—¿Seguro que vamos bien?
Dirk miró a su hermana con irritación.
—Con lo poco que les gusta aquí poner el nombre de las calles, la respuesta debe de ser que no.
Tras rodear un camión de bananas parado, aceleró entre el denso tráfico en su coche de alquiler. Desde que habían aterrizado en el aeropuerto internacional Tocumen, esa misma mañana, no habían hecho otra cosa que ir de un lado a otro de la capital: primero el registro en el hotel, y después una visita al cuartel general del negocio de minerales de Habsburg Industries. Era una pequeña planta baja de alquiler, cerrada y sin aspecto de que la usaran mucho. El dueño de la panadería de al lado confirmó que casi nunca estaba abierta. Cuando Dirk y Summer empezaban a pensar que el viaje a Panamá era una pérdida de tiempo, Gunn los llamó para decirles que su padre estaba vivo y los esperaba en los límites de la ciudad.
Pasaron al lado de un cartel que daba la bienvenida al barrio de Balboa, y por el que Dirk supo que iban por buen camino. Tras seguir a un par de tráilers que supuso que irían hacia el puerto, vio la entrada de este último y se metió por un callejón sin asfaltar.
A tres manzanas, Summer vio el letrero con el gato negro.
Casi no esperó a que Dirk detuviera el coche para entrar corriendo en el bar, ignorando su mal aspecto. A duras penas reconoció a su padre, que, sentado en la barra, comía una empanada. La impresión de Pitt al ver a sus dos hijos no fue menor.
—Vámonos al hospital, papá —dijo Summer.
Pitt sacudió la cabeza.
—No hay tiempo. Tenemos que coordinarnos con el ejército panameño para rescatar a Al y los demás.
Dirk miró a la clientela, muy atenta toda ella a los americanos, que desentonaban.
—Papá, ¿y si lo hablamos en el coche?
—Me parece bien —dijo Pitt. Miró el chupito y el plato, ambos vacíos—. ¿Lleváis moneda del país?
Dirk abrió la cartera.
—He oído que en Panamá tienen preferencia por nuestros dolarcitos.
Pitt sacó de la cartera de su hijo un billete de cien dólares, se lo dio al encargado y le estrechó la mano.
—Eso eran dos días de dietas —dijo Dirk cuando salieron del bar.
Pitt le guiñó un ojo.
—Ponlo en tu informe de gastos.
Siguieron por el camino lleno de baches, después de que Dirk estudiase un mapa de carreteras.
—¿Cómo ha quedado Rudi con los panameños para entrar en el complejo de Bolcke? —preguntó Pitt.
—Se está tirando de los pelos —dijo Summer—. Nos ha llamado tres veces de camino. Supongo que sabes que desde que derrocaron a Manuel Noriega, Panamá no tiene un ejército permanente. Dentro de las fuerzas del orden panameñas hay grupos paramilitares dispuestos a hacer un asalto conjunto con un pelotón estadounidense, pero antes quieren ver las pruebas y hacer los preparativos adecuados para un asalto táctico. Nadie espera que se forme un cuerpo de asalto en menos de cuarenta y ocho horas.
Dirk miró a su padre.
—¿Tú crees que a Al y los otros les puede pasar algo antes?
Pitt les explicó su encuentro con Zhou.
—Sospecho que cuando exploten las cargas los hombres de Bolcke ejecutarán a todos los prisioneros y esconderán los restos. ¿Tenemos alguna fuerza de nuestro país que pueda entrar sola?
Dirk negó con la cabeza.
—La mejor opción serían las fuerzas especiales del mando sur, que están en alerta, pero tardarían diez horas en llegar. Según Rudi, la única presencia que ha podido encontrar en la zona es un barco militar que va hacia el canal por el Pacífico.
Después de un breve recorrido por Balboa, Dirk subió por una cuesta y llegó a un edificio grande y opulento con vistas al barrio portuario y el canal. En el césped, muy cuidado, había un letrero que lo identificaba como
SEDE ADMINISTRATIVA DE LA AUTORIDAD DEL CANAL DE PANAMÁ.
—La Autoridad se ocupa de la seguridad del canal y las zonas adyacentes —dijo Summer—. Rudi dice que es nuestra única esperanza de respuesta inmediata.
