París se había vestido de blanco para acoger a nuestro convoy de deportados, evacuados de Mauthausen por la Cruz Roja Internacional. Esta repatriación en plena guerra sólo estaba prevista para los residentes de los países occidentales, pero la dirección clandestina del campo había decidido incluir a los extranjeros detenidos en Francia. Fue así como Zavodsky y yo habíamos vuelto juntos a París. Allí encontramos también a Laco Holdos, un veterano de España, que también había regresado de Buchenwald el día anterior por avión.
Nevaba aquel primero de mayo del 45, mientras desfilábamos junto a algunas docenas de camaradas, supervivientes como nosotros, en el inmenso cortejo popular de la República a la Nación. París nos saludaba como los primeros deportados que habían regresado de los campos de la muerte. La gente lloraba al vernos tan delgados y lastimosos. A todo lo largo del camino, hombres, mujeres y niños se enganchaban a nosotros, algunos nos mostraban fotografías: «¿No conoce usted a mi padre…, a mi marido…, a mi hijo…, a mi hermano…?». Para ellos representábamos la esperanza, ¡pero nosotros sabíamos cuan frágil era aquella esperanza! Fuimos muy pocos los que al final del recuento pudimos responder: «¡Presente!». No nos atrevíamos a decir la verdad, aquella verdad tan atroz que parecía increíble. Pero no fue necesario esperar mucho tiempo después de nuestro regreso, para que se elevasen las voces del lado de los que habían ayudado a los administradores de los campos: «¿Y cómo es posible que vosotros, precisamente vosotros, hayáis regresado?».
¡Y pensar que esta frase pronto iba a oírla en las cárceles de mi país!
Había podido al fin conocer a mi chico, nacido dos años antes en la cárcel de la Roquette. Volví a ver a mi hija, ya una muchacha de siete años, a mis suegros. Pero Lise no estaba allí. No teníamos noticias de ella. Cada día íbamos al hotel Lutecia, que había sido transformado en centro de acogida para los deportados, a fin de consultar las listas de supervivientes. No regresaría hasta finales de mayo.
¡Con qué alegría nos habíamos encontrado de nuevo con los camaradas de combate, Svoboda y Zina, Hromadko y Vera, Ickovich e Isabelle, Nelly Stefkova, que habían logrado atravesar la tormenta y participar en los combates de la liberación de París!
Todos se aprestaban a volverse a la Praga liberada. Para mí el problema era diferente; mi mujer era una militante del Partido Comunista Francés. Acababa de ser elegida Secretaria Nacional de la Unión de Mujeres Francesas, en la que dirigía la prensa. André Marty, que en aquella época intervenía en la política de cuadros del Partido, opinó que era necesario que yo volviese a mi país, pero que mi mujer debía quedarse en Francia. Esta solución nos pareció cruel e inaceptable.
Me acuerdo todavía de la conversación que habíamos tenido al respecto con Maurice Thorez durante una comida en casa de mis suegros, los Ricol: «Esta posición de André no es justa. El problema está mal planteado. Por algo somos internacionalistas. Tú estás desde hace mucho tiempo en Francia, militas en nuestro Partido, has participado en la Resistencia, tienes muchos camaradas y amigos, y además, tu familia está aquí. ¿Para qué ir allí, si puedes realizar aquí perfectamente tu trabajo de comunista».
Y a una observación de Jeannette Veermersch, sobre los lazos con la madre patria y el deseo de todos de reposar un día en su seno, Maurice había sonreído y contestado: «Pregunta al viejo Ricol si desea volver un día a Aragón, donde la miseria le perseguía. Su patria, para él, es el país donde ha podido trabajar y vivir, donde ha podido alimentar a su familia. Además, es en ese sentido en el que se debe comprender lo que han querido decir Marx y Engels en la conclusión de El Manifiesto: «Los proletarios no tienen patria, lo único que tienen para perder son sus cadenas. ¡Proletarios de todos los países, uníos!».
El Secretario del Partido, había propuesto definitivamente, que me quedase en Francia, donde me sería confiada la responsabilidad política de la MOI después de la partida de Bruno Grojnowsky y de Hervé Kaminsky a su país, Polonia.
Mis compatriotas habían comprendido mi situación particular y no pusieron ningún obstáculo a mi elección de Francia como segunda patria. Además, tuvimos ocasión de hablarlo personalmente, pues yo había regresado a Praga en abril y mayo de 1946. Allí acompañé a Jacques Duclos, que representaba a Francia en el VIII Congreso del Partido Comunista Checoslovaco.
Slansky, Secretario General del Partido Checoslovaco, había intentado al principio, convencerme de que volviese a trabajar en la Sección de Cuadros del Partido Checoslovaco, pero se rindió rápidamente ante mis razonamientos.
