¡Cómo he sido tan ingenuo para creer, por un solo instante, que mis inquisidores se contentarían con mi «confesión» de culpabilidad en lo que se refiere al «grupo trotskista» de los voluntarios veteranos y al contacto que había tenido con Field! Yo había creído que esta confesión sería suficiente para hacerme un proceso. ¡Ahora sé que no ha servido más que de trampolín para proyectarme más lejos!
Los referents sucesivos refuerzan de ahora en adelante su presión para hacerme confesar que no había esperado a estar en Francia para desarrollar una actividad trotskista. Que ya en España era un agente de Trotsky.
«Igual que no existe la generación espontánea, su convicción trotskista no se ha manifestado de un día para otro. ¡Qué mejor terreno de cultivo que España para usted! Confiese que ya era trotskista en España, pues si hubiese sido allí un buen comunista lo continuaría siendo. Y sobre todo, no me diga que lo es. Ya ha confesado su responsabilidad en su grupo trotskista de Francia, y después ha reconocido que había estado en contacto durante la guerra con Pavlik, desenmascarado como trotskista y agente americano en el proceso Rajk…».
Un día Kohoutek continúa la demostración de sus referents: «No fue en España donde se volvió usted trotskista, ya lo era durante su estancia en la URSS…».
Como se da cuenta, a pesar de los prodigios de imaginación que despliega para hacerme confesar, que no lo conseguirá, me declara cínicamente: «Es así como juzgan su caso nuestros amigos soviéticos. Debo pues, necesariamente, incluir algo en este sentido en el acta…».
Sabe que he vivido algunas semanas en el hotel Lux de Moscú, en los tiempos del primer proceso contra Zinoviev y Kamenev en 1935. En esa época se ejecutaron varias detenciones. Escribe pues: «Ya en Moscú, habitaba en un hotel en el que fueron detenidos muchos trotskistas».
Esta declaración me parece tan estúpida que la dejo pasar con cierta satisfacción interior. ¡El ridículo mata! Ningún responsable que lea tales declaraciones podrá tomarlas en serio. En efecto, en los mismos años 1934-1937, y aun después, fueron nada menos que Gottwald, Slansky, Kopecky, Geminder y otros dirigentes del Partido los que habitaron en ese mismo hotel. ¿Es esa la prueba de su trotskismo? Espero que leyendo este pasaje, empezarán a dudar del valor de tales «confesiones».
Durante un tiempo voy a esforzarme en utilizar esta táctica para desacreditar las actas, pues cuento –y es lo que se afirma aquí diariamente– con que mis «confesiones», serán examinadas por un órgano responsable del Partido, compuesto por los camaradas más calificados de la Oficina Política y del Secretariado.
Un día reconozco, por ejemplo, ser responsable del nombramiento de Kratochvil, como embajador en Nueva Delhi; del de Fischl en Berlín y de otras decisiones de este tipo que eran de la competencia directa de Gottwald y del Ministro, diciéndome a mí mismo que sería imposible que Gottwald, ante aquello, no se diera cuenta de las mistificaciones de los hombres de Ruzyn.
De la misma forma, ¿cómo habría podido yo suponer que Köhler y Siroky, dejarían pasar estas «confesiones» en las que se me imputaban como crímenes, acciones que yo había realizado en 1939-1940 en Francia, siguiendo sus directrices, sus órdenes directas? «Creía que tendrían el coraje de decirlo y de rechazar tales acusaciones.
Cada examen objetivo de mis «confesiones» habría debido hacerles comprender que eran falsas, escritas bajo amenazas.
Esperaba que de esta forma el Partido sería alertado y rectificaría. Me equivoqué. Los dirigentes del Partido no pueden beneficiarse, como circunstancia atenuante, de aquel adagio: «Cuanto más grande es la mentira, más probabilidades tiene de ser creída», pues les constaba, particularmente en este caso, que mis «confesiones» no eran más que falsedades de las que ellos tenían la clave.
He aquí, por ejemplo, lo que se le hará decir a Margolius, en su declaración en el proceso:
El fiscal: «La investigación ha probado igualmente que usted ha cometido también actividades subversivas negociando, en 1949, el acuerdo comercial y político con Inglaterra».
Margolius: «Sí. Concluí este acuerdo en 1949, según las instrucciones que había recibido de Lóbl. El carácter nocivo y subversivo de este acuerdo, residía sobre todo en el hecho de que procurábamos grandes ventajas a los capitalistas británicos».
El fiscal: «¿En ese acuerdo, ha consentido usted igualmente el pago de antiguas deudas contraídas antes de Munich?».
