Capítulo IX

Comienza mi sexto mes en la enfermería de Pankrac. Por algunos compañeros que han sido condenados recientemente o trasladados a un campo de trabajo en donde tienen derecho a leer los periódicos, me entero con más detalle de los acontecimientos que todo el mundo conoce y que se han producido desde que he sido seccionado de la vida. Empiezo a saber nuevos detalles sobre el caso Beria, los procesos de Abakóumov y Rioumine, los cambios que han seguido a la muerte de Stalin en la URSS: la destitución de Malenkov y su sustitución por Nikita Khrouchtchev, la institución de la dirección colectiva, el acercamiento a Yugoslavia… Esta evolución política es muy alentadora. Los periódicos de aquí están llenos de artículos sobre la legitimidad socialista y vituperan las infracciones de la ley… Pero yo espero todavía la respuesta a mis cartas.

Las noticias de Lise transmitidas por Hanka me consuelan: ha informado al Partido Francés, ha presentado una demanda de revisión de mi proceso y espera ahora su visado para venir a verme y comenzar aquí mismo las gestiones.

No tengo noticias de Lóbl ni de Hajdu. No sé dónde están. ¿En Léopoldov? ¿En un campo de trabajo?

¡Espero! Los días se alargan interminablemente.

A finales de mayo, un guardián me conduce a un edificio bastante alejado de la enfermería y me hace entrar en un despacho. Hay tres hombres sentados detrás de una mesa. Me dicen que forman parte de la Comisión Especial del Comité Central encargada de Verificar las posibles infracciones cometidas. Uno de ellos se presenta personalmente: es Ineman. He oído hablar de él antes de mi detención. Sé que es un viejo militante del Partido y que durante la guerra le deportaron en Buchenwald.

¡Al fin han venido! Me cuesta trabajo dominar mi emoción. Los tres se comportan correctamente y me hablan con amabilidad. Me hacen preguntas sobre Pavel y Vales. Yo les doy los mejores informes del uno y del otro. Les explico los métodos delictivos, las violencias físicas y morales utilizadas en Kolodéje y en Ruzyn, para arrancar falsas «confesiones» y «declaraciones», y las mentiras en estas declaraciones de los unos contra los otros. Y enseguida extiendo el problema al conjunto de los voluntarios veteranos condenados. Los representantes de la comisión tratan de concentrarse en un solo punto de la investigación. «¡Por el momento estudiamos únicamente el caso de Pavel y Vales, debes atenerte a esto!» Están visiblemente interesados por lo que les cuento y cuidadosamente toman nota de mis respuestas.

Cuando veo que se disponen a marcharse, sin hacerme otras preguntas, les digo: «Quiero declarar que todo lo que les he dicho concierne no solamente a Pavel y Vales, sino también a todos los demás voluntarios condenados». «Lo de esos, ya lo veremos más tarde –me responden– la situación es bastante complicada. La comisión se encuentra ante un conjunto de problemas muy embrollados. Hará falta tiempo para esclarecerlos y para arreglarlos». Han terminado de ordenar los papeles en sus carteras, se levantan y se disponen a marcharse… «¿Y mi asunto? He escrito varias veces a la Dirección del Partido para que examinen mi caso. ¿Cuándo se ocuparán de mí?».

Ineman me habla muy crudamente, sin tratar de ocultarme la verdad: «En lo que concierne al Gran Proceso, es imposible cambiar nada por el momento. ¡No quiero que te hagas ilusiones, esto puede durar todavía mucho tiempo! Tú eres uno de los catorce dirigentes del núcleo de conspiración condenados durante ese proceso, que ha sido público y del que ha hablado mucho la prensa, no sólo aquí, sino en el mundo entero. ¡Hasta se han publicado libros! La Oficina Política ha decidido no revisar ese proceso». Viendo mi mirada angustiada, me dice, para darme ánimos: «Sin embargo, no debes desesperar. Tienes que tener paciencia. Todo está en función del desarrollo de la situación interior e internacional. ¡Un día se tendrá también que revisar ese proceso, pero cuándo, cómo y en qué forma, no lo sé!».

Vuelvo a la enfermería abrumado por esta respuesta. Pienso entonces en las conjeturas que Hajdu, Lóbl y yo habíamos hecho en Ruzyn, y más tarde en Léopoldov, sobre nuestra situación. Decíamos entonces: «Un día tendrán que revisar todos los procesos, excepto el nuestro, pues no querrán resucitar los fantasmas de los once inocentes condenados a muerte. Tratar de revisarlos significa promover una serie de problemas con respecto al sistema y a los hombres. ¡Y por eso no lo tocarán nunca!».