Sería en la primavera de 1946, en París, durante la Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores –preparatoria de la Conferencia para la Paz– cuando reanudaría mis relaciones con Clementis, entonces Secretario de Estado de Asuntos Exteriores; allí conocería al Ministro Jan Masaryk y a Vavro Hajdu, con el que –yo lo ignoraba entonces– el destino me habría de vincular un día, como dos ramas de un mismo árbol. De una inteligencia muy viva, y una memoria y una erudición desacostumbradas, Vavro era una autoridad en las discusiones sobre el problema alemán.
Poco después, era creada en París, en la segunda mitad de 1946, la Oficina de Información Checoslovaca y el periódico de la amistad franco checoslovaca, Paralelo 50. Por petición de Clementis y de Kopecky, Ministro de Información y Cultura, había aceptado asumir su Dirección Política. Al principio hacía este trabajo gratuitamente. Más tarde fui incluido en la lista de contratados reclutados en París.
A comienzos de 1947, tuve una grave recaída de tuberculosis, estaban afectados mis dos pulmones. Mi estado exigía la administración de estreptomicina, casi imposible de encontrar en Francia en esa época. Era imprescindible marchar a Suiza para seguir el tratamiento apropiado.
Me era imposible satisfacer con mis propios medios los gastos de mi estancia y del tratamiento médico. Clementis y Kopecky, puestos al corriente de mi crítica situación, dieron inmediatamente la orden de incluirme en los efectivos regulares del Ministerio de Cultura, para que pudiese cobrar un salario en Suiza. Estas formalidades se demoraron cierto tiempo, mi empleo en el Ministerio tenía que ser aprobado previamente por la Comisión de Personal de la Presidencia del Consejo, y la salida de divisas, por el Banco del Estado.
No podía esperar la resolución de estos problemas y acepté con gratitud la hospitalidad de mis amigos Jean y Ninon Vincent, que albergaban ya, en su casa, a mi pequeño Gérard, el cual estaba acabando de restablecerse de una infección consecuencia de su estancia en prisión.
¿Quién hubiera podido entonces suponer que esa estancia en Suiza me sería imputada como un crimen algún día? Como no percibía ni salario ni subsidio alguno, el Partido Francés dio su aprobación a Hervé Kaminsky, mi camarada de la MOI, para que solicitase para mí una ayuda temporal a la Unitarian Service, organización de beneficencia americana que, durante la guerra, había socorrido a los refugiados antifascistas y a los judíos. Las casas de reposo que esta organización poseía en Francia, particularmente en Savoya y cerca de Hendaya, habían sido puestas a disposición de los deportados. Los republicanos españoles, en su mayoría, también habían aprovechado sus ayudas; especialmente los militares heridos, que eran atendidos en un hospital de Toulouse.
Fue así como fui presentado a Noel Field, ciudadano americano que residía en Ginebra y que era el Director para Europa de la Unitarian Service. Yo tenía una carta de recomendación de su colaboradora en Francia, Herta Tempi. Aceptó ayudarme durante algún tiempo. Tres meses después, cuando comencé a cobrar mi salario por mediación del agregado cultural checoslovaco en Ginebra, Josef Sup, le hice saber que su ayuda a partir de entonces me resultaba inútil, y también, cuánto me había emocionado la solidaridad de la que había dado prueba conmigo.
Mi recaída fue muy grave, y escapé por poco a una doble toracoplastia[6] que proyectaba mi médico de cabecera, gracias a mis doctores parisinos, y particularmente al cirujano Hertzog Cachin, que se opusieron.
A lo largo de 1948 mi estado mejoró. En aquel momento estaba adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores Checoslovaco, cuyo nuevo Ministro, Clementis, quería que yo ocupase el puesto de Primer Consejero de la embajada de París, al lado de Hoffmeister, designado como embajador.
Los acontecimientos iban a decidir otra cosa. Justo en ese momento fue emprendida contra mí una campaña en la prensa suiza. Esto pasaba al día siguiente de lo que en occidente se llamó el Golpe de Praga, y los ataques contra mi país eran muy virulentos. Sobre ese fondo, los periodistas, inspirados sin duda por los emigrados, imaginaron que yo no había venido a Suiza para curarme, sino para asegurar un vínculo entre el Partido Comunista Francés y el Partido Suizo del Trabajo. En tiempos normales, lo ridículo de tal afirmación habría sido evidente para todos. Tanto más, cuanto que para asegurar este enlace clandestino, yo no habría encontrado nada mejor que hacerme albergar en casa de uno de los secretarios del Partido Suizo, puesto que tal era la función que ejercía Jean Vincent.
