Capítulo VII

Algunos días después de esta tercera visita me cambian de celda. El guardián que me acompaña me advierte antes de cerrar la puerta: «En esta celda la cadena del agua funciona desde el exterior. Cuando quiera beber o ir al retrete, póngase delante de la mirilla con el dedo levantado, señalando la palangana». Esto me extraña. Esta celda es idéntica a todas las otras por las que he pasado. Las instalaciones sanitarias existen, pero han hecho algunas modificaciones. Tengo tanta curiosidad que hago en seguida la experiencia. Levanto el dedo como me han indicado y el depósito se descarga automáticamente. Algo más tarde levanto de nuevo el dedo y señalo el grifo. Quiero beber. El agua corre y se para automáticamente.

Estoy cada vez más intrigado y examino la celda por los cuatro costados. Está muy limpia y se ve que la han pintado hace poco. Pero veo por encima del retrete, en la pared y en el techo, una gran mancha que la pintura no puede disimular. Por asociación de ideas recuerdo de pronto lo que me ocurrió una vez. Un día, estando de visita en casa de Pavel, cuando ya había sido relevado de sus funciones de Viceministro del Interior, empezamos a hablar del nepotismo que se estaba desarrollando en nuestro país. El mejor ejemplo nos lo daba el caso de Cepicka, que, después de su enlace con la hija de Gottwald, había ejercido las más altas funciones en el Ejército y en el Partido. En aquellos momentos era Ministro del Ejército…

Como yo me lanzaba en esa discusión, Pavel me dijo, por señas que me callase. Luego me acompañó al cuarto de baño y abrió los grifos de la bañera y del lavabo diciéndome: «¡No sé si mis antiguos colegas nos estarán escuchando! Las conversaciones de este género es mejor entablarlas paseándose por la calle o en el cuarto de baño con los grifos abiertos, pues si están escuchando, ¡cuando el agua corre, se quedan en ayunas!».

Veo confirmadas mis sospechas cuando al día siguiente Kohoutek me llama para anunciarme que se va a dar un primer paso para mejorar mi situación: mi incomunicación se termina.

Van a poner a otro detenido conmigo.

Con este compañero de celda me cuido muy bien de tratar nunca asuntos delicados: ni quién soy, ni una sola palabra sobre el motivo de mi detención.

Una quincena más tarde, un sábado del mes de junio de 1953, me conducen al despacho de Doubek. Me anuncia que, por orden del Presidente Zapotocky, han tomado una nueva medida para mejorar las condiciones de mi detención. Se han tomado las mismas disposiciones con respecto a Lóbl y Hajdu. Los tres seremos trasladados al grupo de trabajo de la prisión de Ruzyn; es decir, que de ahora en adelante, estaremos mezclados con los otros presos.

Al subir a la celda para recoger mi ropa, pienso que no me he equivocado en lo del micrófono. Querían vigilar mi comportamiento delante de los otros detenidos. Algunas horas más tarde, durante la conversación que tendremos los tres, Lóbl me dirá que habían hecho lo mismo con él.

Un guardián viene a buscarme. Me venda los ojos y me conduce por corredores, escaleras y ascensores, hasta que llegamos al aire libre. Cuando me quita la venda veo la puerta de entrada del edificio de la prisión en la que he pasado veintiocho meses. No podría describir el interior de este edificio pues, salvo las celdas por las que pasé y los despachos de los referents a los que me han llevado, siempre con los ojos vendados, no conozco absolutamente nada… Aun ahora, cuando Hajdu, Lóbl y yo, tengamos que ir al despacho de un referent por un motivo cualquiera, nos vendarán siempre los ojos antes de entrar en ese edificio que nunca conoceremos.

Atravieso el patio acompañado por el guardián. Entramos en una oficina instalada en la planta baja de otro edificio. Es la sede de la dirección del pequeño comando de trabajo de Ruzyn. Me cruzo con Hajdu, que sale de este despacho. Una sonrisa ilumina su rostro cuando me ve, mi alegría de encontrarle es tan grande como la suya. Ahora que estaremos juntos soportaremos más fácilmente nuestra vida.

Media hora más tarde nos reunimos en el patio con Lóbl.

