Ya era pasada medianoche cuando Dirk y Summer volvieron exhaustos al centro informático de la NUMA. Gunn y Yaeger seguían examinando imágenes en la pantalla gigante.
—No había entendido que os fuerais a entretener con una comida de siete platos —dijo Gunn.
Solo entonces se fijó en su aspecto: Dirk estaba despeinado, con la ropa mojada. La de Summer presentaba una gran mancha, y toda ella olía a cerveza.
—Pero ¿se puede saber qué os ha pasado?
Summer narró la secuencia de los hechos, incluidas dos horas de interrogatorio a cargo de la policía del distrito de Columbia.
—¿Tenéis alguna idea de quién puede haberos estado siguiendo? —preguntó Yaeger.
—No —respondió Dirk—. Yo sospecho que podría tener algo que ver con papá.
—Es posible —dijo Gunn—, sobre todo si esta mañana os vieron salir de su hangar. De lejos os parecéis mucho.
Summer le dio a Yaeger un papel.
—Toma, el número de matrícula. La policía no ha querido decírnoslo, pero quizá tú puedas identificar al dueño.
—Eso está hecho —dijo Yaeger.
—¿Cómo va lo del Adelaide? —preguntó Dirk.
—No muy bien —respondió Gunn—. Hemos estado en contacto con todas las autoridades portuarias importantes de la costa norteamericana, sudamericana y centroamericana, y nadie tiene registrado que llegase la semana pasada.
—Pues entonces supongo que quedan dos opciones —dijo Dirk—: O descargaron en una instalación privada, o se fueron en otra dirección.
Omitió mencionar una tercera opción: que el barco se hubiera hundido.
—Hemos estado hablando de ambas posibilidades —convino Yaeger—, y no creemos que fueran hacia el oeste. Para empezar, no tiene mucho sentido secuestrar un barco frente a las costas australianas si tu plan es llevarte el cargamento a algún punto del oeste del Pacífico. El segundo problema es el combustible. Cargado al máximo, el Adelaide tendría dificultades para cruzar el Pacífico sin repostar.
—Parece lógico. Entonces solo quedan como otros mil puntos de la costa donde puede haberse escondido.
Gunn y Yaeger asintieron con la cabeza. Estaban buscando una aguja transparente en un pajar enorme. Gunn describió con detalle sus investigaciones portuarias y las imágenes de reconocimiento más recientes, mientras Yaeger cogía el teclado y empezaba a escribir. Pocos minutos después llamó a los otros.
—Tengo algo sobre la camioneta —dijo, a la vez que aparecía en pantalla un formulario de registro del Departamento de Vehículos a Motor de Virginia—. El propietario es SecureTek, de Tysons Corner, Virginia.
Yaeger abrió otra web en su pantalla.
—Según la descripción del registro mercantil del estado, se dedican a facilitar enlaces de encriptamiento de datos para sistemas informáticos cerrados en red. Tienen ocho empleados, y su principal cliente es el gobierno de Estados Unidos.
—No parece la típica empresa de seguridad que espíe a la gente —comentó Summer.
—A menos —dijo Dirk— que las actividades que declaran sean una tapadera.
—No lo parece —objetó Yaeger tras algunas indagaciones más—. Tienen varias contratas en vigor con el ejército y la marina para la instalación de líneas de datos.
Al volver a la web observó que SecureTek era una filial de Habsburg Industries, propietaria del cien por cien de la empresa.
—Siendo una compañía privada, la información no da mucho de sí, pero la sede está en Panamá y tiene intereses en minería y transporte marítimo.
Pese a realizar varias búsquedas, Yaeger solo encontró referencias muy escuetas acerca de la compañía. En una publicación sobre transporte aparecía la foto de uno de sus graneleros, el Graz, atracado en Singapur.
Al mirarla, Dirk se irguió en su asiento.
—Hiram, ¿podrías ampliar la foto?
Yaeger asintió con la cabeza y la hizo crecer hasta que ocupó toda la pantalla.
—¿Qué pasa? —preguntó Summer.
—El logo de la chimenea.
Todos se quedaron mirando la imagen de una flor blanca en el centro de la chimenea baja y dorada del barco.
—Me parece que es un edelweiss —dijo Summer—. Supongo que por el nombre austríaco del barco.
—Vi la misma flor en el carguero atracado en Madagascar —explicó Dirk.
La sala de informática quedó en silencio, hasta que Gunn formuló una pregunta.
—Hiram, ¿puedes averiguar en qué tipo de minas trabaja Habsburg Industries?
—Gestionan una pequeña mina de oro en Panamá, cerca de la frontera con Colombia. La compañía también trabaja mucho como intermediaria en menas especializadas, como el samario, el lantano y el disprosio.
—¿Elementos de tierras raras? —preguntó Summer.
Gunn asintió con la cabeza.
—Elementos de tierras raras. De repente Habsburg Industries parece la mar de interesante.
—Me apuesto lo que quieras a que el complejo de Madagascar se dedicaba al robo de minerales de tierras raras —dijo Dirk—. Si atacaron nuestro submarino fue porque estábamos trabajando cerca de donde hundieron un carguero secuestrado.
—Encontramos en la zona un barco hundido hacía poco y que estaba en perfectas condiciones —explicó Summer—. No se veía ningún daño. Habían tapado el nombre expresamente.
