N. de la E. Cláusulas contractuales nos llevan a insertar, en el presente texto, las biografías de algunos amigos del doctor Juan José Castelli, que no figuran, por razones obvias, en los dos cuadernos del distinguido tribuno de Mayo, que éste usó para volcar sus pensamientos.
Dichas biografías están precedidas por una introducción, a todas luces extemporánea. Oportunamente, daremos a conocer las objeciones que nos merecen unas y otras, cuya inclusión aceptamos, sin embargo, guiados por los presupuestos que rigen nuestro quehacer en el mundo de la cultura.
KOTE TSINTSADZE, antiguo bolchevique, preso en los campos de concentración de José Stalin, envía, a León Davidovich Trotzky, en el papel que utilizaban los detenidos para armar cigarrillos, la siguiente misiva: «Muchos, muchísimos de nuestros amigos y de la gente cercana a nosotros, tendrán que terminar sus vidas en la cárcel o la deportación. Con todo, en última instancia, esto será un enriquecimiento de la historia revolucionaria: una nueva generación aprenderá la lección».
PEDRO JOSÉ AGRELO. Nace el 28 de junio de 1776. Estudia en el colegio de San Carlos. Viaja a Chuquisaca (algunas fuentes hablan de una apasionada vocación sacerdotal) y se recibe de abogado. Baja a Buenos Aires y entra, año 1809, en la vía de la Revolución. Dirige, en 1811, La Gazeta de Buenos Aires. En 1812, es fiscal del juicio a Martín de Álzaga. Participa en la Asamblea del año XIII. Traduce obras clásicas francesas; del inglés, Procedimientos del Consejo de guerra instalado en Chelsea. Se lo deporta, 1817, a EE. UU., junto a Manuel Moreno, Manuel Dorrego y otros. Regresa a Buenos Aires, 1820, y se desempeña como periodista de combate. Enrolado en el federalismo, y fiscal de cámara, es vigilado de cerca por los agentes del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Se lo encarcela. Logra emigrar a Montevideo. Desprecia propuestas para que retorne a Buenos Aires que le formulan emisarios del Restaurador de las Leyes. Muere el 23 de julio de 1846, a los 70 años, en la capital del Uruguay, rodeado por la más desoladora pobreza.
En una carta inacabada, no trascripta en los cuadernos, Castelli escribe: «Pero usted se topó, también, con Agrelo, que no pacta con nadie: ni consigo mismo, ni con el agua, ni con el aceite. Es el más desesperado de todos nosotros, los empiojados, y la palabra desesperado no dice nada. Es el más implacable de todos nosotros, los empiojados, y la palabra implacable no dice nada».
ANTONIO LUIS BERUTI. Nace en Buenos Aires, el 2 de setiembre de 1772. Concurre a reuniones conspirativas en la casa de los Rodríguez Peña, y en la jabonería de Hipólito Vieytes. Partidario de Mariano Moreno, moviliza con Domingo French, en las jornadas previas al 25 de mayo de 1810, a un grupo de adeptos, que recibe armas cortas y que contribuye decisivamente a la instauración de la Primera Junta. Vota contra la Monarquía. Funda el regimiento América. En el café de Marcos, cuartel general de los morenistas, organiza la oposición al saavedrismo. Luego de la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, se le obliga a abandonar Buenos Aires. «Suba al Alto Perú —lo convoca Castelli—, y suban los amigos, y todos juntos caigamos sobre esa ciudad maldita. No habrá excusa, entonces, que salve a los que creen que, instalando una comparsa de infatigables devoradores de carne asada frente al Cabildo, pueden malbaratar la tarea que se propuso la Junta. Porque esto, no se engañe, Beruti, es una guerra civil». El general San Martín, nombra a Beruti, segundo jefe de su Estado Mayor, y elogia su participación en la batalla de Chacabuco. Beruti se pliega al unitarismo y, a los 69 años, revista a las órdenes del general Gregorio Aráoz de Lamadrid. Las tropas federales, al mando del general Ángel Pacheco, derrotan a Lamadrid, en Rodeo del Medio, el 23 de setiembre de 1841. Beruti enloquece, y vaga a caballo, por el escenario del combate. Los aguerridos soldados de Pacheco siguen, de lejos, al anciano, que habla a sombras que nadie ve. Muere el 11 de octubre de 1841.
