Los cabecillas del juego de Ruzyn, son avezados maestros en el arte de despertar el sentimiento de culpa de los que «trabajan». A lo largo de los interrogatorios, se aprovechan de que el hombre que está ante ellos, al no comprender de qué es acusado, cuenta toda su vida como lo haría un creyente a su confesor. Busca sin cesar lo que ha podido provocar tal malentendido con el Partido, en las negligencias o errores que haya podido cometer en su trabajo, en su vida privada, en las incomprensiones o las reservas que haya tenido ante tal o cual decisión del Partido; ellos saben a las mil maravillas, descubrir la falla explotable. Disciernen muy bien la debilidad que puede servir a su juego. Tendrán en cuenta su existencia para su maquinación ulterior. Manejan subjetividad y objetividad con el solo propósito de llevar a su víctima a admitir que es culpable. Tienen experiencia y práctica, tiempo para reflexionar, distancia, perspectiva. Trabajan de lejos, con intermediarios. El hombre que ha caído en su trampa no descubre, al principio, su existencia si no es atando cabos. Y ese misterio que les rodea es, también, para acrecentar su autoridad, su ascendente, su control, reforzando otro tanto la angustia de su víctima. Esos maestros de ceremonia son los consejeros soviéticos.
He encontrado bajo la pluma de Kierkegaard lo que yo había vivido: El individuo deviene culpable no por serlo, sino por la angustia de pasar por serlo.
Este sentimiento de culpabilidad que existe en potencia en todo individuo, incluso en la vida cotidiana, es inherente a la conciencia humana.
¿Quién no ha enrojecido hasta las orejas en su pupitre escolar sin ser, sin embargo, culpable, cuando el maestro dirigiéndose a toda la clase, exigía al autor de un pecadillo que se denunciase?
¿Quién no ha experimentado un sentimiento de angustia al franquear una frontera, incluso si no transporta nada ilegal, con la sola vista de un uniforme de aduanero?
¿Quién no se ha preguntado: «Qué infracción he cometido» cuando ve que un agente le aborda, antes incluso de que éste abra la boca?
Entre los camaradas detenidos durante la clandestinidad quién no ha pensado: «Si hubiera seguido mejor las consignas del trabajo clandestino… Si no hubiese ido a ver a mi madre o a mi mujer… Si no hubiese vuelto a mi viejo escondite… Si… si… si…».
En nuestra vida de militante, la práctica de la autocrítica, incluso nuestro esfuerzo hacia la perfección, nos ha acostumbrado a buscar en nosotros mismos la responsabilidad, las insuficiencias, las faltas, los fracasos. Nos hemos forjado en esta disciplina sin sospechar que los métodos estalinistas, con lo que se llama el culto a la personalidad, han acabado por insuflarla de religiosidad inconsciente.
Pero si en libertad reaccionamos así, sufrimos esa especie de culpabilidad difusa ante el Partido deificado, ¿cómo podemos resistirnos a su empuje bajo el impacto de una detención ordenada por el Partido, confirmada por su Presidente y autentificada justamente por esos «consejeros soviéticos?».
He sentido sobre mí la eficacia de ese arma de la Seguridad, y si hoy alcanzo a analizar su mecanismo, en aquella época evidentemente no. Lo sufría. «Cada acción, cada hecho –me decían– debe ser apreciado objetivamente en los protocolos. Más tarde se analizará su lado subjetivo». Eso significaba que, puesto que yo había estado vinculado a Field y que Field había sido denunciado como espía en el proceso Rajk, yo debía reconocer mi culpabilidad «objetiva» por el hecho de ese vínculo, aunque «subjetivamente», yo ignorase en aquellos momentos el papel de Field. Eso significaba que, puesto que mis camaradas de las Brigadas Internacionales han firmado las confesiones donde reconocen su culpabilidad en diversos crímenes contra el Estado, yo soy «objetivamente culpable», puesto que era su dirigente.
Y la canción de la culpabilidad objetiva no acabará, día tras día, noche tras noche, protocolo tras protocolo.
