Capítulo VII

Al principio, uno busca con todas sus fuerzas, ayudar al Partido respondiendo minuciosamente a todas las preguntas, dando todos los detalles posibles. Uno quiere ayudar al Partido a ponerlo todo en claro; uno quiere ver con claridad, en uno mismo y en los otros. Se intenta comprender por qué uno se encuentra así, qué falta ignorada lo ha empujado allí. Los años de lucha y de disciplina en las filas del Partido, toda nuestra pasada educación, nos ha enseñado que el Partido no se equivoca nunca, que la URSS tiene siempre razón. Se está muy dispuesto a hacer la autocrítica, a admitir que se han podido cometer errores involuntarios en nuestro trabajo.

Y después, uno ve que los hombres de la Seguridad le dan la vuelta como a un guante, no sólo a algunas sino a todas nuestras respuestas; que desnaturalizan completamente la sustancia. El resultado es que cada uno de nuestros actos, cada uno de nuestros pensamientos se vuelve un crimen. En ningún momento esos hombres han tenido el deseo de hacer brillar la verdad sino, muy al contrario, el de fabricar cueste lo que cueste, un culpable con el hombre que le han puesto entre sus manos. Y uno trata de comprender por qué ellos hacen eso. La razón se nos escapa. Nos hemos convertido en un objeto impotente, un juguete con el que ellos juegan.

Dolorosamente, uno se siente solo, abandonado por todos, por el Partido, por sus amigos y camaradas. Se constata que es necesario no esperar socorro de nadie y que para todos los que están fuera –incluso para nuestra propia familia– existe la presunción de nuestra culpabilidad, puesto que es el Partido quién ha decidido nuestra detención. Yo mismo he reaccionado así cuando los procesos de Moscú, los de Budapest y los de Sofía. Pues al fin y al cabo, ¿qué comunista sincero y honrado –incluso miembro de la familia del detenido– no será turbado? ¿Cómo, en efecto, concebir que el Partido –que él coloca por encima de todo– pueda recurrir a procedimientos ilegales, a tales monstruosidades contra inocentes para hacerles confesar? Pero, ¿confesar qué y por qué? Estas dos preguntas obsesionan. No se les encuentra respuesta. No se les puede encontrar respuesta.

En un momento dado, el referent que conozco es llamado fuera del cuarto. No volverá. Nunca volveré a verle. Ahora sólo soy interrogado sólo por un referent a la vez. Se relevan. Me piden que hable de mis relaciones con Field, de mi trabajo en Francia, de mí responsabilidad en el Ministerio. Las preguntas son siempre igual de falaces; buscan inculcarme un sentimiento de culpabilidad, desorientarme, desarmarme y privarme de todo discernimiento.

Poco a poco, la violencia del principio del interrogatorio se atenúa. El referent que está ahora conmigo me lee pasajes de las declaraciones de Zavodsky, me cuenta cosas graves respecto a él. Hace lo mismo en lo que concierne a Vales y Pavel. Me afirma tantas y tantas cosas que al final ya no acierto a distinguir lo verdadero de lo falso, pues todo está basado en «semiverdades». Por ejemplo, sobre la actividad de Laco Holdos, de Otto Hromadko, de Tonda Svoboda en los campos de internamiento; sobre la de Vales en España y en el ejercito checoslovaco en Inglaterra; ciertos hechos me son familiares, otros, evidentemente, son incontrolables para mí, puesto que yo no estuve siempre cerca de ellos en aquellos momentos.

Después, he aquí que afirman que Pavel se pasó al servicio de la Gestapo durante su estancia en el campo de Vernet; que Vales había empezado a colaborar con el servicio de inteligencia inglés en su estancia en Inglaterra durante la guerra… Ante mi negativa a creer esas acusaciones, oponen una multitud de detalles y precisiones. Según ellos, Pavel se encontraba ante el dilema siguiente: ser repatriado al protectorado alemán de Bohemia y Moravia (en donde habría sido juzgado y con seguridad condenado a muerte), o bien quedarse en Francia en un campo y ser deportado a África, a condición de enrolarse a trabajar para la Gestapo en cuanto recobrase la libertad. En cuanto a Vales, había sido designado por la policía británica para ser deportado al Canadá. Ahora bien, poco tiempo antes un navío cargado de prisioneros de guerra había sido hundido, entre el Reino Unido y Canadá, por submarinos alemanes. (Yo conozco la historia de ese naufragio). Vales –siempre según el referent– por miedo a correr la misma suerte, se había enrolado a trabajar después de la guerra para el servicio de inteligencia inglés.

