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Bolcke fue el primero en comprender lo que intentaba Pitt, y al ver que la barcaza era absorbida por la brecha de la presa se volvió hacia Zhou en el puente del Santa Rita.

—Pretende hacer bajar el nivel del agua para que no podamos salir. Tenemos que entrar ahora mismo en las esclusas.

Zhou no dijo nada. Él no controlaba las compuertas. Por eso le sorprendió que poco después empezaran a abrirse, como si hubieran recibido una orden. El carguero chino avanzó lentamente y penetró en la cámara, mientras lo ataban con cabos a las pequeñas locomotoras del muelle.

Bolcke, habitual de las esclusas, reparó enseguida en que pasaba algo raro. La cubierta principal del carguero quedaba bastante por debajo de la superficie del muelle, cosa que no debería haber sucedido en una cámara bien desaguada. El nivel del agua ya era unos metros inferior al normal.

Corrió hacia la radio del barco y empezó a dar gritos por el transmisor.

—¡Tránsito Central, aquí el Santa Rita! ¡Cierren enseguida las compuertas detrás de nosotros! ¡Repito, cierren las compuertas detrás de nosotros!

Dentro del puesto de control de las esclusas de Miraflores se ignoró sin reparos la llamada. El personal estaba ocupado en intentar averiguar qué sucedía en el canal de desagüe. Alguien había visto el Sea Splendour y un remolcador en sus inmediaciones, pero nadie había notado nada hasta el desplome de la barcaza. La movilización de las fuerzas de seguridad de la esclusa fue inmediata. Se mandaron barcos para investigar la presa por ambos lados.

Una lancha blanca y negra interceptó a Pitt de camino a la esclusa. Adelantándose al personal de seguridad, Pitt detuvo el remolcador y les gritó:

—Un barco pequeño ha perdido el control y se ha caído por la presa. Llevaba a mucha gente a bordo. Tienen que buscar supervivientes. Yo vuelvo a la esclusa para pedir refuerzos.

El jefe de seguridad se lo creyó y mandó a la lancha a investigar, sin cuestionarse hasta más tarde la presencia de Pitt en un remolcador de la Autoridad del Canal.

Pitt siguió adelante. En un momento dado vio a lo lejos un barco gris que esperaba para entrar en la cámara sur por el lado contrario. Él se dirigió a la norte en pos del Santa Rita, al fijarse en que el estrecho lago se estaba desaguando a mayor velocidad de la prevista. La superficie cada vez tapaba menos un gran conducto que alimentaba las cámaras con agua del lago.

Se alegró de ver que las compuertas de la cámara del Santa Rita aún estaban abiertas. Introdujo por ellas la proa del remolcador. Al otro lado era aún más evidente hasta qué punto había descendido el agua. La cubierta principal del Santa Rita no podía estar a menos de siete metros por debajo del muelle.

De todos modos no era suficiente. Al ir hacia el Pacífico, el Santa Rita bajaría algo más de ocho metros antes de salir de la cámara. Sería necesario que el nivel del agua descendiese mucho más para evitar que el barco siguiera su camino.

—Tránsito Central a Remolcador Auxiliar 16. Comunique sus actividades, por favor —dijo una voz por la radio.

Pitt cogió el transmisor.

—Tránsito Central, aquí seguridad. Estoy buscando posibles daños en las compuertas de la cámara norte.

Bolcke no tardó mucho en intervenir.

—Tránsito Central, ese remolcador lo pilota un farsante. Es el que ha provocado los daños de la presa. Deténganle enseguida.

Pitt apagó la radio, sabiendo que se había acabado el juego. Ahora lo único que podía hacer era mantener las compuertas abiertas con el remolcador, pero no hasta el punto de morir en el intento. Delante, en la cubierta del Santa Rita, aparecieron varios hombres armados que tomaron posiciones por las bordas laterales y de popa. Fuera del campo visual de Pitt, un contingente de guardias de seguridad de la Autoridad del Canal salió del puesto de control y corrió hacia el remolcador.

Algunos centenares de metros más allá se derrumbaron los últimos vestigios de la presa de Miraflores, y el caudal que afluía por ellos se amplió. En las orillas del lago había bajado drásticamente el nivel del agua, y los alrededores del canal habían quedado empantanados. Al mismo tiempo aumentó la succión del agua restante, y al bajar la palanca del acelerador Pitt sintió retroceder la embarcación. Durante esos momentos fugaces en los que volvió a salir por las compuertas constató que el conducto externo ya era visible en su integridad. Desde su entrada en la cámara, el nivel había bajado casi cuatro metros y aún salía agua por las compuertas abiertas.

Se metió otra vez en la cámara al ver que empezaban a cerrarse. El operario que las manejaba había dado la orden sin tener en cuenta la integridad del remolcador. Pitt se planteó bloquearlas, pero se dio cuenta de que la embarcación quedaría aplastada por sus seiscientas toneladas; sin embargo, al mirar de nuevo el Santa Rita comprendió que ya no tenía importancia.

El barco se veía un poco escorado hacia estribor, flanco en el que se apoyaba en un lado de la cámara. El nivel del agua en esta última había bajado bastante para dejar el buque apoyado en su quilla.

