Capítulo V

Cuando terminó la guerra de España, fui designado como representante de los voluntarios checoslovacos en el Comité Internacional de Ayuda a la España Republicana. Esto se había hecho de acuerdo con el Comité Central del Partido Comunista Francés y con Bruno Köhler, que era entonces el mandatario del Partido Comunista Checoslovaco en Francia. Naturalmente, se me pide que asegure al mismo tiempo, la dirección política del grupo de lengua checoslovaca de la MOI.

Insisto que esas iniciales significan simplemente «Mano de Obra Inmigrada». Después, cuando los trabajadores extranjeros vinieron en masa a llenar, en las industrias y en los campos, los vacíos que había dejado la enorme sangría de la guerra, el Partido Comunista Francés y los Sindicatos, habían considerado indispensable agruparlos y organizarlos, a la vez que defenderlos para impedir que se les utilizase contra el proletariado francés. La MOI nació de esta necesidad. La subida del fascismo en Europa, aportó a la primera inmigración económica, el refuerzo de numerosos emigrados políticos. Luego, la llegada de los combatientes de España y de los voluntarios de las Brigadas, acentuó aún más el espíritu antifascista de la organización.

Tal era la situación cuando yo llegué a ser uno de los responsables. Era una base sólida, no solamente para una resistencia clandestina, sino también para el desencadenamiento de la lucha armada contra el invasor.

Al mismo tiempo, en aquella primavera de 1939, después de la total ocupación de nuestro país por Hitler, la delegación del Partido Checoslovaco en Francia, se reforzaba con la llegada de Viliam Siroky y de Jan Sverma. Además de mis otras tareas, hube de ocuparme del trabajo de la organización de esta delegación.

Hacia el mes de julio, Clementis llegó de Moscú. Tenía que dirigirse a Estados Unidos, donde la emigración eslovaca era importante; pero fue detenido, con otros refugiados, por la policía francesa en septiembre, al principio de la guerra. Fue liberado y movilizado en el Ejército checoslovaco en Francia, con el que fue evacuado de Inglaterra tras la derrota de junio.

En octubre, mi mujer alquiló para Jan Sverma, un alojamiento en el grupo de la HLM, en el que vivíamos en Ivry. Este alojamiento estaba a nombre de mi cuñado, por entonces movilizado. Me acuerdo de la primera alarma aérea nocturna que pasamos juntos. Sverma había venido a refugiarse a nuestra casa y nosotros le habíamos conducido al refugio del inmueble. Entre los inquilinos había muchos camaradas. Nadie sospechaba la verdadera identidad de Sverma, pero él se alegraba, después de semanas de clandestinidad, de encontrarse al fin entre camaradas.

Por aquellos días, la delegación checoslovaca recibió de Gottwald orden de regresar a Moscú; y fue necesario para procurarles pasaportes falsos con visados de salida y tránsito, que yo recurriese a Kidric, representante del Partido Comunista Yugoslavo en París.

Sverma marchó el primero para Moscú a finales de año. No le vería nunca más. A mi regreso de Mauthausen supe que había muerto durante la insurrección eslovaca, en la cual había tomado parte activa con Slansky.

Siroky se marchó a su vez en marzo. Había ido a buscarle a su hotel de la calle del Cardinal Lemoine. Disputaba una partida de ajedrez con nuestro amigo Erwin Polak, militante de las Juventudes Checoslovacas, y uno de los responsables del KIM. Ambos eran jugadores empedernidos. A pesar de meterles prisa, nuestro taxi llegó en el último minuto a la estación. Mientras yo pagaba la carrera, Erwin y Siroky corrían hacia el tren. Siroky subió en el momento en el que el convoy se ponía en marcha.

Cuando volví a ver a Erwin, me dijo, que como consecuencia de un cambio de horario acaecido aquel mismo día, Siroky había tomado el tren de Suiza en lugar del de Italia. Informado en Dijon por el revisor, le vimos llegar por la mañana de un humor de perros. Se volvió a ir al día siguiente y, esta vez, llegó sin incidentes a Moscú. Pero hoy, su amigo Erwin Polak, nombrado Secretario del Partido en Bratislava en 1950, ocupa una celda vecina a la mía, en la prisión de Ruzyn.