También me dan numerosos detalles sobre la pretendida traición de Zavodsky después de su detención en Francia en 1942.

Les explico lo que ya he respondido a su Ministro Kopriva cuando me interrogó a este respecto.

A nuestro regreso de los campos nazis tuvimos conocimiento de los interrogatorios de Zavodsky por la brigada especial antiterrorista de París. Zavodsky se había resistido, a pesar de ser terriblemente apaleado. A este respecto, el referent me responde con la lectura de ciertos pasajes del manuscrito de la «confesión» de Zavodsky. La formulación es más o menos la siguiente:

«Detenido en 1942, en París, he traicionado ante la Gestapo a numerosos camaradas que fueron detenidos enseguida y deportados a Alemania. De ellos, algunos no volvieron. Precisamente, por el hecho de haber aceptado colaborar con la Gestapo me libré de ser juzgado por un tribunal de guerra y condenado a muerte. Por orden de la Oberste Sicherheitsdienst[13] sólo fui deportado a Mauthausen».

Cuando tuve conocimiento de que London era un agente de Field y tuve en mis manos las pruebas de que él era el agente residente más importante de los servicios de información americanos en Checoslovaquia, hice lo necesario para que no se le diese ningún curso a esa información. He impedido su detención porque sabía que London estaba al corriente de mi traición ante la Gestapo y me cubría. Su detención habría entrañado la mía y la de los otros miembros de nuestro grupo trotskista de voluntarios veteranos de España».

El referent coge enseguida más hojas y empieza a leer ciertos pasajes de declaraciones sin decirme quiénes son los autores, informes calumniosos escritos por dos veteranos de España, N. y M. varios meses antes de nuestra detención. Todos hablan, con gran lujo de detalles, de esta traición de Zavodsky: habría sido, incluso, responsable de la detención y muerte de una muchacha que trabajaba con él en la Resistencia.

Más tarde me mostraron el sumario de Nekvasil, realizado después de su detención, en el que confirma esos hechos, declarando entre otras cosas:

«London conocía la traición de Zavodsky ante la Gestapo. Incluso había tenido en sus manos el acta de los interrogatorios de Zavodsky, donde esta traición aparecía claramente. London me habló de estos hechos cuando volvió de Mauthausen. Nos habíamos encontrado en el café de Las dos huchas, en Saint-Germain-des-Prés, y fue allí donde me mostró el expediente. Yo le dije a London que era necesario advertir al Partido inmediatamente. London me respondió que, por el momento, más valía dejarlo pasar. Que más tarde se ocuparía del asunto él mismo».

A continuación, el referent me dijo que esas «confesiones» constituían la prueba de que yo escondía mi conocimiento de la traición de Zavodsky a la Gestapo, con el fin de obligarle a encubrir mis actividades de espionaje.

Estas «confesiones» tuvieron consecuencias terribles en el desarrollo de la instrucción y del proceso. Constituyen una de las piezas maestras del montaje de la Seguridad sobre nuestra culpabilidad y sobre mi complicidad con Zavodsky.

Sin embargo, los hechos eran muy fáciles de reconstruir. De corroborar. ¿Por qué no dirigirse para verificarlos a la Dirección del Partido Comunista Francés, como lo he solicitado desde el principio? Habría sido muy simple desbaratar allí mismo esta criminal mistificación, ¡si se hubiese querido hacer verdaderamente!

Después de mi liberación en 1956, informé a Lise de estas acusaciones contra Zavodsky. Le pedí, con ocasión de su primer viaje a Francia después de mi rehabilitación, que se pusiese en contacto con la «muchacha víctima de Zavodsky», que no era otra que Régine Ickovic, hermana de nuestro amigo Salomón. Quería aportar a la comisión de rehabilitación del Partido una prueba suplementaria de las mistificaciones y falsas acusaciones tramadas por la Seguridad. Eso fue para obligar al Partido a acelerar la rehabilitación de los veteranos de España aún presos, y la de los que se les había devuelto la libertad pero no su honor.

