Perseverante, mi mujer había continuado escribiéndome. Ya cuando nos detuvieron a los dos en 1942, y a pesar de que el juez de instrucción había prohibido toda correspondencia entre nosotros, ella no hizo caso y al cabo de un mes el juez había cedido, dándome la alegría de recibir todo el paquete de cartas retenidas. Así fue después de mi primera «confesión», como recuperé la carta de la cual Smola había extractado un párrafo, y otras dos que la completaban. Helas aquí:
4 de mayo de 1951
Gérard:
Ayer recibí tu carta. La he leído varias veces para tratar de encontrar entre líneas una respuesta a todas las preguntas que me hago desde aquel veintiocho de enero, en el que dejaste la casa para no volver. ¡Cómo te hemos esperado! Cada vez que oíamos el ruido de un coche, pensábamos que eras tú que regresabas. Pero los días, las semanas y los meses han pasado y no has vuelto.
Tenía tal confianza en ti, mi Gérard. ¿Es posible que fueses indigno? Te amo Gérard, pero tú sabes que ante todo yo soy comunista. A pesar de mi inmenso dolor, sabré arrancarte de mi corazón si llego a tener la certidumbre de tu indignidad.
Escribiendo estas palabras, lloro como una Magdalena; nadie mejor que tú, sabe cuánto te he amado, cuánto te amo. Pero yo no puedo vivir más que de acuerdo con mi conciencia.
Siempre he esperado, hasta que recibí tu carta, que volverías rehabilitado y que nuestra vida volvería a comenzar en la página en que la habíamos dejado. Pero tu carta parece escrita bajo el signo de: «¡Tú que entras aquí, abandona toda esperanza!” No puedo hacerme a esta idea; cuando me lo expliquen, cuando vea claramente, me será más fácil.
Veo cuánto sufres por nuestra situación material. Naturalmente, no es fácil mantener a seis personas, pero –con la ayuda del Partido– saldré adelante.
Si tú eres culpable, Gérard, nuestros hijos y padres no tienen la culpa y no tendrán que soportar las consecuencias. Hablo desde el punto de vista material. Puesto que moralmente es otra cosa, puedes imaginártelo bien. Mis padres han sufrido y continúan sufriendo tanto como yo. El pensamiento de que tú –la persona más amada– seas indigno de pertenecer a la gran familia comunista nos tortura.
Hasta ahora trabajo, escribo, me ocupo de los niños, leo mucho, para tratar de ocupar mis horas al máximo y dejar el menor espacio posible a los pensamientos obsesivos que giran constantemente en círculo.
Françoise y Gérard trabajan bastante bien en clase a juzgar por sus notas. Gérard es un verdadero diablo, iré de cabeza con él. Françoise ha crecido mucho en el curso de estos últimos meses, ¡demasiado! El pequeño Michel tiene ahora ocho dientes y le asoman cuatro muelas de un golpe, lo que le fatiga y le vuelve gruñón. Siente por mí una verdadera adoración, desde que llego a casa ya nadie cuenta. Le he cortado el pelo como a un chico y sus grandes ojos negros, parecen todavía mayores en su rostro despejado. Qué feliz soy de tener a mi pequeño Michel. ¿Te acuerdas de mi regreso de la maternidad? ¿Mi hipersensibilidad de parturienta me daba una doble visión? Tuve en aquel instante la premonición de las desgracias que habían de abatirse sobre nosotros.
Papá y mamá han estado fatigados. Afortunadamente les tengo aquí. ¿Qué habría sido de mí sin ellos? Estamos aún en la misma casa, pero debemos mudarnos pronto.
Para terminar, Gérard, quiero recordarte las palabras de Jan Huss: «¡La verdad vencerá!» Si eres inocente, lucha para probarlo. Si no, es justo que pagues las consecuencias de tus actos.
Danos noticias tuyas. Los tres pequeños te abrazan. Hasta la vista, Gérard mío.
Tu Lise.
