43

ÚLTIMA PREGUNTA: ¿En qué isla del Mediterráneo, cuyo eje este oeste mide doscientos sesenta kilómetros, y cuyo centro administrativo es Heraklion, apareció la primera auténtica civilización europea, la minoica?

RESPUESTA: Creta.

12 de agosto de 1986

¡Ola! (Que viene una…)

¿Cómo estás? Seguro que te sorprende recibir esto, ¡después de tanto tiempo! Sí, el matasellos es correcto: estoy en el extranjero, por primera vez en mi vida. ¡Y en un sitio donde hace calor! Hasta me he puesto moreno, como quien dice, o lo estaré cuando ya no se me pele la piel. Previsiblemente, el primer día me pasé y he estado un tiempo con bastantes dolores; tenía que comer de pie, pero ya estoy mejor. (¡¡¡También se me han ido los granos, pero eso no hace falta que lo sepas!!!). He aprendido a bucear, entre ataques de pánico. La comida está buenísima: mucha carne requemada y nada de verdura. Hoy me he comido el primer trozo de queso Feta. Mmmm… Parece material de embalar salado. ¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos a Luigi’s, y tú te pusiste aquel vestido de noche?

Bueno, a lo que íbamos.

Tu postal llegó justo antes de que nos fuéramos, y fue una agradable sorpresa, además de un alivio. Después de nuestra pequeña… esto… aventura, temía que siguieras un poco enfadada conmigo. ¿Has vuelto a ver a Patrick? ¿Ya se ha recuperado, o sigue sin poder oír mi nombre? Mándale recuerdos; luego te apartas, y ves cómo le cambia el color de la cara.

Me parece muy buena noticia que vayas a hacer el papel de Helen Keller el trimestre que viene. Me imagino que será todo un reto. ¡Al menos no tienes que aprender ningún diálogo! ¿Qué dijo Noel Coward sobre que la interpretación consiste en no chocar con los muebles? ¡Ja, ja! ¡¡¡Perdona!!! No tiene gracia. En serio, muchas felicidades. Serás una Helen buenísima. Quizá vayamos a verte, sobre todo porque la otra vez me lo perdí y no pude echarte un Gabler. (¿Pillas el chiste? ¡Ja, ja!). Estaría bien volver a verte después de tanto tiempo. Tengo millones de cosas que contarte…

… y es cuando tengo que dejar de escribir, porque la oigo subir por la escalera, volviendo de su baño de la tarde, así que me apresuro a meter la carta en el libro, echarme en la cama y fingir que leo Cien años de soledad.

Al final, por quien más lo sentí fue por Julian, el joven y simpático investigador. Tuve que involucrarlo un poco para que mi historia tuviera algún sentido.

Lo ocurrido vino a ser lo siguiente: estando tumbado en la mesa, tiré el portapapeles al suelo sin querer, el de Julian, que se lo había dejado al subirme, y como el sobre se abrió, se desparramaron todas las tarjetas de las preguntas. Al darme cuenta de lo que eran, las guardé enseguida, claro, pero es evidente que debí de fijarme en el texto de alguna antes de poder apartarla de mi vista. Subliminalmente, como si dijéramos.

La verdad es que se portaron bastante bien, teniendo en cuenta que hubo que anular la grabación y mandarnos a todos a casa; vaya, que no se pusieron en plan Gestapo ni nada; no me enfocaron un flexo en los ojos, ni me maltrataron, porque supongo que técnicamente yo no había hecho nada malo. Nada, en todo caso, por lo que se me pudiera denunciar.

Como es lógico, tuvieron que descalificar a todo el equipo; no podían arriesgarse, a pesar de mi insistencia en que lo había hecho yo solo, en que toda la culpa era mía, y tal y cual. Ya está. Así acabó No hay más preguntas. Para todos.