Estoy descorazonado. ¿Entonces, para mí, para Lóbl y para Hajdu no hay ninguna salida? Al cabo de dos o tres días, consigo sin embargo, dominar mi depresión y examino la cuestión desde otro punto de vista. ¡A pesar de todo, debe haber alguna salida! Cuando comiencen a examinar los procesos –y lo mismo da que empiecen por este caso o por otro– irremisiblemente pondrán el sistema en entredicho. No tendrán más remedio que llegar un día a nuestro caso. Como ha dicho Ineman: lo principal es tener paciencia. Pero con lo enfermo que estoy, ¿cuánto tiempo podré aguantar? Mi BK[58] sigue siendo positivo, a pesar de las altas dosis de antibióticos y de otros medicamentos que me administran. Me fijo un plazo de un año y examino cómo voy a organizarme mientras tanto.

Algunos días más tarde, mientras pienso en todas estas cosas, vienen a buscarme un momento antes de cerrar las celdas. Me ponen un traje limpio, me afeitan y me conducen a un despacho donde me encuentro cara a cara con el Viceministro del Interior, Jindra Kotal. Es el responsable de prisiones. Le conocí en Mauthausen. Era un camarada sencillo, modesto y valeroso. Participó en el trabajo de la organización clandestina de la Resistencia con mucha abnegación. Manteníamos unas relaciones muy cordiales. Cuando volví a Checoslovaquia le vi varias veces. Trabajaba entonces en el Comité Regional del Partido en Praga, con Antonin Novotny.

Más tarde le volví a ver en la central de Léopoldov, con su uniforme de oficial superior, durante una visita de inspección. Se paseaba por los talleres, acompañado del comandante y de toda la Dirección de la prisión.

Fue así como me enteré de las nuevas funciones que ejercía. Sentado ante mi montón de plumas por deshilachar, me di cuenta de su expresión burlona cuando me miró. Sus labios esbozaron una sonrisita irónica. Además, no. era el único que conocía en este taller… ¡Este antiguo deportado sabía en qué condiciones abominables vivían los presos de Léopoldov! ¿Cómo puede permitir que existan, en un Estado Socialista semejantes condiciones de vida en lo que llaman pomposamente los «Institutos de Reeducación por el Trabajo"? ¿Y cómo podía pasar así, sin estremecerse de vergüenza y de dolor, al lado de sus antiguos camaradas de combate y de sufrimiento? ¡Lo que ha logrado hacer este sistema de unos hombres que eran antes buenos y humanos!

Ahora está aquí, sentado frente a mí, no me tutea, hace como si no me hubiera visto en su vida. Se informa de mi estado de salud. ¿Tengo necesidad de algo? Estoy asombrado. Le respondo que lo único que deseo es ver mi caso aclarado y que me pongan en libertad. Le recuerdo las demandas verbales y escritas que ya he presentado en ese sentido y le hablo de la entrevista que he tenido hace poco con representantes de la Comisión Especial del Comité Central. Me dice que con respecto a esos problemas es absolutamente incompetente. En cambio, quisiera saber si deseo alguna otra cosa. «¡No deseo nada más!».

Entonces me propone:

«¿Quiere usted que le procuremos libros?».

«Sí, los echo mucho de menos y me gustaría que me los dieran».

«¿No desea algo más? ¿Tal vez una celda mejor?».

«No, eso no me interesa, pero le ruego que diga al camarada Ineman que venga a verme lo más pronto posible para que pueda explicarle, detalladamente, cómo han prefabricado las acusaciones, los procesos, todos los problemas con respecto a los voluntarios veteranos de las Brigadas y los métodos utilizados por la Seguridad contra nosotros»,

Me promete que transmitirá mi recado y luego insiste otra vez:

«¿Qué puedo hacer por usted?».

Entonces, pienso de pronto, en el visado que está esperando Lise en París para venir a verme.

«Haga usted lo necesario para que le proporcionen el visado a Lise, que está esperando en París para venir a visitarme».

«¡Su mujer! ¡Justamente quería hablarle de eso! ¿Por qué le escribe usted, en la forma que lo hace, sobre su estado de salud? De todas maneras, ella no puede hacer nada por usted, y no hace más que inquietarla inútilmente. ¿De qué le sirve darle aún más preocupaciones que las que ya tiene?».

¡Verdaderamente, eso no me lo esperaba!

«¿De manera que usted cree que debo ocultar a los míos mi verdadero estado? Yo pienso todo lo contrario, ¡no tengo derecho a dejar que se forjen ilusiones conmigo!».

Y como para abreviar, me pregunta de nuevo si quiero algo más, le contesto concisamente:

«La revisión del caso, un visado para mi mujer y, si usted quiere, algunos libros».

Sonriendo, me dice: —¡Ya veremos!—, y se despide de mí.

