Capítulo IX

Sabría mucho más tarde que Lise no había abandonado jamás la partida.

Hacia finales de septiembre de 1951, viendo que sus esfuerzos para hacerse oír por el Partido y los órganos de la Seguridad, para ayudar a esclarecer mi problema, no conducían a ningún resultado, escribió una larga carta a Klement Gottwald:

Querido camarada:

Me dirijo personalmente a ti, como Presidente de nuestro Partido, para exponerte todo lo que sé sobre el caso Artur London, mi marido, con quien estoy unida desde hace dieciséis años, y que se encuentra en detención preventiva desde hace ocho meses.

Antes de reunirme con mi marido en Praga, a principios de 1949, yo era miembro del Partido Comunista Francés, en el que ejercía importantes funciones. Fui elegida en el X Congreso y reelegida en el XI para ocupar un puesto en la Comisión Central de Control del Partido; y desde el I Congreso de la Unión de Mujeres Francesas, en 1945, ocupé el cargo de Secretaria Nacional de esta organización de masas. Soy comunista desde 1931, y no he desmerecido la confianza del Partido en ninguna función ni en ninguno de los trabajos que me ha confiado antes, durante y después de la guerra. Me dirijo a ti, querido camarada, como comunista consciente de mis deberes y de mis responsabilidades, con el fin de aclarar el caso de mi marido.

He leído con mucha atención y reflexión las críticas que has formulado, durante la última reunión del Comité Central, sobre el trabajo del Secretariado, y particularmente sobre la elección de cuadros y la atención que se debe prestar a los camaradas que tienen responsabilidades. Voy a exponerte rápidamente en qué circunstancias y en qué situación, London fue encargado de la Dirección de Cuadros y Personal del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Mi mujer relata a continuación mi biografía desde que me marché de Moscú en 1933, señalando que «durante la clandestinidad, London ha trabajado bajo el control directo de la Dirección del Partido Comunista Francés, ocupando puestos de la más alta responsabilidad». Le habla de la decisión tomada por el Partido Comunista Francés para que me quedase en Francia en la Dirección de la MOI, de mi enfermedad, de mi estancia en Suiza…, para llegar a lo siguiente:

Cuando mi marido fue nombrado Viceministro de Asuntos Exteriores, el Secretariado del Partido no le dio la ayuda ni los consejos necesarios para su trabajo. Después de su nombramiento ha tratado varias veces, en vano, de entrevistarse con Slansky, para discutir con él de su trabajo. Si no me equivoco, desde su nombramiento no ha sido siquiera convocado por Kopriva, que dirigía entonces la Sección Central de Cuadros…

Me he enterado de que mi marido ha sido acusado de haber saboteado la Escuela de Cuadros Obreros, en la reunión de la Organización del Partido del Ministerio de Asuntos Exteriores. Puedo atestiguar ante el Partido y ante ti, querido camarada, el entusiasmo que tenía en la preparación de esta escuela, y también de la ayuda insuficiente que le prestaba el Secretariado del Comité Central para su organización, particularmente en lo que se refiere al reclutamiento de Cuadros. ¡La escuela estaba preparada para funcionar, lo único que faltaba eran los alumnos!

Como las proposiciones del Secretariado del Comité Central se hacían esperar, mi marido decidió poner en práctica el consejo de Stalin a los burócratas: ”Las sillas no tienen piernas para desplazarse…” y envió algunos empleados de la Sección de Cuadros a las provincias, para reclutar a los alumnos con la ayuda de los Comités regionales del Partido. Luego sometió a la Sección Central de Cuadros del Comité Central, las candidaturas seleccionadas de esta forma para que fuesen ratificadas. Si mi memoria no me engaña, el camarada Geminder estuvo de acuerdo con su iniciativa. Así fue como pudo inaugurar la primera escuela. Sé que mi marido fue después severamente criticado durante una reunión de la Comisión de Asuntos Exteriores del Comité Central. Creo que estas críticas fueron expuestas por Slansky, que había hecho suyos los reproches de Sling, Secretario Regional de Brno, contra los métodos de trabajo de mi marido, que él calificaba de «guerrilleros”. A partir de entonces fue la Sección de Cuadros del Comité Central la que recluta los alumnos. Mi marido se quejaba de las dificultades que creaba la selección de Cuadros.