Ya hacía una hora que charlábamos, cambiando nuestras primeras impresiones, cuando vino hacia nosotros el jefe de Ruzyn en persona, Doubek. Nos hace sentar con él en un banco. Nos mostramos estupefactos ante su conducta. Nos dice que el Presidente Zapotocky le ha convocado para darle la orden de incorporarnos a este grupo de trabajo y de tomar las medidas necesarias para mejorar nuestra situación. Van a proporcionarnos algunas mejoras para facilitar nuestra existencia… Para terminar, nos recomienda que nos dirijamos a él cada vez que tengamos que pedir algo. ¡Que las órdenes de su Ministro y del Presidente son formales!

¡Al escucharle tenemos la impresión de estar oyendo un cuento de Las Mil y una noches!

Podremos recibir la visita de nuestras familias en los jardines de Ruzyn todas las semanas, nos podrán enviar paquetes y cartas… y nos ha dicho incluso, que devolverían una parte de nuestros bienes confiscados a nuestras familias. ¡Nos parece tan increíble que no sabemos si oímos bien…!

¡Y cuando se despide de nosotros –estrechándonos la mano– nos quedamos atónitos! ¡Darnos la mano a nosotros, los malditos, los leprosos…!

Nos miramos los tres. ¿Qué pasa? Empezamos a hacer conjeturas sobre los cambios que se están produciendo desde la muerte de Stalin. ¿No habrá empezado a soplar ahora el viento contrario? Pero decidimos ser prudentes. No debemos olvidar que nuestros verdugos están aquí, que vivimos al alcance de su mano, bajo su dirección, y que detrás de ellos se encuentran aún los «verdaderos jefes». Justamente acabamos de ver pasar a dos de ellos con sus grandes carteras.

Kevic, ex Vicecónsul yugoslavo en Bratislava, que acabamos de conocer, nos dice que son consejeros soviéticos.

Si confrontamos hoy, la fecha de estos cambios con lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética, creo que lo más señalado es la coincidencia con ese giro político –el diecisiete de junio de 1953– de la llamada de Rakosi a Moscú y de que su substitución por Imre Nagy en la Presidencia del Gobierno húngaro. No era posible que hechos de esa importancia no hicieran reflexionar a los que, en nuestro país, habían seguido la línea de Rakosi. Pero muy pronto descubrimos que esos cambios no iban a afectar al sistema mismo del proceso. Cuando detuvieron a Beria no se le acusó por ser el jefe de la Seguridad. Y Rakosi siguió siendo Secretario General del Partido. Con la perspectiva del tiempo, me explico lo que sucedió con nosotros en los meses de junio y julio de 1953, y sobre todo este traslado al grupo de trabajo, que significaba para nosotros el fin de la incomunicación.

Nuestra llegada provoca animación en el grupo y somos el centro de la curiosidad de los otros presos. Hay menos de un centenar. Entre ellos hay algunos colaboradores de los nazis, pero la mayoría son delincuentes comunes y presos políticos.

Los prisioneros son asignados al mantenimiento de los edificios de la prisión, a la limpieza de las oficinas y corredores, a las cocinas, al jardín, al lavado y planchado de ropa, etc.

Algunos detenidos nos dicen que han conseguido, mientras limpiaban los despachos de los referents, coger algunos periódicos que hablan de nuestro proceso, y que nos los darán.

Por Kevic, condenado a cadena perpetua, que se encuentra aquí desde hace varios meses, empezamos a conocer la vida del grupo, sus habitantes, los diferentes peligros de provocación que nos esperan, y nos dice los nombres de los «chivatos» de los que debemos desconfiar.

Aprovechamos cada momento para cambiar impresiones sobre estos dos últimos años. Hajdu me dice: «¡Eh!, Gérard, ¿qué dices de todo esto? ¡Hay que haber pasado por ello para creerlo! ¡Cuando pienso que experimentaba como una especie de complejo de culpabilidad por no haber creído, antes de la guerra, en los procesos de Moscú!».

Comprobamos que la trayectoria de nuestros pensamientos desde que fuimos encarcelados ha sido idéntica. Tomamos la decisión de obrar siempre en común: cada vez que uno tenga una novedad, la comunicará a los otros dos. Este principio de solidaridad es nuestro único medio de defensa.

