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—Que no se paren, Al —exclamó Pitt echando a correr—. Dirk, tú ven conmigo.

Con las prisas por liberar a los cautivos, Álvarez no se había acordado de poner vigilancia a bordo del Adelaide. Gómez, escondido en el puente, había puesto en marcha los motores del barco al principio del asalto. Tras ver huir a Bolcke y presenciar las explosiones en la selva, no tenía ninguna razón para quedarse.

Al salir de la selva, Pitt y Dirk vieron que el Adelaide seguía en el muelle. El cabo de popa ya no estaba amarrado. Pitt vio fugazmente a Gómez, que lo recogió y desapareció en la superestructura. Frente al barco, un marinero se movía por el muelle para soltar el cabo de proa.

Pitt y su hijo siguieron corriendo. Teniendo en cuenta que la pasarela delantera aún estaba extendida, había posibilidades de subir a bordo o de retener el cabo de proa, pero se evaporaron cuando el marinero desprendió la soga del noray y miró hacia la boca de la ensenada. Además del zumbido que hacían los motores del Adelaide al calentarse, se oía un pequeño motor fuera borda. Mientras se apresuraban a llegar a la otra punta del barco, Pitt y Dirk vieron el origen del sonido.

Era Summer, que pilotaba el barco 3. La acompañaban cinco o seis hombres en estado precario, tendidos al fondo de la embarcación.

Tras observarla un momento, el marinero del muelle echó el cabo al agua y, en el momento en que el bote se acercó al embarcadero, desenfundó con calma una pistola y apuntó hacia Summer.

Se oyeron varios disparos muy seguidos: media docena de balas que se clavaron en la espalda del marinero. Como mínimo dos eran de la SIG Sauer de Dirk y el resto, del fusil de asalto de Pitt. El marinero giró sobre sus talones y disparó al azar contra sus agresores antes de caer muerto.

Un segundo después reverberaron en el aire un chirrido y un fuerte impacto.

—¡Ya zarpa! —gritó Dirk.

Gómez había puesto en marcha los motores y se estaba apartando del muelle. El ruido lo había hecho la pasarela al resbalar por el borde del embarcadero y chocar con el casco hasta quedarse colgando de los soportes de cubierta.

Summer acercó al muelle el bote hinchable, mientras se alejaba el barco.

—¡Ha llegado un carguero y ha embestido al Coletta! —les dijo a pleno pulmón a Pitt y Dirk. Había acudido a toda prisa con el bote para repescar a los supervivientes mientras se iba el carguero—. Estoy casi segura de que han recogido a Bolcke. Puede que fuera el Salzburg.

Pitt tuvo un aluvión de ideas. Si Summer estaba en lo cierto, los planos y el motor del Flecha de los mares estarían a bordo de aquel barco. También, posiblemente, Ann. Era necesario detenerlo antes de que pudiera escaparse del canal.

Habló rápido con sus hijos sin apartar la vista del Adelaide.

—Dirk, corre hasta el final del muelle. Summer, tú no apagues el motor, que voy a subir.

Se colgó el fusil de asalto en la espalda y, tirándose desde el muelle, chocó con el agua a un par de metros del bote, pero empezó a dar brazadas hacia el barco que huía. Pese a no poder competir con él en velocidad, tenía en mente otro objetivo: su cabo de proa, que se arrastraba por el agua desde el imbornal. Tras apoderarse de la gruesa soga, se deslizó por ella hasta alcanzar el pesado nudo de la punta, donde se unía a un cabo mensajero más delgado. Fue el que le lanzó a uno de los hombres del bote hinchable.

—¡No te apartes del barco! —le gritó a Summer al aferrarse a un lado del bote mientras esta daba media vuelta y salía en persecución del carguero.

Madrid, debilitado, se apoyó en la borda y ayudó a subir a Pitt. Recogieron entre ambos el pesado cabo de proa. Pitt hizo que su hija adelantase al carguero, arrastrando el cabo como un ancla. En tierra firme, Dirk ya había corrido hasta el final del muelle, donde había un último noray. Viendo acercarse el bote inflable, Gómez adivinó lo que intentaban y viró a toda máquina en la ensenada.

Al percatarse de que el barco se desviaba, Dirk instó a su hermana a darse prisa. A Pitt y Madrid les dolían los brazos de estirar un cabo tan pesado, mientras que Summer empujaba a fondo el acelerador con su hermano en el punto de mira. Dirk se puso boca abajo, asomado al borde del muelle, cuando el bote llegó a su lado y Summer apagó el motor. Pitt levantó el nudo del extremo del cabo. Dirk lo cogió justo cuando se tensaba. Manipulándolo con todas sus fuerzas se lo puso al lado y a duras penas lo pasó por el noray.