Margolius: «En el término del acuerdo de compensación, he comprometido a la República Checoslovaca a pagar las deudas contraídas antes de Munich y durante la guerra, en parte por el Gobierno de antes de Munich y en parte por el Gobierno emigrado a Londres. Igualmente he consentido por otra parte, que se pague también a los capitalistas privados las deudas para las que existía una garantía del Gobierno de antes de Munich. Estas deudas debían ser pagadas, sobre todo, por exportaciones de productos de cuero y textiles, fabricados con materias primas importadas y pagadas en libras esterlinas. Esto significa, prácticamente, que los productos fabricados a base de esas materias primas importadas eran expedidos gratuitamente al Reino Unido…”
En lo concerniente a este acuerdo y a todos sus aspectos, así como lo que se relaciona marginalmente con él, como Viceministro de Asuntos Exteriores, tuve la ocasión de conocer los diferentes telegramas cambiados entre Margolius (por mediación de la embajada de Londres) y Gottwald, Dolansky, Vicepresidente del Consejo, y Gregor, Ministro de Comercio Exterior. De este intercambio de telegramas, estaban también al corriente los otros Viceministros de Negocios Extranjeros y muchos funcionarios de mi Ministerio así como del de Comercio Exterior.
En este caso, Margolius no había hecho más que aplicar las órdenes recibidas de Gottwald, de Dolansky y de Gregor para llegar al cierre del acuerdo comercial con el Reino Unido, que está en cuestión aquí. Sin embargo, los tres han dejado bautizar como crímenes, por los consejeros soviéticos y los hombres de Ruzyn, las negociaciones realizadas por Margolius, y han dejado acusar y condenar a muerte a este último sin oponer el menor mentís.
Se pueden encontrar hechos semejantes en la acusación realizada contra los catorce acusados…
Fue una táctica de los consejeros soviéticos, definir como «crímenes» las tareas, los tratados, las negociaciones, las actividades realizadas por los más altos dirigentes del Partido y del Estado, o siguiendo sus directrices, haciendo responsables a los acusados; así, tenían suspendida la espada de Damocles sobre Gottwald y los otros dirigentes, para hacerles temer por su propia suerte y transformarles en instrumentos dóciles ligados por su perjurio.
Ahora los referents se obstinan en buscar el origen de mi trotskismo. Lo encuentran: es porque antes era anarquista…
Se sirven para este fin del relato que había hecho, por honradez, en mi biografía escrita para el Comité Central, después de mi regreso a Praga a finales de 1948, de mi tentativa –a los dieciséis años– de dinamitar la prefectura de Ostrava con mis camaradas. Como ya lo he relatado, aquello había quedado en el plano de las intenciones, gracias a la vigilancia del Secretario Local del Partido. Ensartan en esta historia de chavales un completo pasado anarquista. He entrado realmente en otro mundo en el que nada tiene el mismo sentido ni el mismo valor.
Los esfuerzos conjugados de Kohoutek y de Doubek van a producir la siguiente formulación, que es en sí misma una pequeña obra maestra de modificación de una verdad parcial en una enorme mentira: «Mis tendencias anarquistas continuaron en España. Me sentía mucho más cerca y tenía más estima por los dirigentes anarquistas que por los del Partido…».
Como me resisto, Kohoutek y Doubek responden al unísono: «Dada su actividad anarquista durante su juventud, queda excluido que usted haya podido tener otra posición en España», o bien: «Cuando una vez en la vida, se han profesado opiniones anarquistas, se las conserva siempre. ¡Confiese pues que en España, se sentía más cerca de los anarquistas que de los comunistas!».
Y añade: «Además, es puramente formal lo que le pedimos aquí. Es simplemente para completar su perfil. Además, no podrá ser juzgado sobre estas bases, pues a los ojos de nuestra ley, eso no es un delito punible».
Porque lo importante, y ellos lo saben, es minimizar la gravedad de la confesión que quieren arrancarme. Así que su último argumento es este: «Además, esto no es más que un protocolo administrativo y no está destinado al tribunal». Porque, según ellos, hay actas puramente materiales, hojas de papel firmadas únicamente para el expediente, para el papeleo; para dejar constancia que tal día tal cosa ha sido escrita. Es verdaderamente el reino de la burocracia.
Pero de acta en acta, poco a poco las formulaciones van cambiando… Se modifican. Se apartan de su sentido inicial. No se trata en modo alguno de hechos, ni de la verdad, sino simplemente de formulaciones. El mundo de la escolástica y de las herejías religiosas. Aquí también hay formulaciones heréticas; se trata de obtener del culpable designado que llegue, de confesión en confesión, a admitir las formulaciones que harán de él un culpable. Así, los equipos de Ruzyn, hechos de hombres cínicos y a menudo primitivos, consiguen por su mecánica obstinación, repitiendo día tras día las actas administrativas, «mejorando» día tras día su redacción por medio de una infinidad de retranscripciones, desgastar tu resistencia. Dejas de luchar por una palabra, porque el resto de la frase no tiene ningún sentido para ti. Y esta palabra que concedes va a entrañar otra frase, otra palabra que se te propondrá, que se te impondrá.
