Al despertarse, Summer oyó un ruido cerca de su oreja. Abrió los ojos y vio moverse un objeto abultado a apenas un metro de su cabeza.
—¡Dirk! —exclamó dándole con el codo a su hermano, que estaba a su lado.
Dirk se despertó sobresaltado, y al incorporarse y ver la causa del miedo de Summer sonrió. Era una tortuga estrellada, tostada por el sol.
—¿Estás pensando en desayunar sopa de tortuga?
El vetusto reptil volvió hacia Dirk su morro de pico granulado y le miró como si quisiera decir que no le hacía gracia. Después bajó de nuevo la cabeza, clavó las uñas en la arena y prosiguió su letárgico viaje por la playa.
Summer sonrió al mirarla, burlándose de sus temores.
—¿Cómo se puede dañar a un animal tan majestuoso?
—Depende del hambre que se tenga.
Dirk se levantó y observó el entorno a la luz del día. Era una playa de arena lisa rodeada por colinas rocosas de piedra caliza que se elevaban hacia el interior. Tratándose de una región que pocas veces recibía más de algunos centímetros de lluvia anuales, la vegetación era escasa.
Summer se incorporó.
—¿Ves el Alexandria?
Al volverse hacia el agua, Dirk solo vio un mar azul y vacío, veteado por la espuma de las olas. No había ningún rastro del barco de la NUMA, ni de ninguna otra embarcación.
—Debimos de irnos más al este de lo que se esperaban. Si subimos por la costa quizá podamos avisarles con señales.
No sabían que Jack Dahlgren y otros dos marineros se habían pasado toda la noche buscando por la costa a bordo de una zódiac con un foco. De hecho, la partida de búsqueda había pasado dos veces por delante de la playa, pero sin despertar a Dirk y Summer, ocultos detrás del montículo, ya que el ruido de las olas engullía el del motor de la lancha.
—Dirk…
Por el tono de Summer supo que ocurría algo malo.
—¿Qué pasa?
—No puedo mover la pierna izquierda.
Dirk palideció, adivinando el motivo: después de todo, Summer sí tenía la enfermedad del buzo. Era una dolencia que solía declararse con dolor en las articulaciones o las extremidades, pero que a veces lo hacía en forma de parálisis. Y la de las piernas solía ser indicio de que una burbuja de gas se había alojado en la columna vertebral.
Corrió hacia Summer y se arrodilló a su lado.
—¿Estás segura?
Ella asintió con la cabeza.
—No siento nada de nada en la pierna izquierda. En cambio la derecha parece que la tengo bien.
Miró a Dirk con aprensión.
—¿Qué tipo de dolor es?
—Bastante leve, la verdad, pero necesitaré ayuda para volver al barco.
Ambos sabían que para ponerse bien era imprescindible recibir tratamiento inmediato en una cámara hiperbárica. Summer tenía la suerte de que en el Alexandria hubiera una, probablemente la única en cientos de millas a la redonda. Aun así, Dirk pensó que si no lograban llegar al barco sería como si la cámara estuviera en la luna.
Echó un vistazo a un promontorio rocoso que se erguía por encima de la playa.
—Voy a subir rápidamente a esa montaña. Quiero ver dónde está el barco y calcular nuestras opciones.
—Te espero aquí —dijo Summer con una sonrisa forzada.
Dirk cruzó la playa en un santiamén y se lanzó corriendo por la árida cuesta. El suelo pedregoso se le clavaba en los calcetines. Lamentó haberse quitado los zapatos al salir del sumergible a nado. La ladera era abrupta. Pronto obtuvo un amplio panorama de la costa circundante.
Lo primero que miró fue el mar, donde no tardó casi nada en localizar el Alexandria. Era un pequeño punto en la distancia, atracado, supuso, sobre el lugar donde se había hundido el sumergible. Calculó que tendría que recorrer ocho kilómetros de costa para alcanzar una posición desde donde pudiera verle la tripulación. Al volverse hacia el interior, se fijó en una pequeña cordillera de colinas baldías que formaba parte de la Reserva Especial de Cape Sainte Marie. Este gran parque nacional, creado como santuario animal, ofrecía pocos servicios más allá de unos cuantos caminos y lugares de acampada.
Al volver la mirada hacia el este, le sorprendió bastante avistar a dos o tres millas un barco que salía de una pequeña ensenada. Junto a la nave había unos cuantos edificios, y cerca un dragador anclado. Pensó en la patrullera que había embestido el sumergible, pero al escrutar la ensenada no vio ningún indicio de ella.
Al no ver más señales de civilización, volvió corriendo a la playa.
—¿Qué noticia quieres, la buena o la mala? —le preguntó a Summer, a quien encontró sentada, escarbando en el montículo de arena con un trozo plano de madera.
