- VI -

La extraordinaria aventura vivida por nuestras cuatro amiguitas del «Trébol de Cuatro Hojas» en el curso de sus vacaciones de Navidad alimentó durante largo tiempo las conversaciones del pensionado de Egeborg, durante aquel memorable invierno, y la reputación de Puck como chiquilla intrépida, ya sólidamente establecida, se vio aún reforzada entre sus compañeras y compañeros. Sólo los muchachos Alboroto y Cavador encogían los hombros con aire despreciativo cuando alguien aludía a aquella aventura. Según decían, se trataba de una de esas historias sentimentales que gustan a las chicas, y en su opinión, Puck no había hecho otra cosa que portarse como una niñita buena. Sin embargo, las cuatro amiguitas tendrían pronto la ocasión, en las competiciones deportivas de invierno, de probar a los muchachos que eran muy capaces de ganarles en su propio terreno.

Todo contribuyó a convertir en maravilloso aquel invierno para las ocupantes del «Trébol de Cuatro Hojas». En primer lugar, Hans, que había conservado en su corazoncito una verdadera adoración por Puck, se presentó varias veces con sus padres en el pensionado para visitarla. Era verdaderamente un cuadro encantador ver a aquella feliz familia Jespersen, radiante por su dicha recobrada, y hay que confesar que Puck y sus amigas se sentían muy orgullosas de la parte que habían tenido en aquella reconciliación.

Por otra parte, la señorita Ingeborg, tía de Hans, se presentó también en el pensionado de Egeborg, hacia el final del invierno, en cuanto su pierna rota le permitió desplazarse de nuevo. Deseaba dar las gracias a las cuatro amiguitas, por cuya audaz iniciativa —después de todo, ella era un poco responsable de todo aquello por el «secuestro», ¿no?— todo había acabado felizmente, cuando pudo haber sido una verdadera catástrofe.

Pero más que otra cosa lo que convirtió en inolvidable aquel invierno de Egeborg fueron las nuevas hazañas del «Trébol de Cuatro Hojas». Pero, por el momento, Alboroto y Cavador estaban muy lejos de imaginar, mientras contemplaban el brillo del sol en la nieve inmaculada, las sorpresas que les reservaba su incomparable compañera Puck.

—Oye, Alboroto, tengo una idea…

—¿De verdad, Cavador?

—Sí, una idea maravillosa…

—¡Hum! Cada vez tengo menos confianza en tus ideas maravillosas.

—¿Por qué?

—¿Acaso no fuiste tú quien tuvo la «maravillosa» idea de gastarle una broma a «Frederik» en la clase de Historia Natural?

—Sí…

—¡Y el resultado fue que ambos quedamos en ridículo! Y también fuiste tú quien tuvo la «maravillosa» idea de declarar la guerra a Puck y a sus amigas, ¿no?

—Sí…

—¡Bien! Y el resultado fue que quedamos prisioneros en el invernadero. Y, para completar la lista de tus «maravillosas» ideas, ya que en esa última ocasión fuimos encarcelados por la policía como criminales… ¡y fueron Puck y sus amigas quienes tuvieron que sacarnos del apuro!

Cavador se quedó un tanto confuso.

—Tienes razón. Hemos tenido mala suerte, pero ya verás como eso cambiará ahora. ¡No debemos abandonar la partida, Alboroto!

—No…, claro que no, querido Cavador. Dime, ¿cuál es tu idea?

Alboroto y Cavador —o bien Hugo y Henrik, para darles su verdadero nombre—, eran los más grandes bromistas del pensionado de Egeborg. Si bien las lecciones y los deberes escolares no eran su fuerte, resultaban excelentes como inventores de bromas, lo que cada mes les valía un buen número de malas notas. No obstante, eran muy populares y cuando, de tarde en tarde, el director Frank adoptaba para con ellos un aire severo era más que otra cosa para ocultar su sonrisa. Aquel joven pedagogo competente no había olvidado aún su propia infancia y sabía que «los niños son niños».

Por el momento, Alboroto y Cavador permanecían de pie en lo alto de una colina al noroeste del lago Ege. Si hubieran sido sensibles a aquella clase de cosas, habrían apreciado el bello paisaje invernal que se extendía ante sus ojos. Desde hacía una semana, nevaba abundantemente y una espesa capa blanca había borrado poco a poco todos los relieves del contorno, espolvoreado los árboles y cubierto de una superficie helada el lago Ege.

Pero los dos bromistas permanecían indiferentes a la belleza de la naturaleza. Alboroto se apoyaba en un bastón de esquiar, e, impaciente por saber más, inquiría:

—Vamos, Cavador, cuéntame tu idea…

—Hace ya mucho tiempo que vivimos en paz con Puck y sus amigas, ¿no?

