12

Hicieron falta otros dos viajes del submarino para sacar el cadáver. Llevaron al barco hundido una gran lona cosida a toda prisa para poder contener un cuerpo humano. Luego Pitt, haciendo uso de dos brazos articulados que sobresalían de la base del submarino, deslizó la bolsa por la cabeza y el tronco de Eberson. Por último cortaron el hilo de monofilamento y transportaron suavemente la bolsa hasta la superficie. Ann insistió en quedarse a bordo del submarino durante la truculenta operación de sacar el cadáver y trasladarlo al Drake. Una vez en cubierta, Pitt y Giordino empezaron a preparar las eslingas que servirían para reflotar el Cuttlefish. Poco después llegó una gabarra más bien destartalada con una grúa enorme. Gunn la había encontrado en el puerto de San Diego, donde servía de apoyo en las operaciones de dragado a cargo del ayuntamiento. Pitt devolvió el saludo a un hombre de expresión simpática y barba gris que pilotaba la barcaza a motor desde una pequeña cabina.

Ann se unió a los dos en el puente, tras haber hecho un breve examen del cadáver con Gunn.

—¿Es la persona que buscabais? —preguntó Giordino.

Ann asintió con la cabeza.

—Hemos encontrado en su bolsillo un billetero mojado que lo confirma. La identificación definitiva y la causa de la muerte tendremos que dejárselas al juez de instrucción.

—No será fácil, lleva una semana en el agua —dijo Pitt.

—En todo caso parece una muerte accidental. Quizá tuvieran problemas con el barco y se ahogasen sin más.

Pitt fijó una de las eslingas en las garras de acero del sumergible, sin decir nada de las manos de Eberson.

Ann le miró trabajar.

—¿Es alto el riesgo de provocar daños al barco al traerlo hasta la superficie?

—La verdad es que no podemos saber hasta qué punto tiene daños estructurales; vaya, que la respuesta es sí. Existe la posibilidad de que se nos caiga encima, pero yo sospecho que subirá sin percances.

—De todos modos —dijo Ann—, me gustaría examinar la cubierta y el interior antes de que lo intentéis, por si acaso.

—Pues sube, que estamos a punto de hacer la siguiente inmersión.

Poco después apareció el Cuttlefish, algo menos amenazador sin el cadáver de Joe Eberson a bordo. Pitt mantuvo el submarino justo encima de la cubierta trasera. Luego lo hizo girar lentamente para que los focos externos iluminasen la embarcación hundida.

—¡Para! —exclamó Ann señalando algo a través del ojo de buey—. Mira esa caja.

Pitt dejó los controles como estaban para poder examinar una caja alargada sujeta con correas al mamparo de estribor.

—¿Es algo importante? —preguntó.

—Podría serlo, a juzgar por el candado. —Ann estaba enfadada consigo misma por no haber visto antes la caja—. Subámosla.

—Yo la veo muy segura donde está —dijo Giordino.

Ann negó con la cabeza.

—No quiero arriesgarme a que se rompa al subir el barco.

Pitt se encogió de hombros.

—Por mí… Pero antes tenemos que vaciarnos las manos.

Hizo girar los brazos manipuladores del submarino para que Ann viera la eslinga que aferraban. Después se alejó, dejó la eslinga en la arena y la extendió hacia la proa del barco. Tomando una punta, la pasó por debajo del casco hacia dentro todo lo que pudo. A continuación levantó el lazo de la punta y lo depositó en el techo de la cabina. Seguidamente repitió el proceso con el otro extremo de la eslinga, hecho lo cual pilotó el sumergible por encima de la cubierta trasera y procedió a desprender la caja de plástico duro. Le costó un poco deshacer las correas con una de las garras manipuladoras, pero al final la caja se soltó. Entonces Pitt cogió un asa con una de las garras y pasó el segundo brazo por debajo de la caja para sujetarla. Giordino vació de agua marina los tanques de lastre. El submarino flotó hacia la superficie.