AGUSTÍN JOSÉ DONADO. Nace en Buenos Aires, el 28 de agosto de 1767. Empleado administrativo en colonias guaraníes. Vota, con Castelli y Belgrano, por la deposición del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Partidario de Moreno, y triunfante el golpe del 5 y 6 de abril de 1811, se lo destierra a un remoto paraje del territorio argentino. Regresa a la actividad política, como diputado por San Luis. Miembro de la Sociedad Patriótica y de la Logia Lautaro, es un decidido colaborador del general José de San Martín. Muere el 13 de diciembre de 1831.
DOMINGO FRENCH. Nace el 12 de noviembre de 1774. En su juventud, es empleado de Correos. Lucha contra los invasores ingleses, y se le nombra teniente coronel del regimiento de infantería Río de la Plata. Él y Antonio Luis Beruti dirigen el grupo (unos 600 hombres, denominados chisperos y, también, verdaderos) que rodea el Cabildo, el 25 de mayo de 1810, y que, con exhibición de dagas y pistolas, impone la nómina de integrantes de la Primera Junta. Jefe del piquete que ejecuta a Santiago de Liniers, escribe, en marcha hacia el Alto Perú, a una persona de su íntima confianza: «Este mundo es nuestro mundo; este país, nuestro país; esta sociedad, nuestra sociedad: ¿quién tomará la palabra si no la tomamos nosotros? ¿Quién pasará a la acción si no somos nosotros?». Se lo confina en Patagones, al ser derrotados los morenistas el 5 y 6 de abril de 1811. Participa, 1814, en la toma de Montevideo. Se lo deporta a EE. UU. por oponerse a la política dictatorial. Combate a los montoneros. Muere a los 51 años, el 14 de febrero de 1825.
JUAN HIPÓLITO VIEYTES. Nace en San Antonio de Areco, el 12 de agosto de 1762. Estudia filosofía y jurisprudencia en el Real Colegio de San Carlos. No finaliza los estudios. En 1802, inicia la publicación del periódico Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Auditor de guerra en el ejército del Alto Perú, resiste la orden de ejecución, impartida por la Primera Junta, de Santiago de Liniers y sus cómplices, y es sustituido por Juan José Castelli. En 1815, una revuelta militar triunfante dispone su expatriación. El director Ignacio Álvarez Thomas intercede, quizá más tarde que temprano, y el publicista, el compañero tenaz de las reuniones en su fábrica de jabón, en la chacra de Castelli, y en la casa de los Rodríguez Peña, vuelve a Buenos Aires, y muere en San Fernando, el 7 de octubre de 1815.
IGNACIO JAVIER WARNES. Nace en Buenos Aires, en 1771. Elige la carrera de las armas, y con el grado de subteniente defiende su ciudad natal de los invasores ingleses. Secretario de Manuel Belgrano en la expedición al Paraguay. En 1811, es ascendido a teniente, y a las órdenes de Belgrano se bate en Tucumán y Salta, en Vilcapugio y Ayohuma. Mantiene, secretamente, tres largas reuniones con Juan José Castelli, poco después de que éste es operado del tumor que lo llevaría a la tumba. En la parte de los archivos del general Bartolomé Mitre que no fue abierta al público, figura una carta de Juan José Castelli a Warnes, donada por Ángela Castelli, viuda de Igarzábal, que dice: «Cuando suba al Alto Perú, busque a Antonio Vergara, hombre de gran predicamento entre los naturales de la región, y que habla, el portugués, inglés y francés, y, acaso, el alemán.
