Capítulo VI

Ahora ya no estoy solo en mi celda. Tengo la impresión de encontrarme en un calidoscopio en el que cada fragmento está formado por las imágenes e impresiones que me procuran mis visitas; esas imágenes e impresiones cambian a una velocidad vertiginosa y son sustituidas por otras.

Un día Kohoutek me llama a su despacho para comunicarme que puedo escribir. Viste el uniforme de comandante. Este proceso le ha hecho ganar un galón. Y una nueva condecoración brilla en su pecho.

Habla, como de costumbre, de la importancia política que ha tenido el proceso. Le pregunto: «¿Me dejarán ustedes todavía mucho tiempo en este terrible aislamiento, viviendo entre estos cuatro muros?». Me responde que aún no se ha decidido nada de lo que harán con nosotros tres (Hajdu, Lóbl y yo). Tienen todavía que arreglar otros casos antes de ocuparse de nosotros. Luego se pone muy serio y me dice en tono solemne: «No olvide nunca la gravedad de su caso. Tenga cuidado y no trate jamás de dárselas de listo. Cuando el Partido sepa el comportamiento que adoptaré de ahora en adelante, decidirá». Poco tiempo después me conducen de nuevo al despacho: he de padecer otro interrogatorio. Es Kohoutek el que lo lleva personalmente y las preguntas se refieren exclusivamente a mi mujer. Kohoutek formula las preguntas de tal manera –nombrando gente que no conozco, pero que según él son relaciones de mi mujer– que me da mucho miedo. ¿Qué busca todavía? ¿De qué se trata en realidad?

Como le escribí más tarde a Lise, cuando logré transmitirle clandestinamente un informe sobre mi situación, se trata de lo siguiente: primero, tener siempre suspendida encima de mi cabeza la amenaza de la detención de mi mujer para tenerme aún más atado; luego, hacer todo lo posible para desacreditarla, con el fin de obtener, si se presenta la ocasión, la autorización para proceder a su detención. La Seguridad trata también de desacreditar a los otros miembros de mi familia y particularmente a la hermana de mi mujer Fernande, esposa de un miembro de la Oficina Política de un partido hermano, que ellos calumnian con bajeza. Con esta manera de proceder quieren, sin duda, prevenirse contra una gestión eventual en mi favor por parte de mi mujer o de otro miembro de su familia…

Ahora que todos mis proyectos están concentrados en el regreso de los míos a Francia, temo también que Ruzyn, enarbolando ese expediente contra Lise y los suyos, trate de impedir que se marche de Checoslovaquia. En cierto modo, lo que pretenden es asegurar su propia posición teniendo una garantía para el porvenir.

La imperiosa necesidad de que Lise se marche de aquí, lo más rápidamente posible, es para mí una obsesión. Y para aumentar mi inquietud, Kohoutek lanza al final del interrogatorio su habitual amenaza: «¡Piense en su familia, señor London!».

Después de la última visita de Lise, una sensación de angustia me acosa. ¿No habrán conseguido grabar en el magnetófono una parte de nuestra conversación?

Inspirado por este miedo y a sabiendas de que van a leerla, escribo en la primera carta que me autorizan: «Me emocionó mucho cuando me contaste cómo habías explicado a los niños la magnanimidad que ha tenido el Partido conmigo al permitirme que viera a mis hijos…».

Pero al mismo tiempo, como quería que ella creyese en mí, deslizaba algunas palabras que confirmaban lo que le había dicho con respecto al proceso, esperando que envueltas en frases huecas quedarían disfrazadas para la censura.

"He hablado y he hecho durante los interrogatorios todo lo que el Partido me ha pedido y todo lo que esperaba de mí. En el proceso he mantenido esta actitud, y en ella continúo. Me he esforzado en dejarme guiar únicamente por los intereses del Partido, dejando de lado mis intereses personales… Mantengo firmemente la declaración que he hecho a este Tribunal, comenzando por Field y terminando por Zilliacus…».

Esta carta estuvo tres semanas en el cajón del référent, pero al fin salió y Lise pudo leerla justamente la víspera de nuestra segunda visita. Ella me dijo en cuanto me vio: «Estaba loca de alegría cuando recibí esta carta por correo oficial. ¡Puedo servirme de ella en caso oportuno! ¡Cualquiera que lea ese párrafo no podrá tener duda alguna, sólo un inocente puede haberla escrito! Esta carta es para mí la primera prueba escrita de tu inocencia».