Por ejemplo, He aquí que se me interroga sobre una reunión interministerial que había tenido lugar en el despacho de Clementis, con Dolansky, Vicepresidente del Consejo; Kabes, Ministro de Finanzas, y Gregor, Ministro de Comercio Exterior. Dando satisfacción a una petición del Gobierno de Pakistán, los cuatro Ministros, deciden enviar a ese país a un tal Havlicek como experto industrial. Ellos están informados de que este Havlicek no era partidario del nuevo régimen que tenemos, pero esperaban obtener, por su mediación, pedidos para nuestra industria. Yo recibo de Clementis la orden de organizar la partida del tal Havlicek. Lo que hago. No he visto nunca a este Havlicek, ni le conozco para nada.
«Escogió la libertad». Ahora se me acusa de haber enviado a Pakistán un hombre poco seguro, «objetivamente» un enemigo. El lado subjetivo, a saber: que no he hecho más que ejecutar una decisión ministerial en el marco de mis funciones, no se refleja en el acta. Sólo queda la «objetividad»: soy «objetivamente» culpable de haber enviado un enemigo al Pakistán.
«En Asuntos Exteriores, los servicios de Cuadros y de Personal estaban situados bajo su responsabilidad cuando Brotan fue enviado a Suiza y Kratochvil a la India. Ambos se negaron a volver a Checoslovaquia cuando lo ordenó el Ministerio. ¡Han traicionado, pues! ¡Usted no puede negar «haber enviado traidores al extranjero! ¿Cómo le llama a una política de cuadros que consiste en enviar traidores al extranjero? ¡Objetivamente, es una política de sabotaje y de traición!».
Los referents afirman también que cualquier información –incluso si son sacadas de artículos publicados en el órgano central del PC, Rude Pravo– dada a un extranjero, incluso si es comunista, constituye según nuestras leyes un acto de espionaje.
«Las conversaciones que usted tenía con sus invitados franceses cuando los recibía en su casa –¿y quién le dice que no había agentes entre ellos?– giraban sobre la situación en nuestro país. Así pues, esas conversaciones tenían objetivamente un carácter de espionaje».
Uno de los referents me hace esta brillante demostración de lo que constituye un delito de espionaje:
«Sabemos muy bien que Field no se ha presentado a usted como un espía. Esa gente no trabaja así… Le ha pedido ciertas informaciones que usted le ha proporcionado: las señas del edificio de la Radio de Praga y el nombre de su Director, Lastovicka; las de la sección de relaciones culturales del Ministerio de Información y Cultura, y el nombre del responsable de esta sección, Adolf Hoffmeister. Le ha dicho ser el redactor jefe del semanario parisiense Paralelo 50. Todo esto a un hombre desenmascarado como espía. Objetivamente, eso representa una colaboración con un espía, y así es como su actitud es calificada por nuestras leyes».
Y continúa: «¿Ha conocido usted a Field?». «Sí». «¿Ha tenido relaciones con él?». «Sí». «¿Field ha sido desenmascarado como espía americano en el proceso Rajk?». «Sí». «Cómo se llaman los contactos mantenidos con un espía: son contactos de espionaje. ¿No es así? El que mantiene contactos de espionaje con un espía es, él mismo, un espía. ¡Por qué tener miedo a las palabras! El que hace el pan es indudablemente un panadero…».
Y como me defiendo violentamente contra tal interpretación abusiva de los hechos, puesto que las informaciones que yo le había dado a Field eran de dominio público y él mismo habría podido encontrar las direcciones en el listín telefónico de Praga, el confidente me responde doctamente:«Si un soldado le dice el calibre de su fusil, es espionaje, incluso si la descripción detallada de ese fusil ha sido publicada la víspera en la prensa…».
Nada escapa a tal interpretación, a tal desnaturalización de los hechos. Una vez que por esta especie de «lógica» que tiene Ruzyn, y también por otros métodos de presión, se obliga a los acusados a reconocerse «objetivamente» culpables de un hecho, se cambia enseguida de disco. Y a partir de esta «confesión» se comienza a escribir que no solamente «objetivamente», sino también «subjetivamente» son enemigos.