Finales de mayo de 1951
Gérard mío:
Quizá te haya parecido dura mi primera carta, pero cómo explicar todo lo que experimento. Espero tu respuesta con mucha impaciencia, pero no encuentro ninguna carta tuya en el correo. Espero que me confirmará lo que siente mi corazón: es imposible que hayas cometido actos hostiles al Partido y a tu país. Me niego a creerlo, puesto que entonces, estos dieciséis años de vida en común no significarían nada. Creo conocer bien tus cualidades y tus debilidades. ¡Es imposible que haya podido vivir al lado de un ser dañino sin haberme dado cuenta!
Tu carta me causó mucha pena, pues es horriblemente triste y sin perspectivas. Por otro lado, está tan llena de tu amor y de las preocupaciones que sufrimos nosotros… No habrías osado escribir una carta semejante si te sintieses culpable ante mí, ante tus hijos y ante tus padres. Conoces nuestro apego al Partido y que podríamos perdonártelo todo, excepto que le hubieses traicionado.
Me exprimo el cerebro tratando de ver claro, pero en torno a mí no hay más que la oscuridad de la noche. Y siempre, por todas partes, veo tu rostro tan franco, tus bondadosos ojos, tu sonrisa tan afectuosa.
Creo oír tu voz diciéndome: ”¡No dudes de mí, Lise mía!” No dudo de ti, Gérard, pero igualmente tengo fe en el Partido; y si el Partido ha autorizado tales medidas, me digo que debe haber algo que las legitime. Sin embargo, confío en que todo se aclarará y que pronto volverás entre nosotros.
Y sobre todo, no te preocupes por nuestra situación material. Con los prodigios de economía que sabe realizar mamá, siempre nos alcanzará para vivir. Piensa solamente en aclarar tus problemas, en lavarte de cualquier acusación. Creo en ti, sé valiente. Se lo debes al Partido, no solamente a nosotros.
Michel está cada día más guapo y amable. Pensar que no le estás disfrutando ahora, en su edad más entrañable… Pero Gérard, lo verás pronto pues, si como yo creo, eres inocente, la verdad estallará pronto, sobre todo porque está el Partido y porque yo creo en su equidad.
Los padres y los niños te abrazan. Te amo mi Gérard. Y si tú me amas también, entonces encontrarás las fuerzas suficientes para hacer triunfar la verdad que, estoy segura, sólo puede serte favorable. Esto es verdad, ¿no?
Tu Lise.
15 de junio de 1951
Gérard mío:
Estamos ya instalados en el nuevo apartamento. Vivimos en Dyrinka, n° 1, Praga 29". Estamos a una altura que domina toda la ciudad y desde nuestra ventana el panorama es magnífico. Me encuentro muy bien aquí, entre nuestros muebles de Ivry que me recuerdan los años pasados, cuando éramos felices. Estarás pronto con nosotros en este tierno nido, estoy segura.
Detrás de la casa hay un pequeño jardín y delante una plaza que me recuerda la de un pueblo. No lamento que nos hayamos mudado. Me siento aquí más en mi casa que en Stresovice. Los niños terminan el curso escolar. Françoise, sigue yendo a su antigua escuela, que no quiere dejar. El pequeño Gérard irá a clase al lado de casa. Los niños van muy bien. Michel ha estado malo durante diez días, con unas anginas. Ya va mejor. Mamá se ha fatigado mucho durante la mudanza. Mi salud es buena. Gérard, estoy convencida que todo se te aclarará y que pronto te reunirás con nosotros. No puede ser de otro modo. A partir de julio trabajaré en la fábrica.
Sobre todo no te preocupes por nosotros, Gérard. Tenemos buena salud y te esperamos con una confianza absoluta. ¿Por qué no has escrito desde el primero de mayo? Te lo ruego, escríbenos. Si tú supieses con qué impaciencia esperamos tus noticias…
Nos inquieta mucho tu salud.
Toda la familia te abraza. Te amo, Gérard.
Lise.