Cuando vuelvo a mi celda me pregunto cuál es el verdadero motivo de esta visita. ¿Es una medida dictada por la Comisión Especial? ¿Considera que ante la imposibilidad de ponerme en libertad debe, por lo menos, hacer más soportable mi detención? Pienso toda la noche en esto. Por la mañana me trasladan a otra celda en la que estoy solo. Me traen algunos libros. Interrogo al guardián, pero no me da ninguna explicación. ¡Encontrarse de nuevo incomunicado no es algo para regocijarse, sino todo lo contrario!

Paso tres días dándole vueltas a todo esto. Pido una autorización especial para escribir a la Dirección del Partido y al Presidente de la República y para que me den un número ilimitado de hojas de papel. He tomado la siguiente decisión: voy a explicar por escrito todo lo que han hecho con nosotros, todos los métodos inhumanos e ilegales de los hombres de la Seguridad, todo, todo… Mentalmente preparo el plan del informe que quiero escribir de la manera más comprensible y convincente posible.[59]

Hoy, nueve de julio de 1955, hace ya una hora que ha sonado el toque de silencio y estoy en la cama sin dormir. De pronto oigo que corren el cerrojo y dan la vuelta a la llave de la puerta. Es el capitán que dirige la enfermería. «Levántese –me dice– le van a afeitar. Van a traerle un traje limpio. ¡Pero sobre todo, no pierda tiempo!» Me levanto inmediatamente. Llega el barbero y mientras me afeita me cuchichea al oído: «¿Qué van a hacer contigo? ¿Adonde te llevan?». No lo sé…

Soy conducido a un despacho situado en otro edificio. Se me obliga a ponerme frente a la pared y me dicen que espere. Un guardián se sienta a mi lado. La puerta se abre bruscamente detrás de mí y una voz me ordena: «¡Media vuelta! ¡Venga!» Obedezco. El oficial, que se ha quedado en el marco de la puerta, me hace pasar delante de él. Y me encuentro delante de mi mujer, resplandeciente, sonriente, con los ojos chispeantes de felicidad. Se arroja a mis brazos: «¡Ya estoy aquí! ¡Por fin! ¡Uzjsem tady!”

Mi entrevista con Kotal no tenía, por lo visto, ningún otro fin que el de preparar el encuentro con mi mujer.

La Comisión Especial del Comité Central empezó a funcionar a principios de 1955. Luego la Dirección del Partido, sabía ya a qué atenerse con respecto a la manera de proceder de la Seguridad, ya en el año 1950. Ante la presión de los acontecimientos exteriores, primero en la URSS, en donde los deportados vuelven de los campos siberianos, y luego en Polonia y en Hungría, con la rehabilitación de los hermanos Field, la revisión del proceso Rajk y el cambio espectacular que se ha producido en las relaciones con Yugoslavia, la Dirección del Partido no ha tenido más remedio que revisar ciertas acusaciones formuladas en los procesos que estaban en contradicción con las nuevas tendencias políticas. Pero el futuro está aún lleno de incertidumbres y de confusión.

Lise ha venido, en principio, por quince días. A su llegada la han alojado en el hotel del Partido (lo que le ha sorprendido mucho). Y cada día viene a visitarme durante una hora a la prisión de Pankrac. Esta situación viene a patentizar el confuso ambiente de esta época.

El mismo día de su llegada, Baramova, ahora responsable de la Sección Internacional del Comité Central, le telefonea para informarle de que el lunes, a las tres de la tarde, será recibida por Barak, Ministro del Interior que «ha manifestado el deseo de verte».

En ese soleado domingo que precede a nuestro encuentro, Lise ve por primera vez el monumento a Stalin, cuya construcción no se había aún terminado cuando salió de Praga.

Es un monumento enorme y de mal gusto, que representa a Stalin junto a un féretro cubierto por una bandera, pero, involuntariamente por parte del escultor, parece representar el entierro del comunismo, como dice Lise ¡Y pensar que este horror gigantesco ha sido inaugurado cuando ya se denuncia públicamente «el culto a la personalidad"! ¡Sin duda, otra de las paradojas de esta época!

Barak recibe el lunes a mi mujer. El Ministro empieza a darle explicaciones sobre el problema de las violaciones de la ley y de la existencia de la Comisión Especial encargada de examinar esos problemas. Lise corta por lo sano: «Los métodos de la Seguridad durante la investigación eran tales y cuales… Arrancaban las «confesiones» y las «declaraciones» de la manera siguiente… Fabricaban enteramente las acusaciones… La construcción de las actas se hacía así… Las declaraciones del proceso eran lecciones aprendidas de memoria por los acusados, el Presidente del Tribunal, los fiscales, los abogados…”

El Ministro, asombrado, escucha a mi mujer durante más de una hora sin interrumpirla. Luego le dice: «¡Pero camarada, tú sabes sobre este asunto mucho más que yo! ¿De dónde has sacado todas esas informaciones?».