Debo reconocer que fue bastante violento; tanto, que no me vi capaz de hacer el viaje de vuelta con el resto del equipo. No estaba seguro de que me dejaran subir al mismo coche que ellos, y sí de que en el minibús de los seguidores no sería bienvenido, así que volví a Southend con mi madre, en la furgoneta de Des, encajado en el asiento delantero. ¿Verdad que en las noticias siempre sacan a los delincuentes de la comisaría escondidos debajo de una manta gris? Pues fue un poco así. Al salir del aparcamiento, vi a los otros junto al dos caballos amarillo de Alice. Me pareció que Patrick gritaba y daba patadas a los neumáticos, y que Lucy intentaba calmarlo. Alice, que aún llevaba aquel vestido negro tan precioso, estaba apoyada en el coche, con el osito Eddie colgando en una mano, triste, y guapísima. Al pasar al lado con la furgoneta, nos vimos, y debió de decir algo así como «¡Miradlo!», porque se giraron. La verdad es que en situaciones así no se sabe muy bien qué hacer, ni qué expresión facial adoptar, así que lo único que hice fue articular la palabra «perdón» al otro lado del cristal.

No estoy seguro de que lo vieran.

Patrick se puso a gritar algo que no entendí, y a buscar algún objeto arrojadizo. Alice se limitó a sacudir muy lentamente la cabeza.

En cambio, me fijé en que Lucy me saludaba, y me pareció muy amable de su parte.

Cuando ya está bien dormida, en su siesta, salgo a la galería con vistas al mar, me siento a la mesa de madera y sigo escribiendo.

Perdona, es que me han interrumpido. ¿Por dónde iba? Ah, sí, que tal vez pueda ir a verte a lo de Helen Keller, aunque me queda bastante lejos; es que me voy a vivir a Escocia, a Dundee. Tengo plaza a partir de octubre. Otra vez Lit. Ing., aunque allá solo lo llaman literatura, porque creo que es un poco polémico lo de Ing. Me gusta la idea de empezar desde cero, y todo eso. Tengo esperanza en el futuro y en que esta vez me podré concentrar un poco más en los estudios…

A mi madre le expliqué la misma versión que a las autoridades, y creo que se la creyó, aunque en aquel momento no dijo gran cosa. Después, de madrugada, al llegar a Southend, cuando subí a mi antiguo dormitorio, me dijo que no importaba, y que de todos modos estaba orgullosa de mí. Me gustó que lo dijera, pese a no estar seguro de que fuera verdad.

La tarde siguiente, llamé por teléfono al Departamento de Inglés y dije que estaría fuera una semana, más o menos, a causa de una enfermedad repentina; sin embargo, ya debía de haber corrido la voz, porque el profesor Morrison ni siquiera me preguntó qué tenía. Lo único que dijo fue que lo entendía perfectamente, que le parecía buena idea y que me tomase todo el tiempo que quisiera; así que casi toda esa semana me la pasé en la cama, durmiendo, sobre todo, leyendo y sin beber, en espera de que las aguas volvieran a su cauce.

Lo que ocurre es que hay aguas que nunca vuelven a su cauce. Pasadas dos semanas, como no acababa de salir de mi cuarto, decidí que quizá fuera mejor no volver. Total, que una tarde cogimos Des y yo la furgoneta, recogimos todas mis cosas, aprovechando que no estaban Marcus ni Josh, y volvimos a casa el mismo día. Luego me metí otra vez en la cama y seguí en ella hasta que mi madre insistió en que fuera al médico. A partir de entonces, empecé a no verlo todo tan negro.

El resto del año lo pasé trabajando otra vez en Ashworth Electricals, la fábrica de tostadoras. Creo que se alegraron de mi regreso. Mi madre y Des tuvieron que aplazar seis meses la magna inauguración de su imperio Bed & Breakfast, pero se lo tomaron muy bien. Supongo que Des es buena persona. Para abril, Spencer ya estaba recuperado; le suspendieron la condena y le pusieron una multa bastante sustanciosa, pero yo le conseguí trabajo en Ashworth Electricals, conmigo, y pudimos pasar un poco más de tiempo juntos, lo cual estuvo bien. Ni yo le expliqué todo lo ocurrido, ni él me lo preguntó. Puede que fuera lo mejor. También vi a Tone, pero no tanto; parece que siempre esté de «maniobras secretas» en Salisbury Plain.

¿Qué más? Leo mucho. Escribí algunos poemas, casi todos pésimos, unos cuantos relatos y una obra de teatro radiofónica: un monólogo interior de flujo de conciencia en primera persona, basado en Robinson Crusoe, pero actualizado, y escrito desde el punto de vista de Viernes. Escuché mil veces The Hounds of Love, hasta llegar a la conclusión de que casi seguro que es el mejor disco de Kate Bush.

