Capítulo II

La primera parte de mi mensaje ya está en manos de Lise. Durante la visita siguiente –tres meses más tarde– le paso la segunda parte. En conjunto hay siete medias hojas de papel, escritas por los dos lados. Una vez copiadas a máquina, representarán más de sesenta páginas normales a dos espacios.

El mensaje comienza así: «La investigación no se hace con el fin de esclarecer la culpabilidad o la inocencia del acusado. Ya han establecido de antemano su culpabilidad y la decisión del Partido que autoriza la detención lo prueba. Los interrogatorios se efectúan para respaldar la exactitud de esta decisión, es decir, la culpabilidad del acusado…».

A continuación viene una explicación sucinta, que ya he hecho, de los métodos ilegales e inhumanos de la Seguridad y de la manera de construir el proceso. Y más adelante denuncio a los maestros de ceremonias:

Los consejeros soviéticos tienen a sus hombres de confianza entre los referents. El que ha dirigido durante mucho tiempo mis interrogatorios era uno de ellos (se trata de Kohoutek)… En los documentos e informaciones enviadas por la Seguridad a la Dirección del Partido, la opinión e influencia de los consejeros soviéticos es decisiva. Querían, costase lo que costase, ver en mí y hacer de mí, un dirigente de la IV Internacional… Su ensañamiento conmigo es lo que me ha perdido. En sus planes, lo insensato se codeaba con lo fantástico. Han concentrado en mi persona todas las teorías y tesis sobre el complot de las potencias imperialistas contra la URSS y las democracias populares. En ese sentido han querido montar un proceso preliminar para preparar la opinión para el de Slansky. Pensaban que yo reunía en mi personalidad todas las posibilidades: judío, voluntario de las Brigadas Internacionales, una larga estancia en Occidente, Field y mis numerosas relaciones en el extranjero. Estas últimas permitían, y permitirán quizá, extender sus tentáculos a otros países y sobre todo a otras personas en el Oeste, lo que por otra parte, ya han tratado de hacer. Es muy posible que conserven todavía esta posibilidad para el futuro. Tal vez utilicen un día todo esto contra las personas que me han conocido.

He aquí cómo reconstruyo la técnica de los consejeros y de sus sicarios checoslovacos de la Seguridad para montar el proceso:

Todos los detenidos pertenecen a una categoría humana que ellos quieren eliminar de la vida política y económica (judíos, emigrados de Londres, voluntarios de las Brigadas Internacionales, etc.). Escogen algunos de ellos para formar un grupo. Después se pone a punto la teoría política sobre la que se procesará a ese grupo. Esta táctica depende de la situación política del momento y de los objetivos políticos que se quieren alcanzar. Más tarde deciden poner como jefe del grupo al detenido cuyo origen, pasado, etc., cuadre mejor con la acusación previamente establecida…

Sigo diciendo:

Después de nuestro proceso la situación ha cambiado en la URSS, y también en el plano internacional. No solamente su táctica ya no exige hoy otros procesos espectaculares, sino que por el contrario, los considera inoportunos. Por eso han abandonado la línea de nuestro proceso, es decir, montar a continuación toda una serie de ellos, como en la URSS antes de la guerra, y hacer caer las cabezas de los grupos siguientes.

Era esta primera línea, la que había determinado la elección de los catorce acusados que debían representar todas las tendencias y todos los sectores de la vida pública y política de la nación con el fin de comprometerlos. Pero nuestro proceso se ha desarrollado de tal manera que ha hecho difícil continuar en el mismo frente… Y puesto que ya no piensan organizar más procesos públicos, los métodos de investigación han cambiado y el tratamiento de los detenidos ha mejorado. Según las informaciones que se filtran hasta aquí, ya no hay más interrogatorios ininterrumpidos, los detenidos no están continuamente de pie, y han acabado con el calabozo negro, los suplicios físicos y las humillaciones. Se restablece una aparente legalidad. Actualmente incluso, ponen en libertad a ciertos detenidos sin esperar al juicio. Otros son condenados a penas menos graves de lo que se preveía. Veinte y veinticinco años son condenas menores para los que, si no hubiese cambiado la situación, habrían sido enviados a la horca…

Eso no es debido a que hayan «aguantado el golpe», ni a que se hayan a «negado a firmar sus confesiones», sino más bien porque –desde el principio– no han sido escogidos para representar un papel relevante en los procesos previstos. Por consiguiente, la Seguridad no se ha cebado en ellos.