«Usted mismo ha dicho, usted mismo ha confesado haber tenido contactos con los titistas, haber mantenido conexiones de espionaje con el espía Field, haber saboteado la política de Cuadros en el Ministerio de Asuntos Exteriores… No osará siquiera pretender, que toda esta serie de hechos es debida al azar. Usted no es ni un inconsciente ni un imbécil. Si usted ha actuado así es porque usted es un traidor, porque quería perjudicar al Partido y al Gobierno…».
Con tal proceder y tales métodos, es imposible no encontrar en la vida de un hombre los acontecimientos, las acciones, que se presten a tales interpretaciones y deformaciones. Así se puede fabricar con cada hombre un traidor, un espía, un saboteador, un trotskista… Cada actividad honesta, leal, en y por el Partido, se vuelve dudosa o enemiga.
La repetición de este género de demostraciones «objetivas» bastaría para volverle loco, incluso si no existiese el resto. Los consejeros soviéticos, por otro lado, manifiestan directamente, a través de las preguntas pasmosas y abominables que les traicionan, su desconocimiento de las condiciones de vida de occidente y su negativa a comprenderlas y a captar las sutilezas políticas. Todo lo que hemos hecho es valorado y calificado a la luz de la situación internacional más inmediata, según las normas políticas en vigor en la URSS. Se generaliza lo que me pasó con Field. Si he conocido un comunista yugoslavo en España, se escribe que: «ya antes de la guerra estaba en conexión con el titista X».
Uno de los jefes de Ruzyn, hombre de confianza de los llamados consejeros, me dijo un día textualmente: «Debemos ver las cosas y las actividades pasadas a la luz de los acontecimientos de hoy en día y no colocándolas en la situación de aquel entonces. De otra forma no podríamos jamás hacer un proceso, y el Partido necesita un proceso».
De vez en cuando se utiliza una táctica diferente.
«Puesto que el Partido afirma que usted y su grupo son culpables, usted debe admitir su culpabilidad». O también: «En tanto que antiguo y disciplinado miembro del Partido, usted debe someterse a su juicio y confesar de acuerdo con lo que él le exige».
Doubek, el amo de Ruzyn, expresa la misma idea de una forma «poética»: «El único modo de probar su fidelidad al Partido, es adaptarse a su forma de juzgar «actualmente» los hechos del «pasado». No tiene más que imaginar que el Partido se encuentra en la orilla opuesta. Es a usted a quien le corresponde lanzarse al agua y nadar para reunírsele. El agua fría no debe asustarle». Y concluye: «De todas maneras la posición del Partido le arrastrará. Si usted acepta actuar en interés del Partido, nosotros le prometemos que le será tenido en cuenta».
Ante estos argumentos, replico: «Si yo soy un buen miembro del Partido, ¿qué hago aquí entonces? Y si soy un enemigo trotskista, como usted afirma, ¿cómo puede usted apelar a mis sentimientos de buen comunista?».
Se acaba planteando la cuestión: ¿Cuándo se ayuda al Partido? ¿Cuando se responde negativamente…?, siendo ésa la verdad, los referents nos responden que no. ¿Cuando confiesan los crímenes que uno no ha cometido…?, ellos afirman que sí. Pero uno mismo sabe bien, uno que es comunista, que las mentiras nunca han sido ni pueden ser el fundamento sobre el cual se puede construir la sociedad socialista. Por el contrario, comunismo significa honestidad, verdad, franqueza. ¡El humanismo socialista no tiene nada que ver con lo que pasa aquí!
Rumio este problema, y tropiezo siempre con el móvil que ha podido llevar a Zavodsky a «confesar», el primer día, todo lo que querían hacerle confesar, y que él escribe como una confesión personal. Incluso, aunque hayan ejercido sobre él una presión terrible para probarle que yo soy un espía y que, gracias a su ayuda, he podido ejercer mi actividad de espionaje y escapar a una detención hace tiempo; eso no puede explicar esa prisa ni ese hundimiento total, teniendo en cuenta lo que Zavodsky me conoce bien por todas nuestras conversaciones.