Y de repente, en junio, recibí una llamada totalmente inesperada.

Bueno, tengo que ir acabando. ¡¡¡Huele a carne requemada, señal de que falta poco para la hora de cenar!!!

Ahora que lo pienso, fue una época curiosa, ¿no, Alice? Rara, quiero decir. La metáfora (¿¿o será un símil??) que siempre se me ocurre es que es un poco como cuando era pequeño y papá me compraba un kit Airfix. Yo me sentaba en la mesa de la cocina y antes de abrir la caja me aseguraba de tener todas las herramientas necesarias, el tipo de pega que hacía falta, todas las pinturas, mates y brillantes, y un cuchillo de maquetismo muy, muy afilado. Me juraba seguir las instrucciones totalmente al pie de la letra, y tomármelo con calma, sin saltarme nada, sin precipitarme, haciendo las cosas con cuidado, concentrándome, pero de verdad, para que al final me saliera gustos musicales muy desfasado, el ideal platónico de lo que tenía que ser una maqueta de avión; pero en algún momento siempre empezaban a salir las cosas mal: perdía una pieza debajo de la mesa, o se me corría la pintura, o se caía pega en una hélice que tenía que girar y se enganchaba, o se me manchaba de pintura el cristal de la cabina, o se me rompían los adhesivos al ponerlos… Y cuando se lo enseñaba a papá, el producto final nunca acababa de… estar a la altura de mis esperanzas.

He intentado usar esta metáfora extendida como base de un poema, pero todavía no lo tengo resuelto.

En fin, que mucha suerte en el nuevo año académico; ya te escribiré en cuanto esté instalado, y puede que entonces…

—¿A quién escribes? —me pregunta, parpadeando de sueño bajo el sol de la tarde.

—No, nada, a mi madre —respondo—. ¿Qué tal el baño?

—Muy refrescante, pero tengo algo en el pelo.

—¿Quieres que te lo quite?

—Sí, por favor.

Sale a la galería tan tranquila, sin ponerse el top, y se sienta en el suelo, entre mis rodillas.

—¿No quieres ponerte nada? —digo.

—¿Y tú no quieres que te dé un puñetazo en los dientes…?

—¡Que te pueden ver!

—¿Y qué? Coño, Jackson, esto es como irse de vacaciones con Mary Poppins, te lo juro…

—¿Sabes que dices demasiadas palabrotas?

—Tú cállate y mira, ¿vale? ¿Ves algo?

—Sí. Parece petróleo, o alquitrán, o algo así.

—¿Se va?

—No del todo.

—¿Te parece que sería más fácil en la ducha?

—Sí, puede que sí.

—Bueno, pues ¿vienes?

—Vale, vale.

Conque aquí estamos. Claro que acabamos de empezar… Cuando hablamos por teléfono, la idea era viajar juntos, pero alojarnos en habitaciones separadas, o como mínimo en una de dos camas, pero se vio que era un plan demasiado caro, y a la tercera noche ya se desmontó, al cabo de una conversación muy larga y franca, y de toda una botella de aguardiente Metaxa.

En fin, lo dicho, que aquí estamos. La verdad es que no es donde esperaba estar yo, ni necesariamente donde quería estar, pero ¿quién lo está? Tampoco me esperaba que estuviera ella conmigo, para ser sincero. Sigue diciendo demasiadas palabrotas, claro, pero también me hace reír mucho. No parecerá gran cosa, pero hace pocos meses me habría parecido imposible, así que no está mal.

Nada, pero nada mal, la verdad.

A todo joven le preocupa algo; forma parte natural e inevitable del hecho de crecer, y a los dieciséis años mi mayor preocupación vital era no volver a conseguir jamás algo tan bueno, puro, noble o auténtico como mis notas del graduado en secundaria. Supongo que sigue siendo posible que no lo consiga, pero desde entonces ha llovido muchísimo. Ahora tengo diecinueve años y me gusta pensar que me tomo esas cosas con muchísima más sabiduría y buen rollo.