Cuando Pitt regresó a su despacho de Washington encontró en el centro de su mesa un casco abollado, lleno de arañazos, y un breve mensaje de bienvenida impreso y pegado con cinta adhesiva a la visera.
PAPÁ,
¡TIENES QUE SER MÁS CUIDADOSO, EN SERIO!
Se rió un poco al apartarlo, sin saber si era de su hijo o de su hija. Ambos trabajaban en la NUMA y acababan de irse de viaje para participar en un proyecto sobre tectónica submarina frente a las costas de Madagascar.
Llamaron a la puerta del despacho. Quien entró fue una mujer voluptuosa, perfectamente peinada y maquillada. Aunque Zerri Pochinsky ya pasaba de los cuarenta, su aspecto no permitía adivinarlo. Hacía muchos años que era la secretaria de confianza de Pitt, y quizá hubiera podido convertirse en algo más si él no hubiera conocido antes a Loren.
—Feliz regreso a la boca del lobo. —Sonrió y dejó en la mesa una taza de café—. No sé de dónde ha salido el casco, de verdad.
Pitt le devolvió la sonrisa.
—Veo que mi sanctasanctórum tiene poco de santo.
—Han llamado de la secretaría del vicepresidente —dijo Pochinsky, ya con la mirada seria—. Te ha convocado a una reunión en su despacho hoy a las dos y media.
—¿Han dicho algo de por qué?
—No, solo que era un tema de seguridad.
—Como todo en Washington, ¿no? —Pitt asintió con la cabeza, irritado—. Vale, pues diles que iré.
—Ah, y está aquí fuera Hiram. Dice que querías verle.
—Dile que pase.
Al cruzar la puerta, Pochinsky fue sustituida por un hombre barbudo y con melena hasta los hombros. Con sus vaqueros, sus botas y su camiseta negra de la Allman Brothers Band, Hiram Yaeger parecía a punto de ir a un bar de moteros. La única señal de otras actividades intelectuales más profundas eran sus ojos intensamente azules detrás de unas gafitas de montura metálica. En realidad, lejos de pasarse la vida en bares de carretera, Yaeger era un genio de la informática y un apasionado de la programación. Principal responsable del moderno centro de recursos informáticos de la NUMA, había construido una sofisticada red que recogía con todo detalle datos oceanográficos de un millar de puntos distribuidos por todo el planeta.
—Conque ha vuelto el salvador del gran Sea Splendour… —Se dejó caer en una silla delante de Pitt—. ¿Me vas a decir que no te han llevado de crucero gratis por todo el mundo en agradecimiento por haber salvado el barco más caro de toda su flota?
—La verdad es que por ellos no habría quedado —dijo Pitt—, pero Loren está a régimen y habría sido desperdiciar el bufet del barco. Además, tengo un poco oxidadas mis habilidades en el shuffleboard. Vaya, que no tenía mucho sentido.
—Pues yo estaría encantado de hacer el viaje en tu lugar.
—¿Con el riesgo de que en tu ausencia se vaya toda la agencia a pique?
—Sí, es verdad, aquí soy bastante indispensable. —Yaeger alzó la cabeza—. Recuérdame que lo mencione la próxima vez que me pidan resultados.
—Hecho —sentenció Pitt con una sonrisa burlona—. Bueno, parece que has encontrado algo sobre el Tasmanian Star, ¿no?
—Lo básico. Fue construido en Corea en el año 2005. Con sus ciento cincuenta y cinco metros de eslora y su capacidad de cincuenta y cuatro mil toneladas de peso muerto, entra en la categoría de cargueros Handymax de carga seca. Dispone de cinco bodegas, dos grúas y un sistema de transporte autodispensador.
—Que va muy bien como escalera, por cierto —dijo Pitt.
—Es de una naviera japonesa llamada Sendai y ha hecho muchos viajes por el Pacífico, transportando sobre todo minerales. En su último viaje tenía contrato con una petroquímica estadounidense. Salió de Perth hace tres semanas y media con un cargamento declarado de bauxita, rumbo a Los Ángeles.
—Bauxita. —Pitt sacó de su bolsillo una bolsa de plástico, extrajo el mineral plateado que había recogido en la cubierta del Tasmanian Star y lo dejó encima de la mesa—. ¿Tienes alguna idea del valor de la bauxita que transportaba?
—No he podido encontrar el valor asegurado, pero en el mercado abierto pagan entre treinta y sesenta papeles por tonelada, según la calidad.
—No tiene sentido secuestrar un barco por eso.
—Personalmente, yo optaría por un carguero lleno de iPads.
—¿Alguna teoría sobre el paradero de los ladrones?
—La verdad es que no. Me apunté las coordenadas que me diste, las del punto donde cambió de rumbo, pero no he encontrado nada. Las imágenes por satélite del NRO eran de hace una semana. Es una parte muerta del Pacífico que no llama mucho la atención de los espías del cielo.
—¿Ahora hackeas al National Reconnaissance Office? Espero que no hayas dejado huellas.
Yaeger, que cuando lo pedían las circunstancias era un consumado hacker, se fingió ofendido.
—¿Huellas, yo? Suponiendo que alguien detectase la intrusión, siento decirte que la pista lleva a mi web preferida de cotilleos sobre famosos de Hollywood.
—Sería toda una pena que el Gobierno la cerrase.
—Lo mismo pienso yo. Ahora bien, lo que sí tengo es una teoría sobre la aparición del Tasmanian Star en Valparaíso.
—Me encantaría oírla.
—Hace unos días el barco viró bruscamente hacia el sur a unas mil setecientas millas de Costa Rica. Más o menos al mismo tiempo se estropeó una de nuestras boyas meteorológicas en esa zona del Pacífico. Resulta que pasó una tormenta tropical bastante importante, aunque al llegar a México ya había perdido fuerza. Antes de perder la boya registramos vientos de fuerza nueve.
—O sea, que es posible que nuestros piratas tuvieran que salir pitando y dejar el golpe a medias.
—Es lo que pienso. Quizá sea la razón de que dejaran casi todo el cargamento y el motor en marcha.
Pitt reflexionó un momento.
—¿En esa zona hay islas?
Yaeger sacó una tableta y abrió un mapa de la zona correspondiente al cambio de rumbo.
—Un pequeño atolón; la isla de Clipperton, se llama. Solo queda a unas veinte millas de la posición que me diste… y se cruza en la ruta. —Miró a Pitt y asintió con la cabeza—. Buena deducción.
—Como no tenían tiempo de hundirlo, lo más seguro es que lo pusieran rumbo a Clipperton pensando que el arrecife lo haría zozobrar y lo echaría a pique.
—Pero la tormenta lo apartó de la isla —dijo Yaeger—, y siguió navegando cuatro mil millas más hasta llegar a Valparaíso.
Pitt bebió un trago de su café.
—Seguimos sin saber quién atacó el barco y eliminó a la tripulación.
—He buscado documentación portuaria donde se consignen envíos recientes de bauxita, pero no he encontrado nada.
—Ni creo que lo encuentres. Hiram, a ver si localizas alguna referencia a otros ataques piratas que se hayan producido recientemente en el Pacífico, o a barcos desaparecidos. Ah, y un favor más. —Pitt cogió la piedra plateada y se la lanzó—. Lo encontré en el Tasmanian Star. Déjaselo a los de geología submarina de camino al centro de informática y pídeles que nos digan qué es.
—Vale. —Yaeger estudió el mineral al ir hacia la puerta—. ¿No será bauxita?
Pitt negó con la cabeza.
—Mi corazonada y un gran barco fantasma varado dicen que no.