—¡Apártate por si se rompe! —le gritó Pitt.

Dirk se levantó y corrió por el muelle, mientras Summer daba media vuelta y le seguía con el bote. De repente este último viró hacia el Adelaide, y Dirk vio enseguida por qué. Summer situó la embarcación junto a la pasarela que colgaba. Pitt saltó y se aferró a ella. Trepando a pulso, subió al barco.

El cabo de proa, muy tenso, sujetaba el barco por el morro, impidiendo que se moviera. La popa, donde la hélice seguía dando vueltas, empezó a girar hacia estribor, con el peligro consiguiente de que el barco quedara atravesado en la ensenada. La fijación al muelle del noray, puesta a prueba por la enorme presión, retenía con dificultad al Adelaide.

Durante el pulso, Summer acercó el bote hinchable a una escalerilla del muelle, y Dirk ayudó a bajar a Madrid y a los demás heridos. Una vez trasladado a tierra el último hombre, Jorge, Dirk saltó al bote.

—¡Acércame, le echaré una mano! —exclamó.

Summer aceleró de golpe hacia un lado del Adelaide, hasta que Dirk pudo saltar a la pasarela colgante.

—¡Ten cuidado! —gritó Summer.

Dirk asintió con la cabeza.

—Tú apártate del cabo.

Summer regresó al muelle a toda prisa, mientras se oía crujir el cabo por la tensión. Gómez había girado el timón y aplicaba a la soga toda la fuerza de los motores. Algo tenía que ceder. Y finalmente cedió.

El extremo anudado se partió junto al noray e hizo que el cabo de proa diese un latigazo hacia el Adelaide. Dirk, aferrado a la pasarela, se agachó en el momento en que la soga golpeaba el casco, y a punto estuvo de quedarse sin cabeza. Cuando el cabo suelto empezó a caer sobre él, trepó por la pasarela y subió a pulso a la cubierta.

Ya libre de ataduras, el barco avanzó con ímpetu y empezó a salir de la estrecha ensenada. Dirk miró la cubierta en busca de su padre, pero el barco parecía vacío, a excepción de los cadáveres de los dos tiradores de proa. Al ver el puente sobre la estructura de popa se lanzó por la cubierta, larga y destapada, y llegó a una puerta lateral. Ya empezaba a subir por la escalera cuando alguien, más arriba, disparó.

Las ráfagas se repitieron durante casi medio minuto, mientras Dirk subía a toda prisa. Cuando llegó al cuarto nivel cesaron los disparos. A partir de aquel punto se acercó con precaución a la cubierta del puente, en el que entró con gran sigilo, preparando la SIG Sauer.

Solo había dado algunos pasos cuando sintió un cañón caliente en la nuca y se quedó muy quieto. El cañón, sin embargo, se apartó enseguida.

—No recuerdo haberte dado permiso para subir a bordo.

Al volver la cabeza vio la cara de alivio de su padre, que era quien sujetaba la pistola.

—Pues a mí no me constaba que fueras capitán de esta chalana —dijo Dirk.

—Parece que ahora sí.

Pitt señaló el puente. Lo que les rodeaba era pura carnicería. Las ventanas del puente estaban reventadas a balazos, al igual que las pantallas del radar y del navegador. El humo de los aparatos electrónicos diezmados llenaba el aire de un olor acre. En un rincón del fondo estaba el cuerpo ensangrentado de Gómez.

—Le he dado una oportunidad, pero no ha querido aprovecharla.

Dirk asintió con la cabeza y miró entre los cristales rotos de la ventana de proa del barco sin piloto. Al Adelaide le faltaba poquísimo para salir de la ensenada, pero una pared de rocas y mangles obstruía su camino.

—¡Rocas a proa! —dijo saltando hacia el timón.

—No son de verdad —contestó Pitt—. Forman parte del falso paisaje que esconde la ensenada.

Pocos segundos después el barco embistió los decorados sin temblar por ningún gran impacto; el Adelaide, de hecho, prosiguió serenamente su navegación. Dirk vio por la ventana lateral una roca de poliestireno que se alejaba flotando al revés.

Una vez fuera de la ensenada, el Adelaide se internó en las aguas abiertas del lago Gatún. En esos momentos un gran barco grúa cruzaba el canal hacia el norte, y dos buques cisterna y un carguero trazaban una curva hacia el sur. Pitt se puso al timón y aumentó hasta el máximo la potencia de los motores.

—¿No volvemos a por los demás? —preguntó Dirk.

Pitt miró con dureza el buque cisterna que desaparecía delante, en el canal.

—No —dijo—. Tenemos que coger un barco.