En cuanto a Köhler, habría debido partir antes, pero al recibir su pasaporte y el de su mujer, sintió aprensión de servirse de ellos, encontrándolos imperfectos. Siroky juzgó preferible que yo les procurase otros, partiendo del principio de que si alguien tiene miedo se hace coger forzosamente en la frontera. El pasaporte rechazado por Köhler fue asignado más tarde al camarada Ackerman, uno de los dirigentes del Partido Comunista Alemán. Su mujer y él llegaron sin contratiempo a Moscú. En cuanto a Köhler, aquella pérdida de tiempo le costó muy cara. Fue detenido y encarcelado por la policía francesa antes de que el nuevo pasaporte estuviera listo.

Siroky es hoy Vicepresidente del Consejo, Ministro de Asuntos Exteriores y Presidente del Partido Comunista Eslovaco; Köhler es el responsable del Servicio de Cuadros del Comité Central en el sitio de Kopriva. Cuando se me interroga sobre mis actividades de entonces, al servicio de la delegación del Partido Comunista Checoslovaco en Francia, actividades que ellos conocen de maravilla, que han dirigido en parte y que les han facilitado no sólo su trabajo sino también su vida en París, yo me pregunto cómo hacen esos dos para arreglarse con su conciencia. ¿Cómo pueden callarse? ¿Dejar actuar así a estos verdugos?

Y no sólo se trata de mí. Se nos imputa como un crimen nuestro alistamiento en el Ejército Checoslovaco en Francia. Era, sin embargo, una decisión justa, y además, ¿no nos habían dado ejemplo Sverma, Siroky y Köhler, alistándose los primeros y dando a todos la directriz de hacer otro tanto? La mayoría de nuestros voluntarios de las Brigadas siguió esta directriz. Rápidamente adquirieron un gran ascendente sobre sus camaradas de combate a causa de su experiencia y su determinación.

Laco Holdos fue su dirigente en el Ejército. Fue él quien, sin contactar con París, después de la derrota reunió en el campo, cerca de la carretera de Sigean-Portel, una docena de los responsables de los voluntarios de las Brigadas, para determinar sus futuras acciones.

Analizando las condiciones creadas por la derrota y la ocupación de una parte de Francia por los ejércitos nazis, habían planeado pasar gradualmente a la clandestinidad total y por el momento, esconderse entre la población, fundiéndose con la masa de sus conciudadanos establecidos en Francia. Habían proyectado también, el regreso clandestino de algunos al país, para proseguir la lucha. Las directrices que yo hice llegar poco después a Laco Holdos, confirmaban lo bien fundadas que estaban estas decisiones.

Era natural que los cuadros dirigentes de la emigración checoslovaca en Francia, habiendo sido voluntarios en España, hubieran asumido, algunos de ellos, responsabilidades importantes, incluso a escala nacional, en la MOI, en los FTPF o en el TR (Trabajo de Resistencia en el seno de los ejércitos de ocupación).

El Gobierno de Vichy, rechazó la desmovilización de doscientos voluntarios de las Brigadas. Se preparaba a enviarles a los campos de internamiento y a entregarles posteriormente a Hitler.

Laco Holdos, aprovechando el follón que reinaba en aquellos tiempos en el centro de Agde, se procuró una cantidad de hojas de desmovilización en blanco –provistas de todos los sellos– lo que permitió desmovilizar ilegalmente a los voluntarios e igualmente darles, a los más amenazados, identidades vírgenes con las cuales, a continuación, afrontaron mejor las vicisitudes de la vida clandestina. Más tarde el grupo checoslovaco de la MOI, aprovechó para los otros grupos de la Resistencia francesa, esas hojas de desmovilización y las cartillas militares vírgenes, que se habían procurado posteriormente para el Partido. Y he aquí que en Ruzyn, mi amigo Laco será acusado de ser un ladrón por este acto de resistencia.