Aceleró para cruzar las compuertas antes de que se cerrasen y acercarse al Santa Rita, hasta que rebotó en la cubierta delantera de babor. Enseguida aparecieron hombres armados que apuntaron a Pitt en el momento en que amarraba el remolcador al barco. Caminó hacia la borda con los brazos en alto y subió al carguero. Uno de los hombres le clavó en la garganta el cañón de un AK-47 y le amenazó en mandarín.

Pitt le miró con una sonrisa dura.

—¿Dónde está vuestro jefe?

No tuvo que esperar a un traductor. Poco después aparecieron Bolcke y Zhou, que habían asistido a su llegada. Zhou le miró con curiosidad, sorprendido de volver a verle tras su encuentro en la selva; en cambio, la mirada que clavó Bolcke en él fue de rabia en estado puro.

—Creo que llevan ustedes algo que pertenece a mi país —dijo Pitt.

—¿Está usted loco? —vociferó Bolcke.

—En absoluto. Se ha acabado el juego, Bolcke, y usted ha perdido. Entrégueme los planos.

—No diga tonterías. Dentro de poco saldremos de la esclusa… y pasaremos sobre su cadáver.

—No irán a ningún sitio —dijo Pitt—. Su barco está varado, y en el conducto no hay bastante agua para volver a llenar esta cámara.

En el puesto de control, el operario de la esclusa había llegado a la misma conclusión. Ahora, en el punto ocupado por el Santa Rita, el nivel del agua era considerablemente más bajo que en la siguiente cámara. Con semejante diferencia de nivel entre ambos lados era imposible que abriesen las compuertas de salida.

—Es muy fácil: soltarán más agua del lago Gatún y nos iremos —dijo Bolcke.

—Pero no con los planos.

—Mátele, Zhou. —Bolcke se volvió hacia el agente—. Mátele de una vez.

Zhou calibraba sus opciones.

—No esperaba de usted que le llevase gratis —le dijo Pitt—. Supongo que no le habrá explicado quién acaba de volar su complejo. Me parece que tienen varias cosas de que hablar.

Por el rostro de Bolcke pasó la sombra de una sospecha.

—Mentiras —replicó—. Puras mentiras.

Sus ojos, sin embargo, delataban la desesperación de haberse dado cuenta de que todo su mundo se venía abajo. Ya solo le quedaba hacer callar al mensajero.

Se volvió hacia el hombre armado a quien tenía al lado y le arrebató el AK-47 para apuntar a Pitt. Mientras buscaba el gatillo se oyó un disparo. Un círculo muy rojo apareció en la sien de Bolcke. Sus ojos, llenos de rabia, se quedaron en blanco, y el minero austríaco cayó en cubierta soltando el fusil automático, que rebotó por el suelo.

Pitt vio a Zhou con el brazo extendido. Tenía en la mano una pistola china de 9 milímetros, con humo en el cañón. Zhou se volvió lentamente hasta apuntar al pecho de Pitt.

—¿Y si hago lo que me ha pedido Bolcke y le mato ahora mismo?

Pitt, que acababa de ver una sombra con el rabillo del ojo, sonrió con malicia al agente chino.

—Me acompañaría a la muerte un segundo después.

Zhou percibió sin verlo un movimiento sobre su cabeza, y al levantar la vista vio que en el muelle se alineaban una docena de hombres armados que apuntaban hacia él y su tripulación con carabinas M4. Eran soldados de la marina a bordo de un destructor Spruance, que estaba en la esclusa adyacente.

El rostro de Zhou no reflejó ninguna alarma.

—Esto podría crear un incidente incómodo entre nuestros dos países —dijo.

—¿Ah, sí? —preguntó Pitt—. ¿El arresto de unos insurgentes chinos armados a bordo de un barco con bandera de Guam, mientras ayudaban a pasar a un cruel traficante de esclavos? Sí, supongo que tiene razón: sería incómodo, al menos para uno de los dos países.

La voz de Zhou titubeó al contestar.

—¿Y si devolvemos los planos?

—En ese caso supongo que nos despediríamos con un buen apretón de manos, y todos felices.

Zhou contempló los ojos verdes de Pitt, escrutando a aquel enemigo tan cordial que se las había arreglado para sacar la mano vencedora. Después se volvió y le dijo algo a uno de sus hombres, que bajó despacio el arma y fue hacia el puente. Poco después volvió con el cubo cerrado que contenía los planos del Flecha de los mares y se lo dio a Pitt de mala gana.

Después de cogerlo Pitt fue hacia la borda. A medio camino, sin embargo, se detuvo, regresó hacia Zhou y tendió la mano. Zhou le observó un momento antes de cogerla y estrecharla con vigor.

—Gracias por salvarme la vida —dijo Pitt—. Dos veces.

Zhou asintió con la cabeza.

—Es posible que acabe por arrepentirme de la primera —respondió, esbozando a duras penas una sonrisa.

Pitt regresó a la borda y, con el cubo bien sujeto, subió por el lado de la cámara, donde había una escalerilla. Al llegar al final hizo un gesto de agradecimiento con la mano a los soldados de la marina… antes de ser detenido sin demora por las fuerzas de seguridad de la Autoridad del Canal.