Capítulo XII

Estoy seguro de que mi mujer, conociendo la energía que la caracteriza, está removiendo cielo y tierra para saber lo que me pasa y exigir explicaciones.

Tendré más tarde, por ella misma, el relato de lo que había pasado en nuestra casa después de mi detención:

«Te estuvimos esperando toda la tarde. Yo estaba al mismo tiempo, apenada y enfadada por tu prolongada ausencia, puesto que nos habías prometido volver lo más rápidamente posible. Hacia la hora de cenar empecé a telefonear a uno y a otro para tratar de localizarte. Uno, dos, tres telefonazos a los Hromadko, sin resultado. Sonaba, pero nadie lo cogía. Llamé a Zavodsky, reconocí al otro extremo de hilo la voz de su mujer, un poco velada, triste: “¿No has visto a Gérard esta tarde?”. “No, no se ha pasado por aquí. Además, Ossik está ausente”.

»Después, a Vales. Me contestó una voz de hombre: “¿Quién llama?”. “Londonova”. “¿Qué quiere usted?”. “¿No están Oskar o su mujer por ahí? Quiero hablar con ellos”. “No, no hay nadie” y se corta.

»Llamé aún a varios de tus amigos, pero ninguno de ellos te había visto. Íbamos a sentarnos a la mesa cuando oí un coche pararse delante de nuestra casa. Me precipité, pensando que eras tú que volvías. Pero en tu lugar, cuatro hombres arremetieron contra mí, y me empujaron al interior de la casa. Eran todos jóvenes y gesticulaban: “Venimos a hacer un registro”. “¿Y con qué derecho? Muéstrenme la orden escrita que les autoriza a hacerlo”.

»No la tenían, así que yo me opongo violentamente a dejarles entrar en el salón y a que comiencen su registro. Les dije que iba a ponerme inmediatamente en contacto telefónico con Slansky y con el Ministro de la Seguridad para informarles de sus pretensiones y pedirles ayuda contra ellos. No se esperaban tanta oposición. Mi actitud tranquila y enérgica les imponía visiblemente. No me dejan telefonear pero, después de deliberar deciden que uno de ellos volvería para informar. Esperando su regreso, los otros se sientan en el canapé de la entrada.

»Mis padres estaban conmigo. Su confusión, su pena me hacía daño. Convencí a mamá, que se encontraba muy mal –tan grande era la impresión– de que se retirase a su cuarto y se acostara. Papá se quedó a mi lado para ayudarme a hacer frente a la adversidad.

»Mientras tanto, Françoise volvió. Le dije que aquellos hombres eran empleados del Ministerio, enviados por papá. Ella no sospechaba la desgracia que acababa de caernos encima y subió a acostarse con su hermano después de habernos contado todos los detalles de sus juegos durante el día.

»Mi padre se paseaba de arriba abajo por el salón. Michel iba de una butaca a otra balbuciendo: “Papá, papá”. Eran sus primeras palabras. Se dirigió hacia los jóvenes agentes, que tenían un aire molesto, se agarró a sus piernas balbuciendo “Papá, papá” y riéndose. Me preguntaron: “¿Qué edad tiene?”. “Trece meses”. “¡Anda muy bien! Es divertido que llame siempre a su padre”.

»Les ofrecí café y les expliqué que papá era español, minero de profesión, y que era un viejo militante del Partido Comunista Francés. Les vi impresionados por nuestra actitud, se volvieron educados y procuraron no hacerse de notar.

»Tres horas más tarde llegó un nuevo coche y, como un huracán, entró un nuevo equipo de gorilas. Eran cinco por lo menos. Uno de ellos –el jefe al parecer– me presentó un papel y, sin esperar siquiera a que yo lo descifrase, me empujó y dio la orden de comenzar el registro. Eso duró gran parte de la noche. Conseguí imponerles silencio en la habitación de los niños que apenas entreabrieron los ojos y se durmieron de nuevo en cuanto oyeron mi voz tranquilizándolos. En el cuarto de mis padres registraron también de arriba abajo, silenciosamente. Mamá, acostada, lloraba calladamente. Les dije: “¡No se portan ustedes mejor que los policías nazis que nos detuvieron a mi marido y a mí en 1942!”.

