La arena dejó paso a roca polvorienta que se ondulaba cuesta arriba. La inclinación gradual ocultaba la proximidad del precipicio por el que Dirk había trepado esa misma mañana, y que esperaba usar en su provecho.
En aquella superficie pedregosa los quads no levantaban tanto polvo, así que Dirk no tuvo más remedio que hacer una arriesgada maniobra: en vez de esquivar a su perseguidor, se le cruzó por delante, desesperado por enturbiar su visión.
Al pasar por encima de sus huellas anteriores redujo la velocidad. Un segundo después vio dibujarse el borde del precipicio. Vaciló y dejó acercarse al sicario antes de cambiar de marcha y frenar bruscamente. Las ruedas perfiladas del quad derraparon por la piedra. Dirk pasó una pierna por encima del sillín, soltó el manillar y saltó.
El quad de Dirk, que no podía estar a más de tres metros del borde, recuperó su impulso y saltó. El del uniforme verde llegó unos segundos después y vio el precipicio demasiado tarde. Frenó de golpe y levantó el manillar con los nudillos blancos, pero no le sirvió de nada: el quad derrapó por el borde y salió lanzado por el precipicio, mientras su conductor volaba gritando por los aires.
Dirk se había perdido el espectáculo. Después de saltar de su quad se había encogido para resistir el choque con la tierra dura. Tras rodar varias veces, resbaló hacia el precipicio con los pies por delante e hincó los dedos en la tierra, mientras sus piernas se quedaban colgando en el borde. Se detuvo justo a tiempo. Con la cabeza a punto de estallar, levantó la parte inferior de su cuerpo y se quedó tumbado de espaldas, recuperándose.
Notaba en su cuerpo contusiones y arañazos, pero había conseguido no romperse ningún hueso. Al cabo de un minuto se puso en pie y miró por el borde.
Su quad estaba diez o doce metros más abajo, con el morro clavado en el suelo y el resto aplastado en vertical. Al otro quad, volcado a pocos metros, aún le giraban las ruedas. Al principio Dirk no vio al hombre del uniforme verde. Luego divisó una pierna inmóvil que sobresalía bajo el vehículo.
Caminó con cuidado por el precipicio para desentumecerse los brazos y las piernas. Al volver la vista hacia las instalaciones portuarias vio cierto movimiento, una pequeña patrulla que se aproximaba a pie. Justo detrás, en la embocadura de la laguna, vio que la patrullera ponía rumbo al mar. Pensó que se estaban tomando muy en serio el robo del quad.
Siguió sus huellas de la mañana hasta llegar a una pequeña hendidura que le permitió bajar hasta la base del precipicio. En el lugar del impacto encontró el otro quad al revés, abollado pero casi intacto. Tras clavar los pies en el suelo, arrimó el hombro a un lado del vehículo y empujó hasta dejarlo de nuevo apoyado en sus ruedas. El cuerpo destrozado de su conductor estaba incrustado en la arena, con una torsión innatural en la espalda y la cabeza.
Se guardó la pistola en el bolsillo y se montó en el quad. El sillín y el manillar estaban torcidos, y se habían caído dos guardabarros, pero la transmisión parecía intacta. Al pulsar el botón de arranque oyó chirriar el estárter. Mientras el vehículo estaba al revés se había vaciado el conducto de la gasolina, así que el motor no se puso en marcha hasta después de varios intentos. Entonces Dirk dio gas y el quad empezó a rodar, lanzando arena con los neumáticos, que ya no estaban protegidos.
Al llegar al final de la playa aparcó al lado de la pequeña cresta. Summer apareció en medio, a través de un gran agujero, y le saludó con la mano. Tras meterse en ella, había excavado casi un tercio de la balsa de goma.
Dirk bajó del quad en punto muerto y corrió hacia su hermana.
—¿Estás bien?
—Muy bien, menos la pierna insensible.
Summer reparó en lo amoratado que estaba Dirk y en lo abollado que traía su quad.