—Sí, es cierto. Y ¿qué?

—Pues vamos a romper esa paz.

—¡Bravo, querido Cavador! Se diría que expresas mis más íntimos pensamientos. Pero ¿cómo atacaremos la cuestión?

—¡Bah! Todavía no he reflexionado en los detalles. Sin embargo, así, en general ¿no te parece buena la idea?

—Cavador, tú eres el más grande pillo de todos los tiempos. ¡Me estás haciendo morir de impaciencia para declarar al fin que no tienes ninguna idea concreta todavía! Una cosa es declarar la guerra a las chicas y otra es saber cómo. ¡Me has decepcionado profundamente!

—¡Debemos inventar algo! —declaró Cavador—. La vida acabaría por ser aburrida… Estamos de acuerdo en que debemos tratar de vencer a las chicas en algo, ¿no?

—Sí, en este punto estamos plenamente de acuerdo.

—Bien… Y también estamos de acuerdo, supongo, en que tú y yo somos los dos cerebros más privilegiados de todo el pensionado, ¿no?

—Sin ninguna duda, Cavador… Aunque hay que admitir que Puck ha demostrado también ser bastante astuta. A decir verdad no resulta fácil ganarla.

—¡Así el honor será mayor, el día en que consigamos derrotarla! Antes de esta noche, ya tenemos que haber estructurado un plan.

—¿De veras?

—¡Naturalmente! El primero de nosotros dos que tenga una idea válida recibirá diez pesetas del otro.

—¡De acuerdo! —dijo Alboroto.

Los dos granujillas se miraron con complicidad. De súbito descubrían un nuevo encanto a la vida. Un poco después bajaban por la colina, tomando a toda velocidad las curvas llenas de nieve. Alboroto y Cavador eran excelentes esquiadores. El invierno precedente habían obtenido una victoria en todos los concursos organizados por el director Frank, y esperaban volver a triunfar en el presente.

Puck se hallaba en la entrada del pensionado cuando Alboroto y Cavador llegaron allí. La muchachita les dirigió una sonrisa maliciosa.

—Y bien, ¿los dos niñitos han ido a entrenarse?

Alboroto levantó sus esquíes y los hundió, juntamente con los bastones, en un enorme montón de nieve a la izquierda de la entrada principal. Después respondió con dignidad:

—Querida Puck…, los dos niñitos no tienen ninguna necesidad de entrenarse, pero, en cambio, podrían enseñarte muchas cosas a ti sobre el noble deporte del esquí…

Puck sintió una respuesta subirle a los labios, pero se contuvo y repuso alegremente:

—Tienes razón, Alboroto. No me vanaglorio de estar muy fuerte en esquí… No te costará mucho ganarme en la próxima competición.

—Desde luego que no, pequeña Puck —afirmó desdeñosamente Alboroto—. ¿No has salido aún?

—No, saldré ahora. Estoy esperando a Inger, Karen y Navío…

En aquel preciso momento las tres amigas de Puck aparecieron en el umbral, todas en equipo de esquiar cálido y práctico.

Cuando las cuatro muchachitas hubieron partido, los dos chicos las estuvieron siguiendo con la mirada. Ya el invierno anterior habían podido comprobar que Karen e Inger eran excelentes esquiadoras. Navío no era del todo mala… Pero ¿y Puck?

Al cabo de algunos segundos, Alboroto se volvió hacia su amigo:

—Dime, Cavador… Debemos reconocer que Puck es hábil en muchas cosas, pero no puede afirmarse precisamente que haya nacido con los esquíes en los pies. ¿Has visto nunca a alguien tan torpe en eso?

Cavador sacudió la cabeza.

—No. Ni siquiera sería divertido competir con ella. Con seguridad tardaría medio día en recorrer los cuatro kilómetros.

—¿Y cómo trepará a las colinas? —preguntó Alboroto, con una amplia sonrisa—. Seguro que se verá obligada a quitarse los esquíes y a subir gateando…

—Al bajar le será más fácil, Cavador. ¡Podrá hacerlo sentada!

Los dos amigos no sabían bien si debían alegrarse o entristecerse por la mediocridad de Puck en aquel terreno. Finalmente decidieron que era más bien lamentable. Habría sido mucho más emocionante vencerla en una competición si ella hubiese sido una esquiadora de primera clase. ¡Pero así sería juego de niños… y además poco deportivo!