»El segundo equipo que llegó, se marchó con una maleta llena de documentos y papeles de familia. Los tres jóvenes se quedaron en el salón. Papá y yo, pasamos la noche en blanco en su compañía. Traté de conseguir algunas explicaciones pero, evidentemente, no sabían absolutamente nada y aplicaban simplemente las consignas que les habían sido dadas.

»Por la mañana serví el desayuno a los niños en la cocina como si no pasara nada. Fueron a la escuela como todos los días. Algo más tarde, un hombre de la Seguridad vino a buscar a sus colegas en un coche. Antes de marcharse me recomendó que no hablase a nadie de lo que había pasado y que fuese a trabajar como de costumbre.

»A su hora habitual, el coche del Ministerio vino a buscarme para conducirme al trabajo. El chofer parecía sentirse incómodo, pero no me hizo ninguna pregunta. Antes de salir, marqué el número de teléfono de Siroky, por la línea telefónica directa que nos enlaza con los Ministerios y con el Comité Central del Partido; se llevó una desagradable sorpresa al oírme al otro extremo de la línea. Le informé de tu detención y le pedí que me recibiese enseguida. Me dio una cita para la mañana del siguiente día.

»Intenté también llamar a Geminder y fue su secretaria quien me respondió. Geminder no está libre y no puede coger el teléfono. Esta respuesta la recibía invariablemente cada vez que llamaba. Slansky tenía la misma actitud. ¡Estaba claro que no querían recibirme!.

»Al día siguiente pues, vi a Siroky en su despacho. Parecía muy molesto, dijo ser el primer sorprendido por los acontecimientos. Le conté cómo, en los últimos tiempos, estabas nervioso, desmoralizado por el ambiente de sospechas creado en torno a ti. Le pregunté por qué no te había recibido cuando habías intentado, en vano, verle para presentarle tu dimisión y pedirle su ayuda. Jugó a sorprenderse: ¿Quería verme? ¡No lo sabía!” Me dijo que se había informado, después de mi llamada telefónica, de lo que te ocurría y que no debía tomarme las cosas trágicamente. Que tú no estabas detenido. Que se trataba simplemente de aislarte durante el tiempo necesario para elucidar, con el mayor secreto, ciertos problemas graves. De alguna forma, tenían necesidad de tu ayuda para desenredar una embrollada madeja de asuntos graves que inquietaba al Partido. Le dije que la víspera habrías debido recibir una insuflación en tu neumotórax. Me tranquilizó asegurándome que estabas bien cuidado. Para terminar, dijo que el coche y el chofer estarían a mi disposición como antes. En breve: después de esta entrevista recuperé de nuevo la esperanza. Saliendo de su oficina, pasé delante del despacho de Hajdu que me esperaba. Tenía un aspecto muy preocupado por tu ausencia del Ministerio y me preguntó que pasaba. Le repetí las palabras de Siroky. El también suspiro aliviado escuchando mi respuesta. Me reconfortó con buenas palabras, muy gentilmente y se puso a mi disposición para ayudarme en caso necesario.

»Continué yendo cada día al trabajo. Nadie entre mis colegas sospechaba el drama que yo vivía. El miércoles se presentó otro chofer delante de casa con un viejo Skoda, diciendo que el Ministerio le enviaba para remplazar al mío. Yo sabía perfectamente que era un poli, pero me importaba poco. Me acompañó a todas partes, en mis menores desplazamientos, durante más de dos meses hasta el día en que me informó que el Comité del Partido del Ministerio te había marginado…».

Después de su entrevista con Siroky, Lise había enviado una carta a la Dirección del Partido. Yo no conoceré la copia hasta después de mi rehabilitación. Hela aquí:

Data del treinta de enero de 1951.

Al Secretariado del Partido. A la atención del camarada Slansky.