—Soy optimista por naturaleza. Dime la buena.
—El Alexandria no nos ha abandonado. Por desgracia creen que aún estamos a bordo del submarino. Me parece que han echado el ancla encima de donde nos hundimos. El plan B consistiría en que yo caminase por la playa ocho o diez kilómetros e intentase llamar su atención desde la orilla.
—No he pillado el plan A.
—A menos de cinco kilómetros de aquí hay una ensenada que tiene hasta instalaciones portuarias y un carguero.
—¿Y una patrullera con el morro torcido?
—No, ninguna patrullera. Puedo llegar en una hora y llamar al Alexandria. Dentro de nada estarías echándote una siestecita en la cámara de descompresión del barco.
—Pues venga, el plan A.
Dirk le puso una mano en el hombro.
—¿Seguro que aquí estarás bien?
—Sí, mientras no se le ocurra compartir la madriguera.
Summer señalaba a la vieja tortuga. Desde que estaban despiertos, el gran reptil se había desplazado menos de veinte metros y estaba echado en la arena, esparciéndola con las aletas.
—Imposible, no llegaría a tiempo.
Dirk se volvió y se fue por la playa. El sol de la mañana ya requemaba el suelo arenoso, así que siguió la línea de costa, donde la brisa marina refrescaba un poco. Estaba cada vez más acalorado y con la garganta seca, y sentía verdaderas ansias de beber. Sabía que estaba deshidratado, lo cual no hacía más que empeorar su letargia, pero lo apartó de sus pensamientos y se concentró en caminar lo más deprisa que le permitían sus piernas débiles y sus pies descalzos.
La playa, que era estrecha, terminaba de golpe en un risco de caliza proyectado sobre el mar. Dirk tuvo que meterse tierra adentro hasta que la pared de roca se hizo más pequeña y le permitió trepar por una breve cuesta. La parte superior del risco era plana y se fundía con una serie de lomas que continuaba unos tres kilómetros hasta llegar a la ensenada. La superestructura blanca del carguero atracado se asomaba como un espejismo sobre un lejano caballón de arena.
Caminó más deprisa al recordar el estado de Summer. Hacía menos de doce horas que se habían escapado del sumergible, por lo que sus posibilidades de recuperarse del todo seguían siendo buenas, siempre a condición de que pudiera llegar pronto a la cámara. La preocupación de Dirk le hizo seguir hasta que cuarenta minutos más tarde llegó a una pequeña elevación. Justo debajo estaba la laguna rodeada de colinas que escondían el barco y las instalaciones portuarias.
Al bajar por la colina situada más al oeste, vio que era un complejo muy básico, con solo dos estructuras permanentes. Cerca del lado de tierra había un edificio pequeño que parecía tener usos residenciales, y al otro lado del muelle, un almacén. Entre uno y otro se extendía un gran toldo de metal que Dirk había confundido con otra edificación. El toldo recorría el muelle en toda su extensión, dando sombra a varias montañas de sedimentos granulares. Al principio pensó que era sal de alguna marisma de la zona, pero luego se fijó en su color gris.
El carguero, de dimensiones medianas, ocupaba todo el muelle, justo enfrente. Dirk no pudo leer el nombre, pero observó que su chimenea amarilla llevaba la imagen de una flor blanca. Unos cuantos hombres subían al barco una de las montañas de mena con cargadores frontales y una cinta transportadora.
La maquinaria pesada, a la que se sumaba el ruido de un generador, creaba un gran estruendo que hacía vibrar el aire. Por eso nadie reparó en que Dirk bajaba de la colina y se acercaba al almacén, que estaba abierto. Vio que dentro había un mecánico ocupado en revisar un pequeño motor. Dio unos pasos por el interior y se paró de golpe.
Había visto con el rabillo del ojo otra embarcación en la laguna. Dado que el carguero ocupaba toda la extensión del muelle, la segunda nave se había visto obligada a atar sus amarras al otro lado del mercante. Por eso Dirk no la había visto al bajar de la colina, pero los remolinos de la laguna la habían desplazado hasta dejar visible su proa, incluida una muesca reciente en el casco, con restos de pintura amarilla. La patrullera.
Dentro del almacén el mecánico levantó la cabeza y, al ver a Dirk, le miró de modo extraño y gritó algo. Poco después llegó corriendo desde el fondo un joven con uniforme verde de faena y un AK-47 con la que apuntó a Dirk en el pecho. Su boca profirió un torrente de palabras en un dialecto que Dirk no entendió. La intención, sin embargo, estaba clara.
Dirk contempló con incredulidad al hombre armado. Después abrió las manos y levantó los brazos lentamente.