11

Bo engulló la última galletita de mantequilla de cacahuete, la bajó con leche fría. Luego, se sentó ante una barra americana que había hecho él mismo y suspiró exageradamente.

—Señora M., si dejase a su marido, yo le construiría la casa de sus sueños. Y lo único que pediría a cambio son sus galletas de mantequilla de cacahuete.

Ella sonrió y le pegó con la servilleta.

—La última vez era mi pastel de manzana. Lo que necesitas es una chica guapa que te cuide.

—Ya tengo una. La tengo a usted.

Ella rio. A Bo le gustaba verla reír, echando la cabeza hacia atrás. La mujer tenía un cuerpo orondo, que es como acabaría él si seguía haciéndole aquellas galletas. Tenía el pelo tan rojo como la luz roja de un semáforo, y muy rizado.

Era lo bastante mayor para ser su madre, y mucho más divertida que la que la naturaleza le había dado.

—Necesitas una chica de tu edad. —Le pinchó con un dedo—. Un chico tan guapo…

—Es que hay tantas para escoger… Y ninguna me ha llegado al corazón como usted.

—Venga. Tienes más labia que mi abuelo. Y mira que él era irlandés de pura cepa.

—Hubo una chica, pero la perdí. Dos veces.

—¿Cómo?

—La vi en medio de una sala abarrotada de gente. —Chasqueó los dedos—. Se evaporó. ¿Cree en el amor a primera vista?

—Por supuesto.

—Pues creo que ese lo fue, y no hago más que ir de un lado a otro sin un propósito hasta que la vuelva a encontrar. Un día pensé que la había encontrado, pero volvió a desaparecer. Así que tengo que seguir adelante.

Bo, con su metro ochenta y siete de músculo, se levantó del taburete. Los años de trabajo físico le habían moldeado, le habían endurecido.

Sí, puede que Bridgett Malloy tuviera el doble de años que él, pero seguía siendo mujer, y aquella imagen le alegró la vista.

La verdad es que tenía debilidad por aquel chico, pero era demasiado práctica, y no habría seguido dándole trabajillos durante los anteriores seis meses si no hubiera demostrado que era honrado y capaz en su trabajo.

—Pienso encontrarte una chica. Fíjate en lo que te digo.

—Pues asegúrese de que sabe cocinar. —Se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Dígale adiós al señor M. de mi parte —añadió mientras se ponía el abrigo—. Y llámeme si necesita algo.

Ella le dio una bolsa con galletas.

—Tengo tu número, Bowen.

Él salió y fue hacia su camioneta. «¿Podía hacer más frío?», pensó y avanzó por el camino que él mismo había limpiado de nieve entre los escalones y la rampa de acceso. El suelo estaba cubierto de nieve que se había helado y luego se había vuelto a helar. Y el gris plomizo del cielo hacía pensar que no tardaría en nevar otra vez.

Bo decidió parar en el supermercado de camino a casa. Un hombre no puede vivir solo de galletas de mantequilla de cacahuete. Sí, no le habría importado encontrar una mujer que supiera defenderse en la cocina, pero a él tampoco se le daba mal.

Por entonces tenía su propio negocio. Subió a la camioneta y dio una palmada en el volante. Carpintería a medida Goodnight. Él y Brad habían comprado y rehabilitado un par de pequeñas casas.

Aún se acordaba de cuando convenció a Brad para que hiciera aquella primera inversión, pintándole aquel despojo de casa como un diamante en bruto. Desde luego Brad tenía visión de futuro… o una fe absoluta en él.

Y también tenía que reconocer el mérito de su madre por confiar en él lo suficiente para adelantarle parte del dinero. Lo cual le recordó que tenía que llamarla cuando llegara a casa para ver si necesitaba que le hiciera algún arreglo en casa.

Él y Brad habían trabajado duro para rehabilitar la primera casa, habían conseguido buenos beneficios y habían devuelto a su madre el dinero más intereses. El resto lo habían reinvertido.

