Capítulo VI

Ahora soy interrogado por Kohoutek en persona cada día. Creo que al fin me va a ser posible colocar el problema de los voluntarios veteranos de las Brigadas bajo su verdadera luz. Continúo contestando de la manera más franca, más verídica. Hablo de hechos, de acontecimientos que conozco bien por haberlos vivido personalmente o por haber sido informado por los camaradas interesados en el transcurso de mis actividades.

Un día, Kohoutek me vuelve a poner delante papel y lápiz y me ordena escribir a mano, todo lo que concierna a mis contactos y a los de los otros voluntarios con Slansky. «Todo será meticulosamente verificado por la Dirección del Partido y por Gottwald», me dice. Escribo con detalle cómo se realizó, en julio y agosto de 1945, el regreso de los voluntarios veteranos que habían tomado parte activamente en la Resistencia francesa.

Fue mientras hacía reposo en una casa de los FTPF que supe, por una carta de Tonda Svoboda, que había llegado un telegrama firmado por Slansky, pidiendo el rápido regreso a Praga de los Cuadros Comunistas Checoslovacos, particularmente Holdos, Svoboda, Zavodsky, etc.

Su partida tuvo lugar con el acuerdo del Partido Comunista Francés, del cual eran miembros hasta entonces. Bajo la firma de Jacques Duclos, se expidió una carta al Secretariado del Partido Comunista Checoslovaco, confirmando su pertenencia al Partido Francés durante la guerra y hasta su partida.

Cuando volví a París todos estaban ya en Praga, salvo Svoboda, que se marchó algunos días más tarde.

Hasta la primavera de 1946, no entré en contacto con Slansky. Durante un descanso en la sesión del VIII Congreso del Partido Comunista Checoslovaco, hice de intérprete para una corta conversación que tuvo con Jacques Duclos. Me preguntó si yo era London. Ante mi respuesta afirmativa, dijo haber oído hablar mucho de mí y que estaba deseoso de que le hiciese una visita a su despacho antes de regresar a Francia.

Fui a verle la víspera de mi partida. Me recibió en compañía de Dolansky, miembro de la Oficina Política y, en aquel momento, responsable de la Sección Internacional del Comité Central.

La conversación duró cerca de una hora. Giró sobre los diferentes problemas sobre los que el Partido Comunista Francés había informado a Slansky por carta. Este último quería tener los detalles de las divergencias que habían existido, después de la liberación de Francia en 1944, entre la Dirección del Partido Comunista Francés y ciertos camaradas checoslovacos.

A mi regreso de Alemania en 1945, tuve conocimiento del desacuerdo político manifestado por algunos de los voluntarios veteranos de las Brigadas, miembros de la Dirección del grupo de lengua checoslovaca del Partido Comunista Francés. Bajo la influencia de la Dirección de la Emigración Comunista Checoslovaca en Londres, habían comenzado a colocar en Francia, particularmente en el Norte y en el departamento del Paso de Calais, en los que había una fuerte emigración económica, organizaciones del Partido Comunista Checoslovaco.

La Dirección del Partido Comunista Francés, había condenado esta acción, los emigrados económicos y políticos organizados en el Partido Comunista Francés fueron sometidos a su disciplina y debían aplicar sus directrices como cualquier adherido francés. Nadie tenía derecho a interferir en los asuntos interiores del Partido Comunista Francés, y sobre todo a crear organizaciones de un Partido Comunista extranjero en Francia.

Esta diferencia se arregló poco después. Sin embargo, el Secretariado del Partido Comunista Francés, había informado a su homólogo checoslovaco reiterando su posición de principio sobre este problema.

Slansky me habló a continuación, de tres camaradas sancionados por el Partido Comunista Francés, por su conducta durante la guerra, y que a pesar del sobreaviso contra ellos, ejercían en Checoslovaquia funciones importantes. Como yo expresé mi extrañeza, Slansky había respondido que todas esas historias pertenecían al pasado, que era preciso dar a cada uno el medio de demostrar su valor, hoy día, en la nueva situación del país, sobre todo teniendo en cuenta que el Partido tenía necesidad de cuadros experimentados.

Abordando el problema de los veteranos de España que habían regresado al país, Slansky me dijo que, a su entender, algunos no ocupaban las funciones correspondientes a sus capacidades. Esperaba que en un próximo futuro serían promocionados a puestos más importantes en los que rendirían grandes servicios. Me había citado particularmente a Pavel, Hromadko, Svoboda, Zavodsky, Nekvasil…

Al final de la conversación, Slansky me preguntó si yo no aceptaría volver a Praga para trabajar en el aparato del Partido. Rehusé explicándole por una parte, mi situación familiar y por otra, los lazos que me unían al Partido Comunista Francés en el seno del cual militaba desde hacía ya muchos años y donde me sentía bien asimilado. Slansky insistió diciéndome que, si volvía, podría trabajar en la Sección de Cuadros del Comité Central como adjunto del camarada David. Eso sería, había añadido él, un excelente refuerzo de esta sección, puesto que Gottwald y él mismo, consideraban a David como un incapaz que era necesario pensar en reemplazar. En realidad sería yo quien dirigiría prácticamente el trabajo de esta sección.

