Ignoraba totalmente las batallas que Lise sostenía en el Partido, por mí y para asegurar la vida de los suyos. Batallas que yo no conocería hasta que todo estuviese concluido. Pero me resulta necesario hacerlas figurar aquí, porque muestran el reverso de lo que nosotros vivíamos en Ruzyn; los responsables del Partido se ocuparon de nuestro caso, forzados a reflexionar, forzados a meter la nariz en sus propios métodos porque Lise, con su fe de carbonera en el Partido, en el Comunismo…
He aquí la carta que escribió a Slansky el quince de marzo de 1951, seis semanas, por tanto, después de mi detención:
Hace ya más de un mes que le he pedido una entrevista. Su secretaria me ha respondido por teléfono que estaba usted muy ocupado con la preparación del Comité Central y que usted mismo me haría saber cuándo le sería posible recibirme. El tiempo pasa. Como no llega nada, me he permitido escribirle para que se acuerde de mí.
Hace veinte años, camarada Slansky, que llevo con orgullo el título de comunista. Nunca lo he desmerecido. Mi padre, que vive aquí con mi madre, es miembro del Partido desde 1921. En varias ocasiones, Maurice Torez le ha citado como ejemplo de obrero veterano, honesto, fiel a su clase y a su Partido. Si le recuerdo esto, es para que pueda usted comprender cuan doloroso es para nosotros la prueba que soportamos actualmente; tanto más, cuando que todavía permanecemos en la ignorancia más absoluta de la suerte de Gérard, y de la razón que ha motivado la medida tomada contra él.
Camarada Slansky, comprendo que tenga un trabajo abrumador como Secretario del Partido, pero creo que, en determinadas circunstancias, es también su deber recibir y escuchar a un miembro del Partido…
En el mes de marzo, Lise supo por su chofer, que siempre le custodiaba como un ángel de la guarda aferrado a cada uno de sus pasos, que una reunión plenaria de la Organización del Partido en el Ministerio de Asuntos Exteriores, presidida por Viliam Siroky, había servido de pretexto para desencadenar un ataque en toda regla contra mí. Algunos días después, ella escribió de nuevo al Secretario del Partido y a Bruno Köhler:
…habiendo interrogado a un camarada, me ha informado de que hay incluso, una petición de expulsión contra Gérard. He intentado obtener las aclaraciones a las que tengo derecho como su esposa, como comunista y también como cabeza de familia. Efectivamente, ahora estoy sola para asumir la subsistencia de seis personas, y según las noticias que me comuniquen, será mi deber pensar en el porvenir teniendo en cuenta estos factores. No he podido obtener audiencia ni del camarada Siroky ni del camarada Köhler. Por el contrario, he recibido la visita de empleados del servicio de alojamiento del Ministerio para informarme que debíamos desalojar el lugar.
¿No creen ustedes, camaradas, que antes de plantearme este problema, hubiera sido justo, informarme previamente de las razones que lo justifican? Les repito que no se me ha dicho nada, hasta ahoya, que pueda ayudarme a comprender.
Me cuesta tener que plantearles cuestiones de este género: me encuentro ante problemas materiales y financieros muy difíciles, ¡desde la partida de mi marido sólo he dispuesto de seis mil coronas![32]
El dinero que nosotros tenemos está bloqueado en el banco. Nadie quiere ayudarme a regular estos problemas. Me resulta necesario, sin embargo, seguir pagando el alquiler y alimentar a mi familia. ¿No hay medio de que perciba, a mi nombre, las prestaciones familiares? ¿No tengo derecho también a un subsidio para mis padres? Tal vez tengan la impresión de que podría abstenerme de entretenerles con estas cuestiones terrenales. Tengo, sin embargo, que resolverlas, y crean que no es fácil, a todas partes donde me dirijo tropiezo con un muro…
¡Y a quién dirigirme, sino al Partido! No olviden que estamos aislados aquí, lo que hace aún más penosa nuestra situación.
