Un día, un referent desconocido que asiste a mi interrogatorio, me dice: «¿Piensa usted que podrá seguir negando durante mucho tiempo? Es usted uno de los tipos más duros, de los más encarnizados enemigos que jamás hayamos tenido aquí. Mientras que los otros han hecho una honorable enmienda ante el Partido, reconociendo sus crímenes, usted persiste en su cínica actitud. Tome ejemplo de Holdos: con sus confesiones y su actitud, ha probado que subsiste en él una chispa viva de espíritu comunista; que es suficiente soplar someramente para reanimar la llama. Usted ha desgastado ya a varios referents. Cuando haya fatigado a estos dos que le interrogan ahora, otros les relevarán. Ya veremos quién se cansa antes. Un hombre como Radek ha aguantado tres meses. Después ha acabado por confesarlo todo. Usted aguanta desde hace casi cuatro. ¿Cree que ese juego va a durar todavía mucho tiempo? No pierde nada por esperar. Sus actividades criminales son de tal amplitud que una sola cuerda será insuficiente. ¡Le harán falta por lo menos cuatro!».
Siempre las mismas amenazas. Sólo que esa alusión a Radek… Así que he adivinado la verdad. Esa observación me confirma, en efecto, cuan estrecha es la colaboración de los referents con los consejeros soviéticos, ellos son los únicos que pueden saber algo sobre el comportamiento de Radek antes de su proceso. Pero ahora los referents se encarnizan en un tema que ya se había tarareado en Kolodéje desde mis primeros interrogatorios. Las acusaciones más fantasiosas, más injuriosas, son proferidas contra dirigentes del Partido Comunista Francés y su política durante la guerra. Para tratar de arrancarme declaraciones comprometedoras contra los dirigentes comunistas franceses, utilizan golpes y todo tipo de medidas de intimidación. Según eso, ellos habrían mantenido durante toda la guerra, en el seno del Partido, un organismo dirigente del trotskismo europeo: la MOI, sección de la IV Internacional; un atajo de sionistas cuyos tres responsables eran judíos. De esta forma, la Gestapo y los servicios de información, habrían tenido sus hombres en la Dirección del Partido, y este es el motivo por el que se habría dado la orden de repatriar, en los países ocupados, a los miembros «trotskistas» de las Brigadas Internacionales y a otros enemigos del Partido de la misma ralea.
Cuando replico que era Jacques Duclos quien, personalmente, seguía y controlaba el trabajo de la MOI, se me responde: «¿Y qué cambia eso? Svermova era también una secretaria del Partido. ¿Dónde se encuentra ella ahora? En el mismo agujero que usted, y por la misma razón: es una vieja enemiga».
Se me interroga sobre el adjunto de Duclos en el año 1940, Maurice Tréand, del que se me quiere hacer decir que era uno de los dirigentes del trotskismo europeo y agente de la Gestapo en Francia.
Los referents quieren transformar las faltas y errores del comienzo de la ocupación en Francia –por ejemplo, la tentativa de obtener la edición legal de L'Humanité– en una complicidad deliberada de los dirigentes de entonces con los nazis. ¡Es una historia de locos! Y esos locos, se lanzan contra mí y me someten a las peores violencias.
Este ataque en toda regla contra el Partido Comunista Francés y sus dirigentes, proseguirá durante mayo y junio. Quieren hacerme «confesar» a toda costa, que el cuñado de mi mujer Raymond Guyot, es un agente de los servicios de inteligencia. Que gracias a esta Organización, fue lanzado en paracaídas en Francia durante la ocupación alemana. Que está al corriente de mi actividad trotskista, que ha cubierto y ayudado, que es el jefe de una red de espionaje para Europa. El comandante Srhola, que lleva estos interrogatorios con su estilo más brutal, afirma que «nuestros amigos soviéticos poseen todo el material concerniente a estos hechos, que sus servicios de información lo han descubierto todo».
Me enseña entre otras, las «confesiones» de algunos de mis coacusados contra Raymond Guyot y Jacques Duclos, hechas en la dirección de estas acusaciones, y me declara con tranquilidad: «¡Espere a que haya un cambio de régimen en Francia y verá lo que se harán con su cuñado y sus semejantes!».
