PREGUNTA: ¿Qué mártir cristiano del siglo III, identificado con un sacerdote y médico romano que murió durante la persecución de los cristianos por el emperador Claudio II el Gótico, o bien con el obispo de Terni, también martirizado en Roma, ha sido objeto desde el siglo XIV de una festividad en su nombre que se dedica específicamente a los enamorados?
RESPUESTA: San Valentín.
Cada vez que oigo a Edith Piaf cantando «Non, je ne regrette rien» —más a menudo de lo que querría, desde que estoy en la universidad—, siempre pienso lo mismo: «¿De qué narices habla?». Yo me arrepiento prácticamente de todo. Soy consciente de que la transición a la edad adulta es difícil, y a veces dolorosa; conozco las convenciones de los ritos de paso, sé qué significa el término literario Bildungsroman, y me doy cuenta de que al recordar mi juventud inevitablemente sonreiré con sabia ironía, pero lo que no puede ser es que me incomoden y avergüencen cosas que han pasado hace treinta segundos; lo que no puede ser es que la vida se reduzca a un interminable panorama de amistades tiradas a la basura, ocasiones perdidas, conversaciones fatuas, días desaprovechados, comentarios idiotas y chistes inoportunos y sin gracia que se quedan en el suelo, a mis pies, saltando como peces moribundos.
Pues se acabó. He decidido que de hoy no pasa. Al volver en tren, y reflexionar sobre la última tanda de cagadas increíbles, llego a la conclusión de que hay que cambiar de vida. En términos generales, cambiar de vida es una decisión que tomo una media de treinta o cuarenta veces por semana; suele ser hacia las dos de la mañana, en plena borrachera, o a primera hora del día siguiente, con resaca, pero esta vez va en serio: a partir de ahora viviré como Dios manda. Está claro que lo de ser Enrollado y Distante a mí no me está funcionando; ni funciona, ni es probable que llegue a funcionar, o sea, que será mejor que me centre en que mi vida gire en torno a estos tres principios básicos: Sabiduría, Bondad y Valor.
Emprendo mi vida más sabia, bondadosa y valerosa en el momento en que el tren se para en la estación: veo una cabina en el andén, compruebo que llevo calderilla y marco el número. Se pone Des; normal, supongo, ahora que ya no es ningún secreto.
—¿Diga?
—¡Hola, Des, soy Brian! —digo, hecho unas pascuas.
Justo después, caigo en la cuenta de que le he llamado Des, no tío Des; lo que ya no tengo tan claro es si es un síntoma de una actitud vital más madura o una respuesta freudiana a que se esté acostando con mi madre.
—Ah… Hola —dice, como si le diera miedo; cosa rara, porque pesa unos noventa kilos, y tampoco es que yo le pueda dar un puñetazo por teléfono. Hace una pausa para coger bien el auricular—. Oye, que… perdona que esta mañana haya salido en bolas; lo de tu madre y yo pensábamos decírtelo, como comprenderás…
—No pasa nada, Des, en serio; nada de nada —le tranquilizo. Sorprendo mi reflejo en el cristal de la cabina, sonriendo como un payaso de circo—. ¿Está mamá? —digo; un poco tonta, la pregunta, teniendo en cuenta que es su casa…
—Sí, claro, ahora te la paso.
Oigo el ruido del auricular al ser tapado por la mano de Des, que murmura algo. Después se pone mi madre.
—¿Hola? —dice con cautela, sin acercarse del todo el teléfono a la boca.
—Hola, mamá.
—Hola, Brian. ¿Has vuelto bien? —pregunta, con una dicción un poco exagerada, señal de que está borracha.
—Sí —digo yo.
Hay un momento de silencio, en el que tengo la tentación de colgar, pero al recordar mis nuevas consignas —Sabiduría, Bondad y Valor— trago saliva y empiezo a hablar.
—Oye, que solo quería decirte… —¿Qué quiero decirle?—. Solo quería decirte que lo he estado pensando y me alegro mucho, mucho de lo tuyo con Des. Me parece muy bien que os caséis, de verdad; de hecho, creo que es muy buena idea. Es un tío genial, y siento si… vaya, que ha sido la sorpresa, pero nada…
—Brian…
—También me parece bien lo del Bed & Breakfast. En Semana Santa iré a llevarme mis cosas, y ya lo tendréis para vosotros. Es lo que has dicho tú: en el fondo, solo son maquetas de aviones. Bueno, lo que quería decirte es que lo veo bien. Me… alegro de que estés contenta. —No se oye nada; solo la respiración de mi madre, que se pasa el auricular de una mano a la otra—. ¡Siempre que no me pidas que lo llame «papá»! —digo, con todo el desenfado del que soy capaz.
—No, claro, Brian…
Mi madre está a punto de decir algo, pero al final se calla.
—Bueno, pues nada… ¿Sigues pensando venir mañana?
—¡Claro! No me lo perdería por nada del mundo.
—¿Y seguro que no es mucho dinero, entre el billete de tren y todo lo demás?
—De eso no te preocupes, Brian…
—Dejaré la entrada en la puerta, a tu nombre…
—Ah, Brian… Otra cosa…
Ya ha empezado a pitar el teléfono; y aunque sienta el peso de la calderilla en el bolsillo, tengo la sensación de haber dicho todo lo que tenía que decir.
—Tengo que colgar, mamá; es que se me ha acabado el dinero…
—Brian, te tengo que preguntar otra cosa…
—Pues venga, rápido.
—¿Des también puede venir?
En ese momento se corta la llamada. Me quedo en la cabina con el teléfono en la mano. El caso es que siempre había esperado que estuviera mi padre; no en el sentido literal, como es obvio (estando muerto…), pero en mi cabeza era mi padre quien estaba sentado entre el público, al lado de mi madre, sonriendo, aplaudiendo y levantando los pulgares. Seguro que ella también lo sabe, porque si no, no se habría puesto tan nerviosa al preguntármelo. Y ahora, en vez de mi padre, será Des, alguien a quien en el fondo conozco muy poco, y que la verdad es que me cae mal…
Saco monedas del bolsillo, cojo el teléfono y marco el número. Se pone mi madre casi enseguida.
—¿Mamá?
—Ah, hola, Brian, es que iba a preguntarte…
—Ya te he oído, mamá. Pues claro que puede venir Des.
—Ah… Vale.
—Mañana arreglo lo de las entradas.
—Ah… Vale, Brian, si estás seguro…
—Estoy seguro…
—Bueno, pues adiós.
—Adiós.
Cuelgo.
Me quedo un momento en la cabina, pensando; bueno, aún es pronto para decirlo, pero de momento parece que lo de la Sabiduría, la Bondad y el Valor da bastante buen resultado. Creo que por una vez hasta puedo haber hecho algo bueno. Debería ir a casa, a decidir qué me pongo para el rodaje de mañana. Aun así, decido ir a ver a Alice, que por algo es San Valentín, y a estas alturas ya habrá leído mi poema.