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Con la oscuridad llegan también los ruidos. Coches y camionetas que se aproximan, hombres que ríen, puertas que se abren y se cierran, perros que ladran; música en ocasiones, un lamento solitario en otras. Para el mundo la noche es el momento de soñar, pero no para él. Para él la noche es el momento de trabajar. Las virutas de hormigón se van acumulando lentamente entre sus rodillas, en una pila que va diseminando regularmente. Una vez, hace mucho tiempo, una bandeja de comida regresó sin una cuchara que nadie echó en falta; ahora el mango de la cuchara se calienta por la fricción y su punta es afilada y desagradable. Después de haber doblado la parte redonda de la cuchara sobre sí misma y de haberla sostenido durante tantas horas, esta encaja suavemente en su palma. La punta y los bordes del arma hace tiempo que están sobradamente afilados. Lo sabe gracias a la sangre que ha hecho brotar en su propia mano. Se detiene al oír un ruido de pasos en el pasillo. Esconde el arma detrás de la espalda. Después los pasos se alejan y él prosigue con su trabajo