Aún hoy, no comprendo cuál era el fin de estos ataques contra el Partido Comunista Francés. Sus inspiradores no eran los hombres de Ruzyn, ni siquiera los maestros de ceremonias. La iniciativa venía ciertamente de mucho más arriba, directamente de Beria. Se puede ver la prueba, en el hecho de que los consejeros soviéticos, al mismo tiempo que hacían acusar a los dirigentes del Partido Comunista Francés de traición, daban la orden a la Seguridad de orientar los interrogatorios hacia este tema en función de las actividades de Desider Fried. Este último, había sido a finales del año 1920, dirigente de las juventudes y miembro de la Dirección del Partido Checoslovaco. Estoy muy sorprendido de que me interroguen sobre él. Quieren hacerme confesar que la fuente de mis desviaciones políticas criminales –anarquismo, trotskismo, actitud antisoviética– se deriva de la mala influencia que ejercía sobre mí la posición política de Fried. Quieren hacerme declarar, que fue eliminado en 1929, de la Dirección del Partido por sus descaradas desviaciones políticas y por su posición antipartidista. ¡Es ridículo! Yo tenía catorce años cuando se marchó de Praga para ir a Moscú, donde había llegado a ser instructor del Komintern para Francia, bajo el seudónimo de Clément. Personalmente apenas le había podido conocer, pues nos encontramos dos o tres veces en Moscú en 1935, año del VII Congreso del Komintern. En cambio, fue en esa época cuando Maurice Thorez me habló por primera vez de él –"tu compatriota» como él decía– con mucho afecto y estima. Después de mi rehabilitación, cuando hacía una cura al sur de Francia en febrero de 1964, Thorez evocó delante de mí su recuerdo con mucha emoción. Realmente hablaba de él como un hermano. Me decía que Clément, había merecido el reconocimiento del Movimiento Obrero Francés, por su participación en la elaboración de una política de unión; una política amplia, que ha permitido al Partido Comunista Francés, llegar a ser una gran formación política nacional, jugando un papel en Francia de primer orden.
¿Por qué esas preguntas sobre Fried? Se había marchado de Checoslovaquia hacía más de veinte años. Hacía ocho años que había sido abatido en Bélgica, durante la ocupación, en unas condiciones que para mí han quedado en el misterio. Los ataques desencadenados, las acusaciones contra él –ya muerto– que se arrancan a los acusados, no tienen nada que ver con el montaje de Ruzyn concerniente a Checoslovaquia. Teniendo en cuenta que en el país, nadie ha podido saber qué ha sido de él, el hecho de que se le ponga ahora en la picota en este proceso, no puede tener otro fin que un ataque contra el Partido Francés en sí mismo y contra los dirigentes que habían trabajado en estrecho contacto con él…
He aquí lo que se hará decir a dos acusados de nuestro proceso sobre Fried. Primero a Geminder:
El fiscal: «¿Usted también se ha unido con esos elementos enemigos en la línea antipartido?».
Geminder: «Sí, me he vinculado y me he puesto a colaborar estrechamente con esa gente cargada de un pasado burgués. En 1925, me vinculé con Alois Neurath, que fue desenmascarado como trotskista y excluido del Partido. A continuación, en 1927, encontré a Desider Fried y estuve conectado con ese hombre, que en 1929 fue eliminado de la Dirección del Partido Comunista de Checoslovaquia por sus graves desviaciones políticas y su posición antipartido».
El fiscal: «Así, su pasado capitalista burgués y sus conexiones con elementos enemigos en el Partido Comunista de Checoslovaquia, ¿no le han permitido convertirse en un verdadero comunista?».
Geminder: «Así es…».
El segundo acusado que habla de Fried es Reicin:
El Presidente: «¿Cómo se manifestaba entonces su nefasta actividad en el Partido?».
Reicin: «En otoño de 1929, con otros miembros del Comité Central del Komsomol,[27] he participado en la posición faccionaria del grupo de ultra izquierda trotskista de Fried, que estaba en desacuerdo con la línea de la nueva dirección de Gottwald del Comité Central…».
Mi mujer y yo teníamos muchos amigos en Francia. Cuando algunos venían a Praga les gustaba vernos. Casi cada semana recibíamos la visita de uno u otro. Inútilmente he explicado a los referents que todos esos camaradas eran miembros del Comité Central del Partido Comunista o militantes conocidos de organizaciones de masas, ellos pretenden que mi casa en Praga era la guarida de los trotskistas y espías de la «Segunda Oficina». Acusan a mi mujer de servirles de agente de enlace conmigo.
Ahora se me amenaza casi cada día con detener a mi mujer si no me decido a confesar. El comandante Smola se las arregla para hacerme creer que su detención es inminente. Otro día me anuncia incluso que ya lo han hecho.