Prosigue:

En lo que se refiere a los hechos sobre los que más hincapié has hecho en tu discurso: los métodos empleados por el aparato del Partido inmiscuyéndose en los asuntos de los Ministerios, pasando por encima de los Ministros y de los Viceministros, y dando órdenes que en ningún momento correspondían a la línea fijada por los Ministros para el trabajo en su Ministerio, pongo en tu conocimiento que London había señalado, desde hace ya cerca de un año, a Geminder, y también 'a Siroky, este grave defecto de los métodos de trabajo. Voy a mencionarte como ejemplo, el hecho siguiente, que puedes verificar fácilmente: el camarada Cernik, responsable de la Sección de Cuadros del Ministerio de Asuntos Exteriores, estaba en contacto con el camarada Pechnik, de la Sección de Cuadros del Comité Central, para todas las cuestiones concernientes a la política de Cuadros. El camarada Pechnik quería que el camarada Cernik utilizase métodos de trabajo que estaban en contradicción con las directrices dadas por Siroky. London dio la orden a Cernik de que trabajase como lo había hecho en el pasado y que informase a Pechnik de esta decisión. Este último dijo a Cernik que no escuchase lo que decía London y que siguiera las directrices del Partido que él mismo –Pechnik– le transmitiría. Mi marido entre tanto, pidió a Geminder que convocase una reunión entre Pechnik, Cernik y él mismo, para discutir estos problemas y terminar con aquellos métodos inadmisibles.

También quisiera mencionarte la cuestión de las intervenciones de los órganos de la Seguridad de Estado, en la vida del Ministerio de Asuntos Exteriores (supongo que ocurrirá lo mismo en los otros Ministerios y Administraciones), intervenciones que concernían particularmente a la cuestión de los Cuadros. Abusando de sus funciones de miembros de la Seguridad, esos hombres se dirigían directamente a los empleados del Ministerio, pasando por encima de los jefes jerárquicos, pidiéndoles informaciones de todo género. Esos métodos de trabajo han creado una actitud de desconfianza, de incertidumbre y de miedo entre los empleados del Ministerio, London ha denunciado tales métodos comunicando a Zavodsky esta manera de proceder. También informó a Siroky, que le dijo que tenía razón y que hablaría con Kopriva y contigo para terminar con todo esto.

Es cierto que esos métodos de trabajo y todas las dificultades que encontraba han desmoralizado a London.

Lise expone a continuación, detalladamente, todo el asunto de mis relaciones con Field, y explica de nuevo su certidumbre de que fui víctima de una provocación y de que hay en el seno del Partido y de la Seguridad enemigos ocultos que, «escudándose en el caso de London, tratan de hacer mucho ruido para que el Partido no se fije en ellos…».

Decía también a Gottwald, que el veintiséis de marzo, dos meses después de mi detención, ella había informado de todos estos problemas, que podían ayudar a esclarecer mi caso, primero verbalmente a Bruno Köhler, y al día siguiente por escrito, al camarada Kopriva, Ministro de la Seguridad.

Yo había pensado que siendo la mujer de London desde hace dieciséis años, y comunista desde hace veinte, sería lógico y absolutamente normal que me interrogasen después de la detención de mi marido, pues conozco bien su vida y su trabajo, así como sus ideas políticas. No cabe duda que como comunista consciente sólo obraré y hablaré para defender los intereses del Partido, informándole de todo lo que sé, aunque fuese desfavorable para mi marido. Creía que mis declaraciones contribuirían al esclarecimiento del caso de London. He escrito, en el mes de junio, a la Seguridad de Estado para solicitar que me interrogasen. El camarada a quien me dirigí me prometió que lo harían próximamente; lo que no se ha producido. En julio he escrito al camarada Köhler, responsable de la Sección de Cuadros, para reiterarle mi demanda de informar al Partido de todo lo que sabía. Expresaba otra vez mi confianza en la inocencia de mi marido y mi confianza en el Partido, que finalmente sabría descubrir la verdad y esclarecer el asunto en el que mi marido se encuentra implicado. Y si esta verdad le fuese desfavorable, me inclinaría como comunista ante la realidad. Y en ese caso, nuestros dieciséis años de vida común e incluso el hecho de que sea el padre de mis tres hijos, no pesarían demasiado en la balanza de mi conciencia.

A esta última carta, escrita con franqueza y honradez, he recibido, con gran estupefacción, la respuesta que reproduzco textualmente:

Partido Comunista Checoslovaco, Secretariado del Comité Central

Ref: IV/Ba/Ka-809

Praga, 13 de julio de 1951

Camarada Lise Ricol Londonova Na Dyrince, 1 Praga 19°

Camarada:

A tu carta dirigida al camarada Köhler, que está actualmente de vacaciones, respondo lo que sigue: quieres comunicar todo lo que sabes sobre tu marido, pero por el tono de tu carta es evidente que te dispones de nuevo a defenderle. Nosotros llamamos a una actitud parecida «obrar en favor del acusado”, y no podemos estar de acuerdo con ella. Te aconsejo que te conduzcas como un miembro disciplinado del Partido y que comuniques tus opiniones al Tribunal, cuando este último juzgue oportuno pedirte que lo hagas.

