El Minneapolis
Volvió a despertarse mucho más tarde, cuando unos forzudos brazos se deslizaron bajo él y lo levantaron.
—¿Qué ocurre?
Tenía la garganta seca, espesa. Se la aclaró y abrió los ojos. Mandelbrot lo trasladaba a la parte trasera del camión.
—Hora de irnos, ¿eh? —sonrió Derec débilmente, quedando instalado en el suelo de la caja del camión.
—Todos estamos ya aquí —le explicó Ariel, sentándose a su lado—. Mandelbrot se ha encargado de todo. ¿Listo?
—Sí. ¿Adónde vamos?
—En busca de mis provisiones —contestó Jeff.
—¿Cómo? —se sobresaltó Derec, mirándolos sorprendido—. Esa es una trampa perfecta. ¿Cuál es el plan?
—Todavía no tenemos ninguno —confesó Ariel—. Mandelbrot no puede obtener información acerca de la nave por medio del ordenador central sin descubrirse, por lo que no sabemos qué clase de medidas de seguridad hay en torno al transbordador.
—Esto no me gusta —declaró Derec. Se volvió hacia Mandelbrot, que estaba pulsando el botón de la pared para abrir la portalada—. Mandelbrot, opino que nos meteremos directamente en una trampa. ¿Lo has considerado bien?
—Sí, máster Derec.
Mandelbrot corrió hacia la cabina cuando la puerta empezó a abrirse, dejando ver el crepúsculo de Robot City.
—¿De veras? Entonces, ¿por qué vamos?
—Porque se trata de un plan flexible. Sólo intento seguir una ruta evasiva hasta el lugar del aterrizaje, en plan de observación. No correremos riesgos innecesarios.
—Bien, de acuerdo —aceptó Derec, sentándose con la espalda apoyada en la pared del camión.
De haberse sentido mejor, habría podido mostrarse más persuasivo. O ayudar a trazar planes. Ahora, le resultaba tan difícil concentrarse… El camión rodó hacia la calle desierta. La población de robots parecía ser menor a cada momento. «Esto es excelente para los propósitos del grupo», pensó Derec, «aunque continúan en pie los misterios. ¿Cuál es el propósito de reunir a los robots en ciertos puntos… y dónde está el doctor Avery?».
Robot City poseía luces callejeras, pero no tan brillantes ni tan abundantes como en otras ciudades. La visión superior de los robots tornaba innecesarias las luces. Todo el planeta era una ciudad de maravillas tecnológicas y capacidades robóticas altamente sorprendentes.
—¿Qué sacó Avery de tu padre? —inquirió de pronto Derec—. ¿Se llama profesor Leong? ¿Qué hemos visto en esta ciudad, aportado por él?
—Yo no he visto nada —proclamó Jeff—. Mi padre habló de cultura. Sí, he visto ciencia, tecnología y arquitectura llevadas a su más alto nivel, pero nada más.
—La comedia —recordó Ariel—. Después de marcharte tú, los robots interpretaron Hamlet. Derec la escogió, pero los robots estaban ya listos para interpretarla. Y algunos se vieron envueltos en creatividad robótica.
—El arte —ponderó Derec—. Claro. Y tal vez un sistema de ética más allá de las Leyes robóticas…
—Las Leyes de la Humánica de las que solían hablar —añadió Ariel, excitadamente—. Vaya, parte de esos temas empiezan a tener sentido.
—En vez de ser sólo rarezas —asintió Derec—. Los robots son demasiado lógicos para dejar cabos sueltos.
—Creatividad robótica —repitió Wolruf—. Venir al mismo tiempo que doctor Avery regresar a Robot City.
—Exacto —corroboró Ariel—. Y ahora, después de haber reprogramado al parecer a todos los robots, no hay rastro de eso. Ni de esa cultura.
—El impulso creativo produjo muchos conflictos —recordó Derec—. Pero, primitivamente, Avery instaló algunas capacidades artísticas en sus robots. Jeff, ¿encaja esto en lo que tú recuerdas?
—Sí, esto encaja, hasta cierto punto. Y ahora recuerdo que Avery mostró un gran interés…
—¿Sí? ¿En qué?
—En las culturas que podían resistir.
