la mano de su padre, que se había cerrado en un puño—. Creedme. De verdad, tenéis que creerme. No habría tolerado que un hombre me maltratara. Vosotros me habéis enseñado a ser fuerte e inteligente. Hicisteis un buen trabajo.

»Ya no forma parte de mi vida. —Rodeó a su padre con sus brazos—. Ya se ha ido. Y me ha enseñado una lección. Jamás trataré de ser lo que no soy para complacer a nadie, ni siquiera en las cosas pequeñas. Además, ahora sé que puedo levantarme y cuidar de mí misma.

Gib le frotó la espalda, le dio un beso muy leve sobre la mejilla magullada.

—Lo has dejado fuera de combate, ¿eh?

—Dos buenos golpes, sí. —Reena retrocedió para hacer una demostración—. Pim, pam, y se quedó tirado en el suelo, encogido como una gamba al vapor. No quiero que os preocupéis.

—Ya decidiremos nosotros cuándo nos tenemos que preocupar. —Bianca puso el montón de huevos sobre la mesa—. Come.

Reena comió y se fue a trabajar. Todos los agentes de su unidad se acercaron… con un gesto de asentimiento, un comentario comprensivo, alguna broma. La siguieron con su apoyo hasta el despacho del capitán.

—El tipo sigue diciendo que usted lo golpeó primero. Insistí en el tema de su ex. Y le dio por sudar un poco, dijo que la chica estaba chiflada, que ella le atacó antes de que cortaran.

—No podía habérmelo buscado mejor.

—Hablaremos con ella. También le hemos sacado algunos nombres… de personas que según él podrían tener algo en su contra porque tiene tanto éxito y es tan guapo. Algunos clientes, algunos compañeros de trabajo. Su antigua ayudante. Todo apunta a su inocencia, Hale. Dejando aparte que tiene una sólida coartada y que cooperó en una investigación en la que no encontramos nada que pudiera incriminarla. A menos que insista en presentar cargos, que no creo, está usted libre.

—Gracias, de verdad.

—Ha llamado John Minger. Le ha llegado el rumor.

—Sí. —Reena pensó en sus padres—. Me parece que ya sé cómo. Lo siento si eso complica las cosas.

—No veo por qué. —Pero el hombre se recostó en su silla y Reena supo que la estaba evaluando—. John es una buena persona, un buen investigador. Quiere investigar un poco en su tiempo libre. No tengo ningún problema. ¿Y usted?

—No. ¿Puede darme más detalles?

—Younger y Trippley se encargan del caso. Si quiere contarle los detalles, es cosa suya.

—Gracias.

Reena salió del despacho, y pensó cuál era la mejor forma de abordar a aquellos dos hombres. Antes de que pudiera decidir, Trippley señaló a su mesa.

—Tienes el archivo en la mesa —le dijo, y se volvió hacia su teléfono.

Reena fue hasta allí, abrió el archivo. Dentro había una fotografía del coche de Luke, de dentro y de fuera, los informes preliminares y las declaraciones. Miró a Trippley.

—Gracias.

Él se encogió de hombros y tapó el auricular con la mano.

—Menudo imbécil. Si te van los imbéciles, podrías probar y salir con Younger.

Younger, sin dejar de teclear, señaló a su compañero con un dedo y le dedicó a Reena una sonrisa alegre.

Le resultó difícil mantenerse alejada de la escena, contenerse y no echar un vistazo a las pruebas encontradas. Pero no tenía sentido remover las cosas. Así que se tomó el caso como un ejercicio, y estudió el archivo y las sucesivas actualizaciones que sus compañeros le pasaban.

En su opinión, todo estaba muy claro, tanto que hasta resultaba simplista. Alguien había hecho un trabajo rápido y más bien chapucero… y seguramente no por primera vez.

Reena estaba pensando en ello, dando sorbitos a un vaso de Chianti, mientras releía el archivo sin hacer caso del bullicio de Sirico’s.

Estaba sentada a una mesa que miraba a la puerta, así que cuando John entró lo vio enseguida. Lo saludó con la mano, dio unas palmaditas en la mesa y se levantó para ir a buscarle una Peroni ella misma.

—Gracias por pasarte por aquí —le dijo cuando volvió a la mesa.

—No es ningún sacrificio. ¿Nos partimos una pizza?

—Claro. —Llamó a Fran para pedir algo. No era comida lo que ella quería, sino conversación—. Sé que has estado investigando todo este lío en tu tiempo libre. ¿Qué opinas?

Él cogió su cerveza, dio un sorbo.

—Tú primero. —Y señaló con el gesto el archivo.

—Un trabajo chapucero. Alguien que entiende de coches. Fuerza la cerradura, desactiva la alarma. Y si se disparó, no ha aparecido nadie que la haya oído. Aunque ya nadie presta atención a las alarmas de los coches… sobre todo si dejan de sonar enseguida. Como acelerante utilizó gasolina; roció bien el interior y bajo el capó. Utilizó unas bengalas que había en el maletero para iniciar el fuego en él.

Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos, mientras John permanecía en silencio.

—Con eso hubiera sido suficiente. El material sintético del interior del vehículo prende enseguida. Al quemarse, los termoplásticos se funden y propagan el fuego a otras superficies, que seguramente es lo que pasó. Un fuego rápido. La gasolina es el refuerzo. Aunque no la necesitaba. Tenía ventilación, y podía haber conseguido un fuego bastante destructivo solo con prender suficiente papel de periódico debajo de uno de los asientos o del salpicadero.