He dicho bastante para que se pueda imaginar en lo que se convierte toda esta actividad de resistencia elaborada por nuestros referents. Tanto más, cuanto que nuestras relaciones con los voluntarios y los inmigrados yugoslavos, eran naturalmente buenas; estrechadas aún más por el hecho de que comprendíamos mutuamente nuestras lenguas. Les permitimos aprovechar a su vez, el excelente servicio técnico para la fabricación de papeles falsos que habíamos logrado montar.

Fue por medio de mi vieja amiga Erna Hackbart, militante alemana y antigua secretaria de Dimitrov, que había escapado al proceso de Leipzig evadiéndose durante un traslado de la prisión de Alexanderplatz al hospital donde debía ser operada de los ojos; que encontramos el maná providencial de las «auténticas» falsas cartas de identidad, cartillas militares y cédulas de alimentación.

En cambio, nos hacían falta alojamientos para acoger a nuestros ilegales. El Partido Francés nos recomendó tomar contacto con los yugoslavos, ya que ellos disponían de una espléndida villa en Louveciennes. Era propiedad de una pareja de americanos que se había marchado a vivir a la Costa Azul, dejando la villa al cuidado de su criada, una comunista francesa, compañera del responsable del grupo de lengua yugoslava. Pudimos alojar allí a algunos compatriotas hasta su partida para nuestro país.

Tales son los hechos, y he aquí ahora su fabulación en Ruzyn a partir del «testimonio» arrancado a un voluntario veterano checo, inválido, recogido en aquella época por nuestros amigos yugoslavos en «su» villa de Louveciennes: «La repatriación de los voluntarios checoslovacos, así como la de los voluntarios titistas, se hacía de acuerdo y con la ayuda de los americanos…».

A fin de dar aún más consistencia a este «testimonio», se explota el hecho de que Louveciennes, como numerosas ciudades de la Francia ocupada, poseía una guarnición alemana; y así se incluye el pasaje siguiente: «La repatriación se beneficiaba además de la complacencia de la Gestapo…» Y la prueba: «la villa estaba rodeada de casas donde residían los oficiales del Ejército Alemán y de la Gestapo que «podrían» haber visto y controlado muy bien, las idas y venidas en la casa y conocer a las personas que marchaban a su país…».

Así es como se escribe la historia en Ruzyn.

Una de las tareas que incumbían al grupo checoslovaco de la MOI, era hacer salir de los campos, por todos los medios posibles, a los voluntarios veteranos de las Brigadas aún internados: los inválidos y los catalogados por el Gobierno de Vichy como comunistas peligrosos.

Teníamos dos medios: hacerles evadirse, o hacerles salir legalmente procurándoles un visado para un país extranjero. La posesión de tal visado, permitía a su poseedor abandonar libremente el campo y vivir durante un cierto período en zona no ocupada. Este lapso de tiempo, estaba hecho a propósito para preparar su transición a la clandestinidad.

La dirección del grupo de Marsella, organizó con éxito la evasión de cierto número de inválidos del campo de Argeles, enviados a continuación clandestinamente a París. Según su estado físico, se quedaban en Francia donde participaban, en la medida de sus posibilidades, en el trabajo clandestino, y algunos incluso se presentaban voluntariamente para regresar a su país.

Bajo las órdenes del Partido Francés, los diferentes grupos de lengua, fueron encargados de establecer una lista de inválidos y de cuadros políticos, con el fin de pedir para ellos un visado de emigración a la URSS. Para el grupo checoslovaco, la lista fue remitida a la embajada soviética de Vichy por Laco Holdos. Yo entregué personalmente la copia a la Dirección del Partido Francés.

Sobre estos hechos he aquí la versión Ruzyn: «Aplicando las órdenes recibidas por los servicios de información americanos, London ha intentado enviar a la URSS, una parte de su grupo trotskista de voluntarios veteranos, bajo la cobertura de la Dirección de Partido Comunista Francés, pidiendo visados soviéticos para los inválidos y los cuadros de las Brigadas».

La Dirección de Marsella mantenía la conexión con los camaradas del campo de Vernet. Desde París nosotros les expedíamos, camuflados en los dobles fondos de las maletas de ropa y otros productos de la solidaridad, material clandestino del Partido Francés e instrucciones.