¿Puede ser esa denuncia de su pretendida traición a la Gestapo, el peso de su ignominia, lo que le ha hundido? Pero eso no es suficiente. Y he aquí que en el presente comprendo, por otra parte, el comentario del referent de Kolodéje, sobre el hecho de que Zavodsky conocía los servicios de la Seguridad. Él supo de la existencia del servicio dirigido por los consejeros soviéticos. Pienso en la alusión de Pavel acerca de las vigilancias de que yo era objeto, al hecho de que estas vigilancias pasasen por encima de la cabeza de Zavodsky. Este último no podía hacerse ninguna ilusión acerca de los consejeros soviéticos; sabía, que más tarde o más temprano, como en los procesos de Moscú, el acusado que estaba en sus manos «llegaba a confesar». Ha preferido tomarles la delantera. ¿Entonces, ha cedido sin resistencia porque sabía bastante más que nosotros?
Una noche que el comandante Smola me interrogaba, le llaman al teléfono. Me deja en el pasillo, con los ojos vendados, bajo la vigilancia del referent que trabajaba en el cuarto de al lado. Este último se coloca en el umbral de la puerta entreabierta para poder vigilarme. Mi oído agudizado por el aislamiento, percibe entonces una conversación en voz baja. Reconozco la voz de Zavodsky. Le pregunta al referent: «¿Quién está en el pasillo?». «London» «¡Qué fatigado debe estar!» El referent le responde que es mi único mérito, que tengo la piel dura pero que mi suerte está echada. Zavodsky, pregunta entonces que suerte le está reservada a él. El referent le dice: «Se le enviará probablemente a vivir a algún lugar aislado, en una granja del Estado, durante tres o cuatro años, el tiempo necesario para dejar que se olvide todo el asunto…».
En el curso de un interrogatorio posterior, cuando Smola utiliza de nuevo los «testimonios» contra mí, le respondo violentamente: «Todas estas mentiras las ha obtenido de Zavodsky bajo la promesa de…» y le repito lo que he oído en el pasillo. Aquel día estoy absolutamente desencadenado, fuera de mí por la rabia y le digo todo lo que pienso de sus métodos, de sus mentiras. Smola monta en cólera y deja el cuarto para echar una bronca –por lo menos yo lo supongo– al referent culpable de haberme dejado oír tal conversación.
Más tarde, después de mi rehabilitación, tuve la ocasión de encontrar a este referent, y cuando le pido explicaciones sobre la confesión de Zavodsky, me responde que, durante dos meses, ellos habían tenido la orden personal de Kopriva, Ministro de la Seguridad, de conceder un trato de favor a Zavodsky, de actuar con él como con un camarada. Al cabo de dos meses, sin mediar explicación, esa orden fue revocada.
Las «confesiones» de los otros han sido arrancadas por métodos inhumanos y bajo la presión de las «confesiones» de Zavodsky.
Estas nuevas «confesiones» debían confirmar la de Zavodsky, pero también aportar nuevos elementos que permitiesen aumentar la presión sobre mí. Me leen largos pasajes de las declaraciones. Algunas están formuladas con refinamiento. Por ejemplo, se hace decir a Svoboda que ha hablado delante de mí de todas las cuestiones concernientes al ejército checoslovaco, de su potencia de fuego, etc., y que así London «podía transmitir esas revelaciones a los imperialistas occidentales, en tanto que era agente de información del grupo trotskista».
En esta «confesión» la palabra «podía» responde a la pregunta maquiavélica del referent: «¿Podía transmitirlas él?». «Sí, podía». Esto se convierte a continuación en la prueba de que lo he hecho, teniendo en cuenta «mis relaciones de espionaje» con Field.
Para llenar sus lagunas sobre mis actividades, como consecuencia de mis largos años de ausencia del país, hacen confesar a Zavodsky que me tenía al corriente de las actividades del grupo por medio de cartas, y que me hacía llegar los informes de espionaje que yo le pedía, y que igualmente, por carta, yo le enviaba mis instrucciones…
A Svoboda se le hace «confesar» que Zavodsky dirigía sus actividades enemigas, pero que «las extraía de sus relaciones epistolares conmigo», entendía que yo dirigía el grupo a través de Zavodsky.
