Capítulo III

Demasiadas noticias, demasiados cambios, demasiadas sorpresas. Es imposible sacar algo en claro. ¿Existe relación entre la muerte de Stalin y de Gottwald, con el hecho de haberme permitido ver a los míos? ¿Y la rehabilitación de los médicos soviéticos? ¡Y al mismo tiempo lo que he sabido de la vida de mi familia, de las persecuciones que han sufrido! Sin duda, lo que Bacilek vino a prometerme solemnemente vestido con su uniforme de general, era una estratagema más para engañarnos e incitarnos a mantener nuestras «confesiones» hasta el fin.

¿Qué interés puede tener el Partido en dejar sufrir así a una mujer con tres hijos y dos viejos a su cargo? ¿Por qué motivo? ¿Y en nombre de qué principio puede justificar una conducta semejante?

Lo que ha sido la vida de los míos desde que me separé de ellos aquel domingo, ya tan lejano –el veintiocho de enero de 1951– ahora podré saberlo.

Después de mi detención, mi mujer no dijo a nadie lo que había pasado. Siguió trabajando como responsable de la sección francesa en las emisiones en lenguas extranjeras de la radio. Seguía asistiendo a las reuniones, e incluso a las recepciones: «La última tuvo lugar en la Presidencia de la Unión de Mujeres Checoslovacas, en honor de la madre de Zoia Kosmodemianska.[50] Creo que Anezka Hodinova[51] no me lo ha perdonado nunca, sobre todo por haber recibido honores y homenajes como antigua dirigente de la Unión de Mujeres Francesas…».

Sin embargo, el rumor de mi detención empezaba a propagarse poco a poco por Praga. La radio, y sobre todo el servicio en el que trabajaba Lise, estaba infectado de referents. Poco tiempo antes de mi detención, Lise había sido víctima de un robo. Su cartera con la paga de un mes que acababa de cobrar, una cantidad bastante importante de bonos Darex, y sobre todo, sus papeles de identidad –y entre ellos su documento de identidad francés– había desaparecido de su bolso. Presentó una denuncia, fue a la oficina de objetos perdidos para tratar, por lo menos, de recuperar sus papeles de identidad, de los que se desembarazaban generalmente los ladrones… Pero no consiguió nada. En 1956, después de mi rehabilitación, cuando nos devolvieron los papeles confiscados en nuestra casa durante el registro, encontramos entre ellos, clasificados como es debido… ¡la carta de identidad de Lise!

Una nueva colaboradora del redactor jefe, cuyo aplomo y arrogancia se basaba en su colaboración con la Seguridad, se aprovechó de la ausencia de Lise en una reunión de la redacción, para formular contra ella graves acusaciones: Lise había pasado, según ella, de contrabando en las emisiones francesas propaganda anticomunista y ataques contra Checoslovaquia… Al día siguiente, mi mujer, que se enteró de lo ocurrido gracias a la persona que la reemplazaba, asistió a la reunión de la redacción. Todos los que participaron en la de la víspera estaban presentes. Lise pidió que se estableciese un acta precisa de la reunión que iba a celebrarse. Luego lanzó un ataque en regla contra su difamadora: «Usted ha creído que con las dificultades que tengo en este momento, me dejaría pisotear por usted, que dejaría que me atacase sin reaccionar, como el cordero que va a ser sacrificado. Pero se ha equivocado. No consentiré que nadie me calumnie ni que ataque mi honor… Y ahora, ¡presente usted las pruebas de las acusaciones que ha hecho contra mí cuando estaba ausente!».

Entonces la referent se desinfló. Lise contó con el apoyo de los otros representantes de las secciones extranjeras para pedir que la copia del acta fuese enviada a Bruno Köhler.

Fue poco después cuando tuvo lugar la conversación ya mencionada con Bruno Köhler, después de la cual Lise hubo de dejar su trabajo de la radio por el de la fábrica.