—Jack Dahlgren investigó un poco y cree que era el Norseman —dijo Dirk—, un granelero que se perdió hace cuatro meses en el Índico y que transportaba mena de bastnasita de Malasia. Por si no lo habéis adivinado, la bastnasita contiene elementos de tierras raras.
—¿Podría ser que el barco de Habsburg de Madagascar también lo hubieran secuestrado? —preguntó Summer.
Yaeger consultó el registro panameño de barcos.
—Habsburg tiene cuatro barcos, todos graneleros: el Graz, el Innsbruck, el Linz y el Salzburg.
—¿Qué tiene que ver Austria? —preguntó Dirk.
—El propietario de la empresa es Edward Bolcke, un ingeniero de minas de origen austríaco —dijo Yaeger—. No encuentro ninguna referencia a que haya desaparecido ninguno de los cuatro barcos.
—Pues entonces Habsburg gana puntos como sospechoso de la desaparición del Adelaide —comentó Summer.
—La clave —declaró Gunn— serán sus cuatro barcos.
Yaeger flexionó los dedos encima del teclado.
—A ver qué encontramos.
Summer fue a buscar café para todos mientras Yaeger ponía a prueba los circuitos de su ordenador central a base de búsquedas sobre los cuatro barcos y sus últimos destinos. Tardó casi una hora en poner cerco a sus ubicaciones. Después mostró un mapamundi con numerosos puntos de colores que indicaban los puertos más recientes tocados por los buques.
—Las luces azules representan al Graz —explicó—. Actualmente se ubica en Malasia o sus inmediaciones. Durante las últimas tres semanas ha sido visto en Tianjin, Shangai y Hong Kong.
—O sea, que no está en juego —dijo Gunn.
—Las luces amarillas representan el Innsbruck, que hace tres semanas pasó por el canal de Panamá y hace ocho días fue visto en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
—Fijo que es el barco que vi en Madagascar —señaló Dirk.
—Probablemente. Nos quedan el Linz y el Salzburg. Del Linz se tiene constancia hace diez días en un dique seco de Yakarta, y parece que aún lo están reparando en el mismo lugar.
—O sea, ¿que las luces verdes son el Salzburg? —preguntó Summer.
—Sí. Apareció hace un mes en Manila, y hace cuatro días en el canal de Panamá, cruzándolo hacia el norte. Según el servicio de vigilancia portuaria, ayer mismo estaba atracado en Nueva Orleans.
Yaeger trazó en el mapa una línea que cruzaba el Pacífico desde Manila a Panamá. Después insertó un triángulo rojo en un punto oriental del océano.
—La marca roja es la última posición del Adelaide que conocemos, hace unos seis días.
El recorrido del Salzburg pasaba a doscientas millas de la marca del Adelaide.
—No habría hecho falta desviar mucho el rumbo para que se cruzasen —reflexionó Dirk.
—Por fechas encaja bastante —dijo Gunn—. El Salzburg debió de pasar por esa zona cinco o seis días antes de llegar al canal, que fue cuando dejaron de tenerse noticias del Adelaide.
Yaeger volvió a una base de datos anterior.
—Según los archivos de la Autoridad del Canal de Panamá, hizo el tránsito el viernes pasado y a las tres de la tarde entró en las esclusas del Pacífico. Quizá pueda encontrar vídeos de archivo.
Pocos minutos después proyectó un clip de una de las esclusas. Eran imágenes en blanco y negro y granulosas de un carguero de tamaño medio que esperaba a que se inundara la esclusa. En la chimenea se veía claramente una flor de edelweiss.
Dirk sintió esperanza al observar la imagen.
—Mirad la marca de francobordo: va alto. Debe de tener las bodegas vacías.
—Tienes razón —confirmó Gunn—. Si secuestró el Adelaide no trasladó el cargamento a sus bodegas.
Yaeger abrió un perfil del Salzburg.
—El Adelaide mide treinta metros más de eslora. Para saquearlo y mandarlo a pique habrían tenido que dejarse buena parte del cargamento.
—La mena de tierras raras que llevaba el Adelaide valía demasiado para eso —dijo Gunn—. No, aún tiene que estar a flote. Empiezo a creer que se lo han llevado a algún sitio para poder descargarlo.
—Pero ¿adónde? —preguntó Summer—. Ya has buscado en todos los puertos importantes.
—Podría haberse metido fácilmente en algún puerto privado sin que lo sepamos.
—Hay otra posibilidad —dijo Dirk levantándose—. Al barco hundido que encontramos en Madagascar, el Norseman, le habían borrado la identificación del casco. ¿Y si han hecho lo mismo con el Adelaide, pero haciéndolo pasar por otro barco?
Tanto Yaeger como Gunn asintieron con la cabeza. Dirk empezó a recoger sus cosas. Cuando ya iba hacia la puerta, Summer le llamó.
—¿Se puede saber adónde vas?
—A Panamá. Y tú me acompañas.
—¿Panamá?
—Pues claro. Si el Salzburg está detrás de la desaparición del Adelaide, alguien de Habsburg Industries tiene que saber algo.
—Es posible, pero de Habsburg Industries no sabemos nada, ni siquiera dónde está la sede.
—Tienes razón —repuso Dirk con una mirada expectante a Gunn y Yaeger—, pero al llegar ya lo sabremos.