Cuando leí estas tres cartas me emocioné tanto más, cuanto que comprendí hasta qué punto Smola me había engañado. Del pasaje de la carta de Lise, que Smola me había leído separado de su contexto, había deducido que ella había renegado de mí. Conozco su cándida fe en el Partido. Sobre todo, sin ninguna duda, él había tenido mi propia culpabilidad a su favor. El día de mí detención estaba decidido a decírselo todo, porque presentía que iban a utilizar contra nuestra unión lo que por mi parte había sido, más que una infidelidad, una entrega a mi desmoralización. Sabía lo que las policías hacen de tales aventuras, pero no conocía todavía los métodos de persuasión de Ruzyn. En mayo, cuando Smola me engañó, ya no tenía ninguna duda sobre la ventaja que la Seguridad había podido sacar de mi falta para con Lise, para hacerla admitir que, si yo había podido mentirle en el plano personal, por qué no habría podido ser igual en el plano político.
¡Y he aquí, que ahora soy también culpable de no haber tenido fe en Lise! Lise se mantiene valerosamente a mi lado. Me manifiesta una confianza incólume. Ha vacilado tan sólo un momento, en una frase de su carta, bajo la primera impresión, pero se ha rehecho inmediatamente…
A pesar de su situación, tan difícil, de extranjera con toda una familia por salvaguardar, nunca ha pensado en separarse de mí para proteger a sus padres y a los niños. Al contrario, ella me anima. Me tranquiliza sobre la suerte de los nuestros a fin de que yo pueda concentrarme enteramente en la clarificación de mis problemas con el Partido y con mi trabajo… Esa confianza en nuestra cercana reunión, era su forma de decirme: «¡Lucha, resiste, estoy contigo!».
Más tarde sabré por sus relatos, la verdad sobre sus condiciones de vida que ella pintaba de color de rosa en sus cartas, sobre sus dificultades de cada día, sobre la lucha cruda que debía sostener para la subsistencia de nuestra familia.
Y estas cartas, se me entregan ahora, después de que ya he firmado mis primeras «confesiones». Me imagino el golpe terrible que recibirá cuando sepa que su espera ha sido en vano. La tragedia que esto representará para ella y para toda la familia; cómo quedará marcada toda su vida en este país, donde de ahora en adelante será tratada como una paria… Jamás me he sentido tan cerca de mi Lise y empiezo a arrepentirme de no haber sido fusilado como rehén, de haber regresado vivo del campo. Se habría ahorrado la situación actual y habría conservado para siempre, una imagen pura de nuestro amor, el orgullo de su compañero, del padre de sus hijos. Me reprocho violentamente haberles arrastrado en mi desgracia. No haberles puesto en lugar seguro enviándoles a tiempo a Francia, en el momento en que había comprendido que mis dificultades podían conducirme a la catástrofe.
Y también, el hecho de que me adjuntase algunas líneas de Françoise y de Gérard, a quienes había contado que yo estaba en el sanatorio demostraba, aún más, toda la confianza que tenía en el porvenir; puesto que ella ponía así a los niños, al abrigo del horrible drama que se estaba desarrollando, para preservarles intacta la imagen de su padre, al que ella estaba segura que verían pronto.
Y además, su ingenuidad, su fe mítica en el espíritu de justicia y de equidad del Partido…
En eso, hay una especie de ruptura –la primera– entre su concepción comunista de confianza ilimitada en EL PARTIDO QUE NO PUEDE NUNCA EQUIVOCARSE y la que yo estoy aprendiendo aquí desde hace casi seis meses, y que me muestra la puerilidad de una fe incondicional en una idea abstracta del Partido que conduce a una alienación del pensamiento. Sí que se puede tener confianza en el Partido, cuando se le considera como debe ser, es decir, una emanación del conjunto de los comunistas; pero en ningún caso, cuando se trata de un aparato rígido, burocrático, que abusa de la actitud de devoción, de confianza, de sacrificio de sus miembros, para arrastrarles a una vía perversa, que no tiene nada en común con los ideales y el programa de un partido comunista.
