XIV

Ésta es la tercera vez que me ocurre, piensa Castelli, que no tiene apuro, envuelto en una capa que huele a bosta y sangre, sobre la montura del caballo que lo lleva a la cuadra del Reloj.

Es la tercera vez que fulguró, dentro de mí, esa combustión lenta y pálida, que no puedo designar con palabra alguna, escribe Castelli en un cuaderno de tapas rojas, de regreso a la pieza en penumbras. Acaso sea la última, si Dios no dispone otra cosa.

Se reitera, doctor Castelli, y sus tripas no ríen. Deje de fanfarronear, Castelli. Ponga punto después de última, y tache el resto. Escriba que lo que ocurrió —esa combustión lenta y pálida, dentro de su cuerpo; las visitas a Doña Irene Orellano Stark, en su casa de la cuadra del Reloj; al negro Segundo Reyes, en su madriguera de la Recova; y a mister Abraham Hunguer, en la vivienda que alquila a la vuelta de San Ignacio—, le pesa como si hubiera tenido que revivir lo que le ocurrió hace miles de años.

Fúmese un cigarro, Castelli, y escriba.