Dentro del edificio, el aspecto de Pitt llamó la atención del personal y de los visitantes. Un recepcionista los acompañó al despacho del director de seguridad del canal, un tal Madrid, de actitud ponderada y bigote fino, que observó detenidamente a Pitt mientras se presentaba.
—Me han informado del carácter urgente de su visita. Su vicepresidente es un hombre con un gran poder de convicción —dijo, impresionado por que le hubieran llamado personalmente.
—Hay vidas en juego y poco tiempo —respondió Pitt.
—Mientras hablamos llamaré a nuestra enfermera y le pediré ropa limpia.
Madrid los llevó a su despacho, que tenía un gran mapa del canal en la pared. En una mesa había un hombre con ropa militar que examinaba fotos aéreas.
—Les presento al comandante Álvarez, responsable de nuestras operaciones de seguridad sobre el terreno, que estará al mando de la operación de rescate.
Una vez sentados a la mesa con Álvarez, Pitt explicó su secuestro y describió el funcionamiento del complejo oculto de Bolcke.
—Hemos consultado los registros de la compañía Habsburg y nos han extrañado sus pautas de tránsito por el canal —dijo Madrid.
—Sus barcos entran por un lado —explicó Pitt— y no salen por el otro hasta varios días después.
—Ni más ni menos.
—Primero hacen entregas de mena comprada o robada en el complejo, y luego se llevan el producto refinado.
Madrid asintió, dolido.
—El paso de barcos comerciales por el canal es una actividad controlada al milímetro. Todo indica que, para cruzarlo tal como lo hacen sin llamar la atención, disponen de la ayuda de los pilotos, y puede que de nuestro propio personal de esclusas.
—Es un producto que mueve mucho dinero —dijo Pitt—. Pueden permitirse sobornos francamente suculentos.
—Señor Pitt, ¿usted podría enseñarnos la ubicación del complejo? —preguntó Álvarez.
Pitt se acercó al mapa y siguió el trazado de la Panama Canal Railway por la ribera oriental.
—Yo diría que cogí el tren por esta zona, pero no puedo asegurarlo. —Estaba señalando una parte aislada cerca del lago Gatún, a unos cincuenta kilómetros de la capital—. El complejo debería de estar entre el canal y las vías.
Álvarez hojeó una carpeta hasta sacar un fajo de fotos aéreas en color.
—La región sería aproximadamente ésta.
Sometió cada foto a un profundo examen antes de hacerla circular por la mesa. Eran imágenes de tramos frondosos de la selva, que en algunos casos bordeaban el lago Gatún. En algunas fotos, la selva se veía cortada por las vías de la Panama Railway, pero ni una sola mostraba indicios del complejo de Bolcke. La expresión de Madrid se fue volviendo cada vez más escéptica a medida que escrutaban las cuarenta imágenes.
—Un segundo —dijo Summer—. Dame otra vez la última foto.
Dirk se la dio. Summer la alineó con otra encima de la mesa.
—Fíjense en la selva en estas dos fotos.
Los cuatro hombres torcieron el cuello para ver una superficie uniforme de selva verde que cubría ambas imágenes.
Nadie dijo nada hasta que Pitt deslizó una tercera foto por la mesa.
—Es el color —apuntó—. Cambia.
—Exacto. —Summer señaló una de las fotos—. Aquí hay una especie de costura donde parece que el color de la selva se vuelva un poco gris.
—Sí, ya lo veo —dijo Madrid.
—Son las cubiertas artificiales que hay encima del complejo —indicó Pitt—. Con el tiempo se han descolorido y ya no tienen la misma tonalidad que la selva de alrededor.
Álvarez fue encajando las fotos con otras contiguas hasta que el conjunto mostró claramente una península que se adentraba en el lago Gatún. Después cogió un marcador y resaltó las zonas descoloridas hasta revelar un gran rectángulo adyacente a un mosaico de rectángulos menores.
—El rectángulo grande sería el que abarca el muelle y la ensenada —señaló Pitt—. La entrada está tapada con unos cuantos mangles artificiales, que se apartan cuando entra o sale un barco.
—¿Y los otros rectángulos? ¿Qué son? —inquirió Summer.
—Los otros edificios del complejo.
