Cuando el sumergible salió a la superficie, el Alexandria, el barco de investigación de la NUMA, estaba posicionado a unas cuatro millas, y Summer pidió por radio que fueran a buscarlos. Mientras el sumergible se dejaba llevar por la corriente, Dirk y ella se entretuvieron estudiando las costas áridas y pardas de Madagascar, que parecían subir y bajar con el oleaje.
El Alexandria acudió con prontitud, reflejando la luz del cielo azul en su casco turquesa, color que compartía con toda la flota de la NUMA. Un hombre musculoso de bigote pronunciado, aunque no tanto como su acento de Texas, fue quien dirigió el regreso del sumergible a la cubierta de popa del barco. Jack Dahlgren abrió la escotilla de la embarcación, que estaba en la parte trasera, y dio la bienvenida al aire fresco a Dirk y Summer.
—¿Qué, os habéis dado un buen chapuzón?
—¡Y tanto! —dijo Summer enseñando un disco duro portátil—. Hemos conseguido muy buenas imágenes de la protuberancia. Deberíamos poder localizar algunos puntos de inserción excelentes para los sensores de tierra.
Salió y, pasando junto a Dahlgren, se apresuró en buscar al geólogo marino del barco para poder examinar con él las imágenes del fondo.
—Eso quiere decir que habrá que prepararse enseguida para otra inmersión, ¿no? —preguntó Dahlgren con cara larga.
Dirk le dio una palmada en el hombro.
—Eso me temo, amigo mío.
Ayudó a Dahlgren a sacar del submarino varios juegos de pesadas baterías y sustituirlos por otros de recambio. Mientras trabajaban en la cubierta de popa, apareció una gran patrullera llegada de la costa que rodeó el Alexandria desde lejos, al tiempo que, en su puente, dos ocupantes con ropa informal examinaban el barco de investigación con aparente desagrado. En el momento en que el Alexandria abandonó su posición, la patrullera volvió rápidamente a la costa.
—Me gustaría saber qué están haciendo —dijo Dahlgren.
—No tenían mucha pinta de ser del gobierno. —Dirk vio alejarse el barco y examinó la orilla—. Creía que en esta zona la costa era prácticamente un desierto.
—Mientras estabais abajo ha pasado un carguero pequeño. Parecía que fuera hacia la costa, o sea que algún tipo de puerto debe de haber.
Tras cambiar las baterías realizaron pruebas completas de seguridad de cara a la inmersión. Después buscaron a Summer y la encontraron en uno de los laboratorios del barco. Había reunido una caja de pequeños sensores de tierra alimentados con baterías, que detectarían los temblores y los movimientos de la línea de falla. Cada sensor estaba dentro de un bote con una banderilla de color naranja intenso.
—Hemos hecho el reconocimiento en el lugar perfecto —dijo Summer—. Ahora lo que tenemos que hacer es volver y enterrar diez sensores a intervalos de quinientos metros por el mismo recorrido. —Miró a Dahlgren—. ¿Puedes dejarnos en el mismo sitio que al principio?
—¿Puede un gorgojo encontrar un campo de algodón en el Mississippi? Vosotros poneos cómodos en vuestro sumergible, no sea que me decida a echaros por la borda sin él.
Dahlgren salió en tromba del laboratorio en dirección al puente para hablar con el capitán.
—¿Por qué está tan picajoso? —preguntó Summer.
—Es que he cometido el error de informarle sobre el barco hundido que hemos descubierto —dijo Dirk—. Le da rabia que lo hayamos encontrado con su sumergible sin que estuviera él.
Summer movió la cabeza.
—Los hombres sois como niños con los aparatos.
Cogió los sensores y se los llevó a una cesta de alambre conectada a la parte delantera del sumergible. Tras fijarlos subió a bordo y ayudó a Dirk a revisar la lista de preparativos para la inmersión.
Pocos minutos después apareció Dahlgren, que asomó la cabeza por la escotilla.
—Si estáis listos, yo también.
—Ya podemos bajar —dijo Dirk—. Pon al fresco unas botellas para cuando volvamos.
—Te aviso de que quizá os las encontréis vacías. ¿Algo más?
—Sí. Mira qué pone en los registros sobre barcos hundidos en el sur de Madagascar durante los últimos cinco años.
—Dalo por hecho. Que vaya bien la siembra.