Ahora no tengo más que un solo pensamiento: persuadirla para que se marche con sus padres y los niños a Francia. Allí se encontrará en un medio sano, lejos de la podredumbre y al abrigo de la arbitrariedad y las represalias, que minarían el sostén que me aporta en la adversidad, y el amor que estalla en cada una de las palabras que me escribe.
De regreso a su país, cuando esté entre los suyos, con sus camaradas y sus amigos, el dolor que sentirá al conocer mi condena será más fácil de soportar.
19 de julio de 1951
Lise mía:
He recibido tus últimas cartas y la de Françoise, a la cual has añadido algunas líneas. No puedes imaginarte la felicidad que me han procurado y cuan dichoso soy de poder contestar y darte noticias mías. Estoy bien de salud, recibo los cuidados médicos que mi estado exige. No me falta más que la libertad, tú y la familia. Tres elementos que para mí lo son todo. Estoy ahora un poco más tranquilo en lo que concierne a vuestra suerte, pues tenía una gran inquietud. Puedo imaginarme qué situación moral y material tan espantosa os he acarreado…
Desde el primer día de mi detención, no hago más que pensar en vosotros… Nunca jamás, en mi vida me he sentido tan cerca de ti… y nunca te he amado tanto como ahora… Y eso, a pesar del hecho de haberme comportado mal contigo… ¿Por qué he actuado así? Me es imposible hoy día explicármelo. Fue el resultado de una gran desmoralización. No puedes imaginarte cómo son mis remordimientos y mi pesar.
¿Podrías –te lo ruego– olvidar mi falta, o al menos tratar de no pensar en ella? Si tú supieras cuánto me acuerdo, yo también, de nuestro alojamiento de Ivry, donde abrigábamos tanta felicidad y cuando mi amor, sin ser mayor, era sin sombra…
Estaba decidido a contártelo todo y a pedirte perdón. Ya hacia tiempo que me avergonzaba y no podía mirarte a la cara. Y cuando te vi aquel domingo en el jardín, con nuestro Michel que daba sus primeros pasos en esta tierra, tuve en ese momento, la intención de desembarazarme de Havel y regresar lo más rápidamente posible para decírtelo todo. Desgraciadamente mi detención lo impidió.
¿Cómo te las arreglarás en la fábrica? ¡No tienes ningún oficio manual y tu salud no es muy buena! Deberías considerar vuestro regreso a Francia, donde os encontraríais en un ambiente familiar y donde, con la ayuda de tu hermana y de tu hermano, seria más fácil a los padres, a ti y a los niños, franquear la etapa tan dura que tenéis por delante. Reflexiona en eso, Lise mía. Te amo. Abraza a los niños y a los padres por mí.
Añado unas letras para el aniversario de sus padres, sesenta y siete años:
Sed prudentes con vuestra salud. Mi Lise y los niños necesitan de vosotros y es necesario que resistáis aún mucho tiempo cerca de ellos. Perdonadme la tristeza y la desgracia a la que os he arrastrado, a pesar de que yo desease tanto proporcionaros una vejez feliz. Os abrazo. Vuestro Gérard. Unas palabras también para mi hija:
¡Françoise, rubita mía! Tus cartas me procuran mucha alegría. No debes ser solamente una hija amable, sino comenzar también a ser una amiga para tu madre, que está en trance de vivir unos momentos muy difíciles. Ya eres mayor y con uso de razón y debes ayudarla mucho. Te pido que tomes ejemplo de ella y que llegues a ser, tú también, una mujer valerosa con un carácter puro como el suyo. No puedes tener mejor ejemplo en la vida y yo no puedo hacerte una recomendación mejor. Dile a Gérard que sea sabio. Abraza también a nuestro pequeño Michel y. recibe querida mía, los mejores besos de tu padre.
22 de julio de 1951
Gérard mío.
¡Una carta tuya después de tantos meses! Estoy contenta de saberte en buen estado de salud. Por el contrario, he sentido mucha pena al leer tu confesión. Todo habría sido tan fácil, tan simple, si hubieses confiado en mí. Yo habría podido ayudarte; era tu camarada tanto como tu mujer.