Cuando se paraba a pensarlo, cuando pensaba de verdad en cómo había ido todo, era consciente de que le debía lo que era a un muerto. No estaba muy seguro del motivo, pero la muerte de aquel chico, prácticamente un desconocido, había cambiado su vida. Fue el impulso que necesitaba para dejar de dar vueltas y empezar a moverse.

«Josh», pensó en aquellos momentos mientras salía con la camioneta del camino de acceso a la casa de los Malloy en Owen’s Mill. Mandy había quedado realmente destrozada. Y curiosamente, el incendio y la muerte del chico fueron una de las cosas que cimentaron la amistad entre los dos.

Brad y… ¿cómo se llamaba? La rubita que era objeto del deseo de su amigo en aquellos días. ¿Carrie? ¿Cathie? No importa.

Aquello no duró.

Actualmente, el objeto de deseo de Brad era una morena a la que le gustaba bailar salsa.

En cambio su rubia, la que había visto de pasada en una fiesta tanto tiempo atrás, seguía viniéndole a la cabeza de vez en cuando.

Aún podía ver su cara, la masa de rizos, el pequeño lunar sobre la boca.

«Se fue, se fue hace tiempo», se recordó a sí mismo. Ni siquiera había llegado a saber su nombre, a oír su voz, a percibir su aroma. Que seguramente es lo que hacía que aquel recuerdo, aquella sensación resultara tan dulce. La chica era todo lo que él quería que fuera.

Se incorporó al tráfico. Por lo visto todo el mundo había decidido ir al supermercado después del trabajo. A la que caían unos cuantos copos de nieve, todo el mundo se tiraba de cabeza a los supermercados. ¿Y sí pasaba del supermercado y se arreglaba con lo que tenía en casa?

También podía llamar y pedir que le trajeran una pizza.

Tenía que repasar los bocetos de un trabajo, y la lista de materiales para la casa donde él y Brad acababan de instalarse.

Aprovechaba mejor el tiempo si…

Miró distraído hacia la izquierda cuando el tráfico se detuvo en su carril.

Al principio solo vio a una mujer, una mujer muy guapa al volante de un Chevy Blazer azul oscuro. Mucho pelo, rizado, de color caramelo, saliéndose por debajo de una gorra negra. Por la forma en que tamborileaba con los dedos sobre el volante, Bo supuso que estaba siguiendo el ritmo de algo que sonaba por la radio. En su coche, él lo que oía era Growin’Up, de Springsteen. Y por el movimiento de los dedos de la chica hubiera dicho que estaban escuchando la misma emisora.

Curioso.

Divertido ante la idea, se adelantó un poco para verle mejor la cara.

Y allí estaba. La chica de sus sueños. Las mejillas, la curva de los labios, el pequeño lunar.

Se quedó boquiabierto y la impresión hizo que diera un tirón con el coche y se le calara. Ella miró en su dirección y por un momento, un momento muy intenso, aquellos ojos grandes y oscuros se encontraron con los suyos.

Y de nuevo la música se detuvo.

«¡Joder!», pensó él, y entonces ella frunció el ceño, volvió la cabeza. Y se fue.

—Pero, pero, pero… —Aquel tartamudeo le hizo volver en sí. Se maldijo, encendió el motor. Pero en su carril el tráfico seguía sin moverse, y en cambio el de ella estaba avanzando. Los cláxones empezaron a sonar con irritación cuando se quitó el cinturón y abrió la puerta.

Tuvo la peregrina idea de correr detrás del coche. Echar a correr por la calle como un loco. Pero ella estaba demasiado lejos. Demasiado lejos, pensó furioso, incluso para que pueda leer la matrícula.

—Otra vez —musitó, y se quedó allí plantado, mientras los cláxones sonaban a su alrededor y empezaban a caer los primeros copos.