—Resistir —reflexionó Derec—. ¿Te refieres a algo como repúblicas o imperios? ¿Dinastías y cosas por el estilo?
Jeff meneó la cabeza a la luz crepuscular, mientras el camión aflojaba la marcha en un cruce y aceleraba otra vez.
—Las culturas… generalmente, son contrarias a la política. Se desarrollan como respuesta a la política, la economía y la tecnología, y tienen vida propia. Mi padre las calificaba de resumen de todas las disciplinas.
Cuando el camión se detuvo, todos prestaron atención. Derec se asomó a mirar y vio que se habían detenido en un paso elevado. Las resplandecientes luces de Robot City se extendían en todas direcciones, cambiando las formas de los edificios y calles con curvas más amplias y poderosos bloques o torres en espiral, y un enrejillado en el suelo.
—Allí —indicó Jeff—. Aquel es el bulevar donde aterricé, paralelo a este. ¿Veis entre aquellos edificios?
—Sí, pero no mucho —replicó Ariel.
—No me atrevo a aproximar más el camión —rezongó Mandelbrot, volviéndose a mirarles desde la cabina—. Puedo acercarme a pie y comprobar las medidas de seguridad.
—Un momento —le contuvo Derec—. Si permiten que nos quedemos aquí, ha de ser una trampa. Lo cual indica que también desean atraparte a ti, Mandelbrot. No habrían instalado un cebo semejante para que no picáramos.
—Lástima que no podamos mover el transbordador —se quejó Jeff.
—Un momento —exclamó Ariel—. Tal vez Mandelbrot pueda comunicarse con el ordenador de a bordo.
—Dudo que lo hayan dejado en funcionamiento —opinó Derec—. Esto no tendría sentido.
—A menos que confíen mucho en las medidas de seguridad del transbordador —alegó Jeff—. Mandelbrot, si quieres probarlo, se trata de un Hayashi-Smith, llamado Minneapolis. No es positrónico, pero es lo bastante listo para obedecer instrucciones de vuelo de carácter general. Esto es todo lo que sé de él.
—Normalmente pruebo frecuencias estándar —repuso Mandelbrot—. El radio de alcance acostumbrado es pequeño. No hay respuesta.
—Bien —aprobó Derec.
—¿Cómo? —se extrañó Ariel.
—Tal vez tendremos una posibilidad, al fin y al cabo.
—¿Qué quieres decir? —se interesó Jeff.
—Si tenemos suerte, la única manera de desmantelar la nave es desconectar el ordenador. Mandelbrot, tu intercomunicador puede enviar los mismos impulsos que el ordenador del Minneapolis.
—Tal vez podría hacer mover el transbordador —calculó el robot—, pero no puedo despegar desde aquí. Este bulevar es demasiado estrecho, y no estoy familiarizado con el vehículo.
—Yo tampoco poder ayudar —terció Wolruf, en son de disculpas—. Poder navegar, pero dar órdenes a Mandelbrot ser un proceso demasiado lento para el despegue del transbordador. Y tampoco tener una línea de visión desde aquí.
—No tiene por qué volar —observó Derec—. El bulevar es recto. Lo único que tenemos que hacer es apartarlo lo bastante de la línea de seguridad para poder subir a bordo y apoderarnos de las provisiones.
—Los robots deben saber esto —refutó Jeff—. ¿No crees que estarán preparados para esta eventualidad?
—Tal vez —concedió Derec—. Pero recuerda que aquí todo se guía por la lógica. Los cazadores no tienen experiencia sobre las ideas confusas y sinuosas.
—Fueron programados por un paranoico —le recordó Ariel.
—Vale la pena probar —insistió Derec.
—Creo que podré conseguirlo —intervino Mandelbrot—. Sugiero, no obstante, que primero llevemos el camión al lugar del encuentro, para que todos estemos aguardando cuando llegue. Los cazadores no tardarán mucho en detectarlo.
El corazón de Derec empezó a latirle descompasadamente, y la adrenalina pareció aflojarle los músculos.
—Bien, vámonos —sonrió.
Mandelbrot condujo el camión mucho más rato de lo que esperaba Derec, pero la distancia que había cubierto tenía sentido. Los quince kilómetros que la nave recorrería por el bulevar hasta encontrarlos no era nada para ella, ni siquiera en su forma de transbordador. Mandelbrot llevó el camión a una calle lateral, cerca del cruce con el bulevar. Después lo paró, y se quedó sentado, completamente inmóvil.