Dahlgren cerró herméticamente la escotilla y levantó el sumergible por encima de la popa del Alexandria. Antes de hacerlo descender, esperó una llamada desde el puente que confirmase que estaban en el lugar indicado. Una vez abierto el garfio, Dirk recibió luz verde para llenar los tanques de lastre, y el sumergible amarillo se deslizó bajo las olas.
Pocos minutos después apareció el fondo del mar. Dirk guió el sumergible con el mismo rumbo de antes, nordeste. Esta vez recorrieron menos de cincuenta metros antes de pasar por encima de la elevación que ya conocían.
—Hay que felicitar a Jack —dijo Summer—. Ha jugado casi a la perfección con las corrientes.
—¿Soltamos el primer sensor? —preguntó Dirk.
Summer consultó su posición, calculada mediante un programa estimativo puesto en marcha en el momento del despliegue.
—En realidad deberíamos ir unos treinta metros más al este para coincidir con la ruta de antes.
Hecho el ajuste, Dirk desplazó el sumergible hacia una parte plana del lecho marino adyacente a la cresta y apagó los propulsores para despejar las nubes de sedimentos que habían levantado. Era el turno de Summer, que activó un par de brazos robóticos articulados. Con uno de ellos practicó un agujero vertical en el fondo, y después usó el otro para coger un sensor de la cesta, introducirlo en el agujero y cubrirlo todo salvo la banderilla anaranjada, que sobresalía del suelo.
—Lo has hecho muy bien —dijo Dirk.
Puso en marcha los propulsores y se lanzó a la máxima velocidad por la falla.
—¿Tienes prisa por llegar a algún sitio? —preguntó Summer.
—He pensado que, al terminar, podríamos echarle otro vistazo al barco hundido.
Summer sonrió. Había tenido la misma idea que su hermano, y se había cerciorado de llevar a bordo un disco duro de seguridad para filmar el pecio.
Recorrieron la falla plantando los nueve sensores restantes por las siete millas de recorrido. Una vez que colocaron en su sitio el último sensor, Dirk consultó su posición relativa al barco hundido e hizo avanzar un poco el sumergible hasta que el bulto apareció ante ellos.
—Exactamente donde lo habíamos dejado.
—Esta vez lo grabaré —dijo Summer activando las cámaras delanteras.
Dirk elevó el sumergible a medida que se aproximaban al casco y se dirigió a la cubierta principal. Después cruzó al otro lado, lo que permitió a las cámaras de Summer grabar el barco en toda su anchura, incluyendo las bodegas abiertas, a las que les faltaban las tapas de las escotillas. Lo que le impulsaba a orientar el submarino y sus cámaras hacia la superestructura trasera era una misión de identificación. El diseño les daría una pista más sobre la antigüedad del barco y su armador.
Se deslizó lentamente por la parte frontal de la superestructura. Al cruzar el puente aceleró y se quedó suspendido cerca de la chimenea, que se erguía en el lado de popa. A menudo era en ella donde llevaban los colores o el logotipo de la compañía los barcos comerciales, pero en aquel caso estaba pintada de negro.
—Qué raro que no haya marcas de hollín —dijo Summer—. Parece recién pintada.
—Otro intento de esconder su identidad.
—Vamos a acercarnos un poco más.
Summer se inclinó, muy atenta a la superficie de la chimenea.
Mientras Dirk efectuaba la maniobra de aproximación, su hermana activó uno de los brazos robóticos y lo flexionó hacia la chimenea. Al establecer contacto, arrastró el garfio por la superficie, dejando una marca de un palmo de longitud.
—No grabes tus iniciales, por favor —dijo Dirk—. No quiero que a las dos de la mañana llame a mi puerta un agente de Lloyd’s.
—Solo quiero ver qué hay debajo.
Cuando la corriente se llevó las escamas de pintura vieron claramente una línea ocre debajo de la raspadura.
—El color original de la chimenea era dorado, o tenía una franja dorada —dijo Summer.
—Ese dato es importante.
Filmaron el barco hundido durante media hora más, grabando su eslora, la configuración de su cubierta y cualquier otro detalle que pudiera ayudar a identificarlo.
—Las baterías se están acercando a la reserva —dijo Summer.
—Creo que ya hemos averiguado todo lo que podíamos —añadió Dirk—. Además, Jack no se pondría muy contento si regresáramos de noche.
