Capítulo VIII

El quince de abril de 1955, mi mujer realiza una nueva gestión. Remite a la embajada una carta, dirigida esta vez a Viliam Siroky, Presidente del Consejo:

Querido camarada:

El diez de noviembre de 1954, en cuanto me enteré de la grave enfermedad de mi marido, dirigí por mediación de la embajada en París, una demanda de libertad condicional por motivos de salud al Presidente de la República, camarada Antonin Zapotocky, e informé al mismo tiempo al Secretariado del Partido Checoslovaco de esta gestión.

Poco tiempo después de haber presentado esta demanda, se difundió la noticia, primero de la liberación, y luego de la rehabilitación completa de los hermanos Herman y Noel Field, por los gobiernos polaco y húngaro. Fue por esta razón que el veintidós de febrero pasado envié al Presidente de la República, una demanda de revisión del proceso de mi marido, escribiendo también a la Dirección del Partido Comunista Checoslovaco una larga carta en la que explicaba detalladamente, los hechos en los que se basaba mi demanda. Te adjunto las copias de estas dos cartas. Hasta ahora no he recibido respuesta, ni a mi primera ni a mi segunda carta, a pesar de que los problemas planteados son suficientemente graves como para justificar una contestación. Por eso me pregunto si las cartas han llegado efectivamente a sus destinatarios, o si han sido retenidas en el camino por funcionarios demasiado celosos.

Sé que mi marido ha pedido por su parte, dos veces la revisión de su proceso. La primera en el mes de noviembre, si no me equivoco, y la segunda en una carta fechada el veintidós de febrero pasado, dirigida al Secretario del Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco. No ha recibido tampoco ninguna respuesta, ni a su primera ni a su segunda demanda, que tal vez no hayan llegado nunca a su destinatario.

Querido camarada, no doy solamente este paso como esposa y como madre, sino que creo que es mi deber también como comunista. Mi actitud ha probado claramente en el pasado que, por encima de mis sentimientos personales y de mi amor por mi marido, predomina mi espíritu de Partido. Pero una vez convencida de que mi marido no es culpable, sino víctima, tengo el deber de hacer todo lo posible para que triunfe la verdad, no solamente por mi interés personal, sino por el interés del Partido. La lucha por la verdad y la justicia forma parte de la lucha por el comunismo. La Unión Soviética ha demostrado ante la opinión pública mundial que no tenía miedo a la verdad. Ha dado un ejemplo magnífico esforzándose en reparar el mal causado por la camarilla de Beria, rehabilitando a las víctimas, instituyendo jurados independientes de las autoridades judiciales, encargados de estudiar las demandas de revisión, incluso en los procesos de alta traición y de espionaje…

Frédo es el hermano de mi mujer con el que tengo una gran amistad, no solamente por nuestros lazos familiares sino también por nuestro trabajo en el Partido y en la Resistencia y por nuestra vida en común en las cárceles de Francia y en el campo de Mauthausen, ha sufrido terriblemente cuando Lise le ha explicado mi caso y el calvario que he soportado. Ha enviado a Hanka cuatro letras para que me las lea cuando venga a verme a la prisión: «En este cumpleaños del pequeño Gérard –el tres de abril de 1955– tengo la alegría de escribirte estas palabras. ¡Soy tan feliz de saber que eres inocente! En el fondo nunca pensé lo contrario. Pero para mí, siendo comunista, era todo mucho más difícil. Sin embargo los que no estaban en el Partido y te conocían, Fichez, Souchére, y tantos otros, siempre te creyeron inocente. ¡Si supieses todas las preguntas que nos hacíamos cuando nos encontrábamos! Al mismo tiempo, sufro mucho por sentirme impotente ante esta situación. Ten confianza, querido Gérard. ¡Si supieras cuánta gente te quiere y está contigo de corazón! La pesadilla se acabará, y entonces verás cómo sabremos rodearte de afecto y de atenciones cuando te encuentres de nuevo entre nosotros. Te mando un abrazo Gérard, tan fuerte como aquel que nos dimos al salir de Blois cuando, encadenados, ignorábamos que nos llevaban a Compiégne».

