Capítulo VIII

Por las cartas de mi familia y por las visitas me entero de las nuevas vejaciones que hacen sufrir a los míos. Esta vez la han tomado con mi hija. Tiene catorce años. Termina el octavo nivel de la escuela y ha pasado con éxito su examen final. Desea proseguir sus estudios y ha hecho la solicitud. Ha sido convocada con su madre, para que se presenten ante la Comisión que debe informar a las familias del resultado de los exámenes y de la decisión que han tomado con respecto al porvenir de los alumnos. El Presidente de la Comisión les anuncia, que la solicitud de Françoise para proseguir sus estudios ha sido denegada pretextando «que tiene que esperar a que se olvide su pasado». ¡Un pasado de catorce años!, tenía once cuando fui detenido…

Primero le proponen que haga un aprendizaje de deshollinadora. Luego tratan de hacerle firmar un contrato de cinco años en la construcción: dos años de aprendizaje y tres años de trabajo. Eso significaría para ella exiliarse de Praga y vivir en un internado situado en Sumperk, lejos de su familia. Por primera vez mi mujer se descorazona. Ha ido a todas partes, a la Alcaldía, al Servicio de Escuelas, al Ministerio de Educación Nacional. Ha llamado a muchas puertas, ha pedido ayuda a algunas de sus antiguas relaciones… pero por todas partes ha chocado con un muro de indiferencia o de algo peor.

Mi hija ha decidido ocuparse personalmente del asunto. Para ella lo principal es quedarse en Praga. Se ha puesto de acuerdo con una de sus compañeras de clase que había recibido los papeles de inscripción para la escuela de aprendizaje de la fábrica CKD Sokolovo, en Praga-Liben, los ha rellenado y se ha hecho inscribir en su lugar. Provista de su contrato firmado, mi hija ha comenzado a aprender el oficio de ajustador.

Françoise ha tenido suerte. En este centro cuenta con el afecto de sus profesores, particularmente el del capataz Miroslav Turek que dirige su clase en el taller, y también de la amistad de sus camaradas de estudio.

Françoise había pedido su adhesión a la Organización de la Juventud, el CSM, como todos sus camaradas. Le han rechazado el carné alegando que es francesa (a pesar de tener la doble nacionalidad y poseer su documento de identidad checoslovaca). Todos sus compañeros de su clase, y muchos de otras clases, se solidarizaron con ella e hicieron saber en una Asamblea General, siguiendo los estatutos de la Organización, que si le negaban el carné, ninguno de ellos cogería o conservaría el suyo. Y mi hija ha tenido al fin su carné…

En la cuarta visita de mi familia, estábamos con un joven referent recién llegado al servicio, según pude ver por las preguntas que hacía al conductor durante el viaje.

Mi emoción y mi alegría al ver a Lise y a los niños se ve reforzada por un destello de optimismo. Desde hacía algunos días me encontraba de nuevo entre otros seres humanos y sobre todo, estaba con mi amigo Vavro. Además, los detenidos nos habían traído la víspera el Rude Pravo, que encontraron en el cesto de los papeles de un referent. El periódico reproducía las «Tesis del Partido Comunista Bolchevique por su cincuenta aniversario».

Lóbl, Vavro y yo descubrimos en este texto elementos políticos de importancia que presagian un viraje de gran trascendencia y una revisión de numerosos aspectos de la política de Stalin y de su personalidad.

Este aspecto tampoco se le había escapado a Lise y desde el principio de la visita me habla de ello creyendo que yo no lo había leído. El referent trata de interrumpirnos dos o tres veces: «¡No hablen más que de cuestiones de familia!» Lise se vuelve hacia él y dice cándidamente: «¡Pero vamos, esas tesis han sido publicadas ayer en el Rude Pravo!» Tímido, inexperto, visiblemente inofensivo, el referent no sabe qué decir.

La visita termina. Lise se marcha con los niños. Un cuarto de hora más tarde subo con el referent al coche que nos espera en el patio. Al salir del portón, mientras el conductor se para un momento antes de llegar a la calzada, Lise y los tres niños toman literalmente el coche por asalto.. Mi mujer se inclina hacia el conductor y le dice con su más bella sonrisa: «Como ustedes van a Ruzyn y yo vivo a medio camino, ¿no podría llevarme con los niños hasta la terminal del tranvía?».

