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Gunn se pasó a preguntar si había noticias y encontró a Yaeger en el mismo sitio que antes, aparcado ante su pantalla gigante de vídeo. La indumentaria informal del informático contrastaba con la americana y la corbata del subdirector de la NUMA.

—¿Cómo es que vas tan elegante? —preguntó Yaeger.

—Tengo una reunión con el vicepresidente, que querrá saber las novedades sobre la búsqueda de Pitt y Giordino.

Yaeger movió la cabeza.

—Las operaciones de búsqueda y rescate siguen sin dar ningún fruto. De hecho la marina nos ha informado de que al final del día darán por concluidos sus esfuerzos.

—¿Algo nuevo sobre el Adelaide?

—Nada concreto. Nuestras peticiones oficiales a la Interpol y a todas las organizaciones de guardacostas entre Alaska y Chile se han quedado en agua de borrajas.

—Si está a flote tiene que haberlo visto alguien por fuerza —dijo Gunn—. ¿Dirk y Summer han llegado ya a Panamá?

—Salieron pitando para coger un vuelo nocturno a Ciudad de Panamá. —Yaeger echó un vistazo a la pantalla, donde entre muchas otras cosas había un reloj digital en la esquina inferior—. Suponiendo que llegaran a tiempo deberían de estar aterrizando.

Gunn, que había seguido su mirada, vio que en la pantalla había un aviso de correo electrónico con el nombre de Pitt.

—¿Te importaría decirme qué es eso de ahí?

—En absoluto. De hecho estaba a punto de preguntarte si le ves algún sentido. Es un correo electrónico enviado hace unos días a la web de la NUMA. Me lo reenvió una de las chicas de relaciones públicas, que no sabía cómo contestar. Será algún crío de cuatro años que jugaba con el teclado.

Amplió el correo hasta que apareció con claridad su breve texto:

Para Pitt. Secstr flecma camipaj lexkyann

—La última palabra es la única que no parece un galimatías —dijo Gunn—. Debió de escribirlo una tal Ann de Lexington, Kentucky.

—Sí, yo tampoco he podido entender nada más.

—Me inclino por tu teoría del niño de cuatro años. —Le dio a Yaeger una palmada en el hombro—. Llámame si hay alguna novedad sobre el barco.

—Vale. Dale recuerdos al almirante.

Gunn fue en metro al centro de Washington. Bajó en la estación de Farragut West y caminó tres manzanas hasta el edificio Eisenhower, donde tenía su despacho Sandecker. El vicepresidente le llevó a una mesa de reuniones hecha a base de restos de navíos, donde le presentó al director de seguridad de la DARPA, Dan Fowler, y a una directora de división del FBI cuyo nombre era Elizabeth Meyers.

Por la cara de cansancio de Gunn, Sandecker supo que estaba muy afectado por la desaparición de Pitt.

—¿Qué hay de nuevo sobre Pitt y Giordino?

—Los equipos de búsqueda y rescate siguen sin encontrar nada. Hoy la marina lo deja ya.

Gunn miró a Sandecker, esperando su reacción, que no se quedó corta: muy rojo, el vicepresidente fue a su mesa y llamó a su secretaria por el interfono.

—Martha, ponme con el jefe de Operaciones Navales.

Segundos después le estaba echando un rapapolvo a un almirante que en otros tiempos le había superado en rango. Tras colgar de golpe regresó a la mesa.

—Han alargado tres días más la búsqueda de la marina.

—Gracias, señor vicepresidente.

—¿Y el barco del que me hablaste? —preguntó Sandecker.

—¿El Salzburg? —dijo Gunn—. El último parte es de Nueva Orleans. Los de Interior se han puesto en contacto con las autoridades portuarias de la zona para ver si aún está allí.

—¿Cuál es la relación? —preguntó Fowler.

—Más bien circunstancial —dijo Gunn—. Parece que el Salzburg estaba cerca del Adelaide cuando desapareció con Pitt a bordo. Es uno de los muchos cabos que seguimos en este misterio donde hay tan pocas pistas.

—Qué nos va a decir… —comentó Meyers.

—¿Perdón? —dijo Gunn.