Hasta que no se pruebe, yo no puedo admitir que Gérard sea un enemigo del Partido. Que haya cometido faltas en su trabajo, guiado por malas influencias, puede ser… Pero que sea un enemigo, no, yo no lo creo.
Solicito de nuevo una audiencia y me atrevo a pensar que no se me negará.
Esta última carta le sirvió a mi mujer para ser convocada, el veintiuno de marzo, por Bruno Köhler, responsable de la Sección de Cuadros del Comité Central del Partido. Ella le conocía muy bien desde los años 1939-1940, de la época en que yo trabajaba con él en París.
He aquí el relato de Lise de esta entrevista:
«Me recibe en su despacho, pero antes de hayamos empezado a hablar, su secretaria hace pasar a un hombre de ojos azules, grande, bastante fortachón; me parece reconocer vagamente en él a un veterano de Españ.[33]
»”¿Me traes nuevas informaciones?”
»”Sí, ¡llegan cada día más!”
»Tiende a Köhler un gran sobre repleto de papeles.
»”Esto está muy bien, pero necesitamos acelerar el movimiento”.
»Köhler tiene un aire muy excitado. Conduce a su visitante a un rincón, al fondo del cuarto, donde tienen un apagado bisbiseo. Este último se marcha y nos encontramos cara a cara.
»”¿Qué ocurre con mi marido?”
»”Está feo para él. Parece pringado hasta el cuello. Tú has visto el material que me han traído, todo esto le concierne, ¡y recibo un montón como este todos los días!”
»”Pero, a fin de cuentas, ¿está detenido o no? Si lo está, yo tengo derecho a conocer los motivos; primero como su mujer, segundo como miembro del Partido”.
»Köhler me responde que no hay acusación contra ti, pero que estás mezclado en una serie de asuntos a cuál más turbio y que no ve cómo escaparás. A continuación hace algunas alusiones pérfidas sobre nuestra vida privada.
»”No puedes decir que se haya portado bien contigo; te abandonaba. Regresaba a casa a horas indebidas…”
»¡Y me compadece!
»Yo me sublevo:
»"Es verdad que se retrasaba a menudo por la noche. Pero tenía la moral muy baja y huía de sí mismo. Puede haber tenido debilidades como cada cual. Pero yo tengo confianza en él. Le amo y estoy segura de su amor por mí y por sus hijos. ¡Y además, tocas aquí un problema que nos concierne únicamente a los dos! Eso no es, sin duda, lo que ha conducido al Partido a hacerle detener, o por hablar como Siroky, a aislarle”.
»”Por el momento todavía no hay acusación contra él. Siroky ha tenido razón al hablarte de aislamiento. Pero si tengo algún consejo que darte, es el de que te vuelvas lo más rápidamente posible a Francia con tus hijos y tus padres. De ahora en adelante la vida aquí será demasiado difícil para vosotros”.
»“¿Marcharnos? ¿Cómo podría? Eso significaría que nos desinteresamos de la suerte de mí marido. Más aún, nuestra partida tomaría el significado de una condena. No tengo ningún motivo para hacerlo, me quedaré aquí. Si tú me suministras pruebas de que Gérard es un enemigo, entonces reconsideraré mi decisión”.
»“Reflexiona bien. Es un consejo amistoso el que te estoy dando. No estás sola, tienes otras almas a tu cargo. Créeme, no será fácil para vosotros. Y para empezar, tengo el penoso deber de informarte que tienes que dejar, durante un breve plazo, tu trabajo en la Radio”.
»”¿Por qué? ¿Tienen reproches que hacerme? La Dirección justamente acaba de designarme como el mejor reportero por las emisiones en francés que he realizado en el Congreso para la Paz, en Varsovia. No hablo el checo con fluidez. ¿Además, dónde podría encontrar otro trabajo en el que fuese útil?”
»”Es imposible que puedas continuar trabajando en la Radio; ni en ninguna administración, además. La única posibilidad para ti es la de encontrar un empleo en una fábrica”.
