Los dos barcos habían entrado en el corte Gaillard, la parte más peligrosa del canal, que con sus nueve millas de longitud cortaba la divisoria continental y había supuesto el mayor desafío para los ingenieros constructores del canal. Una labor hercúlea de excavación había abierto en ciertos puntos una zanja de más de setenta y cinco metros de profundidad, solo a base de trabajo manual y palas mecánicas poco fiables. Miles y miles de personas habían perdido la vida, algunas por accidentes y deslizamientos, pero la mayoría de fiebre amarilla y neumonía.
La magnitud de la hazaña dejó de ser visible en 1914, cuando el profundo tajo quedó lleno de agua. Una calma aparente ocultaba desde entonces corrientes traicioneras que convertían el cruce del estrecho paso en toda una aventura.
Pitt irrumpió en el corte haciendo caso omiso del letrero que restringía a seis nudos la velocidad de los barcos de gran tamaño. Percibió en algún momento la acción de las corrientes, que empujaban la popa hacia uno u otro lado, pero aun así no quiso ralentizar la persecución. Ahora que había recortado distancias tenía el Salzburg claramente a la vista, a una media milla de donde se encontraba.
A pesar de que Pablo había ordenado al capitán que fuera más deprisa, el Salzburg tardó un tiempo muy valioso en incrementar su velocidad. Al volverse hacia el Adelaide, más rápido que ellos, Pablo comprendió que debería tomar la ofensiva.
Pitt, que había visto reunirse a varios hombres en la cubierta delantera del Salzburg, dejó el timón en manos de Dirk.
—Es la primera vez que piloto un barco de estas dimensiones —indicó Dirk—. Lo digo para que lo sepas.
—Es más fácil de manejar que un Duesenberg —dijo Pitt—. Tú mantenlo apartado de la orilla, ahora mismo vuelvo.
Al acercarse más al Salzburg Dirk vio que en la proa había tres hombres que manipulaban un objeto de gran altura, similar a una gran antena de radar. Lo llevaron rodando hasta unos contenedores de la borda de babor y lo colocaron de forma que apuntase hacia atrás, al Adelaide.
Poco después apareció Pitt en el puente. Al ver a su padre con un traje protector de Nivel A para materiales peligrosos, plateado y reflectante, Dirk se lo quedó mirando.
—¿Por qué vas vestido de Buck Rogers?
—Son los equipos que trajimos a bordo como protección —dijo Pitt—. Los barcos de Bolcke cuentan con un aparato de microondas que se llama SAN y se usa como arma antidisturbios, con la diferencia de que el suyo es mortal. Lo más probable es que en el Salzburg tengan uno.
Dirk señaló hacia delante.
—¿Te refieres a aquella parabólica de la proa?
Pitt vio que el Sistema Activo de Negación apuntaba directamente hacia ellos, y lanzó otro traje a Dirk.
—Póntelo, deprisa.
Justo cuando Dirk empezaba a enfundarse el traje protector tuvo una sensación de ardor en la espalda.
—Deben de haberlo puesto en marcha —dijo mientras se subía rápidamente la cremallera.
La misma sensación tuvo Pitt en la cara, así que se puso la capucha con visera y se acercó al timón.
—Quédate detrás del mamparo —le dijo a Dirk con su voz ahogada por la capucha.
Giró el control a estribor, mientras se le calentaban el pecho y los brazos. Al estar situado frente a la ventana rota se encontraba en plena línea de fuego del aparato. El traje le protegía un poco, pero no evitaba del todo los efectos.
Montado como estaba en la proa del Salzburg, el SAN tenía que disparar por el flanco de babor para alcanzar al Adelaide. Si Pitt navegaba hacia el extremo derecho del canal y se ponía detrás del siguiente barco, podría evitar el rayo del arma. Fue exactamente lo que hizo en cuestión de minutos.
Bolcke observó que el Adelaide cambiaba bruscamente de rumbo.
—Está virando hacia la orilla. Creo que le has dado.
—El operador informa de que ha alcanzado el puente con limpieza —señaló Pablo.
Después vieron que el Adelaide enderezaba el rumbo. El perseguidor seguía manteniendo cierta ventaja en cuanto a velocidad e iba aproximándose despacio a la popa del Salzburg.
—Me parece que pretenden embestirnos —dijo Bolcke.
Pablo miró el monitor de navegación y vio que faltaba poco para las primeras esclusas de Pedro Miguel.
—Tenemos que quitárnoslos de encima antes de que tengamos las esclusas a la vista.
Tras intercambiar unas palabras con el capitán, se fue del puente. Bolcke se quedó donde estaba, pegado a la ventana trasera, desde la que observaba el barco que los perseguía.
Pitt seguía usando el barco de delante a guisa de pantalla. Su esperanza había sido ponerse al lado del Salzburg y obligarlo a ir hacia la orilla, pero la aparición del SAN en la borda de babor había desbaratado el plan. Estaba pensando en el siguiente movimiento cuando el Salzburg giró delante de él.
Por orden de Pablo, el capitán había virado fuertemente a babor. Los operadores del SAN apuntaron inmediatamente al puente del Adelaide. Pitt sintió en la piel el hormigueo que ya conocía, pero lo que le puso los pelos de punta fue lo que vio al lado del arma: a Pablo y a otro hombre, cerca de la borda, con lanzagranadas en los hombros. Poco después dispararon.
—¡Vámonos del puente! —gritó al ver volar las granadas hacia ellos.
A falta de tiempo para huir se lanzó al suelo, y al saltar dio una patada al timón y lo giró a babor.
Dirk, que estaba al otro lado del puente, saltó por la escalera lateral.
La primera granada impactó en la superestructura de acero del Adelaide, justo debajo del puente, cayó a cubierta y explotó sin causar daños encima de una tapa de escotilla.
La segunda la lanzó Pablo, que dio en el blanco: el proyectil penetró por la ventana rota y pasó por encima de la cabeza de Pitt. Su ángulo de entrada hizo que rebotase en el techo y chocase con el mamparo del fondo antes de detonar. Toda la estructura tembló por la explosión, que incineró el puente y lo envolvió en una ardiente nube de humo y llamas.
En el puente del Salzburg, Pablo lo vio y sonrió. De aquella hoguera no podía salir nadie vivo.