—De todos modos fue muy raro. —Reena estaba apoyada sobre la encimera de la cocina de Sirico’s, donde su madre estaba trabajando—. Me refiero que… era muy guapo, si quitamos el hecho de que tenía la boca tan abierta que le habría cabido una nube de moscas y que sus ojos estaban tan desorbitados como si le hubieran metido un palo por el culo. No sé, que sentía que me estaba mirando, ¿sabes? Y entonces, me doy la vuelta y me lo veo así. —E imitó su expresión.

—A lo mejor le estaba dando un ataque.

—Mamá. —Con una risa, Reena se inclinó y besó a su madre en la mejilla—. Era raro, nada más.

—¿Cierras bien la puerta por las noches?

—Mamá, que soy policía. Hablando de eso, hoy nos han pasado otro caso. Un par de críos entraron en su escuela y prendieron fuego a un par de aulas. Afortunadamente para ellos, no lo hicieron muy bien.

—¿Dónde están los padres?

—No todos los padres son como tú. Este tipo de actos son un problema con los niños. Nadie resultó herido, y es una suerte, y los daños son mínimos. O’Donnell y yo les hemos dado un buen repaso, pero uno de ellos… no sé, tengo un mal presentimiento. Creo que la evaluación del psicólogo me dará la razón. Con diez años y ya tiene esa mirada. ¿Te acuerdas de Joey Pastorelli? Pues igual.

—Entonces es una suerte que los atraparais.

—Por esta vez. Bueno, tengo que arreglarme para salir.

—¿Adónde vais esta noche?

—No lo sé. Luke está muy misterioso. Me ha dicho que me ponga algo especial. Justamente, iba al centro comercial a comprarme algo cuando se me apareció aquel tipo raro.

—Y Luke, ¿es tu hombre?

—Es mi hombre en este momento. —Frotó la espalda de su madre. No era el hombre que quería para siempre, eso ya lo sabía—. Ya tienes a Fran y a Bella colocadas y dándote nietos.

—No digo que tengas que casarte y tener hijos. Solo quiero que seas feliz.

—Yo también. Y lo soy.

Había elegido un restaurante francés, así que Reena se alegró de haberse decidido por un vestido de terciopelo azul. Y la mirada que Luke le dedicó cuando la vio con él puesto hizo que se quitara la espinita del precio.

Pero cuando lo oyó pedir una botella de Dom Perignon y caviar, se lo quedó mirando.

—¿Qué pasa? ¿Qué celebramos?

—Estoy cenando con una bella mujer. Mi bella mujer —añadió cogiéndola de la mano y besándole los dedos de una forma que hizo que se relajara hasta el último músculo de su cuerpo—. Estás preciosa esta noche, Cat.

—Gracias. —Realmente se había esmerado—. Pero pasa algo. Lo noto.

—Me conoces demasiado bien. Esperemos a que traigan el champán. Si es que llegan.

—No hay prisa. Mientras esperamos me puedes volver a decir lo guapísima que estoy.

—Hasta el último centímetro de ti. Me encanta cuando llevas el pelo así, tan liso y brillante.

Pues tardaba siglos en alisárselo, y los brazos le dolían de tanto pelearse con los rizos armada con el cepillo circular y el secador. Pero sabía que a Luke le gustaba así, y no le importaba hacerlo de vez en cuando para complacerle. El hombre hizo un gesto de asentimiento cuando el camarero llegó con la botella y le mostró la etiqueta. Dio un toquecito en su copa, indicando que él lo degustaría.

Cuando el champán recibió su aprobación y estuvo servido, Luke alzó su copa.

—Por mi deliciosa y exquisita Cat.

—Estoy deseando ver el menú, si lo sirven con estos vinos. —Chocó su copa en la de él, y a continuación dio un sorbito—. Mmm. Desde luego, al lado de esto el espumoso de la casa de Sirico’s es bien poca cosa.

