PREGUNTA: ¿Qué polémico sistema de medición ideado por el psicólogo alemán William Stern se definió en un principio como la edad mental de una persona dividida por su edad física y multiplicada por cien?
RESPUESTA: El coeficiente intelectual.
Vuelvo arriba, a la sala de reuniones 6, donde un individuo alto y rubio pone sillas y mesas —unas treinta— en formación de examen, con aires de oficiosidad burocrática. Se nota que es mucho mayor que yo; veintiuno o veintidós años. Es un hombre alto, en buena forma física, con el jersey granate oficial de la universidad; bronceado, de facciones correctas y anodinas, lleva el pelo —algo rojizo— corto y repeinado, de esos pelos que parecen moldeados en un solo bloque de plástico. Lo observo un momento por la puerta de cristal. Si Gran Bretaña tuviera astronautas, él parecería uno, o un Action Man inofensivo. Lo inquietante es que me suena de algo…
Como se ha fijado en mí, asomo educadamente la cabeza por la puerta.
—Perdona —digo—, ¿son aquí las pruebas para el concur…?
—Mano al timbre, primera pregunta… ¿Sabes leer el cartel?
—Sí.
—¿Qué pone?
—Que la convocatoria es a la una, en la sala 6.
—¿Y qué hora es?
—La una menos cuarto.
—Supongo que con eso queda contestada tu pregunta.
—Supongo que sí.
En consecuencia, me siento en el pasillo, al lado de la puerta, y repaso mentalmente una serie de listas, como ejercicio de calentamiento: reyes y reinas de Inglaterra, la tabla periódica, los presidentes de Estados Unidos, las leyes de la termodinámica y los planetas del sistema solar, por si acaso; técnicas básicas de examen. Tras cerciorarme de llevar lápiz y boli, un kleenex y una caja de tic tacs, espero la llegada de los otros concursantes. Diez minutos después, como sigo siendo el único, me quedo sentado, observando al hombre de antes, que se ha sentado en una silla de profesor y clasifica y grapa cuestionarios con solemnidad. Supongo que estará muy bien situado en el comité de selección de No hay más preguntas, y que tanto poder le embriaga y le da vértigo; sin embargo, ante la necesidad de estar de buenas con él, me levanto exactamente a las 12.58 y entro en la sala.
—¿Ahora sí?
—Vale, ya puedes pasar. ¿Cuántos hay fuera? —dice, sin levantar la cabeza.
—Mmm… Ninguno.
—¿En serio? —Está claro que no soy de fiar, porque mira detrás de mí—. ¡Caray! Otra vez como el ochenta y tres. —Chasquea la lengua, suspira, se sube al borde de la mesa y coge un portapapeles. Después me repasa de los pies a la cabeza y se fija en mi cara, hasta centrarse en un punto a treinta centímetros de mi cabeza por el que parece sentir preferencia. Vuelve a suspirar, consternado.
—Bueno, pues nada, me llamo Patrick. ¿Y tú?
—Brian Jackson.
—¿Curso?
—¡Primero! ¡Llegué ayer!
Chasquido y suspiro.
—¿Especialidad?
—¿Qué quieres decir, que qué estudio?
—Eso mismo.
—Literatura inglesa.
—¡Madre mía, otro! Bueno, al menos no desperdiciarás del todo tres años de tu vida.
—Perdona, pero…
—A mí lo que me gustaría saber es dónde están todos los matemáticos. ¿Y los bioquímicos? ¿Y los ingenieros mecánicos? No me extraña que la economía se esté yendo a pique; todo el mundo sabe qué es una metáfora pero nadie sabe construir una estación eléctrica.
Me río. Luego miro si él también, pero no.
—¡Tengo sobresalientes en ciencias! —digo a la defensiva.
—¿De verdad? ¿En qué?
—En física y en química.
—¡Anda, pero qué tenemos aquí, un hombre del Renacimiento! ¿Cuál es la tercera ley del movimiento de Newton?
Ah, amigo mío, te vas a tener que esforzar mucho más que eso…
—La reacción es igual y contraria a la acción —digo yo.
La reacción de Patrick también es bastante igual y contraria: un levantamiento de cejas corto y reticente, antes de seguir con el portapapeles.
—¿Colegio?
—¿Perdón?
—He dicho «colegio»; un edificio grande, de ladrillo, con profesores dentro…
—Ya he entendido la pregunta. Es que no sé qué quieres saber.
—Vale, Trotsky, ya lo has dejado claro. ¿Tienes un boli? Bueno, pues aquí tienes tu papel. Vuelvo enseguida.
Tomo asiento hacia el fondo de la sala, justo cuando llegan otras dos personas.
—¡Ah, la caballería! —dice Patrick.
El primer posible compañero de equipo, una chica china, arma algo de revuelo, porque parece llevar un oso panda en la espalda. Al fijarme mejor, veo que no es un panda de verdad, sino… ¡una mochila de diseño ingenioso! Supongo que delata un peculiar sentido del humor, pero no presagia nada bueno sobre sus posibilidades en un concurso de cultura general serio y de alto nivel. Por su conversación con Patrick me entero de que se llama Lucy Chang, va a segundo y estudia medicina, o sea, que es posible que me lleve cierta ventaja en las preguntas de ciencia. Al parecer habla un inglés bastante fluido, aunque con una voz increíblemente baja, y con cierto acento americano. ¿Qué dice el reglamento sobre los extranjeros?