Me dijo también que había colocado a Nekvasil como adjunto de Vodicka en la sección militar, en la cual la situación era idéntica a la de la Sección de Cuadros. Sin embargo, reprochaba a Nekvasil su manera de proceder. En lugar de trabajar para reforzar la sección, perdía el tiempo buscando pelea con Vodicka y tratando de demostrarle su incapacidad.

Para terminar, me anunció que próximamente se celebraría en Praga un Congreso Europeo de Resistentes. Esperaba que Praga fuese elegida como sede de la futura Federación Europea de Resistentes, lo que reforzaría, según él, la posición del Partido en el país, dado el papel de primer plano que tuvo en la lucha de resistencia. Me rogó que hablase de ese proyecto en París y que volviese al día siguiente para hacerme cargo de la carta que iba a escribir a la Dirección de la Asociación de los FTPF, sobre este problema. Con este motivo tuve que verle por segunda vez, un momento antes de tomar el avión.

En aquella época, me había extrañado mucho que el problema de cuadros se tratase con tanta desenvoltura. Sin embargo, acostumbrado desde hacía mucho tiempo a los métodos de trabajo del Partido Comunista Francés, alejado durante tantos años de Checoslovaquia y no conociendo bien su situación en aquella época, no me consideraba capaz de juzgarla correctamente.

En otoño de 1946, fui a Praga para consultar con los Ministerios de Cultura y de Asuntos Exteriores, los problemas relativos al semanario Paralelo 50 y a la Oficina de Información checoslovaca en París.

Fue en esta ocasión cuando vi a Slansky por tercera vez. Le rogué que me recibiese para expresarle mi indignación contra la utilización abusiva de mi nombre por el Ministerio de Defensa en una carta dirigida al agregado militar checoslovaco en París, Mikse. Era este último el que me había advertido. Nos conocíamos bien desde España donde había combatido en las Brigadas Internacionales. Me aconsejó que me quejase cuando tuviera la ocasión de ir a Praga, y me sugirió que me dirigiese a Slansky, que podría ser el intérprete de mi protesta como miembro diputado de la comisión parlamentaria de la Defensa Nacional.

En el transcurso de esta entrevista, Slansky me había dado la razón y me prometió hacer lo necesario. Y cumplió su palabra.

Antes de despedirnos me interrogó sobre la situación política en Francia, delante de Geminder, que dirigía en aquellos momentos la Sección Internacional del Comité Central.

Tanto el uno como el otro, lamentaban vivamente que Praga estuviese tan mal informada de la situación en Francia y me preguntaron si aceptaría el cargo de corresponsal de la revista de política internacional Svetove Rozhledy, editada por el Comité Central. Yo acepté su proposición.

Es así como relato las conversaciones y los contactos que tuve en el pasado con Slansky. Pero cuando Kohoutek se entera de lo que he escrito se enfada y se marcha, diciendo que tiene que consultar con sus «jefes».

Cuando vuelve al cabo de una hora, me dice que sus jefes rechazan mis formulaciones. Rompe las páginas que he escrito.

«Yo me dirijo a usted en nombre del Partido, y usted encuentra la forma de escribir un mal folletín. Si persiste en tal actitud nos dará la prueba de que trata todavía de mentir al Partido y de proteger a hombres que conocemos perfectamente como culpables, puesto que tenemos en nuestras manos todos los hilos de la conspiración contra el Estado. ¡Usted sabe muy bien que un simple capitán de la Seguridad como yo no podría permitirse el lujo de interrogarle sobre el Secretario General del Partido! ¡Usted sabe muy bien que si no tuviera la orden de las autoridades superiores del Partido no podría hacerlo! Ya le he mostrado el material contra Slansky, y usted ha podido ver que algunos documentos se remontan a varios meses. Si el Partido ha decidido ahora llevar este asunto hasta el final, a pesar de la categoría de Slansky, es porque tiene pruebas graves e irrefutables contra él. Es menester que tenga confianza en el Partido y que se deje guiar por él. No le hablo como capitán de la Seguridad, se lo repito una vez más, sino en nombre del Partido. Si se niega a conducirse según los intereses del Partido, utilizaremos métodos de los que no tiene todavía ninguna idea. ¡Podría suceder que no saliese vivo de aquí!».

