El sumergible se hundió en la presión de las profundidades con el lamento airado de un alma en pena. Al chocar con el lecho, su morro levantó una densa nube de sedimentos de color marrón. La corriente del fondo no tardó en dispersar la columna, dejando visible nuevamente el casco.
Dirk tenía la impresión de haber estado en una lavadora. Con los tanques de lastre aplastados, el sumergible había dado tantas vueltas que no se podían ni contar. Durante la caída se había desprendido un monitor que había golpeado a Dirk en la cabeza. Se palpó con suavidad la parte alta de la frente, donde sus dedos recorrieron un buen corte. Aparte de esa herida y de algunos moratones, estaba ileso y daba gracias por seguir con vida.
Lo peor del impacto con la patrullera se lo había llevado la parte de atrás del sumergible, con destrozos en los propulsores, los compartimentos de las baterías y los tanques de oxígeno. En cuanto a la burbuja acrílica de la cabina, permanecía intacta a pesar de un gran número de grietas. Era lo que había salvado a sus ocupantes de una asfixia inmediata. La cabina tenía una docena de pequeñas fugas que la estaban llenando de agua gélida, pero el aparato había sobrevivido al hundimiento sin dejar de estar lleno de aire.
—¿Estás bien? —preguntó Dirk en la oscuridad del interior.
Buscó la linterna prendida a la consola, pero se había soltado.
—Sí —dijo Summer con voz trémula—, creo que sí.
Dirk se quitó el arnés y cayó de bruces en un palmo de agua fría. Al hundirse con el morro por delante, el aparato había provocado una extraña desorientación. Se oían silbidos en varios puntos del sumergible. Dirk no supo si eran pequeños chorros de agua que entraban por minúsculas fisuras o bien los restos de uno de los tanques de oxígeno. Trepó por el respaldo de su asiento y buscó a tientas un panel lateral de almacenaje donde guardaban otra linterna.
A la mayoría de la gente le habría dado pánico recorrer un submarino frío, oscuro y cada vez más lleno de agua, pero Dirk sentía una calma extraña. Uno de los motivos de su compostura era haberse formado para aquellas emergencias, pero también existía un componente personal.
El año anterior había perdido a la mujer de la que estaba enamorado durante un ataque terrorista en Jerusalén, y la experiencia le había cambiado. Desde entonces le costaba más vivir con alegría, y su visión del mundo se había vuelto más fría y cínica. Más aún: la muerte se había convertido en una compañera a la que ya no temía.
—Tendremos que esperar a que se llene la cabina para poder abrir la escotilla —dijo con serenidad—. Las botellas de emergencia deberían permitirnos llegar hasta la superficie.
Encontró el compartimento de almacenaje, sacó una pequeña linterna y la enfocó hacia su hermana.
Solo viéndole la cara ya supo que pasaba algo grave. Summer tenía los ojos salidos, con una mirada de dolor y miedo, y sus labios dibujaban una mueca. Soltó el arnés e intentó levantarse, pero solo consiguió quedarse encorvada en un ángulo extraño.
Dirk enfocó la linterna hacia su pierna derecha, clavada al asiento. En la pernera, justo encima del tobillo, había una pequeña mancha de sangre.
—No es el momento de apegarse a este sitio —dijo.
Summer intentó moverse y estiró la pierna con los ojos muy cerrados, pero no servía de nada.
—Tengo el pie atascado —explicó—, muy atascado.
Dirk se acercó a gatas para verlo mejor. La colisión había desplazado uno de los tanques de oxígeno, que a su vez había aplastado el suelo, levantando una plancha de acero reforzado que, al torcerse hacia arriba, había capturado el tobillo de Summer contra la carcasa del asiento.
Cuando Dirk se agachó para examinar la plancha doblada, el agua ya llegaba por encima de la pantorrilla de su hermana.
—¿Puedes echarte hacia delante?
Summer lo intentó y negó con la cabeza.
—No sirve de nada.
Dirk pasó a su lado.
—Voy a intentar mover la carcasa.