En su tercera visita, Lise me cuenta en qué circunstancias ha sido expulsada del Partido: «Me convocaron el veinte de mayo de 1953, para que asistiese a una reunión de mi antigua célula de empresa».

»El Presidente de la asamblea anunció que no había más que un punto en la orden del día: mi exclusión; según el acuerdo de setenta y una demandas formuladas por el Comité Central. Esas palabras cayeron en un silencio absoluto.

»Yo pedí la palabra: “Quiero saber, como es mi derecho según el artículo catorce de los estatutos del Partido, los motivos de la expulsión, para poder preparar mi defensa”.

»Todo el mundo me escuchaba con atención. Leí la carta que había escrito cuatro días antes al camarada Novotny, Primer Secretario del Comité Central, en la que le hablaba de mi posición como comunista. Me di cuenta de que muchos asistentes hacían signos de aprobación.

»Y luego una mano se levantó. Mi antagonista era un voluntario veterano de las Brigadas Internacionales que pedía la palabra. Se había mostrado siempre agresivo en sus opiniones sobre sus camaradas de las Brigadas detenidos. Yo había tenido con él muchos altercados con respecto a este asunto. Un día se enfadó porque le dije: “Sí, te comprendo bien, no hay para ti más que dos categorías de voluntarios respetables: tú y los muertos…”. Desde entonces nos contentábamos con saludarnos. ¿Qué iba a decir? Le escuché con curiosidad y mí asombro fue tan grande como mi alegría: “Camaradas, nos decís que según la petición del Comité Central debemos votar la expulsión de la camarada London. Pero no nos dais ninguna razón que lo justifique. Nosotros la conocemos como una excelente obrera. ¿No la hemos designado varias veces como la mejor obrera de la fábrica? Sabemos que es una buena madre y una buena camarada. Su comportamiento es irreprochable, como obrera y como comunista. Por todas estas razones, es difícil para nosotros pronunciarnos sobre su exclusión. Tal vez el Comité Central tenga motivos que no quiera comunicarnos. Pero en ese caso camaradas, sería justo que el Comité Central pronunciase él mismo su expulsión sin pedirnos que lo hagamos por él”.

»El Presidente le cortó la palabra y gritó furioso: “Esta intervención demuestra la influencia nefasta de Londonova en nuestra célula. Es una tentativa de oponerse al centralismo democrático. Si el Comité Central nos dice que excluyamos a Londonova es porque tiene motivos para ello y no debemos pedirle explicaciones. No toleraremos ninguna intervención en ese sentido, y si las hubiese tomaremos las medidas necesarias. Y ahora os pido que votéis, levantando la mano, la expulsión de la camarada Londonova”.

»Los camaradas empezaron entonces, con vacilaciones; y, unos antes y otros después, acabaron por levantar la mano y mi exclusión fue votada por unanimidad, incluso con el voto del camarada de las Brigadas, que levantó la suya el último».

»Entonces declaré: “Os prevengo que me opondré a esta decisión y que haré uso de mi derecho de apelación. Quiero declarar delante de todos, que no he sido nunca interrogada ni sancionada con respecto a las actividades de mi marido Artur London. Tengo la conciencia tranquila, la certidumbre de haberme portado siempre como una comunista… La exclusión que acabáis de pronunciar no tiene ningún valor para mí. Con o sin el carné del Partido seguiré siempre siendo comunista, y conduciéndome como tal…”.

»El Presidente me ordenó que me marchase. Me dirigí hacia la puerta. Todos mis antiguos compañeros y compañeras de trabajo se levantaron para estrecharme la mano por última vez. Leía en sus ojos la pena y la vergüenza. Algunos obreros, que me habían demostrado siempre su amistad, lloraban. Yo les tranquilicé: “No os guardo ningún rencor. Sé que no podíais hacer otra cosa. ¡Os sigo considerando mis amigos!”».

