Aún no ha anochecido cuando llegamos a Pankrac. Es una vieja prisión tradicional en un barrio popular de Praga; algo como La Santé de París, a la que se le habría añadido la Souriciére y el Palacio de Justicia. No hace falta salir de Pankrac para ir a los despachos de instrucción o para ser juzgado.
Enmarcado por los guardianes y los référents soy conducido, con las manos encadenadas, por largos pasillos, en un subterráneo en el que a cada lado se encuentran las celdas. Aquí estoy encerrado en una de ellas. La mirilla permanece abierta, como hacen en Francia con los condenados a muerte. Un guardián permanece de pie delante de la puerta. En un rincón de la celda un jergón, en el otro una silla. Durante todas las noches que pasaré aquí, un guardián ocupará esta silla. Decididamente quieren conservarnos vivos hasta el veredicto.
Kohoutek me ha informado que hoy, veinte de noviembre de 1952, el fiscal dará lectura al acta de acusación, en presencia de los catorce acusados, y después de eso empezarán las audiencias, la primera deberá ser la de Slansky. En cuanto a mí, en ese momento seré conducido de nuevo a Ruzyn y no volveré a Pankrac hasta que llegue mi turno de ser interrogado. Después de mi declaración, tendré que sentarme en el banquillo de los acusados y allí seguiré hasta el veredicto.
Antes de la apertura del proceso, el doctor Sommer, acompañado de una enfermera, me ausculta, me toma la tensión y me hace tragar unas píldoras. Repite la operación de celda en celda. Este ritual tendrá lugar todos los días durante el proceso y a veces, durante los descansos de la audiencia.
Un poco antes de las nueve me sacan de la celda. Las puertas de las celdas vecinas se abren y mis coacusados salen a su vez al corredor. Nos hacen formar uno detrás de otro. Entre cada dos detenidos hay un guardián, son nuestros guardianes de Ruzyn. Es la primera vez que estamos todos reunidos. El único al que no conozco personalmente es a Frejka.
Nuestra fila se pone en marcha. Slansky está en cabeza, y detrás de él Geminder y Clementis. Luego voy yo seguido por Hajdu, André Simone, Frejka, Frank, Lóbl, Margolius, Fischl, Svab, Reicin y Sling.
Todos mis compañeros tienen el rostro hermético, tenso, las facciones afiladas, el aire ausente. No cambiamos ninguna mirada entre nosotros.
De nuevo recorremos unos largos pasillos y escaleras, y de pronto, desembocamos en una vasta sala intensamente iluminada, ocupada por numeroso público. Procuro no mirar a la sala. Tengo miedo de reconocer a mi mujer entre la multitud. Espero que el abogado habrá ido a verla como me prometió y le habrá convencido de que no debe asistir al proceso.
Al pasar por delante de los periodistas reconozco entre ellos a uno que conocí hace tiempo en Ostrava.
Nos hacen sentar en el banquillo de los acusados. Entre cada uno de nosotros hay un guardián. Algunos momentos después el Tribunal entra en la sala.
Es como si me encontrase con mis trece camaradas y los miembros del Tribunal en una escena de teatro. Cada uno de nosotros está dispuesto a interpretar su papel en la obra, en el gran espectáculo, cuyo aparato escénico ha sido cuidadosamente dirigido por los especialistas de Ruzyn. No han olvidado ningún detalle. El telón se levanta sin obstáculo. Se nota el seguro dominio que los maestros de la impostura han adquirido por una larga experiencia y por la preparación de los numerosos procesos que han precedido al que se celebra actualmente. Los micrófonos están instalados por todas partes. Los proyectores, los cables eléctricos que serpentean por el suelo… ¡Todo refuerza la impresión de un gran ensayo general!
