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Summer Pitt levantó la vista del portapapeles apoyado en sus piernas para mirar por la burbuja acrílica del sumergible. Se veía todo negro. Era como estar encerrada en un armario.

—¿Qué tal un poco de iluminación externa? —preguntó.

Su hermano mellizo, sentado frente a los controles del piloto, accionó una hilera de interruptores. Una batería de intensas luces led difundió un resplandor en el negro absoluto de las aguas, pero seguía sin haber nada que ver más allá de las partículas que pasaban a gran velocidad al otro lado de la burbuja. De todos modos, al menos así Summer se hacía una idea visual de la velocidad de descenso.

—¿Aún te da miedo la oscuridad? —le preguntó su hermano.

A diferencia de Summer, que había heredado la tez nacarada y el cabello pelirrojo de su madre, Dirk Pitt Jr. se parecía a su padre. Tenía la misma constitución alta y delgada, el mismo pelo oscuro y hasta la misma sonrisa fácil.

—Aquí abajo no es verdad lo de ojos que no ven, corazón que no siente —dijo Summer. Consultó el indicador de profundidad que había sobre una pantalla—. Faltan cincuenta metros para el fondo.

Dirk ajustó los tanques de lastre para ralentizar el descenso y puso la nave en flotación neutral una vez que apareció el lecho marino. A aquella profundidad, casi cien metros, el fondo del mar era un desierto de color avellanado, sin otros pobladores que unos cuantos peces y crustáceos pequeños.

—La falla debería de estar a una demora de cero-seis-cinco grados —dijo Summer.

Dirk puso en marcha los propulsores electrónicos del sumergible, que los impulsaron hacia el nordeste. Sentía en el volante una poderosa corriente de fondo que los empujaba lateralmente.

—Hoy la corriente de Agulhas va que chuta. A ver si nos lleva hasta Australia.

La impetuosa corriente de Agulhas discurría por la costa oriental de África. Cerca de la punta sur de Madagascar, donde Dirk y Summer estaban realizando su inmersión, convergía con la corriente del este de Madagascar y otros flujos del Índico, creando un torbellino imprevisible.

—Seguramente nos hayamos desviado mucho durante el descenso —observó Summer—, pero si mantenemos el rumbo seguiremos cruzando la línea de falla. —Pegó la nariz a la burbuja y escrutó el lecho marino que ondulaba levemente al pasar bajo ellos. Al cabo de varios minutos divisó una cresta pequeña pero nítida—. Ya veo la protuberancia.

Dirk subió un poco y dejó el sumergible estacionario a tres metros por encima de esta última.

—Listos para el vídeo.

Summer puso en marcha dos cámaras externas montadas en los patines del sumergible y verificó la imagen en un monitor.

—Las cámaras ya están encendidas. Empiezo —dijo—. Baja hacia la línea.

Dirk hizo avanzar el sumergible, guiándose por la elevación del suelo marino. Estaban trabajando conjuntamente con un barco de investigación de la NUMA que había realizado un sondeo previo de la zona mediante un sistema de sónar multihaz, a fin de recabar información sobre una falla activa situada frente a las costas de Madagascar. Tenían la esperanza de poder predecir mejor la creación de tsunamis por los terremotos. El vídeo del sumergible daría a los geólogos del barco una referencia básica sobre la zona. Después el sumergible haría otra inmersión para enterrar una serie de pequeños sensores que registrarían la actividad sísmica con precisión.

Para aquel proyecto se necesitaba una mezcla interdisciplinaria de talentos que era del gusto de ambos mellizos. Tanto Dirk, formado en ingeniería naval, como Summer, especializada en oceanografía, habían heredado el amor al mar de su padre. Hacía pocos años que se habían incorporado a la NUMA, de la que ya formaba parte Pitt, pero la posibilidad de viajar por todo el mundo para resolver los misterios del mar los había seducido de inmediato. Cuando más disfrutaban era trabajando los tres juntos. Últimamente lo habían hecho en Chipre, donde habían descubierto un tesoro arqueológico de objetos relacionados con la vida de Jesús.