Primera mentira, la pretendida muerte de Régine; segunda, su detención. Pero Lise debió, además, controlar el resto de la acusación. Dijo pues a Régine, que los camaradas de la Resistencia le habían rogado que se informase por ella, para conocer las circunstancias de su detención y de sus interrogatorios.

Régine, muy emocionada, creyó que el motivo era su propio comportamiento delante de la policía. Hizo el siguiente relato:

«Nadie me ha entregado. Fui detenida acto seguido de la detención de mi responsable, un camarada rumano de la MOI. Él debía darme una carné de identidad en nuestra próxima cita y cuando le registraron, encontraron esta carta, y así fue como la policía llegó hasta mí».

«¿Fuiste confrontada con los camaradas después de tu detención?».

«Sí, con mi jefe. El pobre había sido de tal manera golpeado que su rostro tumefacto ya no tenía apariencia humana. Me dolió mucho encontrarle. Negué conocerle. Fui golpeada y me enseñaron a continuación la carta de identidad con mi foto. Entonces ya no había nada que negar…».

«¿Fuiste igualmente confrontada con Zavodsky?».

«No, nunca. Además, puedes preguntárselo. (Ignoraba la suerte de Ossik). Él te dirá, que cuando nos encontramos después de nuestro regreso de los campos, en la cantina abierta para los deportados, vino hacia mí a abrazarme y me felicitó por mi comportamiento ante la policía: Te has portado bien, me dijo. Has sabido callarte».

Y una vez más, rogó a Lise que pidiese a Zavodsky la confirmación de sus declaraciones.

Lise redactó, de acuerdo con ella, un acta sobre su entrevista.

Y este acta firmada por Régine, que yo remití en el año 1956 a la comisión de rehabilitación, fue lo que terminó convirtiendo en humo la acusación contra Zavodsky.

Zavodsky fue el último ejecutado de todos nosotros, en marzo de 1954, después de que la gracia le fuese denegada…

Hasta el alba, el referent me lee otros informes y denuncias contra Svoboda, Holdos, Hromadko y Pavel, sin desvelarme el nombre de sus autores. Siempre esa misma presión psicológica tendente a persuadirme de que he sido engañado por mis camaradas, de que ellos han abusado de mi buena fe y de mi confianza, y que es así como me he encontrado mezclado en una red de trotskistas y de espías. Me induce a esta tesis hasta la llegada del otro referent.

Este último, después de haber consultado las notas de su colega, prosigue de la misma forma. Acusa al conjunto de los voluntarios de desmoralización y de traición.

Sin embargo, calculando por lo alto, entre los veteranos de España no hubo más de un diez por ciento de escoria. Lo que, si se tienen en cuenta las duras pruebas, es netamente insignificante.

Además, durante toda la guerra de España, nuestros voluntarios no han estado nunca abandonados. Han estado bajo el control de la dirección militar y política de las Brigadas y bajo la tutela del Partido Comunista Español. No podía ocurrir nada importante en sus filas sin que la Dirección de Praga fuese inmediatamente informada y tomase las decisiones pertinentes.

Por otra parte, al comienzo del año 1937, se encontraba en España un representante del Partido Comunista Checoslovaco: Robert Korb. En el verano de 1937, una delegación del Partido Comunista, compuesta por Jan Sverma, Gustav Beuer y Jan Vodicka –venido de Praga–, había visitado todas las unidades checoslovacas en España; en esa ocasión, tuvieron largas entrevistas sobre todos los problemas concernientes a nuestros voluntarios con la Dirección de las Brigadas y también con el Partido Comunista Español. En 1938, Petr Klivar ocupó el puesto de Robert Korb.

Me resulta fácil invocar la existencia de decenas de testigos vivos y dignos de confianza, miembros de partidos comunistas hermanos, que pueden responder de nosotros. No hay nada que hacer.