El Presidente del Tribunal, el doctor Novak, abre los debates. Según el rito, se dirige a nosotros para preguntarnos muy seriamente si los plazos previstos por la ley para nuestra comparecencia han sido respetados. Respondemos, como hemos sido aleccionados, afirmativamente cada cual a su turno. Luego nos recomienda que sigamos con mucha atención la lectura del acta de acusación, así como el desarrollo de los debates, y que hagamos uso de nuestro derecho de expresar nuestra opinión sobre los diversos elementos de prueba. Incluso nos recuerda que tenemos el derecho de defendernos de la manera que juzguemos conveniente. Luego pasa la palabra al Primer Fiscal, Urvalek, que acusa:
… como traidores, como «trotskistas-titistas-sionistas», como nacionalistas burgueses y como enemigos del pueblo checoslovaco, del régimen de democracia popular y del socialismo, han creado al servicio de los imperialistas americanos y bajo la dirección de agencias de información occidentales enemigas, un núcleo de conspiración contra el Estado; han tratado de destruir las bases del régimen de democracia popular, de obstaculizar la construcción del socialismo, de dañar la economía nacional; han realizado una actividad de espionaje; han intentado debilitar la unidad del pueblo checoslovaco y la capacidad de defensa de la República, a fin de desligarla de su alianza sólida con la Unión Soviética y de romper su amistad con la URSS, a fin de liquidar el régimen de democracia popular de Checoslovaquia, de restaurar el capitalismo, de llevar de nuevo a nuestra República al campo del imperialismo y destruir su soberanía y su independencia nacional.[44]
Ninguno de nosotros reaccionó al escuchar la larga exposición que reproduce numerosas «confesiones» y «declaraciones» de la mayoría de los acusados, particularmente de las de Slansky, Frejka y Frank –así como las de muchos testigos– y extractos de informes de las comisiones de expertos sobre los problemas económicos e industriales. El abanico de nuestros crímenes va desde la alta traición, a la deserción militar, pasando por el espionaje y el sabotaje…
Estas acusaciones proclamadas por Urvalek, en nombre del pueblo checoslovaco, afirman:
… los conspiradores se esforzaban tanto como les era posible para impedir el envío de nuestras mercancías a la URSS y a los Estados de democracia popular, sin hacer caso de los contratos, pidiendo por esas mercancías precios mucho más elevados que los precios corrientes en el mercado mundial. En cambio, enviaban a los países capitalistas las mismas mercancías a precios considerablemente reducidos si se les compara con los aplicados para la Unión Soviética, y notablemente inferiores al nivel de los precios del mercado mundial.
Urvalek lee las declaraciones de Slansky:
… han puesto trabas al desarrollo del comercio exterior con la URSS, pidiendo e importando, por ejemplo, máquinas y aparatos importantes a estados capitalistas, aunque la URSS fabricase las mismas maquinas y aparatos y los vendiese más baratos. Muchos pedidos soviéticos han sido rechazados con el pretexto de que la industria checoslovaca no fabricaba los productos solicitados, aunque en realidad los fabricase.
En otros casos se frenaba el comercio con la Unión Soviética elevando los precios fijados con propósito deliberado o, aceptando solamente una parte de los pedidos, con el falso pretexto de que la capacidad de fabricación no era suficiente, saboteando los plazos fijados para la expedición… Se procedía de una manera análoga con los pedidos de los estados de democracia popular y así, de esta forma, se veían reducidas las relaciones comerciales con esos países…
Urvalek llega al fin del enunciado de todos nuestros crímenes contra el Estado y el pueblo:
… la perfidia y el carácter peligroso del ataque contra la libertad, la soberanía»y la independencia de la patria, tramado por esos criminales son aún más considerables por haber abusado de la confianza y de la calidad de miembros del Partido Comunista de Checoslovaquia, tan querido por nuestros trabajadores; por haber abusado de las altas funciones que les habían sido confiadas, para aliarse con nuestros enemigos más porfiados, los imperialistas americanos y sus satélites, a fin de arrojar a nuestra patria a la esclavitud capitalista. Los conspiradores han podido realizar sus actividades criminales, simulando estar de acuerdo con el programa y la política del Partido Comunista, y escondiendo su rostro tras una máscara de hábil hipocresía para que no les descubriesen. Incluso cuando los primeros miembros del núcleo de conspiración dirigido contra el Estado, fueron desenmascarados y encarcelados. Rudolf Slansky, ése astuto Jano de dos caras, trataba de desviar la atención para no ser descubierto como jefe del complot y fingía ser, él mismo, la víctima de la actividad subversiva de los Sling, Svermova y otros.
Sin embargo, aunque los conspiradores, y Slansky a su cabeza, hayan conseguido obtener posiciones importantes en los órganos del Partido y del Estado…, no han logrado, como Tito lo hizo en Yugoslavia, subyugar los órganos supremos del Partido y del Estado, ni usurpar el poder y de este modo conseguir sus objetivos criminales.
Gracias a la vigilancia, a la clarividencia y al espíritu de decisión del camarada Klement Gottwald, guía del pueblo checoslovaco; gracias a la unidad y a la cohesión fraterna del Comité Central del Partido Comunista, firmemente unido en torno del camarada Klement Gottwald; gracias a la indefectible fidelidad y al apego de todo el pueblo de Checoslovaquia al Partido, al Gobierno y al camarada Klement Gottwald; gracias a la inalterable fidelidad de nuestros pueblos a la Unión Soviética, la conspiración ha sido destrozada y los atentados de los criminales aniquilados… Fieles al pueblo, al Gobierno, al Partido y al camarada Klement Gottwald, los órganos de la Seguridad del Estado han detenido a tiempo la mano criminal de los conspiradores…
Sobre la base de los hechos mencionados:
RUDOLF SLANSKY, nacido el treinta y uno de julio de 1901, de origen judío, de familia de comerciantes…, ex Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia, ex Vicepresidente del Consejo de Ministros de la República Checoslovaca.
BEDRICH GEMINDER, nacido el diecinueve de noviembre de 1901, de origen judío, hijo de un comerciante dueño de un restaurante…, ex Director de la Sección de relaciones Internacionales del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia.