Queridos camaradas:

Sufro en estos momentos una prueba muy penosa, sin duda la más penosa de mi existencia, que por cierto, no me las ha escatimado. Miembro del Partido y de las Juventudes Comunistas desde 1931, siempre he gozado de la confianza del Partido. Tenéis en la Sección de Cuadros mi biografía, así pues, no quiero reconstruirla aquí.

El domingo pasado, los agentes de la Seguridad Nacional registraron mi casa. En dos ocasiones diferentes y por dos equipos sucesivos. Actuaron como si tuvieran que habérselas con enemigos del régimen, con fascistas. Yo les declaré que mi marido no tenía despacho en casa. En efecto, no trabajaba nunca aquí para no tener que transportar los expedientes del Ministerio. Son pues, mis papeles personales, los asuntos de mis padres y de mis hijos –correspondencia, artículos, documentaciones, paquetes de cartas que he recibido de mi marido durante la guerra cuando estábamos los dos encarcelados en Francia, cartas que en aquella época habíamos enviado a nuestros padres y que ellos habían conservado celosamente– los que han sido el centro de las pesquisas. Los papeles y documentos que se han llevado en una maleta los agentes de la Seguridad son, aparte de algunos documentos de identidad de mi marido, todos míos o de mis padres.

Me he enterado al mismo tiempo, con gran tristeza, que mi marido ha sido detenido. El camarada Siroky, al que vi ayer en el Ministerio, me dijo que no se podía emplear esta palabra. ¡Sin embargo, todas las apariencias lo confirman!

Digo esto con mucha pena. ¿Cómo no iba a estar triste viendo a mi marido, en quien tengo entera confianza, sufrir una prueba tan dura? ¿No es lo peor para un comunista pensar que su Partido ya no tiene confianza en él?

Pero espero, también con la mayor tranquilidad, el esclarecimiento de este malentendido. He vivido codo a codo con Gérard durante más de quince años. Hemos afrontado y atravesado juntos pruebas muy difíciles y cada vez ha reaccionado como un verdadero comunista; bien haya sido durante la guerra de España, la ocupación en Francia o las prisiones y campos de Hitler.

En todas partes donde ha trabajado o militado, ha gozado, no solamente de la entera confianza del Partido, sino también del afecto de todos sus camaradas. Tengo una fe absoluta en su honestidad política, en su vinculación al Partido que ha sido el hilo conductor de toda su vida. Le hablo de mi marido con sencillez y muy pausadamente. No hago esto cegada por el amor. Le juzgo como comunista, consciente de sus cualidades y de sus defectos.

El camarada Siroky me ha explicado que Gérard, sin estar detenido, se encontraba en aislamiento para ayudar al esclarecimiento de problemas graves e importantes. Estoy desde hace demasiado tiempo en el Partido, para no saber que el Partido tiene derecho a conocer a cada uno de sus militantes, que puede exigir en cualquier instante explicaciones sobre su vida y sus acciones. Nadie en el Partido está fuera de esta regla, y si hay problemas que Gérard tiene que aclarar, comprendo que para él es un deber hacerlo.

Pero dicho esto, considero que los procedimientos utilizados no son justos. Nada en nuestro comportamiento autoriza que seamos tratados de esta forma. Le aseguro que no me habría molestado, si los camaradas me hubiesen solicitado inspeccionar lo que teníamos en casa. Pero tener que soportar tales métodos es francamente inadmisible.

Cuando, hace cerca de dos años, Gérard tuvo que dar a la Seguridad explicaciones sobre los contactos fortuitos que había tenido con Field, durante su estancia de salud en Suiza, la Sección de Cuadros jamás se dignó discutir a fondo con él sobre esta cuestión para ponerle punto final. Esto, a mi entender, es una falta. El Partido, si tiene el derecho de conocer todo lo que concierne a sus cuadros, tiene también el deber de estudiar y pronunciarse en cada caso. Gérard ha sufrido mucho con esta actitud del Partido para con él.