—Me ha parecido oír un choque. ¿Qué ha pasado?
—Que he tenido un rifirrafe con un conocido. —Dirk señaló con el pulgar por encima del hombro—. Los de aquel puerto son los mismos que nos embistieron. Les he cogido prestado un quad y no se lo han tomado muy bien.
Summer reparó en la urgencia de su mirada.
—¿Tenemos que irnos?
—Creo que sería buena idea.
Dirk levantó a su hermana del suelo y la llevó al quad.
—Espera —dijo ella—. El diario de a bordo del Barbarigo.
Dirk la miró sin entender nada.
—Esto de aquí es una balsa de goma enterrada en la arena. Era de un barco que se llamaba Barbarigo. He encontrado un libro envuelto en hule debajo del banco —explicó Summer señalando el montículo—. No puedo leerlo porque está en italiano, pero parece un diario de a bordo.
Dirk se acercó a la balsa medio sepultada, y al meter la mano se quedó de piedra: tenía delante un esqueleto totalmente desenterrado. Segundos antes, por alguna razón, no lo había visto. El tronco reposaba cerca de un banco sobre el que estaba el diario de a bordo, envuelto en hule. Lo cogió, subió al quad detrás de Summer y le dio el libro.
—No me habías dicho que el autor aún estuviera por aquí.
—Hay al menos dos cadáveres más. Tenemos que decirle al arqueólogo del barco que examine este yacimiento.
Dirk la cogió por la cintura y giró el acelerador.
—Otro día, quizá.
Dejando atrás los huesos y la playa, subieron por una cresta que se adentraba en el mar. Desde su cima se veía curvarse la costa de enfrente, una gran extensión de arena sin relieve. El casco turquesa del Alexandria se mecía con el oleaje a varias millas de distancia. Con la vista en el suelo, Dirk bajó de la cresta lo más deprisa que se atrevió, consciente de que el estado de Summer le dificultaba permanecer sentada.
Fue Summer la primera en ver la embarcación, una pequeña zódiac que seguía una ruta paralela a la playa. Una vez que los neumáticos del quad llegaron a la parte llana de arena, Dirk aceleró al máximo. La zódiac se alejaba, pero enseguida recortaron las distancias. Dirk usó la aguda bocina del vehículo para captar la atención de Jack Dahlgren, que era quien pilotaba la zódiac, junto con un marinero de la NUMA. Unos y otros convergieron: Dirk acercó el quad al rompiente, y Dahlgren la zódiac a la arena.
—De ruta turística con todas las comodidades, ¿eh? —ironizó Dahlgren a modo de saludo.
Los ojos del texano no podían disimular el alivio de haberlos encontrado.
—La verdad es que no queríamos que fuera tan larga —dijo Dirk—. ¿Permiso para subir a bordo?
Dahlgren asintió con la cabeza y arrimó la zódiac al quad.
—Summer ha perdido la sensibilidad en la pierna izquierda —explicó Dirk—. Creemos que es la enfermedad del buzo.
Dahlgren bajó del quad a Summer, que seguía aferrada al diario de a bordo del Barbarigo, y la depositó en el bote hinchable.
—En el Alexandria todos se morirán de ganas de saber qué ha pasado. Nos habíamos quedado preocupadísimos al encontrar el submarino en el fondo y sin vosotros. Me imagino que en la cámara os sobrará tiempo para ponernos al día.
Tuvo que sentarse y arrancar el motor para evitar que una ola inundase la zódiac. Al volverse de nuevo hacia el quad, se fijó en que Dirk tenía el mono roto y el cuerpo lleno de cardenales.
—Perdona que te lo diga, pero parece que hayas estado bailando country con un motocultor.
—Si te sirve de consuelo, es como me siento —dijo Dirk.
—¿No quieres aparcar el quad en algún sitio más seco?
—No, es que el dueño me ha estado dando la lata por haberlo tomado prestado. Propongo ir lo antes posible al Alexandria.