LUDVIK FREJKA, nacido el quince de enero de 1904, de origen judío, hijo de un médico…, ex Director de la Sección Económica de la Cancillería del Presidente de la República Checoslovaca.
JOSEF FRANK, nacido el quince de febrero de 1909, checo, de familia obrera…, ex Secretario General Adjunto del Partido Comunista de Checoslovaquia.
VLADIMIR CLEMENTIS, nacido el veinte de septiembre de 1902, eslovaco, de familia burguesa…, ex Ministro de Asuntos Exteriores.
BEDRICH REICIN, nacido el veintinueve de septiembre de 1911, de origen judío, de familia burguesa…, Viceministro de Defensa Nacional.
KAREL SVAB, nacido el trece de mayo de 1904, checo, de familia obrera…, ex Viceministro de la Seguridad Nacional.
ARTUR LONDON, nacido el uno de febrero de 1915, de origen judío, hijo de comerciantes…, ex Viceministro de Asuntos Exteriores.
VAVRO HAJDU, nacido el ocho de agosto de 1913, de origen judío, hijo del propietario de los baños de Smrdaky…, ex Viceministro de Asuntos Exteriores.
EUGEN LÓBL, nacido el catorce de mayo de 1907, de origen judío, hijo de comerciantes al por mayor…, ex Viceministro de Comercio Exterior.
RUDOLF MARGOLIUS, nacido el treinta y uno de agosto de 1913, de origen judío, hijo de comerciantes al por mayor…, ex Viceministro de Comercio Exterior.
OTTO FISCHL, nacido el diecisiete de agosto de 1902, de origen judío, hijo de comerciantes…, ex Viceministro de Finanzas.
OTTO SLING, nacido el veinticuatro de agosto de 1912, de origen judío, hijo de fabricantes…, antiguo Secretario del Comité Regional del Partido Comunista de Checoslovaquia en Brno.
André SIMONE, nacido el veintisiete de mayo de 1895, de origen judío, ex redactor del periódico Rude Pravo.
Son acusados de…
Durante las tres horas que dura la lectura del acta de acusación un silencio absoluto reina en la sala. De vez en cuando la intensa luz de los reflectores nos deslumbra. ¡Nos están filmando! Así pasaremos como espectáculo en las salas oscuras, antes de la proyección de la película…
Se suspende la audiencia y nos conducen de nuevo a nuestras celdas. Por la tarde me llevan a Ruzyn. Me siento completamente anonadado, apático, pasivo. Estoy cogido en el engranaje y no tengo ninguna reacción, como si fuese una pieza mecánica que la cadena empuja inexorablemente entre los dientes de la máquina que ha de triturarla.
Dos días después, el veintidós de noviembre, vienen a buscarme. Tengo que hacer mi declaración. Mientras tanto, me han obligado a repasar el texto. Sé de memoria en qué momento preciso, el Fiscal y el Presidente del Tribunal van a interrumpirme y las preguntas que me harán. Mientras espero mi turno entre bastidores sentado en uno de los compartimentos, Kohoutek viene a verme. Me dice que la Dirección del Partido sigue con atención el desarrollo del proceso y confía en que todos los acusados se porten como es debido. Me dice también que no olvide las palabras del Ministro Bacilek; que mi suerte depende de mi actitud. Luego hace algunos pronósticos sobre nuestras condenas. Según él, serán severas, pero no habrá penas de muerte. Y aún en el caso extraordinario de que se pronunciasen una o dos, habría siempre el recurso de gracia… «Le repito –dice con insistencia– que lo que le hace falta al Partido en la actual situación no son cabezas, sino un proceso político ejemplar…».
Cita como ejemplo, el Proceso del Partido Industrial de Moscú. Las graves condenas pronunciadas contra los acusados, incluyendo las penas de muerte, fueron transformadas más tarde en penas relativamente pequeñas. Me habla de Ranizin, el acusado principal que él compara con Slansky. Condenado a muerte, su pena fue conmutada por el Partido a diez años de prisión, de los que no cumplió más que la mitad. Cinco años después le pusieron en libertad por buena conducta. Añade aún que Ranizin recibió una de las más altas condecoraciones de la URSS por el trabajo realizado durante su detención.
Estas palabras me tranquilizan. Kohoutek habla con mucha convicción y parece creer en lo qué dice. Yo también quiero creerlo. Para convencerme, me digo a mí mismo: durante los, dos años que acabo de vivir, Kohoutek y los demás référents han demostrado una ignorancia absoluta de la historia pasada. Cuando trataban de hablar de ella lo hacían como un colegial que recita lecciones mal aprendidas, repitiendo las frases de las conversaciones entre los consejeros soviéticos que habían podido oír. Si ahora me dice eso, no lo ha inventado él. ¡Lo que repite es, seguramente, la opinión de los consejeros!