Lise le explica que yo le había informado verbalmente y por escrito de todo el asunto, sirviéndonos de nuestra experiencia en el trabajo clandestino y de nuestra vida de presos durante la guerra.

Barak pregunta dónde se encuentran actualmente las memorias. Mi mujer responde, que después de haber comunicado su contenido a su cuñado y a Maurice Thorez, las ha dejado en París como yo le había recomendado. Al final de la conversación, Barak anuncia a Lise que al día siguiente tendrá una entrevista con la Comisión Especial del Comité Central. «Yo, sabes –dice haciendo ademán de lavarse las manos– no he intervenido nunca en estos asuntos. Soy de los que quieren que se ponga todo en claro…”

Mi mujer le dice al Ministro que desearía verme enseguida. A pesar de la hora que es, Barak accede a su deseo. Y es así como, media hora más tarde, ha llegado a Pankrac y he podido estrecharla entre mis brazos.

Lise me trae cada día un paquetito de víveres. Es su cena que le guardan por la noche en la cocina del hotel. Así pues yo, condenado a cadena perpetua por traición y preso en Pankrac, recibo mi cena del hotel del Partido.

Al principio, un hombre de la Seguridad vestido de paisano, permanece junto a nosotros el tiempo que dura la visita. Su actitud es la de un hombre terco, grosero y brutal. Quiere oponerse a que tenga la mano de Lise entre las mías y a que hablemos de asuntos que él considera prohibidos. Imperturbables y bien decididos a no dejarnos imponer ninguna restricción, proseguimos tranquilamente la conversación. Echa espumarajos de rabia por la boca

Y nos amenaza constantemente con interrumpir la visita. Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, cambia de táctica y con los ojos entornados, escucha y nos observa. Mi mujer se queja de la presencia de este individuo durante nuestras entrevistas y tenemos la satisfacción de ver que lo reemplazan por un guardián de la prisión, que se comporta correctamente. Más tarde, Ineman me dirá que era un hombre de confianza de los consejeros encargados de hacer informes contra nosotros.

La Comisión Especial convoca varias veces a mi mujer. Ella les expone con más detalle el contenido de mi mensaje secreto y el uso que ha hecho de él. Aunque se lo piden, mi mujer no quiere separarse de ninguna manera del mensaje, que ella considera como un medio de presión para precipitar el examen y la revisión de mi caso.

Ineman le expone sin ambages que en la Seguridad se encuentran todavía los mismos hombres que han intervenido en el proceso; estos individuos acumulan las dificultades para impedir que la Comisión consulte los archivos. Hacen todo lo que pueden para impedir la revisión del proceso. Aconseja a mi mujer que sea prudente en sus conversaciones telefónicas y en general, en todas las conversaciones que tenga.

¿Qué es lo que queda de todas las acusaciones que han formulado en el proceso contra mí? Noel Field ha sido rehabilitado y la acusación de que yo era su agente ha caído por tierra. Han reconocido que Yugoslavia ha sido siempre socialista, luego mi «titismo» ya no tiene ningún fundamento. Zilliacus ha sido rehabilitado, y este hecho anula la segunda acusación de espionaje. Han revisado el proceso Rajk, lo que destruye al mismo tiempo la mayor parte de las acusaciones contra mí y contra los antiguos combatientes de España… Cada día aparecen nuevas grietas en el edificio que tan cuidadosamente montaron los consejeros soviéticos y sus hombres de Ruzyn.

¿Qué queda pues? La decisión de la Oficina Política de no tocar nuestro proceso. Vemos con angustia que el tiempo pasa y Lise tendrá que marcharse pronto. Un día, al concluir la visita, cuando ya nos estábamos despidiendo, Ineman y sus dos camaradas entran en la habitación. Me dicen: « ¡La Comisión acaba de recibir instrucciones para que se ocupe de tu caso!».

Así pues, a pesar de la decisión inicial de la Oficina Política, no tienen por lo visto más remedio que examinar mi caso. ¿Por qué? Yo creo que, además del derrumbe de las principales acusaciones, cuentan sin duda alguna, las gestiones hechas por Maurice Thorez, al que no conozco, pero del que no dudo por su actitud con respecto a Lise y a mi familia… Y también las gestiones de mis camaradas de deportación y de los amigos que ha visto mi mujer durante su estancia en París. Y luego mi manuscrito… ¡en un lugar seguro en París!

El Secretariado del Partido Checoslovaco pide a Lise que anule su regreso inminente a Francia y prolongue su estancia en Praga hasta el final de la revisión de mi causa. Esta decisión, tomada sin duda para evitar indiscreciones en el extranjero, colma a Lise de alegría. Estará a mi lado durante esta última prueba.