—Bueno, vuestra bodega no es precisamente exquisita. La de aquí es extraordinaria. Un vino francés tan excepcional como este no pega mucho con una pizza de pepperoni.

—No sé. —Reena prefirió reír—. Yo creo que sería un buen complemento para los dos. Bueno, ya tenemos nuestro vino, ya hemos brindado. ¿Qué?

—Eres muy curiosa, ¿eh? —Y le dio un golpecito en la nariz con el dedo—. Me han ascendido. Y es un ascenso de los importantes.

—¡Luke! Es genial, maravilloso. Enhorabuena. Bueno, por ti. —Volvió a alzar su vaso y bebió.

—Gracias. —Él le sonrió—. Y no me importa decir que me lo he ganado. La cuenta de Laurder ha sido determinante. Cuando me aseguré al cliente, supe que lo tenía. Habría sido más fácil si me hubieras ayudado con ellos, pero…

—Lo conseguiste tú sólito. Estoy realmente orgullosa. —Y estiró el brazo para apoyar su mano en la de él—. Entonces, ¿ahora tendrás otro cargo, otro despacho? Cuéntamelo todo.

—Un aumento de sueldo considerable.

—Por supuesto. —Dejó su copa, y el camarero apareció mágicamente para volverla a llenar.

—Si quieres que pidamos ya…

Reena oprimió la mano de Luke al notar que se ponía tenso.

—¿Por qué no? Me muero de hambre, y así podrás contarme los detalles mientras comemos.

—Si es lo que quieres…

Reena esperó hasta que hubieron pedido…; quizá le pareció algo pretencioso que Luke dijera los nombres de los platos en francés. Pero estuvo bien, y Luke tenía derecho a desmandarse un poco aquella noche.

—¿Cuándo lo supiste? —le preguntó.

—Anteayer. Quería preparar lo de esta noche antes de decírtelo. No es fácil conseguir una reserva aquí.

—¿Y ahora cómo tengo que llamarte? ¿Rey de la planificación financiera?

Una sonrisa complacida se extendió por el rostro de Luke.

—Todo llegará. De momento, soy vicepresidente.

—Vicepresidente. Uau. Tendríamos que dar una fiesta.

—Oh, he hecho planes. ¿Sabes, Cat?, podrías volver a tantear a tu hermana. Ahora que ocupo este cargo, quizá pueda convencer a su marido para que ponga su capital en nuestras manos.

—Vince parece contento donde está —empezó a decir, y vio que los ojos de Luke se enturbiaban—. Pero lo mencionaré. El domingo tengo que verla, es el cumpleaños de Sophia. No sabía si querrías venir.

—Cat, ya sabes lo que pienso de las grandes celebraciones familiares, y encima el cumpleaños de un crío. —Levantó los ojos al techo—. No cuentes conmigo.

—Lo sé, sé que puede ser un agobio. No pasa nada. Solo quería que supieras que eres bienvenido.

—Si crees que podría ayudar para que tu cuñado…

Esta vez fue ella la que se puso tensa, pero se obligó a relajarse,

—Mejor no mezclemos familia y negocios, ¿vale? Veré si puedo comentarle algo para que se reúna contigo, pero sería…, sería muy rastrero tratar de conseguirlo como cliente en el cumpleaños de su hija.

—¿Rastrero? ¿Ahora resulta que soy rastrero porque intento hacer bien mi trabajo y ofrecer a tu cuñado una buena asesoría financiera?

Reena dejó que sufriera mientras les servían el primer plato.

—No. Pero sé que a Vince no le gustaría que le hablaras de negocios en una reunión familiar.

—He estado en algunas de vuestras reuniones familiares —le recordó él—. Y se habla bastante de negocios. Del restaurante.

Sirico’s es parte de la familia. Haré lo que pueda.

—Lo siento. —Agitó una mano y dio unas palmaditas en la de ella—. Ya sabes cómo me pongo cuando se trata de mi trabajo. Estamos aquí para celebrarlo, no para discutir. Sé que te esforzarás un poco más para convencer a tu cuñado.