—¿Concienzudo o chapucero?

Ella meneó la cabeza.

—Casi diría que las dos cosas. Se llevó el equipo de música… la mayoría de pirómanos no pueden resistir la tentación de llevarse cosas que puedan vender, o aprovechar, pero no creo que eligiera el vehículo al azar.

—¿Por?

—Demasiado violento, demasiado concienzudo. Además, el coche tenía unos neumáticos muy buenos y no se los llevó. Y sabía lo que hacía, John. Hemos encontrado hollín y un producto para la pirólisis en lo que queda de la ventanilla, lo que indica que facilitó deliberadamente la ventilación. Sin eso, la mayoría de fuegos que se producen en un vehículo se consumen enseguida. Los coches son bastante herméticos cuando las puertas y las ventanillas están cerradas. El individuo quería un fuego rápido y añadió un acelerante al combustible que ya llevaba el coche. Seguramente se produjo la deflagración en menos de dos minutos.

—Entonces, ¿cuál es tu teoría?

—Venganza. Quería que el coche quedara calcinado. Pone un trapo empapado en el depósito de gasolina. Da la impresión de que echó un vasito de plástico con una bengala. Simple y efectivo. Y concienzudo. Múltiples puntos de origen… bajo el asiento del conductor, en el maletero. En el interior seguramente utilizó como combustible lo que el laboratorio ha identificado como bolsas de patatas. Son muy efectivas. Si el calor es lo suficientemente elevado, se convierten en ceniza carbónica prácticamente irreconocible, y los aceites facilitan un bonito y prolongado fuego… suficiente para que prenda la tapicería, así que si por lo que sea el invento del depósito de gasolina falla, el coche acaba carbonizado de todos modos. El pirómano utilizó básicamente objetos domésticos, y sabía muy bien lo que hacía.

—Un coche carísimo, con todo su equipamiento. ¿De verdad no crees que la persona que lo hizo quería un estéreo muy caro y un poco de diversión?

—No, yo creo que fue personal, y lo del estéreo no fue más que un capricho. Fue algo deliberado, no algo que se hace por diversión. El objetivo era el fuego.

John se recostó en su asiento haciendo un gesto de asentimiento y cogió su cerveza.

—Entonces, no me queda mucho más que decir. Tenemos tus huellas, las del propietario del coche. Las del mozo del restaurante donde cenasteis. Las del mecánico del garaje adonde lleva el coche. —Le echó una ojeada mientras sorbía su cerveza—. ¿Cómo tienes la cara?

Un par de días y mucho hielo habían aliviado el dolor. Pero Reena sabía que su cara todavía tenía un color no demasiado atractivo.

—Parece más de lo que es.

Él se inclinó hacia delante, bajó la voz.

—Dime una cosa. ¿Llamaste a alguien aparte de a Gina cuando te pegó?

—No. Bueno, a Steve. Pero nadie sospecha de él, John. Los agentes que llevan el caso nos interrogaron a los tres. Desde el principio lo hemos dicho todo muy claro. Llamé a Gina porque estaba muy furiosa, y porque necesitaba que me consolaran. Ella vino porque estaba enfadada y quería consolarme.

Miró alrededor para asegurarse de que nadie de la familia o del vecindario podía oírles.

—Mira, John, el caso es que recibir golpes del hombre con el que te has estado acostando no es algo que una mujer quiera ir contando por ahí. Esperaba poder llevar esto con la máxima discreción posible. No conozco a nadie capaz de hacer algo así por mí.

—Aparte de este personaje, ¿has estado saliendo con alguien?

—No. Mira, sé que parece que lo del fuego está relacionado conmigo, o con la riña que tuve con Luke, pero lo he estado pensando una y otra vez. Y creo que no es más que una coincidencia. Mira las declaraciones. —Dio unos toquecitos al archivo—. Luke no era precisamente popular entre sus compañeros de trabajo ni sus antiguas parejas. Y aun así, ninguno me parece especialmente sospechoso. Da la sensación de que contrataron a alguien para que hiciera el trabajo. Joder, si no hubiera pasado inmediatamente, hasta diría que el muy cabrón contrató a alguien para devolverme la pelota.

—Sí, demasiado justo —concedió John—. Pero es una posibilidad… lo de contratar a alguien que provocara el fuego para vengarse de ti. Quizá tendrías que pensar si hay alguien a quien hayas perjudicado últimamente.

—Los policías siempre perjudicamos a otros —musitó ella.

—Sí, ¿verdad? —se recostó en la silla y sonrió cuando Fran llegó con una pizza para ellos—. ¿Cómo va todo, cielo?

—Bien. —Pero su mano se apoyó en el hombro de Reena—. A ver si consigues que mi hermana deje eso y coma algo.

—Veré qué puedo hacer. Venga, deja eso —le dijo John a Reena cuando Fran se fue—. Seguro que puedes hacer frente a cualquier cosa relacionada con este caso. Extraoficialmente, nadie te considera sospechosa. Tienes un historial impecable porque te lo has ganado, y tu coartada es sólida. Olvídate y deja que el sistema siga su camino.

—Sí. ¿Sabes, John? No sé si yo elegí mi profesión o la profesión me eligió a mí. El fuego parece seguirme a todas partes. En Sirico’s, el primer chico del que me enamoré, Hugh, y ahora esto.

John se puso una porción de pizza en su plato.

—El destino es un hijo de puta.