Purgó los tanques de lastre e inició un ascenso controlado. Varios minutos después salieron a la superficie en una mar rizada por ráfagas de viento del oeste. El sol ya se estaba poniendo tras las nubes, en el horizonte, lanzando al cielo del crepúsculo relámpagos rosas y naranjas. Mientras el agua chapoteaba en la cubierta acrílica del sumergible, Dirk vio que se acercaba un barco. Era la misma patrullera que Dahlgren y él habían visto antes.
—Parece que nos esperaba alguien. —El barco aceleró para acercarse a ellos—. Podría ser un buen momento para avisar al Alexandria de que venga a buscarnos.
—Creo que lo he visto en el horizonte. —Summer torció mucho el cuello para mirar por encima de las olas—. Parece que aún está a unas cuantas millas.
Acercó la mano al botón de transmisión de su radio. De repente se quedó de piedra.
—¿Qué hacen, Dirk?
Su hermano estaba vigilando a la patrullera, que se acercaba a una velocidad inquietante. El barco, con su casco de acero, estaba a solo treinta metros. Debería haber empezado a frenar o desviarse, pero no hizo ni lo uno ni lo otro.
—¡Quieren embestirnos! —gritó Summer.
Dirk encendió los propulsores, pero con una velocidad máxima de solo treinta nudos el sumergible no podía ir más deprisa que una tortuga marina. Ante la imposibilidad de esquivar a la patrullera y la falta de tiempo para sumergirse, reaccionó de la única manera que podía: girando el sumergible directamente hacia el barco que se aproximaba.
Summer le miró como si estuviera loco y se preparó para el impacto. Dirk no apartaba la vista de la patrullera mientras maniobraba hacia su afilada proa como si quisiera suicidarse. Esperó a que la otra embarcación estuviera casi encima de ellos para girar con fuerza el mando a la vez que invertía los propulsores de estribor.
El sumergible respondió como si estuviera en arenas movedizas. Dirk tuvo miedo de haber reaccionado demasiado tarde, pero después de un breve titubeo el sumergible viró a estribor y se salvó por los pelos de chocar con la proa de la patrullera.
Tal como esperaba Dirk, el timonel de esta última había bloqueado el rumbo y reaccionó demasiado tarde a la maniobra in extremis del submarino. Al final, el barco solo les golpeó de refilón.
Dirk y Summer oyeron un golpe y sintieron temblar su embarcación en el momento en que el impacto aplastaba uno de los propulsores traseros. El choque provocó un corte eléctrico que apagó todos los sistemas del sumergible que usaban aquel tipo de alimentación. Mientras Dirk, como un poseso, ponía nuevamente en marcha los propulsores, miró por la ventana esférica y vio pasar la patrullera a gran velocidad. En la borda había un hombre con uniforme verde de faena que apuntaba al submarino con un fusil de asalto, pero en vez de disparar se limitó a sonreír amenazadoramente.
Summer se aguantó las ganas de hacerle un gesto obsceno.
—Nos hemos librado por poco. —Volvió a centrarse en la radio—. ¿Puedes hacer una inmersión?
—Es lo que intento.
Dirk ya había empezado a llenar los tanques de lastre antes de la colisión, pero tuvo que reactivar las bombas después del corte eléctrico. Disponían de segundos antes de que la patrullera diese media vuelta para otra tentativa.
—La radio sigue sin funcionar —dijo Summer accionando los diferenciales detrás de su asiento, pero al ver que no servía de nada miró por la burbuja: los tanques de lastre volvían a llenarse y casi habían hecho descender el submarino por debajo de las olas.
—Ya ha dado media vuelta. La tenemos casi encima —indicó como si tal cosa.
Volvió a su asiento y se apretó con fuerza el cinturón.
—Venga, baja.
Dirk empujó el volante a fondo, pero con la mitad de los propulsores inutilizados apenas sirvió para acelerar el descenso.
Se oían los motores de la patrullera acercándose hacia ellos. De pronto la tuvieron justo encima. El sumergible había bajado un par de metros, pero el piloto de la patrullera había apuntado con cuidado: la afilada proa se deslizó sobre el sumergible, pero la parte baja del casco dio en el blanco.
El arrollador impacto produjo un estallido de burbujas al resquebrajarse la ventana acrílica y desprenderse los tanques de lastre. El sumergible rebotó por debajo del casco y recibió una dura serie de golpes hasta ser barrido a un lado.
La cápsula maltrecha vaciló unos instantes antes de bajar en una lenta y mortífera espiral que la llevaba hacia el fondo del mar.