Se hace decir a Pavel, que había recibido mis instrucciones en Francia, instrucciones para desarrollar su trabajo «enemigo» en Checoslovaquia. A mi respuesta: «¿Cómo habría podido hacerlo si yo, estaba deportado en Mauthausen?». Kohoutek, que en el intervalo había sucedido a Smola, declarará, para aumentar mi confusión y mi desmoralización: «Puede ver usted, por todo eso, que todos se lanzan como lobos sobre usted para descuartizarle».
Esta es la última arma de la Seguridad.
Diabólicamente nos enfrentan unos contra otros. Azuzan las antipatías, despiertan rencores y diferencias personales. Nos embaucan: «Tal ha dicho esto de usted». «¿Eso ha dicho el cabrón?». «Aún ha dicho cosas peores, y usted, pobre imbécil, aún le trata con consideración». Así consiguen provocar declaraciones desfavorables de unos contra otros, y crear ese barrizal de infamias del cual, los referents, sacan luego sin vergüenza sus «pruebas». Me leen algunas muestras. Encuentro reflejos de las discrepancias que enfrentan a Hromadko, Svoboda y a Nekvasil; a Nekvasil y a Zavodsky; a Kleinova y a Hromadko. Esos desacuerdos son agravados y deformados según el método habitual, por los referents que los hacen pasar del plano personal al político. ¡Qué no llegarán a conseguir de esos combatientes leales, valerosos, condicionándolos como lo hacen!
Se acentúa la presión sobre mí: «Ahí tiene a las personas que ha tenido bajo su responsabilidad. Su personalidad aclara aún mejor la de su jefe».
¿Dónde está la solidaridad de combate que unía en las prisiones burguesas o nazis a los prisioneros políticos y que era uno de los elementos más importantes de su actitud valerosa y heroica ante la policía, o ante los tribunales y sus verdugos?
De nuevo me veo en el patio de la siniestra prisión medieval de Poissy en septiembre de 1943, entre otros ochenta detenidos políticos, todos sentenciados a condenas muy largas. Los destacamentos de la policía de Vichy y alemana, armados hasta los dientes, esperan que la Dirección de la prisión nos ponga en sus manos. Generalmente es así como se actuaba para la formación de los convoyes de rehenes que se llevaban a fusilar. Todos nosotros pensábamos que era esa la suerte que nos esperaba. Cantábamos La Marsellesa y La Internacional; gritábamos: «¡Viva Francia!» «¡Viva De Gaulle!» «¡Viva el Ejército Rojo!» «¡Viva Stalin!» A nuestra manifestación se unían enseguida los otros camaradas políticos que permanecían en sus celdas.
De pronto, oigo gritar mi nombre: «¡Gérard! ¡Gérard!» Busco entre los racimos humanos enganchados a los barrotes de las ventanas que daban al patio y reconozco a Laco que me hace grandes gestos con la mano. Me acerco y le saludo a mi vez: «¡Adiós Laco!» Y llorando y grita: «¡Quiero ir con vosotros! ¡Quiero morir con vosotros!».
Esos eran lazos de fraternidad, de fidelidad hasta la tumba.
¿Qué han hecho de nosotros aquí?
Tus codetenidos, una vez que te meten delante de los ojos las declaraciones truncadas, las «confesiones» calumniosas y falsas, que te acusan de todos los crímenes, ya no son, para ti, los camaradas de entonces, sino una panda de cabrones. Acabas por odiarlos, pues los consideras como una jauría que te ha transformado en una bestia acosada.
El arma de la discordia se maneja aquí con una habilidad sin igual. Gracias a ella, los referents consiguen por ejemplo, poner en contra mía a Dora Kleinova. Zavodsky mencionaba en sus «confesiones» un episodio de la vida de Dora, afirmando haberlo obtenido de mí. A continuación, se hizo creer a Dora que yo era el autor de aquella declaración sobre ella. Se resintió tanto más por la gran amistad y confianza que me profería. Los referents han aprovechado de su decepción y desengaño para arrancarle falsas declaraciones contra mí. Después, explotando esas declaraciones, han conseguido arrancarle más «confesiones» sobre sus propias actividades enemigas.
