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El incordio de Pitt había adelantado al Santa Rita buscando algún modo de frenar el barco y hacerse con los planos. Él solo, en el remolcador, tenía pocas opciones. Examinó la parte del lago que tenía delante y vio que al final la estrecha vía de agua se bifurcaba. El ramal sur llevaba a una pequeña presa que controlaba el nivel del lago. Al norte estaban las dos esclusas también llamadas Miraflores. Una de las cámaras acababa de abrir sus compuertas a un gran crucero.

Pitt sabía que las esclusas serían un callejón sin salida. Seguro que Bolcke tenía la misma influencia pecuniaria en Miraflores que en Pedro Miguel. Cualquier llamamiento a impedir el paso del carguero por las esclusas daría como resultado que le detuviesen, como a Dirk y Ann, hasta que el Santa Rita estuviera sano y salvo en el mar. Tenía que encontrar otra manera.

Al navegar junto a la orilla le llamó la atención una vieja barcaza llena de lodo, amarrada cerca de la presa. Siguió hasta las esclusas e invirtió su rumbo. Visto más de cerca, el crucero le había resultado familiar. Se colocó detrás para verificar el nombre escrito en su algo maltrecha cubierta de popa. Finalmente sonrió: se le había ocurrido un plan.

—Magnífico —murmuró—. Simplemente magnífico.