Al bajar al comando me han devuelto la cajetilla de Gauloises que mi mujer me dio en su primera visita y que habían guardado hasta ahora para examinarla, sin duda, detenidamente…

Al sacar la cajetilla, los ojos de mi amigo Hajdu brillan de codicia –esos cigarrillos le gustan tanto como a mí–. Desgraciadamente, a la primera chupada hacemos una mueca terrible… Lise me dijo que los había conservado cuidadosamente con mi ropa en un armario… ¡lleno de naftalina!

En mis conversaciones con Lóbl, Hajdu y Kevic sobre el empleo de drogas en los interrogatorios, el ex cónsul yugoslavo afirmaba que estaba personalmente convencido de que las habían empleado con él, mezclándoselas con los alimentos. Me preguntó si no me habían dado para cenar patatas cocidas rociadas con una especie de aceite que tenía un gusto amargo. Me acuerdo perfectamente de ese plato. Según él contenía escopolamina,[55] es decir, la droga que utilizaron los nazis con Van der Lubber, acusado por Hitler y Goering de haber incendiado el Reichstag en 1933, y juzgado con Dimitrov en el proceso de Leipzig.

Otros detenidos afirman lo mismo que Kevic. Yo conozco bien a este último y sé que es un hombre ponderado, realista y carente de esa mitomanía que reina a menudo entre los presos; además, era bastante amigo de una enfermera que trabajaba con el doctor Sommer. Sin embargo, no estoy convencido de que nos hayan hecho ingerir drogas sin que lo supiésemos. Es verdad que nos daban medicamentos sin que hayamos sabido nunca sus componentes y sus efectos, que teníamos que ingerirlos delante de la enfermera y a veces del guardián y que esperaban a que los tragásemos por si tratábamos de esconderlos debajo de la lengua o a un lado de la boca.

Es verdad que me han puesto inyecciones y que ignoro los efectos que han podido producirme, que durante los interrogatorios estaba a veces en un estado de embrutecimiento absoluto, que he tenido muchas veces alucinaciones… y que he pasado ciertos períodos de completa apatía, épocas en las que todo me daba igual, en las que me importaba poco lo que los referents pudiesen escribir.

Es por todas estas razones por lo que me había hecho a mí mismo la pregunta, durante el período de incomunicación, de si la Seguridad había utilizado la droga con nosotros. Me acordé de Van der Lubber y de todo lo que escribió la prensa de la época.

No creo, sin embargo, que nuestros verdugos tuviesen necesidad de emplear la droga; a fin de cuentas, el sistema de Ruzyn era mucho más seguro. Sus métodos eran, en cierto modo, una aplicación práctica de la ciencia de Pavlov sobre el condicionamiento y la psicología.

Este sistema –la práctica lo ha demostrado– es más eficaz que cualquier droga. Lo han ensayado durante los procesos de Moscú, de Sofía, de Budapest y en otras muchas ocasiones, con resultados sorprendentes. Su técnica, aplicada durante meses, y a veces durante años, al mismo individuo, es mucho más precisa que una inyección de escopolamina. Además, lo que querían los promotores de este juego macabro, era presentar en un gran proceso público a hombres cuyo aspecto físico disimulase los sufrimientos morales y físicos que habían soportado desde su detención; a hombres que gozasen de todas sus facultades intelectuales y con un comportamiento normal, y no a seres como un Van der Lubber, embrutecido, babeando y con todos los estigmas de la locura.

Y en este arte de preparar al acusado, los jefes ocultos de Ruzyn han llegado a ser maestros…

Los lunes y los martes, Vavro y yo, seleccionamos patatas en un sótano. Nuestro trabajo consiste en limpiar las enmohecidas y eliminar las podridas. Sentados en la penumbra, sin vigilancia, y a pesar del olor infecto del lugar y del trabajo repugnante que realizamos, estos encuentros nos permiten durante horas y horas, tener un cambio de impresiones sobre las circunstancias del Partido y del país que han permitido un proceso semejante. ¡Dios sabe la cantidad de hipótesis que hemos hecho sobre el porvenir!