¿Había dicho ella eso? No, no se lo parecía, pero lo mejor era dejarlo pasar. Si no, volverían a empezar y se le iba a quitar el apetito.

—Bueno, cuéntame más cosas, señor vicepresidente. ¿Dirigirás un departamento?

Él le contó más cosas, y mientras le escuchaba, a Reena le gustó ver la expresión animada de su rostro. Sabía muy bien lo que significa luchar para alcanzar un objetivo y conseguirlo. Era estimulante. Los pequeños reductos de tensión que había entre ellos desaparecieron mientras comían.

—Este pescado es fabuloso. ¿Quieres un poco? —En cuanto lo dijo y vio la cara de Luke, se rio—. Perdona, siempre olvido que no te gusta comer del plato de otros. Pero te estás perdiendo una maravilla, y perdona que lo diga. Oh, no te lo había dicho, pero hoy me han asignado un nuevo caso. Ha habido…

—Aún no he terminado. No te he contado lo más importante.

—Oh, perdona. ¿Aún hay más?

—Falta lo mejor. Me preguntaste si tendría un nuevo despacho. Pues sí.

—¿De los grandes y ostentosos? —dijo ella siguiéndole el juego.

—Exacto. Grande y ostentoso. En Wall Street.

—¿Wall Street? —Reena dejó el tenedor, sorprendida—. ¿En Nueva York? ¿Te van a trasladar a Nueva York?

—Me he dejado la piel en esto, y por fin lo he logrado. Comparado con el volumen de negocio que manejaré en Nueva York, la oficina de Baltimore solo mueve calderilla. —Bebió más champán; su expresión era feroz—. Me lo he ganado.

—Desde luego. Estoy sorprendida, nada más. No esperaba que te trasladaran.

—No tenía sentido hablar del tema hasta que estuviera hecho. Y no se trata solo de un traslado, Cat. Para mí es un salto muy importante.

—Pues felicidades. —Y chocó su vaso con el de él con una sonrisa—. Te voy a echar de menos. ¿Cuándo te vas?

—En dos semanas. —Sus ojos la miraron con afecto y sus labios esbozaron la sonrisa que tanto le había atraído de él cuando lo conoció meses antes—. Mañana cogeré el tren para ir a ver algunos apartamentos.

—Qué rapidez.

—¿Para qué perder el tiempo? Lo que me lleva a lo otro que quería decirte. Cat, quiero que vengas conmigo.

—Oh, Luke, sería genial, pero mañana tengo trabajo. Si me hubieras avisado con más tiempo podría…

—No me refiero a mañana. Tengo un corredor de fincas trabajando para mí, y sé muy bien lo que busco en un apartamento. Quiero que vivas conmigo en Nueva York, Cat. —Ella abrió la boca para hablar, pero él la cogió de la mano—. Eres exactamente lo que yo quiero. Eres la guinda del pastel. Ven conmigo a Nueva York.

A Reena el corazón le dio un vuelco cuando vio que se sacaba una cajita del bolsillo y la abría.

—Cásate conmigo.

—Luke. —Era un solitario deslumbrante. Ella no entendía de joyas, pero sabía reconocer algo bueno—. Es precioso. Es… bueno, uau, pero…

—Clásico, como tú. Tendremos una vida maravillosa, Cat. Excitante. Gratificante. —Por un instante, apartó los ojos de ella, hizo un leve gesto con la cabeza.

Y entonces sus ojos volvieron a ella y le puso el anillo en el dedo.

—Espera…

Pero el camarero ya estaba allí con otra botella de champán, repartiendo sonrisas.

—¡Felicidades! Les deseamos que sean muy felices.

Y mientras les servía, las mesas vecinas empezaron a aplaudir, y Luke se puso en pie y se acercó a ella para detener sus protestas con un beso largo y afectuoso.

