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Ann llegó a las siete a la oficina, deseosa de ponerse manos a la obra e investigar la hipótesis de Pitt sobre un posible vínculo con el secuestro del barco. Empezó por el sustituto de Joe Eberson como director de Tecnología de Plataformas Marinas de la DARPA, el doctor Roald Oswald. Se habían conocido algunos días antes, y no le sorprendió ver que el científico ya estaba en su mesa, trabajando en un informe.

Asomó la cabeza por la puerta.

—¿Me permite interrumpir su silencio matinal?

—Cómo no, señorita Bennett. No me irá mal distraerme un poco del deprimente estado en que se encuentra el calendario de entregas de nuestro nuevo submarino.

—Llámeme Ann, por favor. ¿Lo botarán sin el dispositivo de supercavitación?

—Es el dilema al que nos enfrentamos. La pérdida conjunta de Eberson y Heiland nos ha hecho retroceder varios meses, por no decir años. Sin el dispositivo, las capacidades de la embarcación se ven seriamente mermadas. Supongo que, aun así, seguirá siendo interesante poner a prueba el sistema de propulsión, siempre que podamos completar el montaje final.

—¿Qué se lo impide?

—Por lo que me han dicho, retrasos graves en la entrega de materiales.

—¿Por casualidad figuran entre ellos elementos de tierras raras?

Oswald bebió un poco de café y escrutó a Ann con sus ojos de color azul claro.

—Para contestar necesitaría información que no tengo aquí, pero sí es cierto que en el diseño del Flecha de los mares desempeñan un papel importante algunos elementos de tierras raras, sobre todo en el sistema de propulsión y en algunos sistemas de sónar y electrónica. ¿Por qué lo pregunta?

—Es que estoy investigando una posible relación entre la muerte del doctor Heiland y el secuestro de un cargamento de monacita que contenía altas concentraciones de neodimio y lantano. ¿Hasta qué punto son importantes esos elementos para el Flecha de los mares?

—Mucho. Nuestro sistema de propulsión se basa en dos motores eléctricos de última tecnología que, a su vez, alimentan dos bombas externas a chorro, así como el resto de los sistemas operativos de la nave. Ambos componentes contienen elementos de tierras raras, pero sobre todo los motores. —Oswald bebió un poco más de café—. Usan imanes permanentes de alta intensidad para conseguir un salto multigeneracional en eficacia y potencia. Los imanes los fabrica con el máximo rigor el Ames National Laboratory, y contienen una mezcla de varias tierras raras, la mayoría de las cuales incluye neodimio, qué duda cabe. —Vaciló un momento—. Estamos convencidos de que el sistema de supercavitación de Heiland también recurre a una serie de elementos de tierras raras. Sospecho que la pista que sigue podría dar sus frutos.

—¿Por qué lo dice?

—Los motores del Flecha de los mares aún están pendientes de instalar. El primero acaban de terminarlo en el laboratorio de investigación naval de la bahía de Chesapeake, y está listo para su envío a Groton. El segundo ha sufrido un retraso debido a una interrupción en la cadena de suministro de los materiales. Aún no estoy al corriente de todo, pero tengo entendido que lo que nos retiene es la escasez de elementos de tierras raras.

—¿Podría averiguar usted de qué materiales concretos se trata?

—Haré unas cuantas llamadas por teléfono y se lo haré saber. —Oswald se apoyó en el respaldo, pensativo—. Joe Eberson era amigo mío. Solíamos ir de pesca todos los veranos a Canadá. Era un buen hombre. Asegúrese de encontrar a los que le mataron.

Ann asintió solemnemente.

—Es mi intención.

Solo llevaba unos minutos en su mesa cuando recibió una llamada de Oswald, que le facilitó una sopa de letras con los elementos cuya escasez estaba provocando una demora en el Flecha de los mares: gadolinio, praseodimio, samario y disprosio. El primer lugar de la lista lo ocupaba el neodimio, justamente el elemento contenido en la muestra de monacita de Pitt, la de Chile.

Una búsqueda rápida por internet la informó de que los precios de mercado de dichos elementos habían subido hacía poco. Los analistas lo explicaban por dos factores: por un lado, un incendio que había arrasado las instalaciones de Mountain Pass, única mina activa de tierras raras de todo Estados Unidos, y por el otro algo que Ann ya sabía, el anuncio por parte de los dueños de la mina australiana de Mount Weld de que se disponían a interrumpir temporalmente la producción para modernizar y ampliar la mina.

Mientras digería la información cogió la hoja que le había dejado Fowler en la mesa. Era el informe biográfico de todo el personal no militar que había realizado la visita al Flecha de los mares. Se saltó a los empleados de la DARPA y el ONR y estudió el resto de los nombres. Sus ojos se abrieron mucho al leer la biografía de Tom Cerny, el asistente de la Casa Blanca. La sometió a una relectura en la que tomó unas cuantas notas, e imprimió todo el informe.

Fowler apareció en la puerta y entró en el despacho con un dónut y un café.

—¡Sí que empiezas temprano a mover papeles! ¿Por dónde te está llevando hoy la caza?

—Por el sur del Pacífico. Increíble, ¿no?

Ann le contó las sospechas de Pitt sobre el carguero de mena en Chile y sus planes de proteger el barco que estaba a punto de llegar de Australia.

—¿Lleva elementos de tierras raras?

—Sí. Creo que dijo que se llamaba Adelaide y zarpaba de Perth.

—No pensarás ir con él, ¿verdad?

—Lo consideré, pero sale mañana. Lo más probable es que sea una pérdida de tiempo y, si quieres que te diga la verdad, tengo la impresión de que aquí avanzo.