Una vez pasada la primera oleada, y no teniendo ya que sufrir métodos represivos tan duros, algunos detenidos han tenido la posibilidad de modificar e incluso de revocar sus primeras confesiones y declaraciones, o bien han visto el peso de la acusación y de sus condenas aligerado por decisión del Partido. En la conferencia del Partido que se ha celebrado después de nuestro proceso, Bacilek ha declarado en su discurso: «El Partido es el que decidirá quién es criminal o quién no lo es… quién ha colaborado con Slansky o quién ha sido solamente engañado por él…

Esto es lo que ha pasado. La nueva línea explica las condenas más ligeras y las liberaciones actuales.

En el caso de N., que no se ha limitado solamente a designarme como el responsable del grupo trotskista, sino que ha hecho otras declaraciones muy graves contra mí y contra otros voluntarios veteranos de España, encuentro que es asqueroso que atribuya su liberación a su mérito personal y que siga esparciendo, una vez fuera, calumnias contra nosotros… Ya te he explicado cómo ha contribuido a forzar mi confesión, por las declaraciones que hizo contra mí, como también lo hicieron otros voluntarios detenidos. Algunas de ellas, sobre todo la de Zavodsky, habrían sido suficientes para hacerme ahorcar cinco veces…

Es verdad que en un pasado no muy lejano, les he odiado a todos… Naturalmente, ahora que comprendo mucho mejor las cosas, no les guardo rencor. Les han engañado, les han obligado a hacer esas declaraciones que sus verdugos han interpretado y falsificado como han hecho con las mías…

Si yo no me hubiese resistido durante seis meses –lo que hizo cambiar más tarde la situación– nos habrían hecho un proceso poco tiempo después de nuestra detención… tres de nosotros habríamos sido colgados, los otros habrían sido condenados a largas penas de prisión.

Durante todos esos meses que me he resistido, él (Zavodsky) se ha encarnizado… atribuyéndome toda clase de crímenes.

Incluso más tarde, cuando le hicieron declarar contra mí en el proceso, protestó con vehemencia porque solamente le permitían un texto de seis páginas en lugar de las dieciocho previstas al principio. La prensa no publicó enteramente su testimonio, porque había mencionado la detención de Noel Field en Praga, lo que significaba revelar uno de los secretos del sumario. Su testimonio constituía al mismo tiempo una confesión pública de su propia culpabilidad.

Cuando me obligaron más tarde a participar en su proceso, le oí declarar, entre otras cosas: «Yo ya sabía antes de nuestra detención, que London era un espía…».

La Seguridad, que me había forzado antes, partiendo de los testimonios de mis codetenidos, a firmar mi confesión –que no era más que la confirmación de todas las falsedades elaboradas contra mí– me obliga ahora a repetir esa “confesión” bajo la forma de testimonio contra los acusados que ha decidido juzgar… Es imposible que me niegue a hacerlo, eso comportaría riesgos demasiado grandes, puesto que somos todavía los rehenes de los hombres de Ruzyn…

En mis testimonios he procurado minimizar los hechos en lugar de seguir letra por letra el texto escrito que la Seguridad pretendía que recitase. He corrido varias veces el peligro, grave para mí, de presentar ciertos hechos verídicamente. Luego me he disculpado ante los referents, diciendo que sufría amnesias momentáneas causadas por el miedo y los nervios ante el tribunal…

Como ya te he explicado, los testimonios son, como por otra parte todo el resto del proceso, una comedia, puesto que se toman las decisiones de antemano….

En resumidas cuentas, como le escribo a Lise, somos todos víctimas del mismo esperpento inhumano; los que han confesado en los primeros momentos y los que han confesado a última hora, los muertos, los condenados a largas penas de prisión, e incluso los que han sido juzgados más tarde y han podido revocar sus confesiones…

Ahora quiero hablarte del problema de tu regreso a Francia. Comprende lo que significa para mí. He reflexionado mucho en estos últimos tiempos y me esfuerzo para que la razón domine a mis sentimientos. A pesar de lo que me cuesta, mi conclusión es siempre la misma. Tienes que marcharte a Francia. Quiero que te marches a Francia y que emplees todos los medios para conseguirlo.

Mi situación, de la que aún tengo que decirte algunas palabras, es la siguiente: Dentro de pocos meses, tal vez dos o tres, me trasladarán seguramente a otra prisión, probablemente lejos, a Léopoldov, en Eslovaquia. Allí sólo autorizan las visitas cada cinco meses, limitando el tiempo a quince minutos; los detenidos y sus familias se encuentran en condiciones penosas, detrás de espesos enrejados, teniendo apenas la posibilidad de cambiar algunas palabras. También es probable que se agrave la situación internacional y supriman completamente las visitas. Pagaríamos demasiado cara la alegría de vernos de vez en cuando, y nosotros dos solos, porque los niños no están autorizados a venir a las visitas. Y para conseguir tan precarios resultados, tú, tus padres y nuestros hijos tendríais que vivir lejos de vuestra familia, en un medio extranjero y hostil, sufriendo continuas vejaciones, con una atmósfera de suspicacias y de desconfianza en torno vuestro y de los otros miembros de la familia (las dificultades para los visados de Fernande y de Frédo lo prueban claramente), teniendo que soportar humillaciones y demás vejaciones…