El siguiente concursante es un chico grandote de Manchester, con voz estentórea, ropa militar verde aceituna, botas pesadas y una mochilita azul de la RAF en la cadera, que presenta la incoherencia de llevar marcado con rotulador el logo de la CND. Patrick lo entrevista con una especie de amabilidad reticente, de suboficial a cabo. Resulta que estudia tercero de políticas, es de Rochdale y se llama Colin Pagett. Echa un vistazo a la sala y asiente. Esperamos en silencio, manoseando los bolis, lo más separados que permiten las leyes de la geometría; diez minutos de espera, un cuarto de hora, hasta que queda de una claridad meridiana que no se presentará nadie más. ¿Dónde está ella? Dijo que vendría. ¿Y si le ha pasado algo?
Finalmente, el astronauta (Patrick) suspira y se levanta detrás de la mesa.
—Bueno —dice—, pues empezamos, ¿no? Me llamo Patrick Watts; soy de Ashton-Under-Lyme, estudio económicas y soy el capitán del equipo de este año de No hay más preguntas. —Un momento… ¿Quién ha dicho…?—. Los espectadores habituales del programa quizá me reconozcan del concurso del año pasado.
De eso, de eso me suena: recuerdo haber prestado especial atención al programa, porque estaba llenando el formulario de universidades y quería hacerme una idea del nivel. Recuerdo haber pensado que era un equipo bastante malo. Se nota que el tal Patrick aún tiene cicatrices emocionales, porque al mencionarlo mira el suelo, avergonzado.
—Obviamente, no fue una actuación irreprochable… —Si no recuerdo mal, se los cargaron en la primera ronda, y eso que los contrincantes también eran flojos—. Pero para este año tenemos esperanzas, sobre todo habiendo tanta… materia prima prometedora.
Cada uno de los tres mira a los otros, y luego las filas de mesas vacías.
—¡Bueno, venga! Al grano, y a la prueba. Es una prueba escrita de cuarenta preguntas, sobre un amplio abanico de temas, parecida a las que nos encontraremos en el programa. El año pasado anduvimos especialmente flojos en ciencias… —Me lanza una mirada—. Quiero asegurarme de que esta vez no estemos demasiado orientados hacia el arte.
—Y el equipo es de cuatro, ¿no? —interviene el de Manchester.
—Exacto.
—Pues digo yo que entonces… ya estamos todos dentro.
—Bueno, sí, pero tenemos que asegurarnos de que el nivel sea aceptable.
Colin, sin embargo, no se da por vencido.
—¿Por qué?
—Pues porque si no… volveremos a perder.
—¿Y?
—Pues que si volvemos a perder… si volvemos a perder…
Patrick mueve la boca sin decir nada; la abre y la cierra como una caballa agonizante. Es la misma cara que puso el año pasado en el concurso al no acertar una pregunta sencillísima sobre los lagos de África oriental; la misma expresión angustiada, cuando todo, todo el público sabía la respuesta, y se la intentaba transmitir por telepatía: ¡el lago Tanganica, Tanganica, burro!
Un ruido en la puerta lo distrae: caras de chicas apretándose contra el cristal, risas disimuladas, empujones… y la empujan a la sala unas manos invisibles. Se queda donde está, entre risitas, procurando recobrar la compostura a la vez que nos mira a los cuatro.
Juro que llego a pensar que todos se levantarán.
—¡Uy! ¡Perdón a todos!
No habla con mucha fluidez, ni se tiene muy bien de pie. ¡No pretenderá hacer un examen borracha!
—Perdón, pero ¿llego demasiado tarde?
Patrick se alisa el pelo de astronauta con las manos y se pasa la lengua por los labios.
—En absoluto —dice—. Me alegro de tenerte a bordo… mmm…
—Alice, Alice Harbinson.
Alice. Alice. Tenía que llamarse Alice. ¿Cómo si no?
—Vale, Alice, pues siéntate, por favor.
Mira a su alrededor, me sonríe, se acerca y se sienta en la mesa de detrás.
Las primeras preguntas son muy fáciles: geometría básica y algo sobre los Plantagenet, más que nada para ponernos a tono, aunque es difícil concentrarse con los resuellos de Alice a mi espalda. Me giro a mirarla. En efecto, está inclinada sobre el enunciado, con la cara roja, temblando de risa contenida. Sigo con la prueba.
Pregunta 4: ¿Cómo se llamaba la antigua Estambul antes de llamarse Constantinopla?
Fácil. Bizancio.
Pregunta 5: El helio, el neón, el argón y el xenón son cuatro de los «gases nobles». ¿Cuáles son los otros dos?
Ni idea. ¿Kriptón e hidrógeno, tal vez? Kriptón e hidrógeno.
Pregunta 6: ¿Cuál es la composición exacta del aroma que emana Alice Harbinson, y por qué es tan delicioso?