Le acercó por la mesa la biografía de Tom Cerny.

—No me atrevería a asegurar que haya filtraciones en la Casa Blanca, pero fíjate en el historial de Cerny.

Fowler leyó en voz alta algunas entradas del currículum.

—Ex oficial de los Boinas Verdes. Fue asesor militar en Taiwan, y luego en Panamá y Colombia. Se fue del ejército para trabajar durante una temporada en Raytheon como director de programas de armas de energía dirigida. Más tarde entró en el Capitolio como especialista en defensa y formó parte del consejo directivo de tres empresas contratistas de defensa antes de ingresar en la Casa Blanca. Está casado con Jun Lu Yi, ciudadana taiwanesa, y gestiona una ONG de educación infantil en Bogotá. —Dejó el papel en la mesa—. Interesante abanico de experiencias.

—Parece que ha estado vinculado a unos cuantos sistemas defensivos copiados por los chinos —dijo Ann—. Y te puedo decir que lo de Colombia me ha llamado la atención.

—Valdría la pena investigarlo. Intuyo que podrías hacer algunas indagaciones discretas sin hacer saltar ninguna alarma.

—Estoy de acuerdo. Prefiero no arremeter contra la Casa Blanca y quedarme sin trabajo, pero presionaré a algunos subalternos. Y tú ¿qué tal? ¿Cómo van tus consultas internas?

Fowler negó con la cabeza.

—He hecho comprobaciones sobre todos los empleados de la DARPA que trabajan en el programa y, si quieres que te diga la verdad, no he encontrado un solo indicio de conducta sospechosa. Te pasaré los informes cuando acabe con las entrevistas.

—Gracias, ya me fío de tu criterio. ¿Qué harás después?

—Pensaba ir a ver in situ a nuestros tres principales contratistas. ¿Quieres venir? Así acabaríamos antes.

—Quería echarles un vistazo a un par de los más pequeños. Me han llamado la atención estos tres.

—Demasiado abajo en la cadena alimenticia —concluyó Fowler—. Lo más seguro es que solo tengan acceso limitado a cualquier tipo de información secreta.

—Pero por probar no pasa nada —dijo Ann—. Ya sabes lo que dicen de que hasta un cerdo ciego encuentra alguna bellota.

Fowler sonrió.

—Tú misma. Si encuentras bellotas y quieres enseñármelas, estaré aquí el resto del día.

El siguiente hallazgo se produjo al cabo de unas horas. Después de seguir algunos cabos más con el FBI, Ann volvió a su lista de empresas externas. Las dos primeras cotizaban en bolsa, así que no tuvo problemas en conseguir información sobre sus actividades. En cambio la tercera estaba en manos privadas, y fue necesario investigarla más a fondo. Al encontrar un artículo sobre ella en una revista de ingeniería, corrió al despacho de Fowler.

—Mira esto, Dan: una de las contratas la tiene una empresa que se llama SecureTek y ofrece redes seguras de transmisión de datos a ingenieros que trabajan en lugares aislados. Podrían acceder a datos técnicos privados sin autorización expresa.

—Probablemente sea más difícil de lo que crees.

—Esto es más interesante: SecureTek pertenece a un pequeño conglomerado con sede en Panamá del que también forman parte una compañía de transportes estadounidense y una mina de oro panameña.

—Está bien, pero no veo adónde vas.

—La empresa tiene una pequeña participación en Hobart Mining, que a su vez es dueña de la mina australiana de Mount Weld.

—Vaya, que han ampliado su actividad minera.

—Mount Weld es uno de los mayores productores no chinos de elementos de tierras raras. Esta mañana el doctor Oswald me ha explicado lo esenciales que son los elementos de tierras raras en el desarrollo del Flecha de los mares, y que el programa se ha visto retrasado por problemas en el suministro. Podría haber alguna relación.

—Parece un poco cogido por los pelos —dijo Fowler moviendo la cabeza—. ¿Cuál sería el móvil? El dueño de la mina debería estar contento de que le compremos lo que produce, y no cortarle el suministro a uno de sus mejores clientes. Yo creo que estás dejando que Dirk Pitt te lleve por el mal camino.

—Quizá tengas razón —reconoció Ann—. Parece que nos aferramos a un clavo ardiendo.

—Suele pasar. Quizá por la mañana se vean las cosas de otra manera. Yo he notado que el ejercicio físico me ayuda a resolver problemas. Salgo a correr todas las mañanas por la orilla del Potomac, y he comprobado que es una muy buena manera de relajar la mente. Deberías probarlo.

—No te digo no, pero hazme un favor, solo uno, ¿vale? —dijo Ann—. Añade SecureTek a la lista de empresas con contrata que vas a visitar.

—Con mucho gusto.

De camino a casa, siguiendo el consejo de Fowler, Ann paró en un gimnasio y corrió unos cuantos kilómetros en una cinta. Luego entró en un bar y pidió una ensaladilla de pollo para llevar. De regreso pensó en Pitt, y le llamó nada más entrar en casa. Como no se ponía nadie dejó un largo mensaje sobre sus averiguaciones y le deseó buena suerte en su viaje.

Al colgar oyó una voz grave y ronca en el pasillo.

—Espero que te hayas acordado de despedirte.

Se llevó un susto tremendo. Al volverse vio salir de la oscuridad de su dormitorio a dos robustos individuos de raza negra. Reconoció al primero y empezó a temblar.

Clarence sonrió con frialdad al entrar en la sala y apuntarle a la cabeza con una pistola del 45.