»“El trabajo manual no me da miedo, pero no tengo ninguna experiencia. Yo sería mucho más útil en una profesión que conozca”.
»”El problema no está ahí. ¡En la Unión Soviética es así como se arreglan estos casos!”
»”Raro procedimiento. En principio, incluso aunque mi marido fuese culpable –que por lo que dices no está probado todavía– ¿soy responsable de sus actos? En segundo lugar, encuentro un poco extraño enviar a alguien a trabajar en una fábrica para castigarle o para reeducarle. ¿Consideráis los trabajos de una fábrica como trabajos forzados? ¡Es una apreciación curiosamente vejatoria para la clase obrera!”
»”Yo no puedo hacer nada, ¡no soy yo el que decide!”
»Y para hacerme la píldora menos amarga, añade:
»”Eso no estaría tan mal si tu pudieses hacerte valorar en una fábrica; una fábrica de hilados, por ejemplo.[34] El trabajo no es tan penoso, ya has oído hablar de las hermanas Filatov, ¡las famosas estajanovistas! Quién sabe si no serás una de ellas, tú también…”
»Le expongo todas mis dificultades: falta de dinero, tu cuenta del banco bloqueada, la orden del Ministerio de abandonar el alojamiento… Para esos asuntos materiales me aconseja dirigirme al Ministerio de Asuntos Sociales, que me otorgará una asignación para mis padres.
»De nuevo oriento la conversación sobre ti. Le hablo de todas las dificultades que has encontrado durante el año transcurrido, de tu impotencia para hacerte escuchar y arreglar tus problemas con el Partido. Le recuerdo en qué circunstancias tuviste relaciones con Field, que el Partido Comunista Francés está al corriente de todo el asunto, y que es fácil de verificar en sus orígenes.
»Además, le digo que me explico tu detención como la consecuencia de una provocación de ciertos enemigos camuflados en el Ministerio de la Seguridad. Para desviar de sí mismos la atención, están interesados en hacer mucho ruido en torno al ”caso London” y en embrollar al máximo los hechos que te conciernen, que son, sin embargo, claros y fácilmente comprobables.
»Le digo que fundamento mi intuición sobre el hecho de que un periódico suizo había publicado, en el momento en que la Seguridad te interrogaba –todavía en 1949– sobre Noel Field, un artículo sobre ”un próximo proceso en Checoslovaquia”, planteando la cuestión: ”¿Artur London figurará como principal acusado o como testigo principal?” ¿No será esta la prueba de que todo este asunto es una provocación?
»Köhler me aconseja escribir al Ministro Kopriva, lo que hago al día siguiente. Dirijo la copia de esa carta al Secretariado del Partido».
En esta carta, fechada el veintidós de marzo de 1951, mi mujer retomaba los argumentos que había expuesto la víspera a Köhler, y en particular la cuestión de Field. Terminaba con una crítica sobre los métodos utilizados por el Partido en mi caso:
Permitidme, queridos camaradas, como comunista consciente y responsable, formular ahora una crítica sobre el trabajo de la Sección de Cuadros del Partido, en relación con este asunto. Quizá la juzguéis injustificada, pero puesto que tal es mi opinión, creo mi deber formulárosla.
Después de que mi marido fuese largamente interrogado por los servicios de la Seguridad del Estado, los problemas parecían estar esclarecidos. Pero faltaba todavía arreglarlos definitivamente con el Partido. Mi marido planteó la cuestión a Geminder: ”¡Ahora quiero que mi caso sea estudiado y archivado por la Sección de Cuadros!” Geminder le respondió que el camarada Kopriva, y él mismo, tenían justamente la intención de hablar con él al día siguiente. Pero ese día siguiente y otros días y semanas pasaron sin que el Partido cerrase este asunto. La situación de mi marido se hizo cada día más difícil y ha sufrido mucho.