Gracias a él, Lise ha reanudado las relaciones con los antiguos deportados de la Asociación de Mauthausen, y particularmente con su Secretario General, Émile Valley, con el que estuve muy ligado en el pasado. Cuando mi mujer le dijo que yo era inocente no se había extrañado nada: «Yo nunca le creí culpable. No comprendía nada, pero esperaba. Haremos todo lo posible para ayudarle».

En una carta fechada el tres de mayo, Lise escribe a Praga: «Después de las últimas noticias sobre la salud de Gérard, confirmadas desgraciadamente por una carta de mi prima, no puedo ni dormir. Este primero de mayo ha sido muy triste para mí. Estaba en Vincennes entre los manifestantes y no veía ni oía a nadie más que a él. Recordaba que hacía diez años participaba en la manifestación con el primer grupo de deportados que habían vuelto de los campos de la muerte. Según me han dicho, aquel día nevaba…».

Durante ese desfile mi mujer supo por Emile Valley que la Asociación editaba la obra del profesor Michel De Bouard sobre Mauthausen, en la cual se mencionaba mi papel como organizador y miembro del primer Comité Internacional de la Resistencia en el campo, así como el de Léopold Hoffman. Era una excelente noticia. Este testimonio destruía la famosa acusación de mi papel de enemigo en Mauthausen. Mimile –como todos llaman al Secretario de la Asociación– le mandó al día siguiente, varios ejemplares de esta obra para que ella pudiese adjuntar este documento al expediente de mi rehabilitación. Algunos días más tarde, Lise obtuvo una entrevista con el embajador, a quien entregó dos ejemplares del folleto, pidiéndole que los mandase a la Dirección del Partido en Praga. Y reiteró, una vez más, su demanda de visado.

Frédo y Mimile reunieron a varios camaradas de la deportación entre los que más me habían conocido en el campo, y les pidieron que intervinieran en mi favor, recordando mi actuación en Mauthausen y la ayuda considerable que había prestado a los deportados franceses. El profesor De Bouard intervino personalmente, dirigiéndose a Jacques Duclos para que se organizase una acción para ayudarme a salir de mi situación actual. El doctor Fichez, vicepresidente de la Asociación, solicitó por su parte una audiencia al embajador de Checoslovaquia. Le expuso el punto de vista de mis camaradas de la Resistencia y de la deportación y pidió con insistencia que se tuviese en cuenta mi actitud ejemplar en el campo –que permitió salvar la vida a un gran número de deportados– y que se me otorgase, como primera medida humanitaria, la libertad condicional por razones de salud.

Yo escribí en el mes de enero, desde la enfermería de Pankrac, una carta a la Dirección del Partido en la que pedía una entrevista con uno de sus representantes, para exponer todos los métodos ilegales utilizados por la Seguridad para arrancar falsas confesiones y declaraciones. ¡Como siempre, nadie me respondió!

Sé, por las cartas de mi prima, que mi mujer sigue moviéndose para conseguir mi liberación. Durante una visita que me hace acompañada de su marido me dice que mi mujer le ha informado de la rehabilitación de Field. Esta noticia me da ánimos y me estimula. Les digo –para que se lo comuniquen a Lise– que hago por mi parte todo lo que puedo para que la Dirección del Partido se interese por el problema del proceso; que he escrito una carta desde que estoy aquí y que acabo de pedir una autorización excepcional para escribir una vez más a la Dirección del Partido.

Durante esta visita hablamos con mucha libertad. En lugar de tratar de frenar nuestra conversación o de interrumpirnos, el guardián que está a mi lado, escucha atentamente lo que decimos, y sus dos colegas abandonan a los otros detenidos para hacer lo mismo que él. Están tan visiblemente interesados en saber algo con respecto a los procesos que dejan pasar sin darse cuenta el tiempo reglamentario.

Escribo una nueva carta el veintidós de febrero, dirigida esta vez al Comité Central –a Viliam Siroky– que coincide con las remitidas por mi mujer pidiendo la revisión de mi proceso. Pido una entrevista con un responsable del Partido. ¡No me responden!

Me notifican –como única novedad, que no cambia mi situación– la reducción de mi pena a veinticinco años de prisión aplicándome la amnistía proclamada con motivo del décimo aniversario de la Victoria.