Esta es la forma como va tomando cuerpo mi pasado anarquista y trotskista. El cual no podía conducir más que a una actividad de espionaje, según el gálibo exacto de los procesos de Moscú.
Pero hay un terreno en el que esta batalla de las formulaciones cesa de improviso de parecer inocente, y es el del antisemitismo.
Al principio de mi detención, cuando me encontré ante un antisemitismo virulento, propiamente hitleriano, podía pensar que se trataba de algunos individuos. Para un trabajo tan sucio, la Seguridad no debía reclutar santos. En el presente sé, que este espíritu, aunque se manifiesta de manera esporádica durante los interrogatorios, obedece a una línea sistemática.
En cuanto aparece un nombre nuevo, los referents insisten de averiguar si no se trata de un judío. Los más hábiles plantean la pregunta así: «¿Cómo se llamaba antes? ¿No ha cambiado de nombre en 1945?». Si la persona es realmente de origen judío, los referents se las arreglan para incluirlo en un acta, bajo uno u otro pretexto que puede muy bien no tener absolutamente nada que ver con las cuestiones tratadas. Y delante de ese nombre colocan el calificativo ritual de «sionista».
Se trata de acumular en las declaraciones el mayor número posible de judíos. Cuando cito dos o tres nombres, si hay uno que «suena» a judío, no se transcribirá más que eso. Este sistema de repetición, por primario que sea, acabará por dar la impresión deseada, a saber: que el acusado no tenía contacto más que con judíos, o al menos con una proporción significativa de judíos.
Más aún: no se trata jamás de judíos. Por ejemplo, cuando me interrogan sobre Hajdu, el referent me pide crudamente que precise, para cada uno de los nombres que surgen en el interrogatorio, si se trata o no de un judío. Pero cada vez, el referent, en su trascripción reemplaza la denominación de judío por la de sionista. «Estamos en el aparato de seguridad de una democracia popular. La palabra judío es una injuria. Por eso escribimos: «sionista». Yo le hago observar que «sionista» es un calificativo político. Me responde que no es verdad y que ésas son las órdenes que él ha recibido. Y añade: «Además, en la URSS, la utilización de la palabra judío está igualmente prohibida. Se habla de hebreos». Le demuestro la diferencia que hay entre «hebreo» y «sionista». No hay nada que hacer. Me explica que la palabra hebreo suena mal en checo. Y tiene la orden de poner «sionista», eso es todo.
Hasta el final ese calificativo de sionista quedará así acoplado a los nombres de hombres y mujeres que no han tenido jamás nada común con el sionismo. Cuando redacten el sumario, «para el tribunal», los referents se negarán a rectificar las actas administrativas. Lo que está escrito, escrito está.
Más tarde organizarán una «caza de brujas». Multiplicarán las medidas discriminatorias contra los judíos bajo el pretexto de que son extraños a la nación checoslovaca, como cosmopolitas, como sionistas y por tanto, más o menos comprometidos en asuntos turbios de contrabando y de espionaje.
En los primeros tiempos se trataba de ver quién era más antisemita. Un día replico a uno de ellos que incluso situándome en su punto de vista, no veo cómo aplicarlo al grupo de voluntarios veteranos que, a parte de Vales y yo, no cuenta con ningún judío. Me responde con la mayor seriedad: «Usted olvida a sus mujeres. Son todas judías, y eso es lo mismo».
Existe en Ruzyn, a este respecto, toda una teoría que he oído explicar a menudo a Kohoutek y a los otros referents: «En una pareja la mujer siempre domina. Si ella es aria y el marido judío este último pierde su carácter original para adaptarse al de su mujer. ¡Ése es su caso, señor London…! Si por el contrario, un ario se casa con una judía, cae indefectiblemente bajo su influencia y se hace filosemita. Esto juega además, un papel importante en el asunto que instruimos, pues entre nuestros compatriotas emigrados durante la guerra al Oeste, muchos han vuelto al país provistos de esposas judías…».
«Svoboda no es judío. ¿Pero y su mujer? ¡Es una judía de Besarabia…! ¡Hrornadko no es judío, pero su mujer si lo es! Zavodsky, Pavel y tantos otros están en el mismo caso… ¿Qué es lo que prueba esto? Que allí donde la judería no ha conseguido penetrar directamente, lo ha hecho indirectamente enganchándoles mujeres judías…».
Cuando escriban mi sumario para el tribunal y pongan: «nacionalidad judía» (como a diez de los catorce acusados), preguntaré a un referent cómo han llegado a tal definición, tanto más, cuanto que mi padre y yo somos ateos. Me responderá doctamente invocando la obra de Stalin sobre el problema nacional, de la que me citará las cinco condiciones, y terminará afirmando que eso corresponde a la definición de «nacionalidad judía». Más tarde esta formulación se convertirá en: «de origen judío», como consecuencia de no sé qué intervención, y así figurará en las actas del Proceso.