Por ese canal, habíamos comunicado a Pavel, que debía solicitar un visado para Méjico, país que en esa época aceptaba acoger a los republicanos españoles y a los voluntarios de las Brigadas. La Dirección de Marsella debía, por su parte, hacer los trámites en la delegación mejicana para apoyar su demanda.

Versión Ruzyn: «Yo quería enviar a Pavel a Méjico para asegurar el enlace con la Dirección de la IV Internacional».

«¿Cómo osa usted negar su trabajo de espionaje en Francia, durante la guerra, en favor de los servicios de información americanos? ¿Quién sostenía materialmente su grupo en Marsella? La YMCA, por mediación de los agentes Lowry y Dubina. ¿Qué era la YMCA? La organización de cobertura de los servicios de información americanos… Sus cómplices del grupo de Marsella, han reconocido haber cobrado los subsidios de la YMCA. Usted era su jefe, usted mismo lo ha confesado. ¿Por qué persiste en negar, en sus condiciones, que usted era el jefe de un grupo de espías?».

Después de 1939, el consulado checoslovaco en Marsella, había mantenido el enlace con el Gobierno Checoslovaco de Londres, del cual recibía las instrucciones para su trabajo y los medios financieros para realizarlo. Esto explica que Marsella, en esa época, se convirtiese en el centro de la emigración checoslovaca en Francia. Después del desastre y de la ruptura del país en dos zonas, el consulado se había transformado en un comité de ayuda para los ciudadanos checoslovacos refugiados en Francia. Les pagaba los alojamientos, les ayudaba a encontrar trabajo, a resolver sus problemas materiales y les procuraba los visados de emigración a los que querían embarcarse hacia otros horizontes.

En el curso de un viaje de tres días que hice a Marsella, en otoño de 1940, Laco Holdos me avisó de que el grupo de voluntarios veteranos, recibía subsidios del Comité de Ayuda. Yo lo encontré normal. En efecto, aunque los fondos proviniesen a la vez del Gobierno de Londres y del Centro de Ayuda que funcionaba bajo los auspicios de la YMCA, ¿de qué forma la aceptación de esta ayuda financiera por nuestros camaradas, podía constituir un crimen antipartido, un crimen de espionaje del que nos acusan hoy? ¿No era normal que fuesen socorridos como cualquier refugiado político?

En aquella época Francia, traicionada, había capitulado; las tropas alemanas acampaban sobre su suelo. Un espíritu sano, no especulaba entonces sobre los «pretendidos» vínculos de la YMCA con el imperialismo americano, sino que reflexionaba sobre el mejor medio de proseguir la lucha contra Hitler; con nuevos métodos que se adaptasen a las nuevas condiciones. ¡El enemigo principal era la Alemania nazi, sus ejércitos de ocupación, el Gobierno colaboracionista de Vichy y no… la futura América reaccionaria de los Allan Dulles y los MacCarthy!

Inútil decirlo, repetirlo, comenzar diez veces, veinte veces mis explicaciones, no hay nada que hacer: allí está la «prueba fundamental de las actividades de espionaje del grupo trotskista de voluntarios veteranos de las Brigadas, durante la guerra de Francia».

Respaldan esta acusación utilizando declaraciones arrancadas a Spirk, a Zavodsky y a Holdos, afirmando que «durante el viaje que London hizo a finales de octubre a Marsella, había tenido una entrevista en Vichy con el espía Lowry, para tratar con él en detalle los problemas de la repatriación» y concluyen: «En lo que respecta al regreso clandestino de los voluntarios veteranos al país, durante la guerra, ¡usted ha mentido, al contar que se había efectuado por orden del Partido Comunista Francés y del Komintern! .Esta directriz, usted la había recibido de los servicios de información americanos y de la Gestapo. ¿Con qué fin?».

»En primer lugar para entregar las direcciones clandestinas del Partido Comunista Checoslovaco a la Gestapo. Y en segundo lugar, para introducir sus espías y agentes de encubrimiento reclutados por usted entre los voluntarios veteranos, listos para actuar posteriormente en Europa Central contra los regímenes de democracia popular…».