Pero mis difamadores no se contentaron con eso. Según ellos, yo era nada menos que la eminencia gris del Kominform[7] en Francia, y paralelamente había sido agente del Komintern[8] en España. ¡Así pues, no habrían sido André Marty y Palmiro Togliatti los representantes del Komintern en España, sino yo, un joven voluntario de veintidós años! ¡Eso era, verdaderamente, honrarme mucho!
Pero, en aquellos tiempos de la ruptura con la Yugoslavia de Tito, la guerra fría estaba en su apogeo. Y esa estúpida campaña que no podía resistir el menor examen serio, tuvo por efecto que se rechazase la prolongación de mi estancia en Suiza y, lo que era más grave, que no pudiese recibir a tiempo el consentimiento del Gobierno Francés para el cargo diplomático previsto. Así fue como hube de regresar a Praga a finales de 1948.
Aquí, dos años más tarde, otros falsarios de la misma calaña, aunque trabajando en dirección opuesta, harán de mí un agente del Deuxième Bureau francés, un espía de los servicios secretos americanos. Veinte años después, para los neoestalinistas, a cuyos ojos no hay nunca humo sin fuego, quedo sujeto a caución; mientras que para los primeros, que no han olvidado ni aprendido nada, sigo siendo el ojo de Moscú; lo que por otra parte, explica que no haya sido ahorcado… Y en el intervalo, en la prisión de Ruzyn, mis torturadores habrán encontrado como prueba de mi culpabilidad el hecho de haber vuelto vivo de Mauthausen…
Regresé a Praga únicamente para esperar el visado francés. Como en febrero de 1949 todavía no había llegado, el Partido me propone para el puesto de Viceministro de Asuntos Exteriores.
Así fue cómo mi regreso se hizo definitivo, y mi familia vino a reunirse conmigo.
Apenas estuvimos instalados, apenas había tenido tiempo de adaptarme a mi nuevo trabajo, cuando corrió por Praga el rumor de la detención de Rajk. Noel Field desapareció en el curso de un viaje a Checoslovaquia. Ciertos rumores decían que estaba comprometido con los hombres detenidos en Hungría. En el Ministerio, veía multiplicarse los cambios de notas a propósito de su suerte entre el Gobierno Americano y el nuestro.
En cuanto me enteré de estas noticias fui inmediatamente a buscar a Bedrich Geminder. Como responsable de la Sección Internacional del Comité Central, seguía la actividad de los comunistas del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tenía que informarle de mis relaciones con Field. Me aconsejó comunicarlo a la Sección de Cuadros que dirigía entonces Kopriva, y también a Svab y a mi amigo Zavodsky, que se ocupaban más particularmente de los problemas de vigilancia en el Partido. Les informé verbalmente y luego les escribí un informe. Creí entonces haber acabado con esta historia.
Pero me equivocaba. Poco tiempo después fueron detenidos cinco camaradas: Pavlik y su mujer, Feigl y Vlasta Véscla, su compañera, y Alice Kohnova, a la que conocía mucho. Común denominador de su detención: Field. Como ya he dicho, a Pavlik y a su mujer, de regreso en Eslovaquia después de la Comuna de Hungría en la cual habían tomado parte, me los había presentado Siroky en París en 1939, para que los hiciésemos participar en el trabajo de nuestro grupo checoslovaco.
Igualmente, Feigl me había sido recomendado por Siroky en esos momentos. Era el representante en Francia de una fuerte sociedad americana de productos dentales, que pertenecía a uno de sus primos. Como se ganaba muy bien la vida, nos pasaba regularmente una subvención para participar en la financiación de nuestro trabajo clandestino. Redactaba para la Dirección del Partido Comunista Francés, un boletín de información sobre los problemas económicos difundidos por las principales radios europeas, y sobre todo por la prensa internacional, accesible en París en 1940 y 1941. Su mujer, Vista Véscla, había sido voluntaria en el Servicio Sanitario de las Brigadas Internacionales. Las dos parejas se habían encontrado más tarde en Marsella, donde habían mantenido el contacto con nuestro grupo checoslovaco.
Después se refugiaron en Suiza hasta el final de la guerra.
Alice Kohnova, antigua voluntaria de las Brigadas, también había emigrado a los Estados Unidos después de la ocupación alemana, y había desarrollado durante toda la guerra, en los medios checos y eslovacos de América, una acción de solidaridad en favor de los veteranos de España –particularmente de los inválidos– internados en los campos de la zona libre. Enlazada con nuestro grupo de Marsella de veteranos de España, había participado, igualmente de forma financiera, en nuestra actividad clandestina en Francia.
Fui interrogado por Svab, en el Comité Central: «Es extraño, todos los detenidos se encomiendan a ti».