Pitt cogió el marcador de Álvarez e indicó la residencia de Bolcke, el molino, las viviendas de los esclavos y los diversos pabellones de extracción. Acto seguido expuso lo que sabía de las fuerzas de seguridad del complejo, sin dejarse ni un detalle.
—¿Cuántos prisioneros hay? —preguntó Madrid.
—Ochenta.
—Increíble —dijo Madrid—. Un campo de esclavos escondido en nuestras propias narices. —Se volvió hacia Álvarez—. ¿Ya lo tiene situado?
—Sí, queda justo aquí.
Álvarez localizó la península en el mapa grande de la pared y la señaló con una chincheta.
—Está claro que está en nuestra jurisdicción. ¿Alguna propuesta para entrar?
—Al haber tan poco tiempo lo lógico sería llegar por el lago Gatún. Podríamos traer de Miraflores al Coletta, como barco al mando, y usar tres de nuestros patrulleros como flota de asalto. —Examinó las marcas que había hecho Pitt en las fotos—. Si conseguimos superar la barrera mandaremos un barco a la ensenada y los otros dos los anclaremos fuera, para que se desplieguen los hombres. Cuando el complejo esté bajo control podremos llevar el Coletta hasta el muelle para evacuar a los prisioneros.
—Más vale que reúna cuanto antes a los hombres y el equipo —sugirió Madrid—. Nos vemos dentro de dos horas a bordo del Coletta. Así de camino daremos instrucciones a la brigada de asalto.
—Sí, señor.
Álvarez se levantó y salió rápidamente del despacho.
—Si quieren unirse a mí en el Coletta durante la operación, no tengo inconveniente —les dijo Madrid a Pitt y sus hijos.
—Ahí estaremos —contestó Pitt—. He tenido que dejar atrás a un amigo lesionado.
—Comprendo. Por lo que se refiere al tema del Salzburg, he dado cumplimiento a la petición de su vicepresidente y he ordenado que se refuerce la seguridad en las esclusas de Gatún. En caso de que apareciera el barco para cruzar el canal, estaríamos listos para incautarnos de él.
Pitt se encogió de hombros.
—Supongo que incautarnos del barco de Bolcke podría dar respuesta a algunas preguntas más.
Summer se dio cuenta de que su padre no se formaba una idea completa de la situación.
—Papá, ¿no te ha dicho nada Rudi de tu amiga Ann Bennett?
Pitt negó con la cabeza.
—Desapareció hará cosa de una semana, más o menos en el mismo momento en que robaron una especie de motor a propulsión de un camión de un laboratorio de la marina. Rudi dijo que las dos cosas estaban relacionadas.
—El Flecha de los mares —murmuró Pitt.
—Rudi cree que a Ann la secuestraron junto con el motor. Hiram y él encontraron un correo electrónico muy críptico que te mandó a la web de la NUMA en que decía que estaba en Kentucky.
—Eso es que sigue viva.
—Es lo que piensa Rudi. Ellos creen que Ann les decía que el motor estaba escondido en un camión de paja. A Rudi se le ocurrió que podían estar intentando evitar la costa Este al sacarlo del país. Según él lo mandaron por el Mississippi; de hecho Hiram ha encontrado un vídeo del puente Horace Wilkinson de Baton Rouge donde pasa una barcaza con un camión de paja a bordo.
—Lo veo un poco endeble —replicó Pitt.
—Ya, pero luego descubrieron que el barco de Bolcke, el Salzburg, estaba en Nueva Orleans al mismo tiempo, y que zarpó un día más tarde.
—El Salzburg —dijo Pitt—. O sea, que Bolcke ha estado desde el principio detrás de los robos del Flecha de los mares.
—Pero ¿cómo planea usarlo? —preguntó Summer.
—Para sus negocios —respondió Pitt—. Planea vendérselo a los chinos, puede que como parte de un acuerdo relacionado con la suma de sus propiedades de elementos de tierras raras. —Miró a Summer—. ¿Cuánto tiempo dices que hace que zarpó el Salzburg de Nueva Orleans?
—Unos cuatro días.
—En el reconocimiento se ve que va hacia el sur por el delta del Mississippi —añadió Dirk.
—¿Por qué no lo ha seguido y abordado la Guardia Costera o la marina? —preguntó Pitt.
—Ya lo habrían hecho —dijo Dirk—, si no fuera porque el barco ha desaparecido.