Yo le reprocho, no haber demostrado más energía para exigir ser escuchado; para plantear las cuestiones de fondo al Partido, dada su convicción profunda de que el Partido cometía un error descargándose únicamente sobre los servicios del Ministerio de la Seguridad, para estudiar y arreglar una cuestión litigiosa con un militante del Partido, sobre todo ocupando una función tan importante como la suya. Él veía, en esta manera de proceder del Partido, una contradicción flagrante con una justa política de cuadros…
Excusadme, queridos camaradas, si me he extendido demasiado, pero no creo inútil haberos escrito esta carta. Os repito lo que le decía ayer al camarada Bruno Köhler: mi confianza en Gérard reposa sobre 'el hecho de que toda su vida, todas sus actividades, son comprobables. Nuestros dieciséis años de vida en común me han permitido verificar, en el curso de períodos a menudo muy difíciles, su vinculación indefectible al Partido, su gran honestidad, su valor y su devoción…
Tengo, para continuar, una petición que presentar al camarada Kopriva. Teniendo en cuenta la enfermedad de mi marido y el hecho de que temo siempre una recaída de tuberculosis, ¿sería posible que yo obtuviese alguna información sobre su estado de salud?
Recibid, queridos camaradas, la expresión de mis sentimientos comunistas.
El veintisiete de mayo, el Ministerio de Asuntos Exteriores envió un camión para mudar a mí familia a un nuevo alojamiento en el que ni siquiera había un fogón para cocinar. Mi mujer opuso una resistencia inquebrantable y se negó a dejar el piso en aquellas condiciones. Despidió a los camioneros y a los empleados del Ministerio encargados de ejecutar las órdenes. Escribió al día siguiente al Ministro Siroky:
…sólo nos hemos llevado de París los libros, la ropa de casa y los muebles de mi habitación. Tuvimos que pagar el mobiliario que se encuentra actualmente en nuestra casa, con el dinero depositado en la cuenta del banco de mi marido.
Ahora bien, esta mañana, los enviados del Ministerio me han informado que no podría llevarme esos muebles si no los pagaba al contado, antes incluso, de dejar el alojamiento…
Así que se encuentra normal hacerme marchar con dos personas de edad y tres niños a un alojamiento vacío, sin ni siquiera una cocina, sin ninguna posibilidad de amueblarlo, al estar bloqueado nuestro dinero en el banco y no disponer más que de mi salario de la radio hasta finales de junio…
Camarada Siroky, ¿crees tú, que yo hubiera debido, acostar a mis hijos y a mis padres en el suelo? Creo que esto no es serio y así se lo he explicado a los empleados del Ministerio. Pido que todas estas cuestiones materiales sean arregladas antes de que me marche de aquí. Te señalo, de pasada, que he pagado mi alquiler hasta el treinta de junio. No pienso, por lo tanto, que mi actitud pueda ser considerada mal fundada.
Ignoro todavía qué se le reprocha a mi marido. Aún espero que las cosas se aclaren, sobre todo, porque está el Partido y yo tengo fe en él. Personalmente nada me permite dudar de la honestidad y de la inocencia de Gérard. Pero de todos modos, como ya he tenido la ocasión de decirle al camarada Bruno Köhler, sea lo que sea lo que haya hecho, ni los hijos, ni los padres, ni yo misma debemos pagar por él. Tengo la conciencia de no haber desmerecido jamás la confianza del Partido y sigo llevando mi título de comunista con la cabeza bien alta, y todavía más en el periodo tan doloroso y tan difícil que atravesamos.
He aquí, querido camarada, lo que quería decirte. Perdóname por haberte importunado, pero es muy necesario que me ocupe y asegure la existencia de las cinco personas que están a mi cargo…
Así pues, el combate que yo había tratado de sostener reclamando día tras día una entrevista con uno de los responsables del Partido, mi mujer también lo había llevado por su lado. Ella había informado al Partido de todo lo que sabía, de todo lo que chocaba con su ideal de comunista. Ninguno de los responsables puede invocar la fácil excusa: yo no lo sabía. Las cartas y gestiones de mi mujer habrían debido alertarlos. Simplemente Siroky y Köhler como Kopriva y los otros, no querían oír nada ni ver nada.