Me pides olvidar, o al menos no pensar en ello. Es difícil para mí, con mi carácter. Pero de todo corazón te perdono del mal que me has hecho, Gérard. En lo que a mí concierne, te lo puedo perdonar todo. No podría hacer otro tanto en lo concerniente al Partido. Tengo siempre la esperanza de que no hayas cometido ninguna falta grave. Y que tu desmoralización se haya limitado a buscar distracciones fuera de tu hogar.
Me pides considerar nuestro regreso a Francia, pero Gérard, este regreso está ligado a tu suerte; ya habrá tiempo, si el desarrollo de los acontecimientos me prueba que ya no puedo continuar más considerándote, con honor, mi marido.
¡Dios mío, Gérard! ¡Qué tonto y triste es todo esto!
Los padres han llorado cuando les he leído las letras que tú les has enviado. Qué fuertes son, ¡pero es duro para ellos!
Françoise ha copiado las líneas que tú le has dedicado y las conserva cuidadosamente. Nuestra hija es una pequeña muy valiente; es verdad que ya comprende muchas cosas, pero es aún demasiado joven para que me pueda apoyar en ella.
Gérard pregunta mucho por ti estos últimos tiempos. Quiere saber cuándo volverás a casa, qué trabajo haces ahora, por qué escribes tan poco. Pero pasa la mayor parte de su jornada fuera, jugando, y tu ausencia no le hace, afortunadamente, sufrir demasiado. A esta edad se es verdaderamente despreocupado y feliz.
El pequeño Michel es muy cariñoso, pero también colérico e impulsivo. Adora a su abuelo, que le pasea mucho.
Debo ir a trabajar a una fábrica de Karlin, «Autorenova», especializada en la reparación de los aparejos eléctricos de los motores, de automóviles y de aviones. El trabajo es interesante y no exige más que habilidad. ¡No necesito más y el trabajo manual no me da miedo! Así que no te inquietes más por mí. Por otra parte, el trabajo me sacará de casa y de mi círculo de pensamientos.
Hasta la vista, Gérard mío; los padres y los chicos te abrazan. ¡Cuánto deseo que un día podamos seguir juntos nuestro camino, después de esta época tan penosa que vivimos! La verdad es que te amo, Gérard.
Tu Lise.
Noto que Lise busca, en cada una de mis cartas, la menor palabra o alusión que justifique su confianza en mí y su esperanza en nuestro porvenir. Esta palabra no se la puedo decir; al contrario, es preciso que la prepare para el drama siniestro que pronto se jugará; hacerle comprender que estoy perdido, hacerle creer que soy culpable. Sin ello se negará a abandonarme, y yo quiero que se marche muy lejos de aquí con toda la familia.
El siete de agosto le puedo escribir de nuevo:
…en lo que se refiere a mi amor por ti, te ruego, Lise mía, que no dudes y que me creas cuando te digo que te he querido siempre y que te quiero.
Por lo demás, Lise, tu confianza no está justificada. Soy culpable y debo responder. Tengo el deber de decírtelo, para que puedas tomar las medidas que convengan para ti y para los nuestros. No quiero mentir más y comienzo con esta verdad, la más penosa. Sé que el dolor que te causaré será grande. Pero cuanto antes te enfrentes con la realidad mejor será. Sé lo valiente y fuerte que eres y que cada decisión que tú tomes será justa. Créeme, cada palabra que te escribo me arranca un trozo de mi ser, un trozo de mi vida que fue tan hermosa a tu lado. Soy valeroso, como tú me lo has pedido, pero mi valor no sería suficiente, en este caso, si no tuviese una razón, si no fuese porque te amo. Por esto decirte la verdad es mi primera obligación. Escríbeme, Lise, con lo que tengas la intención hacer.
Ahora comprenderás seguramente, por qué te he planteado la cuestión de volver a Francia. ¿Crees tú que de otra forma habría podido decidirme a imaginarme la vida sin ti, sin los niños y sin los padres…?