El miércoles, trabajamos con el grupo de jardineros, en el que está Lóbl. Aunque trabajamos al aire libre y al sol, y sin duda por eso mismo, esa jornada es terrible para nosotros. El dilatado confinamiento y el régimen que he sufrido durante treinta meses me han debilitado tanto que por la tarde me traen completamente agotado, febril e incapaz de dar un paso. Dos días después es Hajdu el que tiene que abandonar el grupo. La exposición de su rostro al aire libre y al sol, después de haber pasado tanto tiempo a la sombra, le ha producido quemaduras de segundo grado. Tiene la cara hinchada y deformada. No queda más que Lóbl, detenido cerca de un año antes que nosotros quien, sin embargo, sigue trabajando gracias a un inmenso esfuerzo de voluntad.

Me mandan a la enfermería de la prisión de Pankrac para pasar un examen. Cuando vuelvo, Kohoutek me hace llamar a su despacho. Me pregunta cuál ha sido la reacción de los detenidos de la enfermería de Pankrac a mi llegada, así como la de los detenidos del comando cuando, Lóbl, Hajdu y yo estábamos entre ellos. ¿Qué preguntas nos han hecho y qué les hemos contestado?

Le digo que el primer día nuestra llegada había causado mucha agitación. Que los detenidos dudan de la veracidad del proceso y de nuestra culpabilidad.

Kohoutek dice entonces que es preciso que nos esforcemos en fundirnos con la masa de los detenidos y que defendamos siempre la línea del proceso. «No olvide que está condenado por crimen de alta traición y que tiene que entrar en la piel de su personaje».

Mirándome con solemnidad, añade que no habla en su nombre; «sus jefes» le han encargado que me haga esas recomendaciones. Me pide que ponga al corriente a Lobl y a Hajdu de esta advertencia, cuando vuelva al comando.

«Si quiere usted salir un día vivo de la prisión, es preciso que tenga siempre la actitud que le indico. No olvide nunca que tiene que mantener su confesión en cualquier circunstancia, siempre y delante de cualquier persona u organismo: órganos o representantes del Estado o del Partido, tribunales ante los que tenga que declarar contra sus cómplices que han hecho declaraciones contra usted… Se lo repito: Aunque sea delante del Fiscal General, del Secretario del Partido e incluso delante del Presidente de la República, tiene que atenerse a su confesión…».

De esta conversación con Kohoutek, hombre de confianza de los consejeros soviéticos, deducimos que las promesas que Doubek nos ha hecho por orden de Zapotocky han sido anuladas por los «maestros de ceremonia» de Ruzyn. ¿Qué resta de todo lo que nos han prometido? Las cartas y las visitas (una al mes), quedan enseguida mucho más espaciadas. Sólo una ventaja, la de no estar separados de nuestras familias por un doble enrejado.

Ahora Vavro y yo trabajamos en los lavaderos. Pero pronto Kohoutek interviene de nuevo para forzarnos a que nos integremos aún más en el grupo de detenidos. La presión se acentúa. Kohoutek nos dice cínicamente: «No podemos permitir que surjan dudas sobre el proceso. No hay que olvidar que hay aquí detenidos condenados a pequeñas penas y que pronto estarán en libertad. ¡Tenemos que preocuparnos –para defender los intereses del Partido– de lo que dirán cuando estén fuera de aquí!».

Al cabo de algún tiempo comprendemos que la táctica de los consejeros soviéticos y de sus hombres de confianza en Ruzyn, consiste en tratar de ahogar la menor veleidad que sintiésemos, de utilizar el desarrollo de los acontecimientos que se están produciendo en la URSS, para intentar una revisión del proceso. Nuestras condiciones de vida se empeoran cada vez más en los meses siguientes.

Acaban de cambiar al jefe del grupo de trabajo. El que le reemplaza ha recibido sin duda la orden de hacernos sufrir un régimen especial mucho más duro que el de los otros detenidos. ¡Somos criminales peligrosos, enemigos políticos de primer orden!

Expuestos ahora a toda clase de vejaciones, se crea alrededor de nosotros, poco a poco, una atmósfera de provocación y nos rodean de chivatos. Han relevado a muchos guardianes. Los nuevos piensan que su deber de miembros del Partido les obliga a ser particularmente vigilantes y duros con nosotros.