Algo caro, como de flores, pero que no agobia. ¿Será Chanel N.º 5? Con un toquecito de jabón Pears, y Silk Cut, y cerveza…
Ya está bien. Concéntrate.
Pregunta 6: ¿Dónde se sienta la señora Thatcher en el Parlamento?
Fácil. Me la sé, pero vuelvo a oír el ruido. Esta vez, al girarme, nuestras miradas coinciden. Ella hace una mueca, articula «perdón…» y se cierra los labios con una cremallera imaginaria. Yo sonrío lacónicamente con un solo lado de la cara, como diciendo: «Bah, tranquila, no me hagas caso, que yo tampoco me lo tomo en serio», y sigo con la prueba. Tengo que concentrarme. Me meto en la boca un tic tac y me presiono la frente con los dedos. Concéntrate, concéntrate.
Pregunta 7: ¿La mejor manera de describir el color de los labios de Alice Harbinson sería…?
No estoy seguro. Como no se los veo… Sale en aquel soneto de Shakespeare; tono adamascado, o coral, o algo así… Quizá vuelva a mirarla. No, no la mires. Concéntrate. Baja la cabeza.
Con la 8, la 9 y la 10 no hay problemas, pero luego empieza una tanda de preguntas absurdamente difíciles de matemáticas y física. Empiezo a flaquear. Me salto dos o tres que no entiendo, aunque me arriesgo con la de las mitocondrias.
—Pssst…
Pregunta 15: La energía liberada por la oxidación de los productos del metabolismo citoplásmico se convierte en trifosfato de adenosina…
—Psssssssst…
Está apoyada en la mesa, con los ojos muy abiertos, intentando darme algo con el puño cerrado. Tras comprobar que Patrick no nos mira, echo la mano hacia atrás y noto que Alice me pone el papelito en la palma. Patrick levanta la cabeza. Me apresuro a convertir el gesto en un estiramiento de brazos por encima de la mía. Cuando ya no hay moros en la costa, desdoblo el papel. Pone: «Me intriga tu extraña y sobrenatural belleza. ¿Cuánto tendré que esperar a que tus labios toquen los míos…?».
O, más exactamente: «¡Eh, empollón, ayúdame! Soy TONTÍSSSIMA, y encima estoy BORRACHA. Por favor, sálvame de la humillación TOTAL. ¿Cuáles son las respuestas a la 6, la 11, la 18 y la 22? La 4 es Bizancio, ¿no? Gracias de antemano, tío, de parte de la inútil que tienes detrás. Besos. PS: Si te chivas al profe te la cargas».
Me está pidiendo que comparta con ella mi cultura general; si eso no son insinuaciones, no sé qué lo será. Copiar en un examen es muy grave, claro, y con cualquier otra persona no me prestaría, pero ante lo excepcional de las circunstancias, busco rápidamente las preguntas, giro el papel y escribo: «La n.º 6 es Finchley, la 11 puede que Las piedras de Venecia de Ruskin, la 18 puede que el gato de Schrödiger, y la 22 yo tampoco la sé. ¿Diaghilev? La 4 es Bizancio, sí».
Lo releo varias veces. Como carta de amor, es más bien seca. Me gustaría decir algo más tentador y provocativo, pero sin limitarme a escribir «eres muy guapa», así que pienso un momento, respiro hondo y añado: «¡Por cierto, me debes una! ¿Un café a la salida? ¡Atentamente, el Empollón!». Luego, antes de poder arrepentirme, me giro en el asiento y se lo dejo encima de la mesa.
Pregunta 23: ¿Cómo se llama la estructura especializada de alimentación de las ballenas del suborden Mysteciti?
Barbas.
Pregunta 24: ¿Qué metro francés usado por Corneille y Racine consiste en versos de catorce sílabas con los principales acentos en la sexta y la última sílaba?
Alejandrino.
Pregunta 25: ¿De qué estado emocional suelen ser síntomas el aumento de la frecuencia cardíaca, el sudor frío y la sensación de euforia?
Venga, baja la cabeza y concéntrate. ¡Acuérdate de que es el No hay más preguntas!
Pregunta 26: ¿Cuántos vértices tiene un dodecaedro?
Bueno, «dodec» son doce, o sea, que hay doce caras; por lo tanto, si lo abrieras todo serían doce por cuatro, lo que daría cuarenta y ocho, aunque luego hay que restar el número de ángulos comunes, que serían… ¿Veinticuatro? ¿Por qué veinticuatro? ¿Porque cada vértice es la unión de tres planos? Cuarenta y ocho dividido entre tres son dieciséis. ¿Dieciséis vértices? ¿No hay alguna fórmula? ¿Y si lo dibujo?
Justo cuando intento dibujar la deconstrucción de un dodecaedro, la bola de papel pasa volando sobre mi cabeza y rebota en mi mesa. La cojo antes de que se caiga al suelo, la abro y leo: «Vale, pero tendrás que prometerme que no bailarás».
Me sonrío, pero no me giro, para hacerme el duro; a fin de cuentas es lo que soy, un tío bastante duro. Sigo deconstruyendo mi dodecaedro.