Luego añade que mis «confesiones» y las de los otros voluntarios, mis cómplices, no podrán ser rectificadas en ningún caso; que ya están firmadas, aunque les falta mucho para estar completas. Slansky conocía la existencia del grupo trotskista, del que ya he confesado ser el cabecilla. ¿La prueba? Pues que conociendo la actividad enemiga de los voluntarios veteranos, no tomó ninguna medida disciplinaria contra ellos. Por el contrario, nos había amparado a todos conscientemente, incluyéndome a mí y a mi historia de espionaje con Field, y nos promocionó a puestos muy importantes en el aparato del Partido y del Estado porque éramos sus cómplices…

Durante los días siguientes, hasta principios de agosto, Kohoutek actúa conmigo como el pescador que ha conseguido enganchar a su pez y le conduce lentamente, centímetro a centímetro, a pesar de sus saltos, sobresaltos y la defensa desesperada que le opone, hasta el salabre.

El envío del telegrama de Slansky a París en 1945, pidiendo el regreso urgente de los voluntarios veteranos a Praga; mi conversación con él en 1946, durante la cual me habló de su intención de colocar a algunos de ellos en cargos más importantes, constituyen ahora la «prueba» de la complicidad criminal entre los voluntarios veteranos encarcelados, Slansky y yo.

Ahora Mikse se convierte en cómplice de Slansky, y la famosa carta que me leyó en París, es un medio de presión para conseguir mi participación en los planes criminales de Slansky.

Los artículos enviados para Svetove Rozhledy y otros periódicos del Partido, se transforman ahora en: «Sabotaje y espionaje, por cuenta de Slansky, en el movimiento progresista francés».

La carta que yo tenía que entregar a la Asociación de los FTPF en París, proponiendo la elección de Praga como sede de la futura Federación Europea de Resistentes, constituye la prueba de mi complicidad con Slansky, «con el propósito de reforzar su posición personal en Checoslovaquia explotando, en su favor, el movimiento de resistentes», pues «se le considera su organizador, basándose en su corta estancia en territorio checoslovaco durante la sublevación nacional eslovaca…».

Cuando, en un principio se me interroga sobre la conversación que tuve con Slansky en 1946, declaro que había tenido lugar en presencia de Dolansky. Al comienzo se registra así esta circunstancia. Esa misma declaración, redactada de nuevo un poco más tarde, ya no hace mención de ello.

Como subrayo que Dolansky había sido testigo de la entrevista con Slansky, Kohoutek dice que no mencionará de ninguna manera el nombre de Dolansky en la declaración; que no le han encargado de interrogarme sobre él, sino sobre Slansky, y por eso formula la cuestión de la siguiente forma: «Aprovechando una corta ausencia de Dolansky, Slansky me pregunta…».

En las declaraciones siguientes, el nombre de Dolansky se suprime completamente y no queda más que la conversación entre «dos cómplices».

Una conversación de cerca de una hora y una visita de cinco minutos al día siguiente, Ruzyn la transforma: «una conversación que duró dos días, con intervalos…».

Así, poco a poco, gracias a las acrobacias del lenguaje, a las interpretaciones tendenciosas, a las falsificaciones descaradas, toma cuerpo el acta sobre «mis actividades enemigas y mi complicidad con Slansky».

Por este juego de magia, el grupo trotskista de los voluntarios veteranos de las Brigadas Internacionales –primera elaboración de la Seguridad y primera etapa– se convierte ahora en parte integrante del «núcleo de conspiración contra el Estado».

Así «nuestro grupo», primero independiente y que debía dar lugar originalmente al montaje de un proceso similar al de Rajk, no es ahora más que una ramificación del «núcleo»; y si yo, como jefe de grupo, paso a ser uno de los catorce dirigentes del «centro de conspiración contra el Estado, dirigido por Slansky», «mis cómplices» serán integrados y juzgados en otros pleitos subsecuentes del Gran Proceso, salvo Pavel, que será juzgado solo. En cuanto a Laco Holdos, permutará la acusación de «trotskismo» por la de «nacionalismo burgués eslovaco», y será condenado como tal en 1954, con el grupo de Novomesky, Husak, etc.

En el momento en que firmé mis primeras «confesiones», estaba ya en un estado de agotamiento físico y moral lamentable. La reiteración del «tiovivo» me ha conducido más allá del límite de la resistencia humana. La idea de que esta vida miserable todavía va a durar más, es insostenible. No puedo más, estoy al límite. Ya no tengo fuerza física ni moral para seguir luchando, para negar y todavía menos para retractar mis primeras «confesiones».

Y sin embargo, algo en mí se sigue resistiendo.