—Kilómetro ocho de esta elevación de subsuperficie que no se acaba nunca —dijo Dirk cuando llevaban dos horas de reconocimiento.

Empezaba a resentirse de la lucha constante contra la corriente, que le tensaba los músculos del brazo.

—No me digas que ya te aburres —contestó Summer.

Dirk miró fijamente el fondo marrón que discurría sin cambios bajo ellos.

—Si alguien importara alguna ballena blanca a estos andurriales, o algún calamar gigante, no me molestaría.

Después de otra hora de seguimiento de la falla empezó a preocuparse por sus reservas de batería.

—Al ir contra la corriente hemos forzado más los motores. Propongo que nos planteemos parar pronto.

Summer consultó la distancia recorrida.

—¿Qué te parecen seiscientos metros más? Así lo dejaremos en mil doscientos.

—Trato hecho.

Tras completar el tramo restante, Dirk detuvo el submarino mientras Summer apagaba las cámaras de vídeo. En el momento en que Dirk empezaba a purgar los tanques de lastre como preparación para la subida, Summer señaló algo por la burbuja frontal.

—¿Aquello es un barco hundido?

Dirk atisbó un objeto más allá del alcance real de las luces externas.

—Podría ser.

Soltó la bomba de lastre e impulsó el sumergible. Poco a poco fue perfilándose un gran bulto que adquirió la forma inconfundible del casco de un barco. Cuando se acercaron tomó forma el resto del navío, que, apoyado en vertical, llamaba la atención por su aparente falta de daños. Maniobrando a pocos metros del lecho marino, se acercaron a la parte central hasta detenerse a escasos centímetros del misterioso buque. La pintura roja del casco reflejaba intensamente las luces del sumergible, permitiendo ver hasta el último remache y la última junta.

—Parece que se acabe de hundir —dijo Dirk.

Llevó el sumergible a un lado del casco y por encima de la borda, donde vieron tres grandes escotillas abiertas en la cubierta de proa. Dirk pilotó el sumergible hacia la proa, deslizándose sobre compartimentos de carga que solo contenían agua del mar. Al asomarse a la afilada proa no percibieron ningún daño. Entonces dieron media vuelta y examinaron la borda de estribor hasta llegar a la superestructura trasera, donde subieron varios niveles hasta el puente. Las ventanas estaban intactas. Al mirar por ellas desde una distancia de pocos metros vieron que el puesto de mando estaba vacío.

—Parece que se han llevado la mayoría de los aparatos del timón —indicó Dirk, confuso—. Es como para sospechar que lo hundieron.

—Que alguien llame a Lloyd’s de Londres —dijo Summer—. Nunca había visto un barco hundido con tanta pulcritud. Debió de irse a pique hace poco.

—Como máximo unos meses, a juzgar por lo poco infestado de algas que está.

—¿Qué sentido tiene hundir un carguero en perfecto estado de revista?

—A saber. Puede que lo estuvieran remolcando para darle un repaso y se hundiera en una tormenta. —Consultó el estado de la batería—. Bueno, va siendo hora de que subamos, pero a ver si antes vemos algún nombre.

Rodeó la superestructura hacia la popa y se situó por debajo de la borda. Sobre ella pendía un desolado mástil cuyos colores se habían diluido hacía tiempo. Cuando llegaron a seis metros del barco, Dirk giró el sumergible para ponerse de cara al espejo de popa del carguero, y ajustó la altura para que las luces enfocasen el nombre del barco.

—Mira tú por dónde —dijo en voz baja—. Pues sí que lo han hundido, sí.

Tenían delante una superficie lisa de color rojo recorrida por una gruesa franja horizontal de herrumbre, que era donde habían estado indicados el nombre y el puerto de origen del barco. Alguien había raspado intencionadamente el nombre y el revestimiento de pintura para mandar el carguero hacia la soledad del fondo de los mares en total anonimato.