—Rudi —explicó Sandecker—, antes de desaparecer, Pitt participó en la recuperación de unos planos de alto secreto relacionados con un proyecto de submarino, el Flecha de los mares.

Flecha de los mares… ¿No es un concepto de submarino de ataque de gran velocidad?

—De conceptual no tiene nada. Al menos hasta ahora.

—Me imagino que tendrá algo que ver con el rescate de aquel barco en las costas de San Diego, el Cuttlefish —dijo Gunn.

—Exacto —apuntó Sandecker—. Lo que pasa es que el tema se nos ha desbordado y ahora es un desastre de seguridad a escala nacional. ¿Por qué no le pones tú al día, Elizabeth?

La mujer del FBI carraspeó.

—Le advierto de que es información secreta. Hace cuatro días robaron un motor de propulsión muy avanzado para el Flecha de los mares durante su traslado desde el laboratorio de investigación de la marina en Chesapeake, en Maryland.

—¿Por eso hace unos días hubo una alerta de Interior? —preguntó Gunn.

—Por eso —dijo Meyers—. El FBI ha estado trabajando sin descanso, examinando hasta el último aeropuerto, terminal portuaria y área de camioneros del país. No se imagina la cantidad de recursos que se han asignado a la investigación.

—Y ¿aún no hay pistas? —preguntó Sandecker.

—Falsas o que no lleven a nada, muchas. Lo mejor que tenemos es una descripción de un hombre hispano que compró un viejo Toyota implicado más tarde en el secuestro. Aparte de eso seguimos dando palos de ciego.

—¿Usted cree que sigue dentro del país? —preguntó Gunn.

—Nos gustaría creer que sí —respondió Meyers, con un tono que dejaba muy patentes sus dudas.

—Es parte del motivo de que estés aquí, Rudi —dijo Sandecker—. El FBI está buscando todos los recursos posibles y le gustaría contar con la ayuda de la flota de la NUMA. Teniendo en cuenta que vuestros barcos a menudo están en lugares apartados, quieren que se les informe de cualquier conducta inusual que pueda observarse en lo relativo al transporte interno.

—Les hemos pedido lo mismo a la marina, la Guardia Costera y algunos de los operadores portuarios más importantes —añadió Meyers.

—No faltaría más —dijo Gunn—. Daré parte de inmediato.

Sandecker se volvió hacia Fowler.

—¿Quieres añadir algo, Dan?

—No, solo que hemos confirmado que Ann desapareció poco antes del secuestro. Sospechamos lo mismo que el FBI: que la han matado o raptado los mismos delincuentes.

—¿Ann Bennett? —preguntó Gunn—. ¿La han secuestrado?

—Sí, y nos tememos lo peor —dijo Meyers—. Ya lleva desaparecida cinco días.

Gunn estuvo a punto de caerse de la silla. Acababa de acordarse del correo electrónico ilegible que le había enseñado Yaeger.

—Ann está viva —dijo—, y sé dónde; mejor dicho, sé dónde estaba hace unos días: en Lexington, Kentucky.

—¿Sigue con vida? —preguntó Fowler.

—Sí. Lo sé por un correo electrónico muy críptico que recibimos en la NUMA. Seguro que era una advertencia, o una llamada de auxilio. No entendemos todo el texto, pero creo que una parte de él indica que la secuestraron junto con el motor del Flecha de los mares.

Meyers se tensó en su asiento.

—Movilizaré a la delegación de la zona.

Fowler dirigió una mirada de incomprensión al vicepresidente.

—¿Por qué en Lexington, Kentucky?

—Quizá en aquella zona haya un aeródromo bien relacionado con los ladrones.

—Es posible que aún estén en tránsito —dijo Meyers—. Quizá estuvieran de camino a la costa Oeste, o a México.

—Bueno, Elizabeth, parece que ya tenéis algo que hacer —dijo Sandecker—. Venga, manos a la obra. Mañana a la misma hora espero el parte.

Los visitantes del vicepresidente se levantaron para irse. De camino a la puerta, Meyers se acercó a Gunn.

—Me gustaría ver lo antes posible el correo electrónico.

—Claro que sí —dijo Gunn; pero no antes, pensó, de que él y Yaeger lo hubieran descifrado por completo.