El alto funcionario de la radio que la había convocado para notificarle su despido, la conocía por haberla visto algunas veces en las reuniones de la redacción central. Se sentía muy incómodo de tenerle que comunicar esta decisión. Se quedó más tranquilo cuando Lise le dijo que ya estaba informada por Köhler.

Y como leía en los ojos de este hombre una expresión de simpatía, se decidió a exponerle sus dificultades. ¿Qué iba a ser de ella? Tenía que mudarse de casa. Su cuenta corriente del banco estaba bloqueada. No le dejaban llevarse los muebles… Le habló de sus padres y de sus hijos. Le dijo también que tenía confianza en mí. Sacó de su bolso mi carta –la primera, la del uno de mayo– y le rogó que la leyese, diciéndole: «¿Cree que un culpable escribiría esto?».

Durante esta conversación, el servicio de contabilidad envió la cuenta de Lise: le pagaban hasta fin de mes y quince días de vacaciones. Y eso era todo. ¡Magra liquidación!

Lise me contó el fin de esta escena:

«Me levanté para marcharme. El camarada trató de consolarme con palabras de esperanza. Me dijo que tenía que ser fuerte para afrontar las dificultades, que era una buena comunista, que él tenía confianza en mí y esperaba que mis desdichas actuales se terminasen pronto. Le di la mano y al estrechármela sentí que me deslizaba un sobre. Le miré extrañada: “¡No, no me lo rechaces! Estoy contento de poder ayudarte. Ya me devolverás eso cuando estés en mejor situación. Es para tus hijos. Y tú sigue andando con la cabeza alta, tienes derecho a ello”. Y luego, después de vacilar un momento, añadió: “Naturalmente, tú sabes en qué tiempos vivimos. ¡No se lo digas a nadie!”.

»No tenía ni la menor idea de la suma que acababa de ponerme en la mano. Pero mi situación era entonces tan crítica, que incluso cien coronas me habrían venido bien. No sabía cómo dar las gracias a ese camarada. Sus buenas palabras me habían consolado. ¡Al fin había encontrado en mi camino a un verdadero comunista!.

»Al llegar a la calle, miré el contenido del sobre: quince mil coronas.[52] ¡Sin duda, el salario del mes que acababa de recibir! Para nosotros era una cantidad considerable, pues, aparte de las siete mil coronas que tenía que recibir de la radio después de la liquidación de mi cuenta, no teníamos ni un céntimo en casa.

»Cuando llegué a casa y conté a mis padres el gesto de este hombre, lloramos los tres de alegría, no por el dinero, sino por el primer rayo de sol que veíamos en nuestra larga e interminable noche».

En aquella época ya se sabía que me habían detenido con otros voluntarios de España. De la noche a la mañana se hizo el vacío alrededor de mi familia. Nadie quería acordarse de ellos. Para no tener que saludar a Lise, algunas de nuestras antiguas relaciones preferían cruzar de acera. Los que antes nos cortejaban fueron los primeros en arrojarnos la piedra y en volvernos la espalda.

Mi prima Hanka –nacida en Londres– casada con Pavel Urban, médico de Kolin, nos ha sido siempre fiel. Como éramos, junto con mi hermana Flora que reside en Nueva York, los únicos London que habíamos sobrevivido a la «solución final» de los nazis, Hanka y su marido nos acogieron cuando llegamos con nuestros hijos a Praga. Nuestras relaciones son verdaderamente fraternales. Después de mi detención, y aunque sabían que podía costarles caro, no dejaron de ayudar a los míos. Cuando Lise tuvo que mudarse, Pavel le trajo un día quince mil coronas para que pudiese comprar algunos muebles. «No te preocupes por su devolución –le dijo– ya veremos más adelante…». Cada vez que Hanka venía a Praga, iba a ver a Lise a la fábrica o a su casa y le daba huevos, carne y fruta. Y sobre todo la consolaba con su amistad, su bella sonrisa y sus palabras de esperanza. En aquellos tiempos, en los que el miedo hacía que los unos se apartasen de los otros, en los que cada familia vivía temerosamente replegada en sí misma, esperando y temiendo la desgracia, era este calor humano lo que tenía más valor.