Con mis saludos de camarada

Baramova

Permíteme, camarada Gottwald, que a eso responda lo que sigue: Al dirigirme a la Sección de Cuadros del Comité Central, lo he hecho convencida de que me dirigía al organismo del Partido encargado de ayudar a sus miembros a resolver sus problemas personales y de Partido. Y la respuesta que he recibido está escrita de tal manera que no parece que venga de la Sección de Cuadros del Comité Central, sino más bien del despacho del Fiscal de Estado y dirigida a un testigo falso.

Ostento mi título de comunista con orgullo y estoy convencida de que toda mi vida, todo mi trabajo y mi actitud me dan el derecho de llevar la cabeza muy alta, y no puedo permitir que la camarada Baramova ni ningún otro me traten de esta manera.

De lo que me escribe la camarada Baramova: ”Nosotros llamamos a una actitud parecida, obrar en favor del acusado”, se deduciría que no es admisible que un comunista exprese su opinión al Partido si dicha opinión no concuerda con la que se tiene generalmente en un momento dado. Esto significaría, ni más ni menos, amordazar la crítica y contribuir a la creación de una atmósfera de temor que impediría cualquier manifestación de responsabilidad personal.

Yo creo que una actitud semejante se opone directamente a lo que tú dices y enseñas; a saber, que cada miembro del Partido debe dirigirse con fe y entera confianza al Partido y someterle todos sus problemas y pensamientos. Una actitud como la que tiene respecto a mí la Sección de Cuadros, hace imposible que los camaradas se confíen francamente al Partido.

Te ruego, querido camarada, que hagas lo necesario para que el Partido me escuche, para poderle decir todo lo que sé sobre el caso de mi marido.

En los últimos tiempos, antes de su detención, la vida personal de mi marido me ha causado algunos sufrimientos. A pesar de eso, mi confianza política en él no se ha quebrantado. Esta confianza reposa sobre el hecho de que toda su actividad política se puede comprobar, y dieciséis años de vida en común, me han dado la posibilidad de verificar, en períodos a menudo muy difíciles, su fidelidad inconmovible al Partido.

Estoy segura de que no me dirijo a ti en vano, y tengo una confianza absoluta, sobre todo ahora que la Dirección del Partido está concentrada enteramente en tus manos, en que el Partido resolverá de una manera justa todo el asunto.

Saludos

Lise Ricol Londonova

La última frase de Lise hacía alusión al traslado de Slansky del Secretariado General del Partido, a la Vicepresidencia del Consejo.

Es difícil, imaginarse la reacción de Gottwald al leer esta carta. El ya sabía cuáles eran las acusaciones que pesaban sobre Slansky y Geminder. Pero esta carta franca e ingenua hubiera debido, en cierto modo, incitarle a prestar atención, si hubiese sido capaz de leerla objetivamente. Debería haberle demostrado la inexistencia de la conspiración en la que se me quería comprometer, ya que Lise, ignorando todo lo que se tramaba, desmontaba casi el mecanismo. Pero Gottwald estaba ya demasiado ligado a todo el proceso de represión para escuchar el menor análisis «en favor del acusado».

Una docena de días después de haber depositado personalmente esta larga carta en la secretaría del Presidente Gottwald, en Hradcany, Lise fue convocada a la sede del Comité Central. El firmante de la convocatoria la recibió y la introdujo en un despacho. Un segundo personaje llegó algunos minutos después y se instaló detrás de la mesa. Su primer gesto fue encender una lámpara y proyectar la luz sobre el rostro de mi mujer. «Usted ha solicitado una entrevista. Hable ¿Qué tiene que decir?». A pesar de la sorpresa que le causó una acogida semejante, Lise tuvo, sin embargo, un momento de loca esperanza: el acento del hombre que le hacía cara era ruso, (tengo la impresión por la descripción que Lise me hizo, de que debía tratarse de Janousek). Mi mujer pensaba que los soviéticos, habiendo barruntado lo que ocurría en el país, habían decidido hacer una contra-investigación y que gracias a ellos la verdad saldría a la luz. ¿Acaso no había ella intentado alertar a la Dirección del Partido Comunista Bolchevique, algunos meses después de mi detención, enviando un informe con mi biografía y con toda clase de informes sobre mis actividades en España, en Francia, en los campos de concentración y en Praga? Hablaba del asunto de Field situándolo en la realidad de los hechos. Había entregado ese informe a una muchacha que se había criado en la URSS y que trabajaba al servicio del Ministerio de Asuntos Exteriores. Lise había conseguido verla gracias a un voluntario veterano de España. Pretendía estar en contacto directo con el embajador soviético… Mi Lise estaba muy contenta de haber encontrado este conducto, que llegaba directamente –sin duda alguna– ¡a los consejeros soviéticos…!