—Por nosotros —dijo cuando volvió a sentarse—. Por el principio del resto de nuestras vidas. —Y, cuando chocó su vaso con el de ella, Reena no dijo nada.

Reena tenía un nudo en la boca del estómago. «Atrapada», pensó. Así era como se sentía. Atrapada, obligada a aceptar las felicitaciones y los buenos deseos del personal del restaurante y los otros comensales cuando ella y Luke se levantaron para irse. El anillo que llevaba al dedo brillaba como un condenado a la luz de las farolas, y pesaba como el plomo.

—Iremos a mi casa. —Luke la cogió entre sus brazos cuando llegaron al coche e inclinó la cabeza para besuquearle el cuello—. Y lo celebraremos.

—No, tengo que ir a casa. Mañana empiezo a trabajar temprano y… Luke, tenemos que hablar.

—Como quieras. —Volvió a besarla—. Es tu noche.

«Al contrario», fue lo único que Reena pudo pensar. El nudo del estómago empezaba a provocarle náuseas, y ya notaba el filo de un dolor de cabeza de nervios en la nuca.

—Haré unas fotografías digitales del apartamento para que te hagas una idea. —Conducía con una sonrisa en el rostro—. A menos que quieras dejar tu trabajo ahora mismo y venirte mañana conmigo. Sería más divertido. —Se volvió a mirarla y le guiñó un ojo—. Podríamos ir de compras, mi ayudante puede reservarnos una suite en el Plaza, conseguir entradas para algún espectáculo.

—No puedo. Es demasiado…

—Vale, vale. —Y levantó un hombro como si nada—. Pero luego no te quejes si firmo el contrato de un piso que no has visto. Tengo tres sitios señalados en Lower Manhattan. El que me llama más la atención es un loft con tres habitaciones. El corredor de fincas dice que es un espacio ideal para recibir invitados. Y acaba de salir al mercado, así que llego en el momento justo. Está cerca del trabajo, de modo que podré ir andando cuando haga buen tiempo. El precio es alto, pero ahora me lo puedo permitir. Y evidentemente tendré que ofrecer alguna que otra recepción. Y viajar. Visitar otros sitios, Cat.

—Parece que lo tienes todo muy bien pensado.

—Es lo mío. Oh, quería dar una pequeña fiesta antes de que nos vayamos. Que sea una combinación de despedida y fiesta de compromiso. Si quieres que la hagamos en mi casa, tendrá que ser pronto. Tengo que empezar a recoger mis cosas.

De nuevo, Reena no dijo nada, dejó que siguiera con su rollo mientras iban hacia su apartamento, encima de Sirico’s.

—No hace falta que anunciemos el compromiso todavía —dijo Luke señalando con el gesto al restaurante—. Esta noche te quiero solo para mí. Ya podrás presumir de anillo mañana.

Luke rodeó el coche para abrirle la puerta. Era uno de los gestos que siempre tenía con ella y que a ella le parecían dulces y anticuados.

Cuando entraron en su apartamento, él la ayudó a quitarse el abrigo. Volvió a besuquearle el cuello. Ella se apartó, y cogió aire antes de volverse a mirarle.

—Planes de boda —dijo él riendo y estirando los brazos—. Sé que a las mujeres os gusta poneros enseguida, pero concentrémonos solo en el compromiso esta noche. —Se adelantó para acariciarle la mejilla con los dedos—. Deja que me concentre en ti.

—Luke, quiero que me escuches. No me has dejado decir nada en el restaurante. De pronto te veo enseñándome un anillo y el camarero ha empezado a servirnos el champán y la gente estaba aplaudiendo. Me has puesto en una situación muy difícil.

—¿De qué estás hablando? ¿No te gusta el anillo?

—Por supuesto que me gusta, pero no te he dicho que lo aceptara. No me has dado ocasión. Te has limitado a dar por sentado que lo aceptaba. Lo siento, lo siento mucho, Luke, pero has dado demasiadas cosas por sentadas.