Poco tiempo después de haberse instalado en su nueva casa de Hanspalka, Lise recibió la visita de la otra prima que tengo en Checoslovaquia, Stefka Sztogrynova –de la familia Lippe– hija de un hermano de mi madre. Stefka no conocía a nuestra familia, pues hasta entonces había vivido en Eslovaquia y luego en Moravia, con su marido Miroslav. Este último acababa de ser trasladado a Praga por su trabajo. Buscó pacientemente la nueva dirección de mi mujer para entregarle –de parte de mi hermana Flora– ocho mil coronas. A partir de aquel día, tanto ella como su marido, se portaron muy bien con los míos, sin preocuparse de los daños que esta amistad podría ocasionar a Sztogryn, que ocupaba un puesto de responsabilidad como ingeniero de caminos y puentes de toda la región de Praga.

Lise encontró también a la mujer de Otto Hromadko, Vera. Hija de una gran familia burguesa de Europa central –los Valdes– doctora en ciencias naturales, había ingresado en el Partido Comunista en Praga cuando era estudiante, escandalizando a toda su familia. Después de Munich vino a París para proseguir sus estudios y fue entonces cuando la conocimos Lise y yo. La pensión mensual que le enviaban sus padres durante la guerra, servía para alimentar a todo el grupo de lengua checoslovaca del Partido Comunista. Era una militante muy activa. Durante los períodos difíciles vendió, sin ninguna vacilación, sus abrigos de pieles y sus alhajas. Siempre ejecutó con valor sus tareas en la Resistencia Francesa. En 1941 conoció a Otto Hromadko. Le albergó en su casa cuando se evadió del cuartel de Tourelles, en París, y se enamoraron…

Vera contó a mi mujer, que los agentes de la Seguridad habían invadido su casa durante más de tres semanas, y que hicieron lo mismo en los domicilios de Vales y de Zavodsky. Fueron juntas al Ministerio del Interior para tratar de saber dónde nos encontrábamos Otto y yo. Les mandaron de oficina en oficina, hasta que llegaron a un servicio titulado de «investigación», situado en una villa de la Avenida de los Castaños, que dependía del Ministerio de la Seguridad. En todas partes habían chocado contra un muro de silencio. Allí tomaron nota concienzudamente de nuestros nombres, edad, dirección, descripción física, y les dijeron que en cuanto encontrasen nuestro paradero las avisarían inmediatamente…

Vera Hromadkova trabajaba como química en un centro de investigación científica para la nutrición. Conservó –por un verdadero milagro– su carné del Partido y su empleo hasta el regreso de Otto.

Venía muchas veces a casa de Lise con sus dos niñas, las cuales consideraban a los padres de Lise como sus abuelitos. Al principio, fue ella la que tradujo para mí las cartas de mi mujer.

De todos nuestros antiguos amigos, sólo una ha seguido siendo, desde los primeros tiempos, fiel a Lise y a la familia. Y sin embargo, era becaria del Gobierno checo. Se trataba de Líen, que, después del regreso de su marido Danh al Vietnam, vivía sola en Praga con la ahijada de Lise, la pequeña Marianne-Pra Ha. Fue a finales del verano de 1952, cuando Líen regresó a su vez a Hanoi, después de haber terminado sus estudios en el Conservatorio de Música. Allí encontró a Danh que murió algunos meses más tarde de una recaída de tuberculosis, sin haber conocido al hijo que Líen llevaba entonces en su seno.