A pesar de esto, Lise se obstina en quedarse a mi lado; me responde enseguida con dos cartas:
9 de agosto de 1951.
Gérard mío:
He recibido tu larga carta anteayer y la he leído y releído un montón de veces. Tu forma de plantear el problema no es muy clara, y por eso yo quiero serlo mucho más, pues no debe subsistir ningún malentendido sobre el problema, el más grave, que decidirá nuestras relaciones futuras y la organización de mi existencia en el futuro.
Gérard, me dices que has cometido faltas de las que debes responder. Pero me es imposible darme cuenta de la gravedad de esas faltas. No podré tomar una decisión conforme a mi honor de comunista mientras no sepa exactamente de qué se trata. Stalin nos ha enseñado que el hombre es el capital más precioso; que si un hombre se ahoga debemos ayudarle a salir del agua y no abandonarle.
Cada comunista puede cometer faltas durante un período de su vida; debe responder, de acuerdo, pero la vida continúa, y le permitirá redimirse y seguir avanzando, si hay algo bueno en él, y si sabe aprender de sus faltas. Si este es tu caso, Gérard, estaría aún de acuerdo en ayudarte en este camino; esta actitud por mi parte me parece compatible con mis deberes de comunista.
Si tú fueras un traidor, no habría ningún tema a discutir: no se habla con un traidor. Se le escupe en la cara. Mi posición es muy clara…
Tengo confianza en el hombre. Sé lo que hay de bueno en él y que será un tiempo perdido por mi parte, sobre todo después de la dura lección recibida, que dará sus frutos, estoy segura.
He aquí, Gérard, lo que quería decirte hoy sobre este problema fundamental.
A parte de eso, mi trabajo me sigue gustando. He aprendido el oficio en seis días, a pesar de que contaba con un mes para hacerlo. ¡El viejo capataz se complace repitiendo que soy hábil, muy hábil! Estoy satisfecha de mí misma y el tiempo pasa mucho más deprisa ahora. Françoise y Gérard están en el campo. Los padres se portan bien y el pequeño Michel es cada día más encantador.
Espero que pueda decirte todavía: Te amo, Gérard.
Tu Lise.
Praga, 12 de agosto de 1951
Gérard:
Hoy es domingo, doce de agosto. ¿Te has acordado de lo que representa esta fecha en nuestra vida? Hace nueve años que fuimos detenidos en París y que empezaron los tres años de separación. Cómo ese tiempo pasado, que fue por cierto una dura prueba, me parece resplandeciente comparado con el triste período que ahora vivo. Y sin embargo, cuando intercambiamos aquel largo beso en el auto que nos transportaba a la Prefectura, yo creía que era nuestro adiós definitivo. He llegado a pensar que quizá hubiera sido mejor así. Mi embarazo en la cárcel, mi parto en la enfermería de la Roquette, la espera de la muerte, la deportación que me separó de mí pequeño Gérard, la idea de que jamás te volvería a ver, eran pruebas dolorosas, pero qué fáciles me parecen comparadas a los sufrimientos actuales.
Espero tu respuesta a mi última carta, respuesta que me debe informar si las faltas de las que te has reconocido culpable son de las que se pueden redimir, o si son tales que han hecho de ti un hombre perdido para siempre para el Partido y sobre el cual yo debo hacer una cruz.
Gérard, no es posible que me hayas engañado de la misma forma sobre este punto que sobre el otro, no es posible que hayas actuado criminalmente contra el Partido, contra el ideal de toda nuestra vida. Sería demasiado horrible. Pero no, ¡eso no es posible! Y siempre permanece viva en mí la esperanza de que sabrás corregir las faltas que hayas podido cometer en un periodo de desmoralización, y que algún día mis chicos podrán de nuevo estar orgullosos de su padre.
Te repito lo que te he escrito en mi carta precedente: no me negaré a ayudarte y a avanzar de nuevo contigo si tus faltas son de las que se pueden perdonar.
