Mi padre, hace unos cuantos (bastantes) años, me dio este consejo: de todas las decisiones que tomes en esta vida, la más importante, con mucha diferencia, es la del hombre con el que te vayas a casar. Tomé una buena decisión y me casé con un hombre que, además de tener una vida propia riquísima, me ha alentado, ayudado, impulsado a llevar a cabo mis proyectos (cuerdos unos, locos otros) ¡de principio a fin!, por caminos no siempre rectilíneos, y, para colmo, como anatomopatólogo que es, en este último se ha implicado en realizar él mismo la autopsia de los pobres pacientes del Saint Paul retrotrayéndose más de un siglo (¡lo que hubiera disfrutado él en el sanatorio diseccionando los cadáveres!). ¡Gracias, gracias, gracias, mi querido doctor Monzón!
Gracias también a mis hijas, Sara y Aitana, por acercarse a mí sigilosamente cuando estaba frente al ordenador, interesadas por la trama, estimulándome a seguir.
Gracias a mi maravillosa editora, Adelaida Herrera, por marcar mi número de teléfono ¡aquella inolvidable mañana de marzo!, para informarme de que había decidido publicar mi novela. Gracias por tratarme, desde el primer segundo…, ¡como si yo fuera alguien!, no creo que a un autor consagrado le traten mejor. ¡Gracias por apostar por mi novela y por mí!
Gracias a Satur Napal, amigo, urólogo, escritor, editor…, por empeñarse, desde que le mostré una novela inédita de mi juventud, ¡en que tenía que escribir otra! Esa insistencia ha sido una de las razones por las que comencé este proyecto. Y quizá la razón más importante por lo que lo terminé fue el apoyo de su mujer, la estupenda enfermera Chus Roncal, que fue leyendo pormenorizadamente capítulo a capítulo la novela, aportándome sugerencias y, sobre todo, ¡animándome a continuar para conocer el desenlace!
Miguel Ibáñez, amigo, librero de Alcañiz, amante apasionado de la gran literatura, gracias por tus comentarios, por tu crítica certera, por tu implicación y entusiasmo. ¡No se puede pedir más!
Gracias a Carlos Aurensanz, veterinario y escritor, y a su mujer, mi querida Maricruz, por sus palabras de aliento cuando leyeron la novela y su alegría cuando supieron que iba a ver la luz.
Y, para finalizar, ¡gracias, Élida!, mi amiga, mi compañera, mi enfermera, gracias por abrazarte a mí ¡y llorar!, cuando pasé a tu consulta para decirte, el mismo día de tu cumpleaños, que iban a publicarme El sanatorio… ¡Nunca lo olvidaré!