El conductor, un hombre joven y simpático, sin preguntar siquiera su opinión al referent que viaja detrás conmigo, abre la portezuela y responde: «¡Naturalmente que sí! Suban al coche. ¡Hay sitio para todos!».

Lise se sienta a mi lado con Michel en las rodillas. Françoise y Gérard suben delante, al lado del conductor.

Lise se aprieta contra mí, está radiante. Varias veces el referent trata tímidamente de protestar. «No se preocupe, camarada –dice el chofer– viven en nuestra ruta. ¡No podíamos dejarles ir a pie pasando nosotros por allí!».

Estoy a la vez asombrado y divertido por el desparpajo de Lise. Me dice al oído: «Tal vez nos lleve hasta casa y así verás donde vivimos».

Françoise charla alegremente con el conductor que en lugar de seguir por la carretera de Ruzyn, gira a la derecha, coge una bifurcación, sube una colina y por un dédalo de calles va a plantarse justo delante de su casa.

Lise se queda en el coche y dice a Françoise: «Sube deprisa a buscar al abuelo y a la abuela –y volviéndose hacia el referent– dice señalándome: «Ya que está aquí, que pueda por lo menos abrazar a mis padres, que son demasiado viejos para desplazarse». El referent trata, esta vez con un poco más de energía, de poner término a esta grave falta en su servicio. El conductor le calma: «¡Puesto que ya estamos aquí, es cuestión de cinco minutos!».

La abuela ya está a mi lado. Salgo del coche para poder abrazarla. Está muy emocionada, y con los ojos llenos de lágrimas me dice: «Esta noche he soñado contigo. Llamaban a la puerta. Y eras tú. Y hace unos momentos estaba pensando: ¿Y sí me lo trajesen? ¡Y aquí estás!».

Y ahora veo a mi suegro, avanza lentamente hacia nosotros sin saber por qué le hace bajar Françoise. Le ha interrumpido su lectura. Le encuentro muy envejecido, encorvado, sus gestos son más lentos. Viene con la gorra puesta, sus gafas en la punta de la nariz y su L'Humanité desplegado en las manos. Me emociona verle así y a la vez siento curiosidad por su reacción cuando me reconozca. Hasta ahora se ha negado categóricamente a verme.

Cuando llega cerca de mí, levanta la cabeza y sus ojos expresan una gran sorpresa: «¡Toma! ¿Tú aquí?». Se acerca y nos abrazamos afectuosamente. Yo le pregunto: «¿Cómo estás, abuelo?». Y me responde como sólo él podía hacerlo: «Estoy leyendo las tesis del cincuenta aniversario del Partido Bolchevique. ¿Ya las has leído?». Y cuando le respondo afirmativamente añade: «Es que Lise me ha dicho esta mañana que había algo que no estaba muy claro con Stalin. Que no se habla mucho de él. Sin embargo, he encontrado su nombre dos veces. Creo que es bastante para un documento como ese. ¡Eso no significa que pase algo con Stalin!» Y levantando el hombro y dándome un codazo con aire de complicidad: «¿Qué es lo que piensas tú? ¿A que tengo razón…?».

Me emociona verle delante de mí, tan viejo, tan gastado, y al mismo tiempo me siento desarmado delante de tanto candor y pureza. Sólo tengo tiempo para abrazarles a todos otra vez y para decirle: «Ten confianza en Lise. ¡Ella te explicará!» El referent está muy asustado, me tira del brazo para que suba al coche, el cual arranca enseguida. El conductor me guiña el ojo alegremente.

Durante todo el trayecto el referent no hace más que repetir: «¡Sobre todo, señor London, no diga nunca a nadie lo que acaba de pasar porque me meterían en chirona!». El conductor se vuelve para decirle: «¡No se preocupe, camarada referent, nadie sabrá nada!».

Cuando llego al grupo de trabajo, recuerdo los momentos hermosos de la visita y el viaje improvisado a Hanspalka. Al mismo tiempo, no puedo contener la risa y me apresuro a buscar a Vavro para contarle mi aventura. Vavro se ríe también a carcajadas cuando oye las palabras pronunciadas por mi suegro que, al ver a su yerno detenido, juzgado como traidor y espía, condenado a cadena perpetua, busca en él, cuando le ve por primera vez después de tan larga ausencia, un apoyo contra la duda que su hija trata de infundirle sobre Stalin!

¡Durante mucho tiempo, Vavro y yo, nos deleitaremos con esta historia!.