Esta mañana estaba en la cama tan triste y abatida que no podía contener mis lágrimas que brotaban sin parar. El pequeño Michel estaba cerca de mí mirándome muy sorprendido. No comprendía que su mamá sufría, porque cuando él sufre y llora, chilla muy fuerte. Entonces, pensando que se trataba de un juego decía 'agua', y con su manita me embadurnaba toda la cara. Y trataba en vano, de hacer brotar agua de sus ojos y cerraba y abría cómicamente los párpados redondeando su pequeña boca. Pero él no sufría y el agua no manaba.
Hoy está, como hace nueve años, el cielo azul, sin una nube. Hace buen tiempo. Alrededor mío la vida es hermosa… para los demás. ¿Lo será aún algún día para mí?
Ayer el pequeño Gérard te escribió. Su carta es divertida, te la envío, te distraerá un poco. ¡Lo que se te parece este chico!
La última semana he sobrepasado la norma que se impone en la fábrica en más del 200%. Durante las dos próximas semanas el trabajo será menos interesante, pues mi compañero ha cogido vacaciones y yo pasaré a trabajos menores, desmontaje y limpieza. De todas formas es necesario hacerlo todo, desmontar antes de montar de nuevo… ¡Hay que tener paciencia!
Hasta la vista, Gérard. Espero leer pronto tu respuesta. Besos del pequeñín, de los padres y míos.
Lise.
Finales de agosto de 1951
Gérard:
Un domingo más que corona una nueva semana sin ti. Y así pasa el tiempo, incluso con sus penas. Esta mañana he sacado a pasear al pequeño; hemos acompañado al abuelo al huerto, a donde va cada día para llevar el grano a las cuatro gallinas que nos quedan y traer judías y ahora también los primeros tomates. Este paseo diario es una distracción, una motivación para él.
Esta tarde la he pasado tumbada en la cama leyendo. El pequeño Michel ha dormido mucho rato, pero su sueño ha sido interrumpido por una caída de bruces muy dolorosa. Todavía tiene el labio todo hinchado. Ha llorado mucho, pero ha acabado por dormirse de nuevo. Cuando se ha despertado, hemos ido los dos con mamá hasta el jardín infantil que hay cerca de casa. Michel se ha columpiado mucho y estaba muy contento. Al volver a casa me he vuelto a echar en la cama. He releído tus tres cartas y ahora escribo mi carta hebdomadaria.[31]
Espero con impaciencia tu respuesta, Gérard. No tomaré una decisión concerniente a la futura organización de mi vida, hasta que no sepa exactamente lo que ocurre contigo. Me acuerdo de una intervención de Maurice Thorez en el Comité Central, a propósito de los métodos de Dirección, de la práctica de la crítica y de la autocrítica. Empleó esta imagen tan justa: «cuando critiquéis a un camarada, no hacedlo con la intención de aplastarle, sino con la de ayudarle a que vea la raíz del mal, para remediarlo mejor. Cuando se lava a un niño se tiene cuidado de no tirarlo a la alcantarilla al mismo tiempo que el agua sucia».
No, Gérard, yo no tiro al niño con el agua sucia. El niño se queda limpio, ¡sólo la mugre que quede en el agua irá a la alcantarilla!
Bien entendido que, si en ti hubiese algo más que mugre, si tú fueras un cabrón, entonces yo no discutiría más. Te echaría muy lejos, pues ni toda el agua del mundo sería capaz de lavarte jamás. Y no me quedaría más que la vergüenza de haber sido la mujer de un cabrón. Esta certeza todavía no la tengo.
Los chicos no me han escrito aún la fecha de su regreso, ¡y las clases empiezan pronto! Les espero a principios de semana.
Buenas noches, Gérard. Son las diez y tengo sueño. Mañana me despierto a las cinco. Mi compañero está de regreso y he de empezar de nuevo a montar mis magnetos; será más interesante.
Michel duerme ya al pie de mi diván, en la camita que me dio la madre de Pra Ha antes de marcharse. ¡Venga!, buenas noches.
Tu Lise.