Lise saca de su bolso una hoja de papel y me dice: «Voy a leerte la carta de protesta que envío al Comité Central». (Está fechada el veintisiete de mayo de 1953):

Hago uso de mi derecho de recurrir a la dirección del Partido contra la decisión de la asamblea de la organización del Partido de la empresa CSAO, fábrica 0104, Praga Karlin, por la cual he sido excluida del Partido el veinte de mayo. Esta decisión, así como el método empleado para tomarla, está en contradicción flagrante con los estatutos del Partido. El miércoles veinte de mayo, me convocaron a la asamblea del Partido de la mencionada empresa. El Presidente leyó una carta del comité del Partido del distrito tercero de Praga, en la que se decía que no tenían que devolverme el carné del Partido que me habían quitado durante el proceso, y que debían excluirme de la organización por orden del Comité Central. No mencionaron ninguna razón para justificar esta medida. He protestado, porque a pesar de haber presentado varias demandas, no he sido nunca convocada por ningún organismo del Partido. Además, como no han alegado ningún motivo que justifique mi ejecución no puedo defenderme como tendría derecho según los estatutos del Partido. He leído a la asamblea la carta que escribí el dieciséis de mayo al camarada Novotny, secretario del Comité Central, en la que hice referencia a mi situación en el Partido. Un camarada ha pedido, después de mi intervención, que mi caso sea enviado de nuevo al Comité Central, que posee sin duda las informaciones necesarias y los datos suficientes para poder juzgarme. El Presidente de la Organización ha rechazado esta proposición declarando que estaba en oposición con el principio del centralismo democrático. Que si el Comité Central ha dado la orden, la organización de base no tiene más remedio que ejecutar esta orden sin discusión. Ha añadido que yo podía, después, presentar un recurso contra esta decisión.

Según mi opinión, esa manera de proceder es completamente ilógica e ilustra el proverbio francés: «poner el arado delante de los bueyes”. El artículo catorce de los estatutos dice: «Ante una exclusión del Partido se debe tener la mayor circunspección, solicitud y camaradería; debe hacerse un análisis preciso del fundamento de las acusaciones contra un miembro del Partido». Así pues, el procedimiento utilizado contra mí no puede ser justo ni valedero: primero, se excluye al camarada y, sólo después, se le ofrece la posibilidad de defenderse presentando un recurso contra la decisión.

Los miembros de la Organización de la empresa, presentes en la asamblea, han votado mi exclusión por espíritu de disciplina, puesto que se la han presentado como una orden que emanaba del Comité Central. ¡Lo han hecho sin conocer los motivos de esta exclusión…

El referent –el que había hablado con mi mujer y Françoise– y que como ya he dicho, había indudablemente cambiado de actitud en el transcurso de los últimos meses, escucha asombrado. Su confusión se lee en la expresión de su rostro. ¿Es esta la visita entre un traidor condenado por el Partido y su mujer? ¡Lo que ve no corresponde a la imagen que le han metido en la cabeza!

¿Dónde están los verdaderos comunistas? ¿Se encuentran realmente entre sus jefes? ¿Entre los que han montado todo el tinglado?

Sé muy bien que Lise lucha –y luchará todavía mucho «más– por lo que ella considera «su» verdad, «su» imagen del Partido. Pero también sé que no conseguirá nada. En cambio, tengo miedo de que aprovechen la menor ocasión para detenerla.

Mientras Françoise entretiene al referent, prevengo a Lise: «Ten cuidado, estás rodeada de chivatos que hacen informes sobre los menores detalles de tu vida». Me mira sorprendida. «He leído con mis propios ojos el comienzo de uno de esos informes en la mesa de un referent. Últimamente me han interrogado sobre ti y sobre tus relaciones, preguntándome incluso por Antoinette. Es absolutamente necesario que te vayas a Francia, porque son capaces de detenerte».

«¡Que vengan! Les espero con pie firme. ¡Ya verán con, quién se las gastan!».

Le respondo:

«¡No digas tonterías, tú no les conoces!».

Antes de marcharse, Lise me dice que el Tribunal Civil le ha enviado todos sus papeles y la confirmación de que su demanda de divorcio ha sido anulada.

Naturalmente el gesto de Lise me gusta. Pero, ¡temo tanto que eso le ocasione nuevas dificultades! Por este gesto ha demostrado sobradamente, que está a mi lado…