En el transcurso de la tarde, la mayor parte de los alumnos salieron a practicar y los buenos esquiadores fueron numerosos. El director Frank tenía especial interés en que sus alumnos practicaran todo lo posible los deportes de invierno. ¡Nada podía resultar más fantástico que llenarse los pulmones de aire puro! De todos modos sólo permitió a los más expertos alejarse sin compañía, ya que en caso de accidente sería una catástrofe hallarse solo en la nieve, y prohibió terminantemente servirse del trampolín que se hallaba al noroeste del lago.

—¡Prometedme ser razonables! —les dijo.

Y todos los alumnos lo prometieron. Cuando los muchachos, particularmente veloces, llegaron ante la pista del trampolín, se miraron con picardía. ¡No les faltaban deseos de arriesgar un pequeño salto, pero consideraron cuestión de honor mantener la promesa hecha a su director! En cuanto a las muchachitas, los saltos no las tentaban tanto…

La naturaleza había hecho de Egeborg una pequeña sociedad aislada. La nieve que había estado cayendo durante la última semana le cortaba casi del mundo exterior, y las provisiones diarias sólo podían llegar allí en trineo.

Los alumnos debían estar de regreso al pensionado antes de la caída de la tarde. Luego cenaron con gran apetito. Los largos paseos en esquí y el frío ambiental les habían conferido mejillas arreboladas y hambre de lobo, pero sus miembros estaban tan fatigados que todo el mundo se acostó antes de la hora reglamentaria.

Una vez en su cama, Cavador bostezó tan ruidosamente que estuvo a punto de desquiciarse la mandíbula. Después, con voz somnolienta, pregunto:

—¿No se te ha ocurrido nada aún, Alboroto?

—No… ¿Y a ti?

Cavador bostezó más fuerte todavía.

—Mi cerebro está vacío. Durmamos.

—De acuerdo, Cavador. ¡Buenas noches!

—Buenas noches…

Los dos amigos apagaron la luz eléctrica. Permanecieron unos instantes silenciosos en la oscuridad. Súbitamente Cavador murmuró:

—Alboroto…

—¿Qué?

—Supongo que sigues pensando que nuestros dos cerebros son excepcionales, ¿no?

—¡Sin duda alguna!

—¡Qué suerte! Temía que estuvieran entrándote dudas… Ahora puedo dormir tranquilo.

* * *

Los días siguientes, Alboroto y Cavador no tuvieron tampoco ninguna idea «maravillosa». Además tuvieron otros motivos de preocupación.

La gran carrera de fondo tendría lugar el sábado por la tarde y la mayor parte de los muchachos estaban ocupados en colocar estratégicamente en el itinerario señales rojas convenientemente espaciadas.

Los alumnos de ambos sexos se entrenaban enérgicamente y entre ellos se cruzaron buen número de apuestas, cuyo pago consistía casi siempre en helados que se tomarían el próximo verano. El pastelero Bose de Oesterby interrumpía la venta de helados durante el invierno.

Poco a poco fueron estableciéndose pronósticos sobre el próximo concurso. Entre los muchachos se consideraban favoritos Alboroto, Cavador y Kai Schultz —apodado «Caoba»—; y entre las muchachitas Inger, Karen y Joan. Para muchos, Puck había sido la favorita en potencia hasta que la habían visto esquiar, honorablemente, sí, pero con muy pocas esperanzas de triunfar en una competición.

Puck estaba perfectamente al corriente de la opinión de sus compañeros, y ella se contentaba con sonreír. De vez en cuando Karen, Inger y ella sostenían pequeños conciliábulos que ofrecían un aspecto muy alegre.

El sábado por la tarde, los concurrentes se reunieron en el poste de salida. Había una docena de chicas y otro tanto de chicos. El director y su esposa, así como todos los profesores, habían acudido a presenciar aquella palpitante prueba de esquí.

El profesor de cultura física Strandvold se hallaba a la cabeza de la organización y decidía en qué orden debían salir a la pista los esquiadores. Tenía la lista en la mano cuando Puck se acercó a él y le preguntó con buenos modales:

—¿Podría yo ser colocada algunos números después de Alboroto…, quiero decir, Hugo?

El profesor la miró intrigado:

—Pues sí, Bente… Pero ¿por qué?

—Es que tengo una idea fija…

El profesor sonrió de oreja a oreja.

—Supongo que no piensas tener la menor posibilidad de ganar a Hugo…

Puck sacudió la cabeza sonriendo.

—Ya ha visto usted mismo, señor profesor, que no soy buena esquiadora. Sin embargo, si fuera posible, este arreglo me complacería mucho.

—Entendido, Bente. Y buena suerte.

—Muchas gracias.