Mi vida continúa sin ninguna modificación en la enfermería y sigo el tratamiento que exige mi estado de salud; a pesar de eso, voy de mal en peor. El examen radiológico revela cavernas y focos infecciosos bilaterales en plena evolución. Además tengo crisis de asma, y complicaciones de origen nervioso, que se manifiestan mediante un insomnio tenaz y una gastritis ulcerosa.

Por una confidencia del médico, me entero que las autoridades han pedido un informe detallado sobre mi estado de salud. Al mismo tiempo, un compañero me confía que ha sido convocado por el oficial de servicio en la enfermería, quien le ha interrogado sobre mí, preguntándole toda clase de detalles sobre mi comportamiento en la celda y sobre las conversaciones que tenía. Me asegura que le ha dado los mejores informes. Pienso que hay gato encerrado… ¿Pero qué? Ya estamos en mayo.

Durante una comida en casa de los Wurmser, Lise tiene la ocasión de hablar con Ilya Ehrenbourg. Le dice que personalmente no ha creído jamás en el proceso ni en mi culpabilidad. Lise le informa de todas las gestiones que está haciendo y de su intención de llamar a todas las puertas para hacer presión y acelerar mi proceso de rehabilitación: «Si supieras cuánto sufro. No hay palabras para explicar mi estado de ánimo. Si no fuera comunista y no estuviese segura de que nuestra causa es justa, reaccionaría simplemente como lo haría cualquier mujer, gritando muy alto que mi marido es inocente. Daría a conocer los documentos y pruebas que poseo de su inocencia y llevaría el debate a la vía pública». Ehrenbourg aprueba su actitud y dice que la acción emprendida es la mejor. Que hay que hacer intervenir el mayor número posible de camaradas en mi favor.

Louise Wurmser invita a mi mujer y a mi hija a venir con ella a una recepción del CNE en honor de Ehrenbourg. Hay mucha gente y Lise puede hablar con muchos amigos y conocidos. Escribe a Antoinette detalles como este: «Pierre Daix me ha hablado, con lágrimas en los ojos de Gérard, preguntándome lo que podía hacer por él. Yo le he dicho cómo puede ayudarle…».

El domingo siguiente, quince de mayo, asiste con su padre y su hermano al banquete organizado por la alcaldía de Ivry, que celebraba el treinta aniversario de la municipalidad comunista y que preside Maurice Thorez. Este último abrazó a mi suegro y le dijo que me vería pronto con todos los míos. La acogida que hicieron a mi mujer todos sus viejos camaradas, y particularmente Laurent Casanova, fue para ella un gran consuelo.

Algunos días más tarde, Marcel Servin, entonces Secretario de la Organización del Partido, se puso en contacto telefónico con ella. Le informó con alegría que dentro de poco le remitirían oficialmente su carné del Partido. Para Lise era muy importante, puesto que quería volver a Praga –en donde fue expulsada del Partido Checoslovaco– como una comunista con todos los derechos.

Lise me contó con mucha emoción, cómo se desarrolló la reunión de la célula del barrio de la República, durante la cual le dieron el carné. El Secretario había preparado un amable discurso para presentarla a los camaradas, recordando que era una vieja militante que había interrumpido su actividad en el Partido francés durante una larga estancia en el extranjero, y que ahora contaba de nuevo entre sus miembros, causando a todos una gran satisfacción.

Su emoción era aún más grande porque se acordaba de aquella reunión de célula, en Praga, en la que había sido expulsada y de las palabras que dijo entonces: «Yo era, soy y seré comunista, con vuestro carné o sin él…».

El dos de julio de 1955, la embajada le comunica que su visado para Praga ha llegado y que puede recogerlo cuando quiera. El seis de julio toma el avión para Praga. En el aeropuerto de Ruzyn encuentra a mis primos Urban, Sztogryn, Antoinette y Renée. Su regreso significa –y así lo esperan todos– el comienzo de una nueva etapa decisiva, no solamente para mí, sino también para Vavro y todos los demás. Su primera visita es para la madre de Hajdu, que se arroja a sus brazos llorando de alegría.