De este modo, los referents, acaban por hacer de cada acusado un lobo para los otros. Estos métodos infernales tienen por resultado facilitar la fabricación en serie de las falsedades más groseras, más abominables, sobre vuestra «traición» y vuestros «crímenes».
Cada día, mi expediente se enriquece con una nueva «acusación», cada día los referents me imputan un nuevo «crimen», cada vez más grave:
«Su actividad de espionaje no ha comenzado con Noel Field. Usted ya la practicaba cuando estaba en España. La prueba es…».
Se la formula así:
«London ha hecho posible la entrada de la Comisión Internacional de la SDN en los campamentos donde se encontraban los voluntarios checoslovacos, para permitirle hablar individualmente con ellos, hacerles llenar cuestionarios… Así es como ha practicado el espionaje a escala internacional…».
Recuerdo esos días de otoño de 1938, cuando, bajo la proposición del Gobierno Republicano Español, la Sociedad de Naciones había decidido la retirada de todas las fuerzas extranjeras de España. Para verificar la aplicación de esta decisión por las dos partes beligerantes, una Comisión Internacional funcionaba tanto en el territorio ocupado por Franco como en el republicano.
Así pues los voluntarios habían sido retirados de los frentes y concentrados en los campos de repatriación en Cataluña.
Después del registro de todos los voluntarios –llevado a cabo por nacionalidad– los miembros de la Comisión habían tenido derecho a entrevistarse sin testigos con cada uno de ellos, a fin de asegurarse de que no estaban sometidos a ninguna presión que pudiese influir sus respuestas. La cuestión principal era la de saber a qué país deseaba ser repatriado el voluntario. Esto valía especialmente para los voluntarios residentes en los países bajo dominación fascista, cuyo regreso a casa habría significado su encarcelamiento.
Yo trabajaba en esa época, como instructor del Comité Central del Partido Comunista Español, junto a los voluntarios checoslovacos. Bajo este epígrafe, yo había recibido la visita de un antiguo oficial de las Brigadas, nuestro compatriota Smrcka, actualmente intérprete de la Comisión Internacional. Quería ponernos en guardia sobre el hecho de que, en el curso de las entrevistas de los voluntarios con los miembros de la Comisión, algunos de ellos habían dado ingenuamente detalles sobre el conducto que habían tomado para venir a España; especialmente los nombres de las personas que trabajaban en los Comités de Ayuda a la España republicana, que habían tomado parte en el reclutamiento y en la organización de la marcha de los voluntarios hacia España. Algunos habían, incluso, escrito estas indicaciones en los cuestionarios que les habían hecho rellenar.
Teniendo en cuenta la situación de Checoslovaquia en Munich, esto era grave. Tanto más cuanto que la mayoría de nuestros camaradas habían manifestado el deseo de volver al país para proseguir el combate contra Hitler, que ocupaba ya los Sudetes y se preparaba a engullir el resto de Checoslovaquia.
Gracias a la ayuda de Smrcka, fue posible retirar aquellos formularios. Habíamos convencido a nuestros camaradas para rellenarlos de nuevo omitiendo todo lo perjudicial a los militantes antifascistas y comunistas de Checoslovaquia.
Mis relaciones con Smrcka, cuya acción en favor de la solidaridad antifascista internacional, de los intereses de la patria y también de nuestro Partido, había sido notable, se transforman aquí en prueba irrefutable de mis «actividades de espionaje» por cuenta de la Comisión Internacional de la SDN y de colaboración con el espía Smrcka.