No, Lise mía, no tenéis porque pagarlo tan caro. Mis sufrimientos morales serían insoportables si os viera vivir así. Ahora me reprocho el no haber insistido todavía bastante. Pero era sin duda porque quería, a pesar de todo, agarrarme a la esperanza que tú me sugerías sin cesar, de que algo se produciría que modificaría mi suerte y que, en la espera, no te envenenarían la vida.

Es preciso que te marches Lise mía. Y tú lo decías precisamente en tu última visita: que allí, en Francia, podrías hacer algo por mí. Y, ¡quién sabe!, quizá ayudarme a que me salve, aunque eso me parece cada vez más difícil.

Mientras estéis aquí, el miedo de lo que os pueda pasar me impedirá intentar la revisión del proceso.

No sé cómo ha sido acogido aquí lo de tu regreso a Francia después de la demanda formulada por el Partido Comunista Francés. Espero que todo vaya bien. Pero es posible que traten de impedir que te marches, por miedo a que hagas una campaña contra Checoslovaquia, (no conoces todavía suficientemente el miedo enfermizo de la Seguridad y de los amigos consejeros, a quienes pedirán seguramente su opinión sobre este problema). En el caso de que tratasen de ponerte obstáculos, o de que fuesen capaces de escribir al Partido Comunista Francés, diciéndoles que tú misma estás también comprometida, tienes que seguir luchando. Escribe a Maurice (Thorez) personalmente. Pide que el Partido Comunista Francés renueve la demanda de vuestro regreso; escribe a Raymond diciéndole que venga y que intervenga personalmente. Escribe al Presidente de la República de Checoslovaquia. Dile que si te obligan a quedarte aquí contra tu voluntad cometen un delito, y más ahora, que se habla tanto de la necesidad de mantener la legalidad y de aplicar las leyes. Tú eres francesa y no podrán retenerte en Checoslovaquia, si luchas para marcharte….

Recuerdo los años de trabajo y de lucha en el seno del Partido Comunista Francés, mis contactos fraternales con camaradas de quienes apreciaba su amistad, el valor, la sinceridad, pienso constantemente en ese pasado para darme fuerzas. Y por eso no se ha apagado nunca completamente en mi noche negra, la confianza en la fuerza y en la pureza de nuestro ideal comunista. Me agarro de tal forma a esta esperanza que no se me ha pasado por la cabeza, ni siquiera un minuto, la idea de que puedan poner en duda el relato de Lise.

Suponíamos, que cuando Maurice estuviese informado de estos problemas y sobre todo cuando supiera que militantes del Partido Francés, y toda una época de la vida política del Partido, bajo la ocupación, estaba en entredicho, no tendría más remedio que intervenir para pedir explicaciones.

Para mí, la intervención exterior de Maurice Thorez era básica, suponía que ya no podrían suprimirme sin hacer ruido cuando pidiese a mi vez la revisión del proceso. Y aunque mis verdugos consiguiesen liquidarme, la alarma estaría dada, habría proclamado mi inocencia y demostrado con pruebas fidedignas toda aquella criminal maquinación bendecida por Stalin y por Beria y su aparato, con el apoyo de sus cómplices en Checoslovaquia.

De todas maneras, la decisión tomada por Lise y por mí, lograría el triunfo de la verdad y pondría al desnudo el tumor que había crecido en el movimiento comunista, contribuyendo de esta forma a extirparlo.

Durante las visitas de Lise hemos preparado todo un plan para asegurarnos el contacto cuando ella esté en Francia, y el vocabulario a utilizar en nuestras cartas.

Lise se puso de acuerdo con mi prima Hanka. Como pariente, podía tener un contacto oficial conmigo cuando Lise se marchase. Hanka me transmitiría, en sus cartas autorizadas, el contenido de las de mi mujer. Ya había sido puesta al corriente de nuestras claves.

La transmisión del contenido de mi mensaje secreto a Raymond y a Maurice Thorez sería: «hemos hablado con su tío de la adopción de Michel». Los preliminares de la acción de Lise en mi favor: «Michel ha sido adoptado». La «casa», es Moscú. «El amigo de José», es Beria; sus «hombres», los consejeros soviéticos, etc. Yo soy designado indiferentemente Gérard, Émile o Michel, puesto que, para la prisión y para la Seguridad, me llamo Artur, que es mi nombre legal.