Gunn, que los esperaba al borde del Drake, subió el submarino a la cubierta.

—¿Qué, cómo ha ido el primer intento de echarle el lazo? —preguntó mientras salían.

Giordino sonrió.

—Fácil, como a un ternerito.

—La popa costará más —dijo Pitt—. Tendremos que excavar un poco para poder pasar la eslinga por debajo.

Gunn reparó en la caja alargada que sostenían los brazos manipuladores.

—Me habéis traído un regalo, ¿eh?

—Nosotros no, la señorita Bennett —contestó Giordino arqueando las cejas como aviso a Gunn de que no la tocara.

Retiró la caja de los brazos de acero y la depositó en una parte protegida de la cubierta, mientras Ann seguía todos sus movimientos. Gunn ayudó a Pitt a fijar la segunda eslinga y montó en la válvula delantera de salida de lastre una gruesa tubería de PVC que llevaba conectada una manguera.

—¿Qué tal andáis de batería?

—Si logramos poner esta segunda eslinga sin muchos problemas, debería quedarnos bastante para un viaje más, el de conectar el cable de subida.

—Le diré al que maneja la barcaza que se espere.

Bajaron al mar a Pitt y Giordino, esta vez sin Ann. Al llegar al fondo, Pitt se acercó a la popa del barco y posó el submarino al lado de la aleta de babor. Después usó los brazos manipuladores para dejar la eslinga en el suelo, recoger el tubo de PVC y meterlo en la arena al lado de la grieta del Cuttlefish.

—Listo para la succión.

—Lo que tú digas.

Giordino soltó un poco de aire comprimido del tanque de lastre delantero. Al viajar por la manguera flexible y el tercio inferior de la tubería de PVC, el pequeño chorro expulsó burbujas de aire que al salir fueron creciendo y generando succión en la parte inferior del tubo. La arena blanda en la que se apoyaba el barco empezó a ascender en remolinos por el tubo hasta salir detrás del submarino en forma de una nube marrón que se disipó con la corriente. Solo tardaron unos minutos en practicar un hueco suficientemente grande cerca de la aleta de estribor para insertar la eslinga.

Giordino cortó el chorro de aire. Cambiaron de lado y repitieron el proceso, después de lo cual introdujeron la eslinga por las aberturas y juntaron las puntas sobre la cabina. Mientras Pitt las sujetaba, Giordino se hizo con una gran anilla en forma de D a la que unió las cuatro puntas anilladas de las dos eslingas. Con la frente cubierta de sudor, movió las garras manipuladoras para poner en su sitio la última anilla. Ahora solo tenían que conectar a la anilla en D un cabo elevador de la gabarra, que podría levantar el barco.

—Con la delicadeza de un cirujano —dijo Giordino al replegar los brazos manipuladores.

Pitt movió la cabeza, mirando las manazas de su compañero.

—Será un cirujano que hace de carnicero en sus horas libres. De todos modos lo has hecho muy bien.

Purgó los tanques de lastre, y el submarino inició un perezoso ascenso. Cuando salieron a la superficie, junto al Drake, el sol acababa de ponerse en el horizonte. Gunn esperó junto a la grúa a que llegara el submarino y después, con mano experta, bajó el garfio y lo cerró en torno a la anilla. Después lo sacó del agua y lo levantó hasta el nivel de la cubierta, donde lo dejó colgando.

—Venga, Rudi —dijo Giordino—, acércanos.

Pitt se puso tenso al mirar por el ojo de buey. Al lado de Gunn había un hombre corpulento, un desconocido con una pistola que le sonrió, pero sin ningún asomo de jovialidad. Gunn apartó las manos de los mandos de la grúa y negó con la cabeza, preocupado. Luego se apartó.

—¿Qué pasa? —preguntó Giordino al ver que Gunn abandonaba los controles.

Pitt no apartaba la vista del desconocido armado a bordo del Drake.

—Yo diría que nos han dejado a secar.