Este oficial de carrera que vino, él también, a España para combatir en las filas de las Brigadas Internacionales, había sido destinado como oficial de enlace en el estado mayor de la 15ª Brigada. Algunos pensaban que trabajaba para el servicio de información checoslovaco. ¡Es posible! En todo caso, mantenía abiertamente relaciones amistosas con el cónsul checoslovaco en Barcelona. Sin embargo, todo el mundo reconocía que su actitud en las Brigadas había sido absolutamente irreprochable. Sabiendo hablar a los hombres, gozaba de una gran simpatía entre los soldados. Su excepcional valor físico forzaba la admiración y el respeto. Tras un ataque de su Brigada contra las posiciones fascistas, el comisario político de una unidad cayó herido a pocos metros de la trinchera enemiga. Todas las tentativas para traerle a nuestras líneas habían fracasado; los fascistas abrían un fuego de barrera cada vez que alguien intentaba acercarse.
Smrcka se prestó voluntario para ir a buscarle. Se arrastró hasta él, pegándose a la tierra y, a riesgo de su vida, consiguió traer al herido.
En el curso de las batallas, él mismo había sido herido siete veces. Había perdido un ojo…
Después de la retirada de los voluntarios del frente llegó a ser intérprete de la Comisión Internacional de la SDN y en su nueva función nos había prestado importantes servicios.
Un poco antes del final de la guerra, Smrcka se fue de España para ir a Francia. Supimos en 1941, por camaradas checoslovacos procedentes de Bélgica, que había sido visto en ese país. Había tratado de huir, después de la ocupación alemana, embarcándose clandestinamente en un navío con rumbo a Argentina. Alcanzado su destino, había sido rechazado, embarcado en el mismo navío y devuelto a Bélgica.
Después de la guerra supimos que había sido ejecutado por la Gestapo en 1943 ó 1944. Y este es el hombre que se me imputa como un crimen haber conocido.
Los referents se burlan de mis explicaciones.
«Así que usted practicaba el espionaje en España con su cómplice Smrcka. Pero eso no es todo, a partir de ese momento empezó a colaborar con Field y los servicios de información americanos…”
Yo no había oído nunca hablar de Noel Field antes de recibir de manos de mi amigo Hervé en París en 1947, aquella carta de recomendación en el momento de mi partida para Suiza…
Se me impone silencio. Día y noche los referents se relevan para intentar hacerme «confesar» «haber sido generosamente recompensado por Field, después de mi regreso de España, por el excelente trabajo realizado allí por cuenta de la CIA». Pretenden que Field había sido uno de los miembros de la Comisión de la SDN.
Ahora, nueva acusación: soy un agente de Tito. La martingala de la Seguridad, se apoya sobre las relaciones amistosas y de partido que he tenido con numerosos yugoslavos.
Los voluntarios checoslovacos han combatido en España en unidades militares mixtas, donde se encontraban también los yugoslavos; la 129 Brigada Checo-balcánica, el Batallón Divisionario de la 45 División y otras más. Existían, naturalmente, lazos de amistad y contactos diarios entre yugoslavos y checoslovacos. ¿Podía ser de otro modo? Estaban codo con codo en las mismas trincheras, en las camas de los hospitales, en los mismos acantonamientos y después, en los mismos campos de internamiento.
Como aquí cada yugoslavo es, desde ahora en adelante, un «titista»; cada voluntario veterano es, naturalmente, acusado de haber frecuentado a los «titistas» –ya en España– y de ser ahora agente de Tito. Por ejemplo, la simple mención del nombre de Bojidar Maslaritch, (veterano del movimiento obrero servio y uno de los fundadores del Partido Comunista en Yugoslavia), entre los de los responsables políticos y militares de la Brigada a cual pertenecía Pavel, lleva a escribir al referent en el acta que: «Pavel, ya en España, estaba vinculado con el conocido titista Maslaritch…».
En cuanto a mí, como he trabajado con el representante del Partido Yugoslavo en París en 1939 y 1940, que no es otro que Kidric, actualmente Ministro en su país y designado por los soviéticos como «uno de los dirigentes de la pandilla titista», mi traición titista en los viejos tiempos se encuentra magistralmente confirmada; aunque de lo que se tratase entonces fuese de establecer falsos pasaportes para Sverma y Siroky: es decir, los dirigentes del Partido Checoslovaco en Francia.
Pero esa es otra historia. La historia de mi actividad en la MOI y lo que de ella deducen los referents y los consejeros soviéticos.