Después de un eclipse de algunos meses, Antoinette, la gran amiga de Lise, tomó de nuevo contacto con mi familia. Era una checa nacida en Francia, en donde había vivido hasta el año 1946. Hacía poco que la habían despedido de la Sección Internacional del Comité Central, en la que trabajaba como redactora francesa. Luego le dieron un empleo en una administración del Estado. Sufría mucho, en medio de aquel torbellino, y no podía comprender lo que pasaba. Todos sus amigos y compañeros de Francia, Otto, Tonda, Ossik, Laco, Gérard…, habían sido detenidos y ella no podía creer en su culpabilidad. Estuvo al lado de Lise hasta el final, creyendo como ella en mi inocencia y esperando que todo se pudiera aclarar.

Dos meses después de mi detención, mi amigo Hajdu había sido detenido a su vez. Teniendo en cuenta todo el material tendencioso que me habían presentado contra él en Kolodéje y en Ruzyn, designándole como mi cómplice –o viceversa, a mí como el suyo– creía que le habían detenido al mismo tiempo que a mí. Pero ellos prefirieron esperar dos meses; que fue, sin duda, el tiempo que necesitaron para encontrar una acusación contra él que cuadrase con la tramoya general. Y también para dar tiempo a los referents y chivatos de la Seguridad, infiltrados en el Ministerio de Asuntos Exteriores, de orquestar la campaña de calumnias y de acusaciones contra él, que alcanzó su punto culminante durante la asamblea de la Organización del Partido del Ministerio, presidida por Siroky, líder de la jauría. Después de haberle puesto en la picota conmigo, y de haberle expulsado del Partido, le detuvieron casi enseguida. Signo sintomático: en la reunión preparatoria de la Asamblea General de los comunistas encargados de tomar medidas contra uno de los colaboradores de Hajdu, había elementos equívocos que no tenían por qué estar allí, y particularmente un joven jurista, R, que justificaba su presencia en esta reunión diciendo que era especialista en cuestiones judías.

Mi mujer se puso en relación con la familia Hajdu después de la detención de Vavro. Lise me lo explicó durante una visita:

«No me acuerdo exactamente cuándo me enteré de la detención de Hajdu. Una mañana vino a casa una mujer joven, muy menuda y morena, como un grillo provenzal. Sus grandes ojos negros reflejaban una profunda angustia y una inmensa tristeza. Era Renée, la hermana de Vavro.

»Me contó cómo habían detenido a su hermano. Su cuñada Karla había sufrido un choque tan fuerte que tuvo que acostarse. Ella también se quedaba sola con tres hijos.

»¿Adónde tenía que dirigirse para saber lo que había pasado con su hermano? Yo no podía, desgraciadamente, prestarle ninguna ayuda, puesto que no había logrado saber dónde te encontrabas tú desde hacía más de dos meses. Renée trabajaba en aquella época en el Ministerio de Comercio Exterior. Siguiendo el ejemplo de su padre, abogado liberal de gran talento, ella había estudiado derecho, como su hermano. Durante la guerra, pudo escaparse de las persecuciones raciales escondiéndose con su madre en Budapest con una falsa identidad. De una modestia sin igual, muy recta, es una mujer que no sabe mentir. Ayudaba con toda su alma a sus amigos. Todos los que la conocían la querían. Me dijo que pensaba presentar su dimisión y buscar trabajo en una fábrica… antes de que la despidieran. Cuando perdí mi puesto en la radio decidimos buscar juntas un empleo.

»Nos dirigimos primero al servicio de empleo del Comité Nacional del distrito. Allí nos dieron un par de direcciones. Primera dirección: la fábrica de reciclaje de papel viejo. Era decepcionante.

»El Director nos dijo: «No señoras, no es un trabajo para ustedes… ¡No hay más que verlas para saber que pueden hacer otra cosa! Miren toda esta porquería. Y además los salarios son muy bajos. Verdaderamente, todo aquel polvo nos amedrentó.