Yo creo que en algún momento, la Seguridad ha tratado realmente de conseguir de la Dirección del Partido Comunista Checoslovaco, la autorización para detener a mi mujer. Los referents se encarnizan con ella, la desgarran a dentelladas. Me interrogan sobre sus colegas de trabajo, a los que ni siquiera conozco. Me sueltan nombres desconocidos de personas, pretendiendo que están en contacto con ella. Durante los interrogatorios, que se desarrollan en habitaciones pequeñas en las que me encuentro poco alejado de la mesa del referent, consigo leer al revés ciertas líneas de los papeles que están desplegados. Me doy cuenta que son los informes concernientes a mi mujer, que llegan del Ministerio de la Seguridad. Así pues, está constantemente bajo vigilancia. Se me presentan también las declaraciones arrancadas a algunos de los otros acusados contra ella. La acusan de haber desempeñado papel activo en nuestro «grupo trotskista» y de haber tenido otras actividades antipartido. Se me muestran igualmente, actas calumniándola. Uno de mis camaradas ha «confesado» haber sido su amante.
Cuando le encuentre más tarde, en Léopoldov, me explicará el origen de esta «confesión». Interrogado sobre mi mujer, dijo conocerla de París. En el curso de un viaje de Lise a Praga en 1948, había ido a hacerle una visita al despacho que ocupaba en la sede del Comité Central del Partido. Era justamente el momento en que se había publicado la resolución del Kominform respecto a Yugoslavia. Mi mujer, apoyada en el hombro de mi amigo, escuchaba su traducción del texto. En ese momento se había abierto la puerta y un empleado del Comité Central había entrado para entregar un documento. Mi amigo le había presentado a Lise. Sobre la base de una denuncia de este hombre, los referents le plantearon la pregunta así: «Puesto que ella se apoyaba en su hombro, era porque usted tenía relaciones íntimas con ella» «Oh no, no eran íntimas, sino muy amistosas». «¿Sí o no se apoyaba ella sobre su hombro?». «Sí». «Pues eso prueba que las relaciones eran íntimas. Esa es la palabra justa del diccionario». «¡Bueno, pasen por íntimas!».
Y por una nueva deformación, eso había llegado a ser en el acta: «era su querida».
Se me dice que Svab había declarado que Lise era la querida de Geminder…
En Ruzyn, es frecuente interrogar a los detenidos sobre cuestiones «íntimas», fingiendo una virtud austera. Por una parte, para acentuar la presión moral sobre ellos y reforzar su complejo de culpabilidad; por otra, para hacerles aparecer en los informes para el Partido y en las actas, como personas de moral relajada.
En general, los acusados ceden sin resistencia en este terreno, que les ofrece un cierto respiro para recuperar su energía y defenderse mejor contra las acusaciones capitales.
Hay en Ruzyn el ejemplo de una jovencita de la que más de una docena de acusados han «confesado» ser sus amantes. Sin embargo, un examen ginecológico al que fue sometida más tarde reveló que, efectivamente, era virgen.
Todos los pretextos son buenos para comprometer a mi mujer. Así, se le echa en cara haber conocido y haber mantenido relaciones amistosas con Hilda Synkova, diputada de Praga, que se había suicidado en el verano de 1950. La Seguridad interpreta este suicidio como la prueba de una actividad antipartido a punto de ser descubierta.
Hilda Synkova era una mujer inteligente, llena de energía y de una gran humanidad. Deportada desde hacía dos años, fue la que inició a mi mujer cuando llegó a Ravensbruck a principios de 1944, en la vida del campo.
Ambas habían conseguido conservar de milagro la fotografía de sus hijas, Françoise y Hanke. Habían proyectado reunirlas más tarde, lo que se realizó durante las vacaciones de 1946. Hilda hablaba a menudo a mi mujer de su marido Otto Synek y del hermano de él, Viktor, los dos miembros del primer Comité Central clandestino del Partido Comunista Checoslovaco, y que habían sido torturados hasta la muerte por los nazis. Decía: «Lo más duro será cuando recobremos la libertad. Entonces será cuando sentiremos el vacío».
Cuando emigramos a Praga, ellas continuaron frecuentándose y nuestras hijas se conocieron. Hilda se suicidó en el verano de 1950, como consecuencia de una depresión nerviosa. Dos días antes de su muerte, vino a vernos y me pidió consejo a propósito de su nombramiento para el cargo de Viceministro de Sanidad Pública. Nos había parecido deprimida. En aquella época había dificultades entre la Dirección Central del Partido y el Comité de Praga, del que ella era una de las secretarias. Repetidas veces, había evocado la fraternidad, la amistad, que animaban a los comunistas antes de la guerra. Lamentaba que esos sentimientos hubiesen Rejado su lugar a la indiferencia e incluso a la desconfianza, que los dirigentes hubiesen llegado a ser una casta cerrada, seccionada del Partido y del pueblo.
Mi mujer la había llorado mucho. Y mira por donde ahora, se la imputa como un crimen esta amistad. No comprendo, ¿pero qué hay que comprender aquí, en esta fábrica de falsedades y monstruosidades?