La agitación crecía al acercarse el momento de la salida, y todo el mundo hablaba. Incluso los profesores apostaban entre ellos.

Siguiendo una antigua tradición, chicos y chicas eran enviados a la pista en una «mezcla heteróclita». Así las chicas ganaban a veces a los más rápidos muchachos, lo que contribuía a aumentar la emoción.

Justo antes de la competición, el gordo Svend —presidente del Consejo de Alumnos—, salió de su fila para anunciar:

—Antes de comenzar la tradicional competición de esquí, permitidme pronunciar algunas palabras. En primer lugar quiero dar las gracias a la señora Frank que nos ha proporcionado todos los trapos rojos que jalonan la pista…

Sus compañeros se pusieron a reír, pero Svend dijo:

—¡No es motivo de risa, amigos! Me atrevo a afirmar que la señora Frank ha sacrificado por nosotros todos los trapos de la limpieza de todo un año para el pensionado de Egeborg, por lo que debemos estarle muy agradecidos…

—¡Nos moriremos entre el polvo, entonces! —dijo Aage, apodado «Uva Seca».

Svend se volvió hacia él con expresión severa:

—Querido «Uva Seca», te condeno a pagar una multa de tres pesetas para los Fondos de Caja.

* * *

La salida de Alboroto fue la mejor conseguida de todas las que habían tenido lugar hasta entonces y los aplausos resonaron tras él. Un minuto Strandvold después, Else se lanzó a la pista; a continuación Georg, y luego se escuchó la voz de Strandvold:

—¡Bente! ¿Estás lista?

—Si

—¡Sal!

Puck salió y empezó a descender la pista como una flecha. Todos los espectadores se quedaron mudos de asombro. ¿Qué había pasado? ¿Era acaso una ilusión óptica? Varios días de observar a Puck esquiando habían llevado a todo el mundo a la conclusión de que era bastante mediocre… ¡Pero ahora había salido disparada como una exhalación!

El director Frank se volvió hacia su mujer:

—¿Qué opinas de esto? —dijo.

Ella sonrió.

—Con seguridad lo mismo que tú. Puck es una pillina que nos ha mantenido a todos engañados… Y además no me extrañaría que estuviera tratando de darle un buen bromazo a Hugo.

—¡Lo que me divertiría mucho! —respondió el director En mi opinión Hugo se había estado ufanando demasiado…

—Estoy enteramente de acuerdo —opinó la señora Frank—. ¿Crees que Puck conseguirá atraparle?

El director sacudió la cabeza.

—No lo creo. Hugo es un excelente corredor y además hay una diferencia entre la resistencia de una chica y la de un muchacho.

—¿Quieres apostar?

—De buena gana. ¿Qué apostamos?

—Un pantalón largo contra un par de zapatos de esquiar.

—¡Perfecto! Ganaré… Puedes estar segura de ello —declaró el director, riendo.

A pesar de que Puck había desaparecido entre los árboles desde hacía tiempo, los espectadores continuaban discutiendo aquel extraño caso. Naturalmente todos estaban de acuerdo en que no podía tratarse de un milagro y en que sólo unos cuantos días de entrenamiento no podían haber convertido a Puck en una campeona… ¡Algo se ocultaba allí, sin embargo!

Karen, Inger y Navío eran las únicas que habrían podido dar una explicación, pero preferían callarse…

Entretanto, Alboroto avanzaba con los dientes apretados. ¡Era cuestión de honor el ganar!

En los llanos, parecía volar, y en las cuestas tenía una técnica perfecta. Al cabo de cinco minutos, pasó a la primera chiquilla. Unos instantes más tarde, a un chico… Después a otra chica… Y cuando al fin sólo tuvo delante a Flemming, le gritó con arrogancia:

—¡Paso libre!

Molesto, Flemming se apartó y Alboroto pasó ante él con una gran sonrisa.

—¡Sí, todo va a la perfección!

Su sonrisa se hizo más y más amplia. Dentro de una decena de minutos Egeborg estaría ante sus ojos… ¡Y habría ganado la carrera de fondo! Sin duda alguna. Ninguno de sus compañeros podía hacer los cuatro kilómetros en menos tiempo.

De pronto estuvo a punto de caer de pura estupefacción, ya que oyó tras sí una aguda voz de chica, un tanto jadeante, que le decía:

—¡Paso libre!

A pesar de su sorpresa, Alboroto se apartó automáticamente y, unos segundos más tarde, una silueta acabó por pasar como una tromba de nieve.

¡Era Puck!

Alboroto se quedó bizco de estupor y… finalmente cayó de verdad sentado en la nieve.