Con la espalda apoyada en la burbuja acrílica, puso los pies en la carcasa y empujó con las dos piernas. La incomodidad del ángulo solo le permitía aplicar una pequeña parte de su fuerza. La carcasa se balanceó un poco, pero no lo suficiente para liberar la pierna de Summer, ni mucho menos. Dirk probó a mover la carcasa desde otros ángulos, pero no lo consiguió.
—No puedo hacer suficiente palanca —dijo.
—Tranquilo. —Summer lo dijo con calma, en un intento de disimular su miedo y no presionar a su hermano más de lo debido—. Está subiendo el agua. Será mejor coger las bombonas de inmersión.
Dirk vio que a su hermana el agua le llegaba ya a la cintura. Las filtraciones empeoraban. La cabina se estaba llenando más deprisa. Metiendo las piernas en el agua, cuyo frío gélido mordió su piel, trepó por los asientos y llegó a la parte trasera del sumergible, donde tendió las manos hacia un soporte con equipos de evacuación para casos de emergencia: dos bombonas de inmersión con sus reguladores y sus gafas.
Tras darle a Summer una de las bombonas, se pasó la otra por el hombro. Acto seguido, hurgó en una caja de herramientas compacta y se desesperó al ver que las llaves y los alicates estaban diseñados para pequeñas reparaciones eléctricas. La herramienta más grande era un martillo de bola. Lo cogió junto con una sierra de arco corta. Esta última le hizo pensar en Aron Ralston, un valiente ciclista de montaña que se había cortado él mismo un brazo al quedarse atrapado bajo una roca cerca de Moab. Quizá no tuviera más remedio que amputarle el pie a Summer con la sierra, como último y truculento recurso…
—¿Alguna idea, Dirk? —preguntó ella al verle observar las herramientas.
—Voy a intentar hacer cuña en el asiento para que puedas salir.
Dirk le pasó la linterna con la esperanza de que no se fijase en la sierra.
—Vale —contestó ella tiritando por el frío del agua que se arremolinaba en su pecho.
Dirk se puso las gafas y el regulador y se zambulló en el agua. Al introducir el martillo en el hueco que había al lado del tobillo de Summer, se dio cuenta enseguida de que no daba bastante de sí. Aun así, se apretó en horizontal y presionó todo su peso contra el mango. La carcasa se movió, pero sin doblarse. Las siguientes tentativas dieron el mismo resultado. Necesitaba más fuerza para separar unas placas tan macizas. Sin embargo, no tenía nada a su disposición. Frustrado, giró el martillo y empezó a dar golpes en la carcasa, mellándola un poco.
Al volver a la superficie, vio que el agua ya lamía la barbilla de Summer, quien, con las gafas puestas, le entregó la linterna con una mirada de desilusión. Dirk iluminó la escotilla de entrada. Se inundaría en cualquier momento. Al mover el haz de la linterna resaltó un objeto al otro lado del casco. En ese momento sintió en su brazo la presión de la mano de Summer, que movió la cabeza fuera del agua para decir algo.
—Ve tú sin mí.
Su tono no era de rabia ni de pánico, sino solo de resignación. Sabía que Dirk lo había intentado todo. Mellizos como eran, los unía un vínculo desconocido para la mayoría de los hermanos. Confiaban tácitamente el uno en el otro. Summer sabía que si la situación lo requiriera Dirk no dudaría en dar la vida por ella, y estaba contenta de que al menos él sobreviviese.
Dirk la miró a los ojos, negando con la cabeza.
—Pues entonces ¡corta! —exclamó ella—. ¡Ya!
Había visto la sierra desde el primer momento. Dirk no tuvo más remedio que admirar su coraje, sobre todo al comprobar que se sacaba un gran pañuelo del bolsillo del mono, formaba un torniquete y se lo ataba en la parte baja de la pantorrilla.
Tuvo que esperar a que sacase de nuevo la cabeza para responder.
—Ahora mismo no estoy preparado para hacer de doctor Kildare —dijo con una sonrisa forzada—. Espérame aquí.
Summer casi no tuvo tiempo de verle abrir la escotilla y salir del sumergible a nado, dejándola atrapada y a solas en la oscuridad.