Tengo la certeza, de que en este momento está, él también, muy tranquilo y animoso, que debe estar esforzándose para ayudar al esclarecimiento de las cuestiones todavía oscuras. Ahora también, actuará como un comunista consciente y no se dejará llevar por el desaliento que entrañarían, para cualquier ser humano, los métodos empleados contra nosotros.

Señalo de paso que, a pesar de mi insistencia para ser recibida por un responsable de los servicios de la Seguridad para obtener un minimum de orientación, he chocado contra un muro.

Así, ha sido solamente mi confianza extrema en Gérard, la que ha dictado mi conducta de ocultar a todo el mundo, en el trabajo y en mi entorno, el drama que estoy viviendo. Puesto que estoy segura del regreso de mi marido entre nosotros, considero que estos acontecimientos no deben ser divulgados para no causar un perjuicio al Partido. Yo ruego a la Dirección del Partido que tome todas las medidas por su parte para que esta historia se aclare lo más rápidamente posible.

Saludos comunistas:

Lise Ricol London

Sería también después de mi liberación, cuando encontrase, entre los papeles restituidos, las cartas que mi mujer y mi hija habían escrito para mi aniversario, cuatro días después de mi detención, y que no me entregaron jamás:

Primero de febrero, 22 horas

Gérard mío:

Hoy es tu aniversario. Estoy segura de que has pensado en nosotros intensamente, como nosotros en ti. Me haces mucha falta, pero espero tu regreso con una gran tranquilidad. Estoy tranquila como comunista y porque estoy segura de ti. ”No se puede quemar la verdad ni ahogarla en el fondo de un pozo”, dice un viejo proverbio ruso. La verdad acaba siempre por triunfar, y más aún en el Partido.

Gérard mío, ¿sientes cuan cerca estoy de ti con mi pensamiento? No me alejo ni un minuto, pero no estoy afligida, juego con los chavales y trabajo. Tengo una confianza y una fe infinita en ti y también en el Partido. Ciertamente, hubiera preferido no pasar esta prueba, más dolorosa que otras, pero cuando se es un viejo comunista, como nosotros lo somos, tenemos que afrontar con coraje las dificultades y luchar para resolverlas.

He aquí Gérard mío, lo que tenía para decirte esta noche. Te espero con confianza. Te amo.

Tu Lise.

Primero de febrero de 1951

Mi papaíto adorado:

Te escribo esta cartita para desearte un buen aniversario. Y para decirte cuánto he pensado en ti durante tu ausencia. Estoy muy contenta de poder anunciarte que para tu aniversario, he tenido buenas notas en la escuela y que espero recibir muy pronto el pañuelo de pionera. Pienso en la alegría que tendrás viéndome llegar a casa con el pañuelo, que tú habías deseado tantas veces verme llevar, alrededor del cuello. Gérard ha tenido también notas bastante buenas. Está orgulloso de poder decirnos: «Cuando Papá vuelva, estará muy contento de mí y me dejará ir a la URSS para aprender mi oficio».

Pensamos frecuentemente en ti y hoy más todavía que de costumbre. Nos hemos sentado suspirando a la mesa. Todos pensábamos: «Si papá estuviera entre nosotros…». Mamá nos ha dicho que volvías dentro de una semana y que festejaremos entonces tu cumpleaños. Desde hoy, estamos de vacaciones y estamos todos muy contentos. Michel sabe jugar al fútbol y trepar por una butaca. Mamá le ha cortado el pelo con flequillo, lo que le ha transformado en una verdadera niña… Mañana, iré seguramente a ver con el abuelo la película Un gran ciudadano, que representa una parte de la vida de Kirov. En la escuela, los maestros se han vuelto muy severos, lo que es muy molesto, pues no podemos tener ni una brizna de palique con nuestros vecinos. Mamá ha terminado de leer Lejos de Moscú y ahora voy a comenzarlo yo. Por el momento estoy terminando La vida de Oleg Kochevoi, que fue comisario de la joven Guardia.

Te deseo que tengas tan buena salud como nosotros aquí. ¡Ahora acabo mi carta para ir a acostarme con mamá!

Tu hija que te quiere:

Françoise