Este nuevo giro de la situación nos inquieta profundamente. Tratamos de adivinar los motivos. Intercambiamos puntos de vista para tratar de poner en claro nuestra situación.

Los tres deducimos que nuestra suerte está sujeta a las fluctuaciones políticas actuales en la URSS. Nuestro proceso es una cuña clavada en el sistema y en su dirección. Nosotros tres, como supervivientes de ese proceso, somos un factor político sensible e importante; sobre todo ahora, en vísperas de una posible apertura hacia un cambio de situación. Ciertos dirigentes del Partido o de la Seguridad quieren asegurar la solidez de su retaguardia reduciéndonos a la impotencia y ¡quién sabe si no serán capaces de liquidarnos! Otros, sin embargo, pensando en el porvenir quisieran aliviar un poco nuestra suerte. Nos tambaleamos entre esas dos corrientes. Por el momento es la fuerza oculta de los consejeros soviéticos la que decide. Estamos, desgraciadamente, en sus manos y en ellas seguiremos hasta mayo de 1954.

¡Para convencerse, no hay más que ver cómo nos huye ahora Doubek cuando, por casualidad, nos cruzamos con él en el patio!

Debemos temer lo peor y ser muy prudentes, no hacer caso de ninguna provocación y tratar, cueste lo que cueste, de ganar tiempo.

A medida que los hombres de Ruzyn y sus jefes van estando más seguros de que no habrá en Checoslovaquia un cambio capaz de volver la rueda hacia atrás y de que el proceso es «intocable», la preparación de otros procesos, apéndices del nuestro, se pone de nuevo en marcha. Más de sesenta personas detenidas por sus relaciones con el «Núcleo de conspiración contra el Estado», siguen estando en detención preventiva.

En la primavera de 1953, el Ministro de la Seguridad, Bacilek, ha presentado al Secretario Político del Comité Central un plan para liquidar esos «residuos». Con los detenidos podrán formarse siete grupos: el de los economistas, con Goldmann como jefe de fila; el grupo trotskista «Gran Consejo», con Vlk; el de los nacionalistas burgueses eslovacos, con Husak; el grupo de la Seguridad, con Zavodsky; el del Ejército, con Drgac, y el grupo del Ministerio de Asuntos Exteriores, con Goldstücker. Habrá también algunos procesos individuales, como, por ejemplo, los que se preparaban contra Smrkovsky, Outrata, Novy, Pavel, etc.

Las actas de acusación de todos estos procesos han sido discutidas por el Secretariado Político, y las condenas determinadas por él. En aquel momento, los miembros del Secretariado Político eran los siguientes: Antonin Zapotocky, Presidente de la República después de la muerte de Gottwald; Siroky, convertido en Presidente del Consejo; Bacilek; Novotny, Primer Secretario del Partido; Cepicka, yerno de Gottwald y Ministro de los Ejércitos; Dolansky, Vicepresidente del Consejo; y Kopecky, Ministro de Información y de Cultura.

A excepción del proceso contra el grupo del Ministerio de Asuntos Exteriores, que se celebrará en el mes de mayo –después de la muerte de Stalin y de Gottwald– los otros tendrán lugar a finales de 1953 y en 1954, cuando Beria ya había sido detenido y condenado a muerte desde hacía mucho tiempo y millares de rehabilitados salían de las prisiones y de los campos siberianos para volver a sus hogares…

Osvald Zavodsky el último ejecutado después de haberle negado la gracia, lo será ¡en el mes de marzo de 1954!

Durante nuestro largo cautiverio, cuando hemos tenido la oportunidad de encontrarnos unos con otros, no hemos cesado de preguntarnos cómo han podido organizarse procesos semejantes en Checoslovaquia, país de una civilización madura de grandes tradiciones de democracia popular…

Hemos confrontado nuestros recuerdos de militantes, nuestras experiencias en los diferentes sectores de la vida económica, política y social, en los que habíamos trabajado antes de nuestro encarcelamiento, con nuestras opiniones y apreciaciones de los métodos de trabajo de los consejeros soviéticos y de sus ejecutores, los referents

Hemos logrado, colocando todos esos fragmentos juntos, formar un cuadro que se aproxima bastante al que más tarde, expondrán los historiadores del Partido.