»Segunda dirección: un pequeño taller en el que fabricaban termómetros. Estuvieron muy amables con nosotras y nos dijeron que podían darnos trabajo. Nos tranquilizó un poco esta acogida. Pero pensamos que, si encontrábamos un empleo en una fábrica, podríamos demostrar nuestro propósito de participar activamente en la construcción del socialismo. El Partido no podía ignorar nuestro comportamiento y suponíamos que nos juzgaría ateniéndose a él…

»Tomamos el tranvía para ir a la CKD Sokolovo, la empresa metalúrgica más importante de Praga. Después de una hora de trayecto, todavía no habíamos llegado. La distancia empezaba a darnos miedo. De pronto, vimos por casualidad, unos cartelitos pegados en las ventanillas del tranvía pidiendo obreros para la CKD Ditkla de Karlin, es decir un barrio próximo del centro de la ciudad. Las dos pensamos que entre una y otra CKD, la fábrica de Karlin nos vendría mejor, ganaríamos más de una hora de transporte por día. Al llegar a la dirección indicada en los anuncios encontramos dos entradas. La que elegimos nos condujo a la Dirección Regional de la empresa Autorenova, donde Renée tuvo la agradable sorpresa de encontrar en las oficinas a una conocida, justamente en el servicio en el que se decidía el empleo de los obreros. Ella le explicó nuestra situación: “Han tenido suerte equivocándose de puerta. Para ustedes Autorenova es mejor que la CKD. Les daré una recomendación para la fábrica de Sokolovska, a dos pasos de aquí. Allí es en donde tienen más probabilidades de ganar un buen sueldo”.

»Poco después fuimos al despacho de Karel Berger, Director de la fábrica, y le presentamos la carta de recomendación. Cuando leyó mi nombre me preguntó: “¡London! ¿Es usted la mujer de Artur London, el voluntario de las Brigadas?” “Sí, ¿le conoce usted?”. Me miró compasivo. “¡He oído hablar mucho de él!”.

»Le conté que vivía en Praga con los tres niños y mis padres; que la vida era muy dura para nosotros, y que me habían despedido de la radio, por tanto tenía que trabajar lo más pronto posible y ganarme la vida, ya que mis recursos se habían agotado.

»“Ha tenido suerte, justamente uno de mis obreros acaba de marcharse al ejército y tengo que reemplazarle. El jefe de equipo es un excelente muchacho, uno de nuestros mejores especialistas. Le enseñará enseguida el oficio y podrá ganar un buen salario”.

»Me condujo al taller y me presentó a mi futuro compañero, Cara, al Presidente del Comité de Empresa y también al responsable de la Organización del Partido. Nos cruzamos con un hombre alto y flaco que Karel Berger me presentó como un antiguo combatiente de España. Cuando oyó mi nombre vaciló un momento antes de estrecharme la mano.

»El primero de agosto empecé a trabajar. Luego supe que Karel Berger tuvo que luchar mucho para que me aceptasen y para convencer a ciertos miembros del Comité de Empresa y de la Organización del Partido de que, dada mi situación, no sería justo ni humano rechazarme».

Renée fue admitida en la fábrica Autorenova, en la que trabajaba su amiga. Su marido, Lada Krizovsky, entró poco después en la fábrica CKD Dnkla, cerca de donde trabajaba su mujer, cuando le expulsaron de la Escuela del Partido en la que era aspirante».

Lise me contaba riendo: «¡Nuestra pobre Lada! Es tan torpe en el manejo de la máquina que la veo muchas veces con vendas en los dedos, en el brazo, en la cabeza… Tiene sin embargo, muy buena voluntad y a pesar de sus heridas está siempre sonriente y segura de que lo hará mejor la próxima vez».

Cuando mi familia se mudó al barrio de Hanspalka, fueron vecinos de la madre de Hajdu, que vivía con Renée y su marido. Se veían todos los días. Era Renée quien traducía al checo las cartas que Lise me enviaba, así como todas las que mandaba a los órganos del Partido y del Gobierno, para luchar por mí y por el derecho a la vida de los míos. Esta amistad ha sido un gran consuelo para ellas.