—Pero ¿de qué hablas?

—Luke, nunca habíamos hablado de matrimonio hasta hoy, y ahora de pronto se te mete en la cabeza que nos prometamos y nos vayamos a Nueva York. Para empezar, no me quiero ir a Nueva York. Mi familia está aquí. Y mi trabajo.

—Por el amor de Dios, solo son dos horas en tren. Puedes ver a tu familia cada pocas semanas si quieres. Aunque si quieres mi opinión ya sería hora de que cortaras el cordón umbilical.

—No te he pedido tu opinión —dijo ella muy tranquila—. Y, ya que estamos, a mí también me han ascendido hace poco y eso no lo hemos celebrado.

—Oh, por favor, no compares…

—No lo hago. Solo estaba pensando. —Y a buena hora, tuvo que admitir. Culpa suya—. No te interesas nunca por mi trabajo, y en cambio das por sentado que yo tengo que dejar mi unidad y marcharme alegremente contigo a Nueva York.

—¿Quieres seguir jugando con fuego? He oído que en Nueva York también hay incendios.

—No desvalorices mi trabajo.

—¿Y qué esperas? —Lo dijo gritando—. Estás anteponiendo tu trabajo a mí, a nosotros. ¿Crees que puedo permitirme rechazar este ascenso para que tú puedas quedarte aquí y cocinar espaguetis los domingos? Si no eres capaz de ver que mi trabajo es más importante entonces es que te he juzgado muy mal.

—No lo veo, no. Pero ni siquiera se trata de eso. Yo nunca he dicho que quisiera casarme… y no quiero. No ahora. Nunca he dicho que me casaría contigo. Ni siquiera me has dejado contestar.

—No seas ridícula. —Su rostro había enrojecido, como le pasaba siempre cuando estaba furioso—. Te quedaste sentada allí y aceptaste. Tienes el anillo en el dedo.

—No quería montar una escena. No quería avergonzarte.

—¿Avergonzarme?

—Luke, el camarero estaba allí. —Levantó las manos para frotarse la cara—. Y la gente de las otras mesas. No sabía qué hacer.

—Entonces, ¿qué pasa?, ¿me estabas tomando el pelo?

—No era mi intención. No quiero hacerte daño. Pero has hecho todos esos planes sin consultarme. El matrimonio es… Aún no estoy preparada. Lo siento. —Se quitó el anillo del dedo, se lo tendió—. No puedo casarme contigo.

—¿Qué demonios es esto? —La cogió por los hombros y la sacudió—. ¿Es que te da miedo dejar Baltimore? Por favor, madura de una vez.

—Soy muy feliz aquí, no creo que eso sea tener miedo. —Se apartó—. Mi casa está aquí, mi trabajo está aquí. Pero escucha, si estuviera preparada para casarme, si quisiera casarme y para hacerlo tuviera que marcharme de aquí, me marcharía. Simplemente, de momento el matrimonio no entra en mis planes.

—¿Y qué pasa conmigo? ¿Por qué no piensas en alguien que no seas tú por una vez? ¿Qué demonios crees que he estado haciendo contigo estos meses?

—Pensaba que lo estábamos pasando bien. Si tú pensabas otra cosa, lo siento, pero no te había entendido.

—Que lo sientes. Me has humillado y lo sientes. Así de fácil, ¿no?

—Al contrario, he tenido que callarme para no humillarte. No me lo pongas más difícil.

—¡Que te lo pongo difícil! —Se dio la vuelta—. ¿Sabes los malabarismos que he tenido que hacer para ofrecerte una velada perfecta? ¿Para encontrarte el anillo perfecto? Y ahora vas y me lo tiras en la cara.

—Te estoy diciendo que no, Luke. Tú y yo no queremos las mismas cosas. No tengo más remedio que decirte que no, y lo siento.