En la reunión constituyente del Kominform, el ideólogo del Partido Comunista de la URSS, Jdanov, afirmaba que la preparación de la agresión imperialista contra la URSS y las democracias populares, va acompañada de ataques políticos e ideológicos que hay que combatir por todos los medios en la vida política y social; esto implica la necesidad de un frente ideológico común, bajo la Dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética.

La voluntad manifestada por Yugoslavia de ir al socialismo por sus propias vías, chocó en el año 1948, con la concepción estalinista del centralismo monolítico del campo socialista bajo la dirección de la URSS. Esta diferencia entre dos Estados socialistas, se extendió rápidamente por todo el movimiento comunista mundial, y la reunión del Kominform de junio de 1948, consagró la ruptura con Yugoslavia y la expulsión del Partido Comunista Yugoslavo. La resolución adoptada dice con respecto a este asunto:

En la política interior de su país, los dirigentes del Partido Comunista Yugoslavo, abandonan las posiciones de la clase obrera y la teoría marxista de clase y de lucha de clases. Niegan la realidad del desarrollo de elementos capitalistas en su país y del exacerbamiento de la lucha de clases en el pueblo yugoslavo. Esta negación se desprende de una opinión oportunista, según la cuál, la lucha de clases no se acentúa en el momento del paso del capitalismo hacia el socialismo, como lo enseña el marxismo-leninismo, sino que, al contrario, se atenúa como afirman los oportunistas del tipo de Bukharine, que difunden la teoría del paso pacífico del capitalismo hacia el socialismo…

La Oficina de Información consideraba que el único criterio para juzgar la fidelidad al socialismo, dependería de la actitud con respecto a la Unión Soviética. Además, condenaba la política de las vías específicas hacia el socialismo como una desviación nacionalista burguesa y le declaraba una guerra a muerte.

En septiembre de 1949, tuvo lugar en Hungría, el proceso Rajk, en el que tres acusados fueron condenados a muerte. Había sido prefabricado enteramente por los consejeros soviéticos, con la complicidad de la Seguridad húngara, para demostrar la evidencia de la traición titista, de la infiltración de sus agentes en todos los países de democracia popular, y para dar cuerpo a la tesis estalinista de la acentuación de la lucha de clases durante la construcción del socialismo.

Para respetar las buenas costumbres de los procesos de Moscú, Stalin atacaba las diferencias políticas con un plan infame de traición y espionaje. La resolución del Kominform del mes de noviembre de 1949, calificaba la «traición titista al servicio de los imperialistas» como una conspiración «de los factores de guerra angloamericanos contra la URSS y las democracias populares, con la mediación de la camarilla fascista y nacionalista de Tito, convertida en agencia de la reacción imperialista internacional».

La prueba:

La camarilla de Belgrado, asesinos y espías, se ha puesto abiertamente de acuerdo con la reacción imperialista y a su servicio, lo que ha sido probado en el proceso Rajk-Brankov de Budapest, con una absoluta claridad…».

La traición de la camarilla de Tito no se ha producido por casualidad, ha sido la consecuencia de la orden que ha recibido de sus patronos, los imperialistas angloamericanos, a los que se ha vendido… La camarilla de Tito ha hecho de Belgrado un centro americano de espionaje y de propaganda anticomunista… Como consecuencia de la política contrarrevolucionaria de Tito-Rankovic –que se ha apoderado del poder en el Partido y en el Estado– se ha instaurado en Yugoslavia un régimen policiaco anticomunista de tipo fascista…

Y la Oficina de Información, toca a zafarrancho de combate en el movimiento comunista internacional, afirmando en su resolución que «una de las tareas más importantes de los Partidos Comunistas contra la camarilla de espías y de asesinos de Tito, es la de reforzar por todos los medios, la vigilancia en sus filas, para desenmascarar y extirpar a los agentes burgueses y nacionalistas, así como a los del imperialismo, cualquiera que sea la bandera con la que se cubran». Buscar al enemigo en el seno del Partido, ¡era el remate contra los militantes…!

Era necesario un proceso Rajk en los países de democracia popular, para poder acentuar el papel dominante de la URSS, para hacer marchar derechos a sus Gobiernos y Partidos, abandonando sus intereses nacionales –calificados como desviación nacionalista– en nombre de la solidaridad del campo socialista y del internacionalismo proletario.