¡Pues no están ahora creando todas las piezas de un sumario sobre Danh! En el verano de 1949, Danh, que representaba la República del Vietnam en Francia, había venido a instalarse en Praga con su mujer Lien. Los conocíamos de París, y continuamos con ellos nuestras relaciones de amistad. Fueron elegidos mi mujer y Kopecky, Ministro de Cultura entonces, como madrina y padrino de la pequeña que habían tenido y que había recibido el nombre de Pra Ha, Pequeña Ola en vietnamita.
El Ministro de Cultura había otorgado una beca a Lien para permitirle terminar sus estudios en el Conservatorio de Música de Praga. Había tomado bajo su cargo su estancia y los cuidados médicos de Danh, gravemente enfermo desde su larga permanencia en los presidios franceses. Éste último regresó a su país poco antes de mi detención. Muerto en 1952, tuvo derecho a exequias oficiales como militante emérito del Partido vietnamita. Pero aquí, la Seguridad, hace de él el jefe del trotskismo vietnamita y me acusan de haber introducido a «mi cómplice» en los medios oficiales del Partido y del Gobierno.
Este complejo de acusaciones, estas tentativas encarnizadas y sistemáticas, desde mi detención, de arrancarme acusaciones comprometedoras contra el Partido Comunista Francés y algunos de sus dirigentes, me persuaden cada vez más que esto no es iniciativa de un Smola cualquiera; y mucho menos aún de los otros referents, demasiado primitivos en general para imaginar un plan semejante, sino una línea de acción premeditada por los monitores del aparato al que nos ha entregado la Dirección del Partido. Para mí, se hace cada vez más evidente, que son los servicios soviéticos quienes, no solamente «aconsejan», sino que establecen la línea general de todo lo que nos aflige.
¿Cómo se comprende si no, que la Seguridad se imponga no solamente a nuestro propio Partido, sino a la Dirección de un partido extranjero, como el Partido Francés? ¡Todo lo que es tema de estas acusaciones, las más graves, ha sido conocido, controlado, y muy a menudo ordenado directamente por las direcciones de estos dos Partidos! He aquí por ejemplo, un pasaje de la «confesión» de Svoboda: «Después de nuestro regreso de Francia en 1945, hemos engañado a Slansky presentándonos a él como buenos comunistas y disimulándole nuestra actividad trotskista». Comprendo por qué se ha forzado a Svoboda a hacer esta confesión, ya que aporta un pequeño toque de verosimilitud suplementaria al edificio de nuestra imaginaria conspiración. ¿Pero, cómo puede admitirlo Slansky? Slansky, Secretario General del Partido, sigue el desarrollo de toda esta investigación. Conoce nuestro pasado tanto en España como en Francia ¿Cómo puede no reaccionar? ¿Dejar hacer? Ya antes de mi detención, no levantó ni el dedo meñique cuando recurrí a él para esclarecer ante el Partido mis relaciones con Field…
Cuando cito, para mi descargo, el nombre de Slansky, o también los de Gottwald, Siroky, Kopecky o Köhler, siempre aparece la misma indignación vehemente: «¡Un criminal como usted no tiene derecho a pronunciar en estos lugares el nombre venerado de Slansky!».
¿Pero si ese nombre es tan venerado, o el de Gottwald, cómo osan bautizar de criminales las actividades que he tenido bajo sus órdenes personales? Comenzando por ciertos nombramientos diplomáticos. ¿O entonces, es que es necesario creer que el Partido ha escogido deliberadamente sacrificarnos? Eso explicaría la actitud de Siroky en el momento de mi detención; o la de Kopriva, durante nuestra entrevista… Pero, ¿por qué y por quién hemos sido escogidos como víctimas? Incluso, aunque el fin justifique los medios, ¿con qué finalidad nos inmolan de este modo? Ninguno entre nosotros ha tomado parte nunca en ninguna facción. Somos militantes fieles, disciplinados. Vuelvo siempre a esta constatación de que la Seguridad, colocada bajo la dirección de los consejeros soviéticos, sobrepasa al Partido. Los referents utilizan los informes de los cuadros para fabricar sus acusaciones contra nosotros.
Cuando uno cree ser la víctima de un error judicial o de las intrigas de una facción, encuentra en sí mismo fuerzas para luchar. Pero aquí, tomar conciencia de que es el Partido el que decide nuestra perdición, ver nuestro destino regulado por una mecánica, nos aplasta bajo el peso de nuestra impotencia. La ilusión de que quedase en alguna parte un recurso, una justicia, me sostendría. La lucidez mina mis fuerzas.