»Ese viejo brujo, sentado frente a mí, las piernas cruzadas, se preguntó, en el español más perfecto que yo jamás había escuchado, eco de qué, sombra de qué eran el pasado, ese fuego que nos alumbraba y calentaba, el silencio de Tihuanaco, el silencioso vacío de esa despoblada ciudad de piedra; eco de qué, sombra de qué éramos yo y el presente, y él, que jadeaba el español más perfecto que yo nunca había escuchado hasta entonces, y los ejércitos que dormían al pie de la ciudad de piedra, y la irrisoria algarabía que levantaban los bandos de libertad de la Junta, difundidos en el aymará, quichua y español más imperfectos que él haya escuchado nunca; eco de qué y sombra de qué imagen, que retorna y se extingue, es el futuro que esos bandos anuncian; eco de qué y sombra de qué es el hombre que abomina de la igualdad y el hombre que la proclama, que no son anteriores a las estrellas, y que morirán antes de que mueran las estrellas.
»Escuché al viejo brujo, en esa larga y fría noche, y miré su vieja boca, que preguntó lo que preguntó, y miré su viejo cuerpo que, en la vieja Europa, se codeó con individuos que jugaron en las rodillas de Rousseau, que eran, casi, contemporáneos de Voltaire y Diderot, y que soñaron lo que pocas mentes humanas se animaron a soñar, y que vieron, a sus sueños, por un trémulo instante, posarse sobre la carne de los hombres y, al instante siguiente, a los hombres, despedazarlos, por una lonja de salchichón. Cuando terminé de mirar la boca y el cuerpo del viejo, le dije, despacio, como si hablase a un niño que duerme: Muy bien: ¿qué hace aquí, Antonio Vergara? El viejo movió las manos, por encima de las llamas de la fogata, para calentárselas, creo, y habló para sí mismo, como si estuviese solo en el universo: Estoy aquí porque aquí está, todavía, la esperanza de que lo que me pregunto no sea la única verdad posible… siempre.
»Insisto en mi recomendación, Warnes; no deje de buscar al viejo brujo. Peleará de nuestro lado, le será utilísimo, y usted aprenderá de él».
Warnes parte hacia Santa Cruz de la Sierra: allí lo envía Belgrano, primo de Castelli. Alto y bien constituido, soporta, sin mayores molestias, los rigores del clima. Implanta la fabricación de pólvora. Sus hombres, mal entrenados, son batidos por los españoles. Arenales y Warnes logran por fin, vencer a los realistas en Florida. Warnes ocupa Santa Cruz. Da libertad a los esclavos, que forman parte en los cuerpos de Pardos y Morenos, y derrota, nuevamente, a los realistas en Chiquitas. El coronel Francisco Javier Aguilera, nacido en Bolivia, se hace cargo de las operaciones de los batallones españoles que enfrentan a Warnes. Guerra de guerrillas en la región de La Laguna, que Warnes libra con notable eficacia. El 21 de noviembre de 1816, Aguilera lo ataca. La batalla dura seis horas. Warnes, al frente de los suyos, carga a la bayoneta, y una bala de cañón le mata el caballo, y los realistas matan a Warnes, y clavan su cabeza en una pica, que es expuesta en la plaza principal de Santa Cruz. Hoy, en ese lugar, un monumento presume recordar su memoria.
Muchos años después de finalizada la guerra de la independencia, en 1839, la cabeza de Pedro Castelli, clavada en una pica por las triunfantes tropas del brigadier general Juan Manuel de Rosas, es ofrecida a la contemplación de los habitantes del poblado bonaerense de Dolores. La leyenda, que aún circula por esos pagos sureños, dice que manos femeninas arrancaron, del hierro de la pica, el despojo. Pese a las intensas y prolongadas batidas de los soldados federales, ni la calavera de Pedro Castelli ni la mujer, fueron halladas.