Allí estaba pues mi mujer, recapitulando los diferentes puntos de su larga carta a Gottwald. Añadió ciertos detalles o hechos complementarios. Hablaba con toda convicción. ¡Era tan fácil verificar a ciencia cierta todas mis actividades! El hombre, impasible e inmóvil como una estatua, no decía ni una palabra. Cuando Lise se calló, esperando que le hiciese preguntas, dijo: «¿Es eso todo?». Lise, desorientada, empezó de nuevo sus explicaciones, tratando de atenerse a los puntos más importantes de la conversación. Pero ante el mutismo de su interlocutor, que no movía ni un solo músculo de la cara y cuya mirada inexpresiva no se apartaba de sus ojos sin pestañear, Lise terminó por callar. Sin embargo, le preguntó: «¿Podrá usted decirme de una vez por todas lo que hay contra mi marido? ¿De qué se le acusa? Hace cerca de ocho meses que está detenido y sigo ignorando los motivos, como el primer día. Las tres cartas suyas que he recibido no dicen nada. Usted debe saber si es culpable o inocente y yo, tengo derecho a conocer la verdad, tanto por ser su mujer, como por ser comunista».

El hombre respondió entonces: «No hay acusación contra tu marido. Sigue estando en detención preventiva y la investigación no ha terminado. No es del todo imposible que salga libre. Lo mejor que puede usted hacer es tener paciencia y seguir escribiéndole. Si las cosas se agravan para él, el Partido te informará y te ayudará».

Lise que se agarraba a la más pequeña brizna de esperanza, no cabía en sí de alegría. Después de ocho meses, no estaba considerado como un acusado. Todavía no se había perdido nada; los verdaderos responsables serían desenmascarados. Todo se aclararía. Y su ingenua confianza, era aún mayor por los cambios importantes que se habían producido en aquellos momentos en la Dirección del Partido. Y además, por primera vez, ¡la habían escuchado!

El último encuentro de Lise con André Simone, hacia finales de noviembre de 1951, refleja bien las ilusiones que persistían todavía en la mente de muchos camaradas. Simone vivía con su mujer cerca de nuestra casa. Lise y sus padres le veían algunas veces, por casualidad, yendo de paseo y haciendo compras. En lugar de huirles, como hacían desgraciadamente la mayor parte de nuestros antiguos conocidos, él les manifestaba su simpatía y les decía siempre algunas palabras para darles ánimo. Una tarde –después de que la noticia de la detención de Slansky el veintitrés de noviembre de 1951, fuese ya de dominio público–, mi mujer se encontró con él en el vagón del tranvía que había tomado en la plaza Venceslas. Simone le llamó y ella se sentó a su lado.

«Pronto se terminarán todas tus desdichas», le dijo de golpe. «Con la detención de Slansky las cosas están claras. Es él quien tiene la responsabilidad de la detención de tu marido y de otros muchos camaradas. Si ha sido detenido es porque Gottwald ha comprendido por fin sus manejos. «Yo acabo de escribir un largo informe para Klement Gottwald, apoyándome en numerosos hechos, que contribuirá a desenmascarar la política nefasta, practicada por Slansky y su camarilla. Tú estás al corriente de que Gottwald ha estigmatizado la política de Cuadros del Secretariado del Partido durante los últimos meses. Yo mismo he estado literalmente perseguido. Pero ahora estoy seguro de que vendrá pronto el desenlace del período negro que hemos conocido. ¡Ten confianza Lise, las cosas se arreglarán pronto para todos nosotros!» Luego le explicó las vejaciones que había sufrido durante largos meses, y cómo había sido víctima de una verdadera discriminación. «Aquella tarde –me contó mi mujer– estaba muy alegre, optimista, rejuvenecido diez años. Me daba la impresión del luchador que se prepara para bajar a la arena…».

Éramos todos militantes con muchos años de Partido, habíamos acumulado una experiencia rica y variada en los diferentes sectores del movimiento comunista internacional. Y sin embargo, vivíamos fuera de la realidad, en nuestros sueños. En los momentos difíciles, agarrándonos a nuestras ilusiones, esperábamos un milagro, negándonos a ver una verdad que nos daba miedo y que queríamos ignorar.

Algunos meses después de este último encuentro con Lise, André Simone fue detenido. Un año más tarde sería uno de los catorce acusados en el «Proceso de los dirigentes del núcleo de conspiración contra el Estado», al lado de Slansky, y considerado como su cómplice.