La preparación de esos procesos había comenzado a principios de 1949, paralelamente a la del proceso Rajk. Por una petición expresa de Rakosi a Gottwald, la Seguridad checoslovaca detuvo en el mes de mayo de 1949, a Noel Field y a Pavlik y a su mujer, y los puso en manos de la Seguridad húngara. Algunos meses más tarde, Rakosi pidió la detención de docenas de militantes comunistas y altos funcionarios checoslovacos, entre los cuales figuraba yo, así como la de Clementis, Lóbl, Frejka, Sling, Goldstücker, Holdos…

El cinco de septiembre, Rakosi informaba a Gottwald que durante el proceso Rajk –que iba a comenzar– se probaría públicamente la ramificación del complot en Checoslovaquia. Dos días más tarde le comunicó, por medio de Svab, que aseguraba el enlace con la Seguridad húngara, que tenía la certidumbre de que había espías que ejercían altas funciones en Checoslovaquia y que había que buscarlos particularmente entre los que, durante la guerra, estuvieron en Londres y también entre los voluntarios veteranos de las Brigadas Internacionales. Según Rakosi, era preferible detener a los inocentes que correr el riesgo de dejar a los culpables en libertad. Los consejeros soviéticos que se encontraban en Budapest hablaban a Svab en los mismos términos.

Los dirigentes del Partido Polaco, Bierut y Zambrowski, comunicaban a su vez a Gottwald que habían detenido en Polonia a cincuenta personas comprometidas en el asunto Rajk, y que muchas de ellas tenían relaciones con ciudadanos checoslovacos que ocupaban puestos importantes. Insistían para que se tomasen medidas de depuración lo más rápidamente posible en nuestro país.

Durante el proceso Rajk, dos de los acusados, Szónyi y Brankov (de nacionalidad yugoslava) declararon que en Checoslovaquia «el trabajo de los enemigos se realizaba mejor que en Hungría y su grupo era más eficaz y mejor organizado».

En diciembre de 1949, tuvo lugar en Bulgaria el proceso de Kostov, que fue condenado a pena de muerte; en Polonia, Gomulka fue encarcelado…

Pero en Checoslovaquia la Dirección del Partido se mostraba reticente y vacilaba a la hora de poner en práctica lo que con tanta insistencia pedían los húngaros y los polacos, y que significaba buscar en nuestro país las mallas del complot.

Me acuerdo de una conversación que tuve en aquella época con Siroky. Era antes que empezase a evitarme. Después de haberme explicado que los húngaros nos apremiaban para que descubriésemos en Checoslovaquia un complot similar al de Rajk, añadió: «Nuestra situación no tiene nada que ver con la suya. Nosotros no salimos, como ellos, de una larga clandestinidad. Nuestra Dirección es homogénea y trabaja bajo la dirección de Gottwald desde 1929. Conocemos bien a todos sus miembros y ya han demostrado su valor. ¡No vamos ahora a inventar un proceso para dar gusto a los húngaros».

Pero para persistir en esta actitud habría hecho falta tener el valor de Tito y de la Liga de Comunistas Yugoslavos. Desgraciadamente, no ocurrió así en nuestro país.

La presión ejercida sobre Gottwald era muy fuerte. Amenazado con ver en la picota a Checoslovaquia al lado de Yugoslavia, y con ser denunciado públicamente por tener una actitud hostil hacia la totalidad del campo socialista, terminó por ceder.

Y no era el Partido Soviético, ni Stalin, los que ejercían directamente esta presión –hecho muy significativo– sino que dejaban actuar en su lugar a los dirigentes de otras democracias populares, particularmente a Rakosi…

Como, incluso utilizando las más potentes linternas, la Seguridad Checoslovaca no lograba descubrir a los conspiradores, Gottwald bien aleccionado por Rakosi que le había elogiado la eficacia del trabajo de los consejeros soviéticos en el descubrimiento del complot de Rajk, envió a Stalin una petición de ayuda.

Los consejeros empezaron a llegar en 1949. Rápidamente se constituyó un aparato todopoderoso, que sólo respondía de sus actos ante su jefe, Beria. En este aparato se encontraban Likhatchev y Makarov, que acababan de demostrar su eficacia en la preparación del proceso Rajk.

