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Anclado y perfectamente visible desde el edificio de administración de la Autoridad del Canal, un herrumbroso granelero absorbía el suave oleaje del Pacífico. Se llamaba Santa Rita y llevaba el pabellón de Guam, aunque el gobierno de este último país se habría sorprendido mucho de saberlo. Aparte de no haber presentado nunca documentación en Guam, el Santa Rita jamás había transportado un solo gramo de cereales.

Era en realidad un vetusto instrumento al servicio del Ministerio de Seguridad de Estado chino. Configurado en un inicio como barco espía para vigilar el estrecho de Taiwan, más tarde, ya reconvertido en granelero, había transportado misiles a Irán. Retirado por último a labores menos clandestinas, lo habían contratado para transportar un cargamento de fármacos mexicanos a Shangai, y en esas Zhou se lo había llevado a Costa Rica.

El agente había vuelto hacía poco de su incursión nocturna en el campo de Bolcke, y se estaba recuperando del cansancio en el puente. De pronto sonó su teléfono. Al ver el número, su estoico semblante reflejó cierta sorpresa.

—Zhou —respondió sin florituras.

—Zhou, soy Edward Bolcke. Debo informarle de un pequeño cambio en nuestra cita.

—Calculaba la entrega para dentro de una hora, como máximo.

—Ha habido un pequeño retraso por cuestiones de seguridad, pero no hay por qué alarmarse. El cargamento está seguro. Ahora bien, tendremos que posponer la cita seis horas.

Zhou no dijo nada. Faltaban unas cuatro horas para que sus explosivos detonasen en el complejo de Bolcke. Había programado los temporizadores para después de haber recibido el motor y los planos del Flecha de los mares. Ahora toda la entrega peligraba.

—Eso es inaceptable —dijo con calma—. Tengo un horario estricto al que ceñirme.

—Le pido disculpas, pero comprenderá que es todo muy delicado. Mi barco se está acercando a las esclusas de Gatún, y aún tendrá que cruzar todo el canal. Si lo desea, tiene la posibilidad de entrar en el canal por el lado en el que está. Si va hacia el norte por las esclusas de Miraflores podríamos hacer la entrega en el lago del mismo nombre. Así la adelantaríamos una hora o dos. Puedo hacer una llamada y ponerle en cabeza de lista para el cruce inmediato de la esclusa.

Donde menos quería estar Zhou era atrapado en medio del canal de Panamá, pero si era la única oportunidad de hacerse con los secretos del Flecha de los mares, bienvenida fuera. Con algo de suerte Bolcke ignoraría que justo en el momento del cambio de manos del sistema su complejo se había convertido en una ruina chamuscada.

—Está bien —dijo—; usted ocúpese del cruce, yo iré hacia el lago Miraflores. Ponga su barco a toda máquina, por favor. Le estaremos esperando.

Colgó y fijó la vista en la ventana del puente, con la sensación de estar a punto de bailar en el filo de una navaja.