Salí ulcerado de esta entrevista en la que Svab se había comportado más como policía que como camarada. Por eso, además, insistí antes de dejarle, para que mi caso personal con Field fuese estudiado por la Sección de Cuadros y para que se le pusiese punto final de una vez por todas. «Ya comprobarás el curso que se le dará», me respondió sin ninguna camaradería.
Hasta mi detención, pude observar desde entonces, incrementarse la desconfianza hacia mí e interpretar a través de la sospecha cada uno de mis actos y gestos.
En agosto de 1949, Svab me avisa de la presencia en Praga de la mujer de Field. Ella trataba de averiguar lo que había pasado con su marido. Había solicitado verme repetidas veces. Le habían hecho creer en el Comité Central que yo estaba de vacaciones, pues no se quería que tuviese contacto con ella. Pero ante su insistencia, el Secretario del Partido accedió sin embargo, a sus deseos. De esta forma me encontré con la señora Field en el hotel París. Sollozando, me hizo el relato de la vida de su marido, rica en sacrificios a la causa del comunismo. Me emocioné con su angustia y sus lágrimas. Pero era incapaz de ayudarla. Volví enseguida al Comité Central para dar cuenta a Svab de esta entrevista. Me pidió que le mandase un informe escrito. Le refuté: «No, deme una mecanógrafa, voy a dictarle inmediatamente este informe. Tengo todo en la cabeza. De esta forma usted se evitará encontrar lagunas y contradicciones con el registro de nuestra conversación que, sin duda, no ha olvidado hacer grabar en el hotel».
Svab me respondió con una sonrisa ambigua: «¡Sería interesante saber cómo es que estás tú enterado de esas cosas!».
Un mes más tarde, en septiembre de 1949, ¡comenzó el proceso Rajk! Tres hechos contribuyeron a acrecentar mi confusión:
–Field aparecía como un espía de alto nivel que había desempeñado un papel de primer orden en los servicios de información americanos contra los países de democracia popular. La Unitarian Service era calificada, a partir de ahora, como oficina de espionaje y agencia de reclutamiento de agentes para los servicios de información americanos.
–Szónyi, responsable de los cuadros del Comité Central del Partido Comunista Húngaro, condenado a muerte en el proceso Rajk, confesaba haber recibido de Suiza, con otros miembros de su grupo, el dinero de Field; y pretendía que el recibo remitido a Field, había sido utilizado como medio de presión para su reclutamiento como agente. Szónyi declaraba también saber que Field y los servicios de información americanos, habían constituido en Checoslovaquia una organización de la que Pavlik era miembro. El yugoslavo Brankov que fue condenado a cadena perpetua, afirmaba por su parte que según Rankovitch, Ministro del Interior de Yugoslavia, los agentes trabajaban mejor en Checoslovaquia que en Hungría;
–Rajk, en fin, voluntario veterano de las Brigadas Internacionales, habiendo permanecido en los campos de internamiento en Francia, confesaba que la mayoría de los veteranos de España estaban influenciados por el trotskismo que difundían los yugoslavos. Que la Segunda Oficina Francesa, incluso la Gestapo y los servicios de información americanos, habían reclutado numerosos agentes entre ellos. Que durante la guerra, la Gestapo había asegurado la repatriación de numerosos voluntarios a sus países respectivos en calidad de agentes, con tareas que debían cumplir para ella…
Como uno de los responsables nacionales de la MOI, yo había participado personalmente en la organización del regreso a su patria de numerosos voluntarios de diferentes países, incluidos los yugoslavos, con el fin de que pudiesen llevar allí el combate contra los gobiernos colaboradores de Hitler o contra los ocupantes alemanes. Esto se hacía siguiendo una directriz de la Internacional Comunista, aplicada como tal por la Dirección del Partido Comunista Francés.
Decidí tener una nueva entrevista con Geminder y conseguir de él que mi caso fuese examinado por el Partido lo más pronto posible. Viendo que no llegaba ninguna noticia, le rogué que me procurase una cita con Slansky, Secretario General del Partido. Cada día le telefoneaba con ese propósito. Acabó por responderme (y su embarazo me confirmó la negativa de Slansky): «Tiene un trabajo enorme, te llamará él mismo cuando pueda».
Slansky no pudo nunca…
Con ocasión de un viaje de Jacques Duclos a Praga, me abrí a él. ¿No estaba al corriente de todo el trabajo de la MOI durante la guerra? ¿No había dirigido él mismo la coordinación de la acción clandestina? Me confesó estar también turbado por las declaraciones de Rajk respecto a la repatriación de los voluntarios. Pero, añadió: ¡el árbol no debe ocultar el bosque!