Dahlgren aceleró el motor fuera borda y puso rumbo al barco de investigación. Dirk escrutó el horizonte hasta localizar la patrullera, que se acercaba a ellos a gran velocidad. Al cabo de un instante, un estruendo sordo silenció el zumbido del motor, y sobre la zódiac cayó una sombra. Al mirar hacia arriba, Dirk vio cernerse sobre ellos un C-130 que volaba bajo; estaba pintado de gris y llevaba en la cola los colores de la bandera de Sudáfrica. Dahlgren les hizo señas con la mano y ralentizó la zódiac para que se le oyera por encima del motor.
—Es el avión de búsqueda y rescate que pedimos en Pretoria. Ya era hora de que apareciesen. Supongo que será cuestión de avisarles de que estáis sanos y salvos.
Sacó una radio e informó al Alexandria de la aparición de Dirk y Summer.
Mientras esperaban a que el mensaje fuera retransmitido al avión, Dirk dio unos golpecitos en el hombro a Dahlgren y señaló la patrullera que se aproximaba.
—Llama otra vez y pregúntale al avión si podría pasar por encima de esos tíos. Diles que sospechamos que forman parte de una organización pirata local.
—Me parece que la jurisdicción de la FAA, la administración federal de aviación, no llega hasta estas aguas —dijo Dahlgren antes de transmitir el mensaje.
El C-130 ya se había reducido a un punto en el horizonte, pero dio media vuelta y empezó a crecer. El piloto bajó hasta quedar a apenas quince metros de las olas. Se acercó a la patrullera por la popa, pillando por sorpresa a la tripulación. Varios hombres armados se echaron en cubierta mientras el rugido de los motores de turbohélice envolvía el barco.
El avión pasó de largo, giró lentamente e hizo otra pasada por la manga de la patrullera. Esta vez algunos de los tripulantes más valientes blandieron las armas, pero nadie disparó una sola bala. Impertérrito, el piloto del C-130 hizo tres pasadas más, cada una más baja que la anterior. La patrullera aceptó el mensaje y se fue a regañadientes hacia la costa. El C-130 la persiguió un momento, por si acaso, y se mantuvo a baja altura durante casi una hora antes de volver por donde había venido.
—Recuérdame que mande una caja de cerveza a las fuerzas aéreas sudafricanas —añadió Dirk mirando a Dahlgren.
Unos minutos después llegaron al Alexandria, y al ser conducidos a bordo Dirk y Summer se llevaron la sorpresa de ver su maltrecho sumergible en la cubierta de popa.
—No tardamos nada en encontrarlo con el sónar. Pudimos repescarlo con un ROV —dijo Dahlgren—, y al no encontraros dentro volvimos a buscar por la costa.
Al subir a bordo, los mellizos recibieron una cálida acogida, pero cuando depositaron a Summer en una camilla percibieron un nerviosismo general del que no se salvaba ni siquiera Dahlgren. El médico del barco los condujo a toda prisa a la cámara de descompresión, preparada ya con alimentos y material médico.
Dirk quiso escabullirse, pero el médico mandó que entrase, como precaución. Antes de que se cerrase la escotilla, Dahlgren asomó la cabeza para asegurarse de que estuvieran cómodos.
—Quizá no sea buena idea quedarse en esta zona —dijo Dirk—. Antes de nuestro encontronazo con la patrullera, conseguimos plantar todos los sensores sísmicos. Ya nos ocuparemos en otra ocasión de los matones.
—El capitán ya está haciendo los preparativos para ir a toda máquina hacia Durban.
Dahlgren lo dijo con una expresión seria y estudiada.
—¿Por qué hacia Durban? Creía que nuestro siguiente destino era Mozambique.
Al otro lado de la cámara, el médico gritó que sellaran la escotilla.
—Lo siento, pero hay malas noticias —dijo Dahlgren—. Tu padre y Al han desaparecido en el Pacífico.
La pesada escotilla de metal se cerró antes de que Dirk hubiera podido asimilar aquellas palabras. Los hermanos volvieron a someterse a la presión de las profundidades.