—Supongo que se está concentrando —murmuró Ariel.
—Deberían darle a esta calle el nombre de Bulevar Minneapolis —sonrió Jeff—. Bueno, si esto tiene éxito.
—Wolruf —exclamó Derec, muy excitado—, cuando tú y Mandelbrot estéis dentro, podréis hacer volar esa nave, ¿no es verdad?
—Oh, sí. —Un rayo de luz callejera incidió sobre la cara de la caninoide, dejando ver su extraña sonrisa.
—Aquí viene —anunció Jeff.
A lo lejos se oía un zumbido alto y regular, que iba en aumento para los oídos de Derec. Todos estaban sentados, sin moverse, incapaces de mirar por la esquina del edificio más próximo. Sólo era visible Mandelbrot, y Derec espió su perfil oscuro e inmóvil, a medida que el zumbido iba creciendo. Muy pronto, aquel ruido resultó ensordecedor. La nave se dejó ver en el cruce, y pareció crecer ante ellos bajo la luz y las espesas sombras, enorme y maravillosa. Luego, paró en seco.
Mandelbrot se levantó y se volvió para ayudar a Derec a salir del camión. Los demás tomaron esto como la señal para salir a su vez, y corrieron hacia la nave. Mandelbrot cogió a Derec bajo el brazo, para ahorrar tiempo, y lo acarreó consigo. A una orden del robot, se abrió la portilla del Minneapolis y la escalerilla se desenrolló hasta el suelo. Mientras Mandelbrot corría con él bajo el brazo, Derec observaba el bulevar.
A lo lejos, corría hacia ellos un enjambre de robots. Los cazadores corrían por las aceras rodantes, los robots funcionales de diversos tamaños y formas rodaban y se deslizaban por el bulevar. Ellos constituían el elemento sorpresa de la trampa, ahora neutralizada por el robo del cebo.
Los robots funcionales no tenían cerebros positrónicos para pensar, pero podían obedecer las órdenes de los cazadores para desplazarse a sitios en que bloquearían o inmovilizarían la nave y el camión. Los más veloces se acercaban con suma rapidez.
Mandelbrot dejó a Derec sobre el escalón más elevado de la escalerilla al que pudo llegar. El pie del joven resbaló y él se asió a otro peldaño, al tiempo que echaba un nervioso vistazo al grupo que se acercaba; después dejó que Mandelbrot lo cogiera en brazos y lo izase. Mandelbrot también trepó por la escalerilla, sosteniendo a Derec hasta depositarlo dentro del transbordador. Jeff y Ariel lo empujaron a un lado cuando finalmente entró el robot.
Wolruf ya se hallaba en el asiento del navegante, consultando los controles. La escalerilla se enrolló y la puerta se cerró en el momento en que Mandelbrot ocupaba el asiento del piloto.
—Recto por el bulevar —ordenó Wolruf—. Espacio ser suficiente para despegue.
Mandelbrot empuñó los controles manuales.
—Esto será más seguro que arriesgarnos con el piloto de vuelo automático. Por favor, que todos se abrochen los cinturones.
—Todos estamos atados a los asientos —anunció Jeff—. Me alegro de que sepas pilotar la nave. Lo único que yo sé hacer es pedirle al ordenador lo que quiero.
Cuando el Minneapolis empezaba a moverse hacia delante, se oyó un golpe muy potente en la popa. El impacto fue débil, pero audible.
—Daños insignificantes —calculó Wolruf.
El transbordador cogía velocidad. Otro impacto contra la popa lo estremeció. Un instante antes de que Mandelbrot lo pusiera en misión de despegue, se oyó un horrible chirrido en el costado a babor.
—No pueden hacer gran cosa —observó Derec—. La Primera Ley no permite a los cazadores realizar nada que pueda provocar un accidente. Por ahora ya deben saber que no pueden detener la nave sin hacernos perder el control.
—Ojalá tengas razón —sonrió Jeff, cuando se oyó un tercer golpe contra el vehículo.
Sin embargo, fue el último. El Minneapolis ya había dejado atrás al último de los robots funcionales, y se angulaba empinadamente en el aire.