—Oh, sí, lo sientes. —Se volvió hacia ella, y algo en la expresión de su rostro hizo que a Reena las manos se le pusieran pegajosas—. Sientes anteponer tu estúpido trabajo a mí, tu familia vulgar de clase media a mí, tu jodido estilo de vida proletario a mí. Después de todo lo que he invertido en ti…

—Uau. —Reena empezaba a encenderse—. ¿Invertir? No soy unas acciones, Luke. No soy un cliente. Y ten mucho cuidado con lo que dices de mi familia.

—Estoy hasta las narices de tu dichosa familia.

—Será mucho mejor que te vayas. —Estaba a punto de perder el control—. Estás furioso conmigo, los dos hemos estado bebiendo…

—Claro. Me ibas a dar con el pie en la cara, pero no has tenido ningún reparo en beber un champán de dos cincuenta la botella.

—Vale, vale. —Entró en el dormitorio, abrió de golpe el cajón de su mesa y sacó su talonario—. Te extenderé un cheque… por el precio de las dos botellas, y estaremos en paz. Los dos hemos cometido un error y…

Luke le tiró del brazo y le hizo perder el equilibrio. Antes de que tuviera tiempo ni de pestañear, la golpeó con el revés de la mano. El talonario salió volando, y ella cayó contra la pared y se golpeó el hombro.

—Puta. ¿Que me vas a extender un cheque, puta calienta braguetas?

Reena vio estrellas, pequeñas estrellas rojas que flotaban ante sus ojos. Más que el dolor, fue la sorpresa lo que hizo que se quedara petrificada cuando él se agachó y la obligó a ponerse de pie.

—Quítame las manos de encima. —Notó que le temblaba la voz y trató de controlarse. Aprende a correr, le había dicho su abuelo en una ocasión. Y ella lo hizo. Pero en aquella ocasión no tenía adonde correr—. Quítame las manos de encima, Luke, ahora mismo.

—Estoy harto de que me digas lo que tengo que hacer. Ya no vas a seguir dirigiendo el espectáculo. Es hora de que aprendas lo que pasa cuando alguien intenta jugar conmigo.

Reena no pensó. No pensó que la iba a golpear otra vez, ni cómo detenerlo. Simplemente, reaccionó como le habían enseñado a hacer.

Le golpeó la barbilla con la mano, y le dio con fuerza entre las piernas con la rodilla.

Aún seguía viendo estrellas cuando Luke se cayó, y su respiración era rápida e irregular. Pero por Dios, la voz no le tembló.

—A ver si te atreves a llamarme puta calienta braguetas otra vez. Es una pena que hayas olvidado que también soy policía. Y ahora fuera de mi casa. —Cogió una lámpara y de un tirón arrancó el enchufe de la pared y la levantó por encima del hombro como si fuera un bate—. O si lo prefieres podemos hacer otro asalto, cabrón. Sal de aquí y considérate afortunado de que no te haga pasar la noche en una celda o en el jodido hospital.

—Esto no va a quedar así. —Estaba pálido como la cera, y tuvo que arrastrarse antes de conseguir ponerse en pie. La miró con ojos turbulentos—. Esto no va a quedar así.

—Bien, porque yo tampoco pienso olvidarlo. Fuera. Y no vuelvas a acercarte a mí.

Reena no se inmutó cuando lo siguió a la sala de estar. No se inmutó mientras esperaba que cogiera su abrigo y fuera cojeando hasta la puerta. Mantuvo la calma mientras echaba el cerrojo después de salir él, e incluso cuando fue hasta el espejo para mirarse la cara.

Cogió su cámara digital, puso la función de la fecha, hizo unas fotografías de la cara de frente y de perfil y luego las mandó por e-mail a su compañero con una breve explicación.

«Mejor cubrirse las espaldas», pensó.

Luego sacó una bolsa de guisantes congelados de la nevera, se sentó y apoyó la bolsa en su mejilla.

Y se puso a temblar como una hoja.