Ahora, son los testimonios de los malos elementos que habíamos desenmascarado rápidamente en España o en los campos de internamiento en Francia, los que son utilizados aquí para montar acusaciones contra nosotros. No vacilan, incluso, en otorgarles la palma de buenos comunistas y en hacerlos víctimas de nuestra banda de trotskistas. ¡Es fácil imaginar lo sencillo que habría sido, para los hombres de la Seguridad, obtener de ellos falsas declaraciones contra nosotros! ¡Qué satisfacción vengarse y al mismo aprovechar la situación para procurarse una nueva virginidad moral!

Estos elementos se encarnizan particularmente contra Josef Pavel, comandante del batallón Dimitrov de las Brigadas Internacionales. Antiguo obrero, había venido a España desde Moscú, donde estudió en la Escuela Lenin. Enérgico, competente, valiente, se había impuesto inmediatamente como líder a los hombres de su unidad. Ya en España, algunos combatientes desmoralizados lo calumniaban para tratar de zapar su autoridad, llegando hasta acusarlo de haber sido el instigador de la ejecución de un voluntario checo. Yo me había enterado de este asunto por Petr Klivar y Jan Cerny. (Este último era responsable en el Servicio de Cuadros Checoslovaco de la base de las Brigadas Internacionales de Albacete). Esta ejecución había tenido lugar como consecuencia de un acto calificado de rebelión en el frente, en condiciones militares particularmente graves.

Las autoridades superiores militares y policíacas llevaron a cabo una investigación minuciosa. Pavel no había sido puesto jamás en entredicho. A principios de 1939, incluso había sido promocionado a un puesto en el mando superior.

Los mismos elementos habían hecho, más tarde, en los campos de internamiento en Francia, inscripciones infames contra Pavel: «¡Pavel, asesino!» La mayor parte pertenecían a la Compañía de Oro, refugio de elementos desmoralizados y de desertores, algunos de los cuales incluso habían llegado a ser chivatos de la policía del campo, y de hecho, puestos en cuarentena por el colectivo.

Instalado delante de su máquina de escribir, el referent comienza a teclear un acta, la cual es una síntesis del informe de las características de los cuadros y también del que habíamos redactado colectivamente –por iniciativa de Pavel– al día siguiente del proceso Rajk con el fin, creíamos nosotros, de disipar los malentendidos concernientes a los voluntarios de España.

Repito al referent, que este informe que habíamos hecho con Pavel, es un informe político, destinado a la Sección de Cuadros del Comité Central, y que como tal, no tiene por qué servir de base a una investigación policíaca…

Es miércoles a mediodía. Desde mi detención, hace setenta horas, no he comido más que una sola vez, y he bebido solamente el cubilete de agua del referent compasivo. Por fin, se abre la puerta ante una escudilla de sopa con una cuchara que alguien me tiende. Se me permite sentarme.

Siento dolor al servirme de mis manos encadenadas; mis dedos entumecidos me niegan sus servicios; mal que bien, sin embargo, consigo comer. El respiro es de corta duración Estoy aquí otra vez, de pie, en mi rincón, el interrogatorio comienza de nuevo, sin ningún resultado, hasta la noche del jueves al viernes.

Siempre enmascarado, me llevan a una nueva celda. Desde mi detención no he dormido todavía. Miro a mi alrededor, la pieza está completamente vacía, ni siquiera un jergón. Y hace un frío glacial. «¡Puede usted acostarse!», me grita el guardián. Me acurruco en un rincón en el suelo mismo y caigo pronto en un sueño pesado. Cuando me despiertan, me parece que acabo de adormecerme. A través de los intersticios de las tablas se filtra una luz grisácea, es el amanecer.

Seguramente no he dormido más de dos horas. El guardián me trae un cubo de agua y un trapo, y me ordena limpiar la celda. Le pido que me quite las esposas. Se niega. Así, maniatado, soy obligado a fregar la celda y a retorcer la bayeta. Mis muñecas, mis manos hinchadas por las esposas demasiado apretadas, están terriblemente doloridas. El dolor casi me hace gritar. Apenas he terminado, cuando el guardián me desata las esposas para encadenarme de nuevo por la espalda, y al cabo de un momento me ordena reiniciar la marcha.