XXVI
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Lo que vimos

Entonces transcurrieron unos pocos instantes de pausa, durante los cuales Ayesha pareció reunir toda su fuerza para la ígnea prueba, mientras nosotros nos aferrábamos el uno al otro, esperando en absoluto silencio.

Al fin, desde la lejanía, llegó el primer murmullo de aquel fragor, que aumentó y ascendió hasta que comenzó a crepitar y rugir a distancia. Cuando lo oyó, Ayesha se despojó rápidamente de sus diáfanas envolturas, desprendió la serpiente de oro de su cinto y luego, sacudiendo su hermosa cabellera en torno suyo como si fuese un ropaje, se quitó sus vestidos bajo esa cobertura, colocando el cinto en forma de serpiente que la rodeaba alrededor de las masas de sus cabellos que fluían en cascada. Allí se irguió ante nosotros, como debió de estar ante Adán, sin otro vestido que su abundante caballera, ceñida a su cuerpo por la banda dorada; nada que pueda decir sería capaz de describir cuán encantadora aparecía…, y cuán divina. Cada vez se oían más cerca las atronadoras ruedas de fuego y, cuando llegaban, ella extendió un marfileño brazo por entre las oscuras masas de su cabello y con él rodeó el cuello de Leo.

—¡Oh, amor mío, amor mío! —murmuró—, ¿sabrás alguna vez cuánto te he amado? —y lo besó en la frente, vaciló un poco como si dudase y luego se colocó en el camino de la llama de la vida.

Recuerdo que había algo muy conmovedor para mí en aquellas palabras y en aquel beso de la frente. Era como el beso de una madre, y parecía acompañarse con una bendición.

Llegó el estrépito y el ruido arrollador, cuyo sonido era como el de una selva abatida por un viento poderoso, agitada como si fuese hierba y atronando como si cayese media montaña. Llegaba, cada vez más cerca, más cerca; ahora lanzaba rayos de luz. Precediendo al giratorio pilar de fuego, los rayos pasaban como flechas a través del aire rosado; y ahora, el borde mismo de la columna apareció. Ayesha se volvió hacia ella y extendió los brazos para darle la bienvenida. Entró en el fuego muy lentamente y quedó envuelta en la llama. Vi cómo el fuego recorría su cuerpo. Vi cómo lo levantaba con ambas manos, como si fuese agua, y lo vertía sobre tu cabeza. Vi incluso cómo abría la boca y lo introducía en sus pulmones. Era un espectáculo terrible y maravilloso.

Luego se detuvo y abrió los brazos, permaneciendo casi inmóvil, con una celestial sonrisa en su rostro, como si fuera el verdadero Espíritu de la llama

El misterioso fuego jugueteó arriba y abajo entre las oscuras y ondeadas guedejas, enroscándose y retorciéndose entre ellas como hebras de encaje dorado; brillaban sobre su pecho de marfil y sus hombros, desde donde el cabello se deslizaba a ambos lados. Corría por la columna de su cuello y sus delicadas facciones; parecía hallar un hogar en los gloriosos ojos que brillaban y brillaban, aún más resplandecientes que la espiritual esencia.

¡Oh, qué bella aparecía entre las llamas! Ningún ángel venido del Cielo podría poseer una hermosura mayor. Aun ahora mi corazón desfallece ante su recuerdo y daría la mitad del tiempo que me queda por vivir sobre esta tierra por verla una vez más tal como era.