Procedieron inmediatamente a la creación, en la Seguridad del Estado, de un organismo especial para la búsqueda y captura del enemigo en el seno del Partido. Más tarde organizarían una sección especial para la lucha contra el sionismo.

Aprovechándose de su aureola y de la autoridad que tenían sobre los funcionarios de la Seguridad, con los que colaboraban, reclutaron entre ellos hombres de confianza de una fidelidad a toda prueba, que les consideraban como sus maestros de ceremonia y ejecutaban sus órdenes sin pasar por el conducto normal ni por sus jefes jerárquicos.

Así se desarrolló muy rápidamente, en todos los servicios de la Seguridad del Estado, una policía paralela, verdadero Estado en el Estado, cuya actividad no podía ser controlada ni por el Ministerio ni por la Dirección del Partido. Gracias a este secreto absoluto pudieron preparar las detenciones de Viceministros, Jefes de Servicio y otros responsables en sectores decisivos del Ministerio de la Seguridad –Svab, Zavodsky, Vales y otros muchos– que podían constituir un obstáculo para la realización de los planes futuros de los consejeros soviéticos.

Había incluso, militantes del aparato del Partido y funcionarios de otras Administraciones que se dirigían directamente a los consejeros.

Oficialmente los consejeros no tenían ningún poder, pero en realidad su autoridad y su influencia eran mayores que la de los Ministros y la de los dirigentes del Partido.

Bien informados, los consejeros soviéticos supieron dar con elementos dudosos y corrompidos, que podían utilizar a su antojo y confiarles cualquier trabajo.

En esa época, en la que la guerra fría alcanzaba su punto culminante, la situación interior era muy enrevesada. Agentes de servicios extranjeros entraban ilegalmente en el país, se organizaban acciones de sabotaje, se difundían panfletos hostiles al régimen, e incluso hubo asesinatos políticos.

La economía nacional pasaba por un período difícil y la insuficiencia del suministro se agravaba por las malas cosechas. El descontento empezaba a extenderse en la población.

Sobre este telón de fondo, todo el trabajo del Partido estaba mediatizado y orientado por las resoluciones de la Oficina de Información en 1948 y 1949. La histeria provocada y alimentada alrededor del asunto yugoslavo, los procesos por crímenes y traición en Budapest y Sofía, y las medidas de represión contra militantes que ocupaban altos puestos en la República Democrática Alemana, Polonia y Rumania, habían creado un ambiente de sospecha generalizada.

La democracia ya limitada, desaparecía poco a poco de la vida interior del Partido, dejando paso a la obediencia incondicional y a la disciplina ciega. El poder se concentraba cada vez más en las manos de un número limitado de dirigentes, y el Comité Central se había convertido en un organismo que escuchaba y aprobaba pasivamente las decisiones y la línea política fijada por esta minoría.

Esta situación facilitó el trabajo de los consejeros soviéticos –apoyados por sus hombres de confianza y la red de chivatos y provocadores colocados en todos los sectores de la vida social y política– que lanzaron una campaña de descrédito contra un gran numero de militantes, reuniendo contra ellos el material necesario, que obtenían suscitando millares de cartas, de acusación, de informes y de apreciaciones tendenciosas…

La caza de brujas estaba abierta. ¡El camino que conducía a los procesos estaba libre! Con el pretexto de descubrir a los enemigos escondidos en el Partido, la Comisión de Control y la Sección de Cuadros del Comité Central trabajaba en estrecha colaboración con los consejeros soviéticos. Estos últimos podían consultar, cuándo y cómo querían, todos los expedientes de los cuadros. El Servicio Especial en el seno de la Seguridad, dominada por los consejeros soviéticos, estaba libre de todo control por parte de los organismos regulares del Partido. Tenían el campo abierto para aplicar en nuestro país los métodos, condenados más tarde por el XX Congreso, que acabaron aniquilando a los mejores cuadros del Partido Comunista Soviético, del Ejército, de la Ciencia, del Arte, y a los obreros y campesinos más valiosos. Esos hombres y sus métodos han manchado la bandera del socialismo ante los trabajadores del mundo entero.