Saco a un referent fuera de sí, el día en que le respondo que yo había estado muy poco inspirado no consultando entonces, al famoso Nostradamus, cuyas profecías nos habrían avisado de los cambios de régimen que ocurrirían después de 1945 y 1948, en Europa del Este, y particularmente, en Checoslovaquia. «Él me habría prevenido de la suerte que ahora me reserváis en 1951…».

Repito el cómo y el porqué de todas estas tareas. Apelo al testimonio del Partido Comunista Francés, pero, ¡igual que hablar al viento!

A partir de diciembre de 1940, los voluntarios concentrados en la región marsellesa, habían comenzado a volverse a París. Se presentaban, con una contraseña, en dos alojamientos que tenían dos camaradas muy abnegadas, Nelly Stefkova y Vera Hromadkova.

Cuando les juzgábamos listos para partir, se inscribían en la Oficina de Colocación alemana que reclutaba mano de obra para el Gran Reich. Los papeles que nosotros les proporcionábamos eran excelentes. El único control que pasaban antes de ser contratados era de carácter médico.

En Alemania, nuestros camaradas debían a la primera ocasión, alcanzar el Protectorado. Llegados al lugar, era necesario que restableciesen el contacto con el Partido. O, si no lo conseguían, tomar la iniciativa de detectar en su entorno a los comunistas aislados, a los antifascistas, a los patriotas, para organizar por sus propios medios, acciones y sabotajes contra los invasores o, eventualmente, incorporarse a un grupo de guerrilleros.

Si nuestros camaradas se veían en la imposibilidad de alcanzar el Protectorado, debían volver a Francia aprovechando el primer permiso regular, y nosotros los incorporábamos a un grupo de FTPF.

A principios de 1941, casi todos los comunistas checos del grupo de Marsella, habían alcanzado el país siguiendo este procedimiento. Nos enviaban una carta postal anodina confirmando que habían alcanzado el término de su viaje. A partir de ese momento rompíamos todo contacto con ellos.

La Comisión de Repatriación Eslovaca se instaló en París en aquella época. Para nosotros era el medio de crear un segundo conducto para repatriar a nuestros camaradas eslovacos, incluidos los voluntarios todavía internados.

Mezclados con numerosos emigrantes indigentes eslovacos residentes en Francia y repatriados con sus familias, llegaban sin contratiempo hasta Bratislava. Por el mismo canal, habíamos enviado igualmente a los checos, húngaros, rumanos y yugoslavos, provistos de papeles eslovacos. Desde Eslovaquia les era mucho más fácil alcanzar su país. Entre nuestros camaradas eslovacos, algunos eran de origen judío. En el trabajo del Partido nunca se había hecho ninguna diferencia entre los militantes judíos o no judíos. Ellos mismos pedían regresar. Habrían sido ultrajados si nosotros les hubiésemos negado la autorización, se habrían sentido militantes de segunda y víctimas de una discriminación. Bien entendido, para ellos redoblábamos la prudencia: les dábamos la identidad de eslovacos residentes en Francia, que pasaban en su lugar la visita médica obligatoria y ejecutaban todas las formalidades ante la misión de repatriación.

Ahora, aquellos que me han acogido en Kolodéje con propósitos antisemitas, lamentando que Hitler no haya acabado su trabajo de exterminación de judíos, esos mismos, jugando a buenos apóstoles, me acusan de haber repatriado en Eslovaquia a los judíos para enviarles a la boca del lobo.

Para recuperar a los camaradas todavía internados en Verney, les habíamos dado la orden de inscribirse en la Oficina de Trabajo Alemán, que funcionaba hasta en los campos. Debíamos, a continuación, hacerlos evadirse durante el camino e incorporarlos al trabajo clandestino. El primero de sus convoyes pasó por París a fines de mayo, y fue acantonado en el cuartel de Tourelles. Habíamos conseguido que se evadiesen todos nuestros camaradas checoslovacos, entre ellos Neuer, Hromadko, Stern, Bukacek, Klecan y tantos otros; incluso, rumanos, húngaros y yugoslavos, en total unos cuarenta. La mayor parte dejó Francia por el conducto indicado. Los demás entraron en la Resistencia francesa.

Todavía no sabía que aquella acción me ocasionaría la acusación más infame.