—Parece que tenemos compañía, jefe.
Sentado en una tumbona, bajo una sombrilla, Al Giordino abrió una nevera con el pie para tirar una botella vacía de cerveza. Después cerró la tapa, apoyó su pierna vendada en la nevera y vio acercarse la motora. Iba vestido como para un día de playa, con shorts y camisa hawaiana, pese a hallarse en una barcaza en pleno canal de Panamá.
—Espero que no sea otro representante de la Autoridad del Canal —comentó Pitt, que, arrodillado cerca, en la cubierta, comprobaba el estado de varios instrumentos de inmersión.
—La verdad es que parece nuestro hombre de Washington.
La motora se acercó a la barcaza. Quien saltó a bordo fue Rudi Gunn, con una bolsa de viaje al hombro, pantalones de sport, camisa de vestir y sudor por todo el cuerpo.
—Se os saluda, destructores de canales —dijo, y abrazó a sus viejos amigos—. Nadie me había dicho que este sitio sería aún más agobiante que Washington en agosto.
—Tampoco está tan mal —objetó Giordino sacándole una cerveza de la nevera—. Aquí los caimanes son más pequeños.
—Tampoco hacía falta que vinieras a vernos en avión —añadió Pitt.
—Os aseguro que es un placer irme de esa ciudad. Con lo de la destrucción de la presa y tanto barco hundido habéis creado una pesadilla para las relaciones públicas.
Gunn miró un gran barco verde varado en la orilla del canal. Junto a su proa destrozada se apiñaba una brigada de trabajadores que efectuaban las reparaciones necesarias para reflotarlo.
—¿Es el Adelaide?
—Sí —dijo Pitt—, y estamos parados encima del Salzburg.
Gunn movió la cabeza.
—Los panameños están que trinan. Entre la reparación del canal, el rescate del Salzburg y las indemnizaciones por el tráfico perdido, el tío Sam tendrá que extenderle un cheque bastante sustancioso a este país.
—Teniendo en cuenta lo que hemos estado a punto de perder, sigue siendo una ganga.
—No te lo puedo discutir. Sandecker está encantado, y el presidente, sumamente agradecido, pero por motivos de seguridad no puede divulgar lo que estaba en juego, y ahora le están metiendo mucha caña por lo que Panamá llama «aventurerismo temerario de los americanos».
Giordino sacó otra cerveza de la nevera e hizo saltar el tapón.
—¿Aventurerismo temerario de los americanos? Brindo por eso.
—Claro que el presidente —siguió Gunn— se alegrará mucho más si devolvemos el motor del Flecha de los mares.
—Ahora mismo está en ello mi mejor equipo —dijo Pitt.
Gunn miró hacia el otro lado del canal. Tenían anclado cerca un destructor gris de la marina.
—Un Spruance —comentó Pitt—. Nuestra escolta y, si tenemos suerte, nuestro barco de rescate. —Miró a Gunn a los ojos—. Fue una suerte que lo enviaseis justo en aquel momento a las esclusas. Sin el destacamento armado que desplegaron, probablemente yo no estaría aquí.
—Hiram y yo vimos lo que pasaba por el sistema de videovigilancia del canal y, como daba la casualidad de que el Spruance iba a cruzarlo, aceleramos su paso. Bueno, mejor dicho, lo aceleró el vicepresidente Sandecker.
Gunn miró por la borda y vio las burbujas que subían a la superficie, enviadas por los buzos.
—¿Cómo le ha ido al crucero?
—¿Al Sea Splendour? Su capitán ya se daba por finiquitado, pero ha pasado algo curioso: los medios italianos le han convertido en héroe por su papel en frenar a Bolcke y desvelar la existencia del campo de esclavos. Al enterarse de que todos los daños correrían a cargo de nuestro gobierno, la naviera le ha dado una medalla y un ascenso. A quien no le ha ido tan bien es al piloto del canal que estaba a bordo en ese momento: se ha quedado sin trabajo, aunque tengo entendido que el capitán Franco le ha encontrado una plaza en la naviera.
Gunn sonrió.
—A ver si a mí me encuentra otro trabajo.
Las burbujas fueron haciéndose más grandes hasta que aparecieron los dos buzos. Gunn reconoció a Dirk y a Summer, que nadaron hasta una escalera de inmersión y subieron a bordo.
—Hola, Rudi —dijo Dirk—. ¿Te vienes a bucear con nosotros? El agua está caliente.
—No, gracias. —Gunn miró con recelo el agua turbia—. ¿Alguna señal del motor?
—Lo hemos encontrado intacto. Aún estaba atado a la plataforma del camión —respondió Summer—. Por alguna razón cayó lejos de los demás contenedores y del Salzburg.
—El camión está bastante hecho polvo, pero en el motor no he visto daños —explicó Dirk—. En principio el Spruance debería sacarlo sin problemas.
Gunn suspiró.
—¡Qué buena noticia! Ahora la NUMA no tendrá que pagar una presa nueva —dijo con una mirada de reojo a Pitt.
—No es en lo que somos expertos —contestó Pitt riéndose—. Para lo que sí tenemos permiso de la Autoridad del Canal es para mover el Salzburg; vaya, que parece que tenemos varios días por delante para disfrutar de este clima tan suave.
Gunn se secó la frente con la manga.
—Conmigo no contéis. Lo que me gustaría es llevarme a Dirk y Summer para que me ayuden a informar de lo ocurrido. —Gunn metió la mano en su bolsa de viaje—. Lo cual me recuerda que me han pedido que os entregue un paquete.
Hurgó en su interior hasta encontrar lo que buscaba, una fina caja que dio a Summer. Al abrirla, la joven sacó una larga carta escrita a mano y enganchada a un diario encuadernado en piel.
Mientras Summer leía la carta por encima, Dirk miró la caja y se fijó en el remite.
—Es de Perlmutter. ¿Qué tiene que decir St. Julien?
—Dice que no vamos a volver con Rudi a Washington —contestó Summer con una mirada persuasiva a su padre—. Lo que vamos a hacer es un viaje a Tierra del Fuego.